Hace ya siete años pasamos las vacaciones de verano haciendo una parte de la Vuelta a Euskalerria propuesta por los amigos de Bizibidaia. En concreto unimos las cuatro capitales de Hegoalde (las tierras del sur). Fue lo que bautizamos como Lau Hiriak (Cuatro Ciudades). Resultaron unas vacaciones preciosas, aunque nos quedamos con la espinita de no poder, por falta de tiempo, pasar a Iparralde (las tierras del norte). Lo dejamos para otra ocasión, ocasión que ha llegado este año, en el que hemos hecho otra ruta circular que ha unido las tres capitales de Iparralde: Baiona, Maule (Mauleón) y Donibane Garazi (San Juan de Pie de Puerto). De las siete etapas que son en total, en seis de ellas seguimos en gran parte el track de la nueva versión de la Vuelta a Euskalerria, también de Bizibidaia, y nos ha parecido un recorrido perfecto. En su mayor parte discurre por asfalto sin apenas tráfico y por unos parajes preciosos. Muy recomendable.
Como siempre hacemos en vacaciones, planeamos etapas cortas que nos dejaron tiempo de "regodearnos", parar, hacer fotos, visitas... Así, por ejemplo, la primera etapa tan sólo hicimos 39 kilómetros.
Durante todas las vacaciones el ritual del inicio de etapa fue el mismo: ver el encierro por la tele, desayunar, llenar las alforjas y, ¡a pedalear! El primer día no fue diferente. Salimos de Pamplona en coche y llegamos a Elizondo, aparcamos en un lugar seguro y por primera vez en estas vacaciones colgamos las alforjas en la bici. Pocas cosas me hacen más feliz que colgar las alforjas en la bici y comenzar a pedalear... Fotico oficial de inicio del viaje, en uno de los puentes sobre el río Baztan, en Elizondo.
Todo el viaje discurrió por carreteras de cuarta o de quinta, pistas, una vía verde y algún camino en buen estado. Pero vamos, casi todo asfalto, como podéis ver en este camino tan mono, saliendo de Elizondo.
¿Qué os voy a contar del Baztán? A mí es el valle navarro que más me gusta, pero si pillas uno de esos días azules, buaaahhhh...
Pasamos junto al palacio de Jauregizahar, la famosa casa-torre medieval de Arraioz.
Y después nos desviamos por un camino casi invisible que nos evitó tener que meternos en la nacional y su consiguiente tráfico.
Fue uno de los tramos más "beteteros" del viaje, un camino bien bonito.
Al llegar a Legasa (en la foto) comenzamos la parte más fácil de la etapa, la que nos acercaría a Lesaka simplemente siguiendo la Vía Verde del Bidasoa.
Ya habíamos hecho esta vía verde en un par de ocasiones, pero nunca en verano y nunca con semejante verdor. Una delicia.
Para romper un poco con la monotonía, en la parte final de la etapa decidimos desviarnos hacia Igantzi y llegar desde allí a Lesaka, por una carretera que ya conocíamos y que es preciosa y muy tranquila. Además eso nos permitió parar en las piscinas de Igantzi y comer con buenas vistas. La ensalada estaba buena, pero esos bokatas de tortilla de txistorra, mmmmmmmm...
Igantzi, qué pueblo más bonito y qué entorno más idílico... Una subidica más...
...Y una larga bajada hasta Lesaka, pueblo que estaba en fiestas (sus famosos sanfermines). Afortunadamente no nos alojamos en el centro, sino en un hostal a dos kilómetros, porque con la juerga que se monta allí, como para dormir por las noches...
La segunda etapa también fue corta, pero intensa... Las emociones comenzaron bien pronto, ya que tuvimos que atravesar el centro mismo de Lesaka... Madre mía, qué marabunta de jóvenes muuuuuy pasados de copas... Cuando pasamos junto al río Onin, donde entre equilibrios cada 7 de julio se baila el Zubigainekoa, la cosa parecía tranquila, pero poco después nos encontramos con una "masa" de gente que tuvimos que atravesar, fue un buen calentamiento para el puerto que nos esperaba enseguida...
El día había amanecido bastante gris, pero bueno, para subir el puerto de Agiña mejor era esa temperatura que el calorazo del día anterior. Entre que el puerto no tenía rampas demasiado duras y que encontrábamos excusas para parar a hacer fotos, los siete kilómetros de subida se me hicieron muy llevaderos.
En el asfalto ya se intuían nuestras sombras, ¿señal de que por fin iba a salir el sol?
¡Ja! En cuanto coronamos el puerto y comenzamos a bajar tuvimos que parar a ponernos los chubasqueros, porque el xirimiri inicial estaba dejando paso a gruesas gotas de lluvia. Basta esta foto, en la presa del embalse de San Antón, para que os deis cuenta de lo desapacible del día...
Allí mismo, en la presa, dejamos la carretera y nos desviamos por una pista que nos llevó por las laderas de las preciosas Peñas de Aia.
El inico fue plácido...
Pero después nos esperaban unas señoras rampotas que nos obligaron en más de una ocasión a echar pie a tierra y empujar las bicis. Pero el entorno era tan bonito...
Tras las duras rampas pedregosas llegamos a una zona más sencilla y más ciclable. Solo faltaba un poco de sol para hacerlo perfecto.
Nuestra sorpresa fue encontrarnos con una serie de túneles misteriosos, los túneles de Irusta, por donde sacaban el mineral de las minas de Meazuri. Fue muy guapo pasar por ellos, ¿eh, Quimet?
Y al salir de uno de ellos tuvimos ante nosotros la cascada de Irusta, muy bonita a pesar de no llevar demasiada agua (bueno, aunque para ser pleno verano...).
El final de etapa fue ya por carretera hasta llegar a Irún, donde nos alojamos. La intención inicial era acabar en Hondarribia, pero tras ver los precios prohibitivos de los hoteles y hostales de por allí, optamos por una pensión de Irún.
Eso sí, en cuanto desayunamos al día siguiente salimos pitando para Hondarribia. Queríamos dar una vuelta por el pueblo y luego coger el barco para cruzar a Hendaia, y como el primero no salía hasta las 10 teníamos un buen rato para callejear. Y es que la preciosa Hondarribia siempre merece una visita de su casco antiguo y su barrio de pescadores.
Incluso nos quedó tiempo para recorrer la playa y el paseo marítimo.
Y a las diez en punto estábamos dispuestos para coger el primer barco, cruzar el río Bidasoa y llegar, por fin, a Iparralde ...
Fue bonito despedirse de Hondarribia desde el barco.
Y así, en cinco minutos, nos plantamos en Hendaia. Recorrimos su paseo marítimo y seguimos la ruta de la Corniche hasta llegar a le Château d'Abbadia.
La carretera de la Corniche es muy bonita, pero tiene bastante tráfico (además era domingo y mucha gente la utiliza para ir a la playa), por lo que nos desviamos por pistas asfaltadas, más exigentes pero tranquilísimas y preciosas...
Y con unas bonitas vistas hacia el mar. Fue un gran acierto ir por allí, nos encantó.
Bajamos de nuevo hasta el mar, hasta Ziburu. El día iba mejorando, el sol asomaba tímido, y las luces eran cada vez más bonitas.
La siguiente parada fue en Donibane Lohizune (San Juan de Luz), otro pueblo que me encanta, muy acogedor. Aunque era pronto aprovechamos para comer a la orilla del mar.
Y también visitamos la iglesia de San Juan Bautista, una iglesia que por fuera no llama mucho la atención, pero que por dentro es una potxolada, toda de madera y con un barco colgando del techo.
Seguimos camino bordeando el río La Nivelle por un camino de lo más apacible.
A lo largo de toda la etapa el monte La Rhune fue nuestra constante referencia.
Atravesamos Ascain. Había una comida popular en el frontón y justo cuando pasamos estaban cantando el Agur Jaunak, más bonito... Bueno, y para bonitas las casas por las que fuimos pasando, madre mía, qué nivel hay por allí...
Venga, un selfie a la antigua, jejeje.
Seguimos subiendo y bajando por pistas asfaltadas desiertas, una auténtica maravilla para el cicloturista.
Y llegamos a Saint-Pée-sur-Nivelle, otro pueblo encantador...
Y tras una buena subida, hasta su lago.
Tras tomarnos un helado y un café (nos los habíamos ganado), seguimos ruta por el camino que bordea el lago.
Pero aún nos quedaban unas buenas rampotas y, como Quimet estaba inspirado, en cada una de ellas me atacaba a traición y coronábamos al sprint... Fácil acabamos el día cansados, jajaja.
Una vez llegamos al río La Nive ya todo fue llano, llano.
Pasamos por plantaciones de los famosos pimientos de Espelette...
Y de esta manera tan sencilla, sin dejar el paseo fluvial, llegamos al centro mismo de Baiona.
Tras una buena ducha en el hotel aún nos quedó tiempo de hacer una visita a esta preciosa ciudad.
Fue un día precioso, como etapa fue la que más me gustó de todas porque tuvo de todo, mar, montaña, subidas, bajadas, paseos fluviales, lagos, bonitas ciudades, preciosos caseríos... y buen tiempo.
La cuarta etapa comenzó de la mejor manera posible, desayunando croissants y poniéndonos crema porque el sol ya apretaba fuerte.
La primera parte de la etapa discurría paralela al caudaloso río Adour, primero por una bonita pasarela de madera...
Y luego ya por carretera, a ratos con un tráfico algo molesto. Por eso nos vimos aliviados cuando pudimos desviarnos por el Ardanavy, afluente del Adour.
La verdad es que después de unos kilómetros (tampoco muchos) pedaleando entre coches fue una gozada hacerlo por allí.
Tras unos bonitos kilómetros por caminos volvimos al asfalto, pero ya por pistas y carreteras muy tranquilas, de las que te permiten concentrarte únicamente en el paisaje
Y bueno, aunque no abundaban los pueblos siempre encontrábamos el momento para parar en alguno (en este caso Briscous) y tomar un refresco, porque madre mía, cómo apretaba el calor...
La etapa acabó sin sobresaltos, subiendo y bajando, subiendo y bajando, en un entorno idílico.
Tras la última subida dura llegamos al punto más alto, con unas vistas muy guapas de todo el valle
Y acabamos en Hazparne, nuestro destino, un coqueto pueblecito.
Nos alojamos en un hotel de lo más céntrico, como prueba aquí tenéis las vistas desde la terraza de la habitación, la iglesia de San Juan Bautista, muy parecida a todas las de la zona.
Tanto por fuera... como por dentro, todo de madera.
Pasamos una tarde tranquila, paseando por el pueblo, haciendo algo de compra, descansando... le cogí cariño a Hazparne.
La siguiente etapa tuvo dos partes bien diferenciadas. La primera fue por pistas, y eso siempre suponía lo mismo, fuertes subidas y empinadas bajadas en un entorno rural precioso.
Es una pasada la cantidad de pistas asfaltadas que hay por todo Iparralde, asfalto en buen estado y con carencia absoluta de coches, no se puede pedir más.
Bueno, vale, el asfalto no siempre era perfecto, pero daba igual, disfrutamos como enanos.
Poco a poco el paisaje iba cambiando, nos acercábamos a terreno más montañoso.
Los campos de maíz iban dando paso a los de pastoreo.
Llegamos a Saint Palais (Donapeleu) donde comimos, y empezó la segunda parte de la ruta, la que ya no transcurría por pistas sino por carreteras. Lo que no cambió fue la tranquilidad del entorno.
Ya prácticamente sólo nos quedaba una subida larga, pero al ser ya por carretera la pendiente era más suave y la subimos casi sin enterarnos, disfrutando y, eso sí, sudando muuuuuucho...
Muy guapas las vistas.
Y como todo lo que sube, baja, tan sólo nos quedaba una larga bajada para plantarnos en Maule (Mauleón).
Estábamos ya muy cerca, pero por más que miraba no veía la ciudad por ningún lado...
Pero sí, Mauleón apareció de repente ante nuestros ojos. Mauleón y... ¡el Tour de Francia! Tiene narices la coincidencia, que justo ese día el tour pasara por allí y que coincidiera con nuestra llegada...
Maule era la única capital vasca que yo no conocía aún, por lo que me hacía ilusión esta etapa. Me sorprendió por lo diferente a otras ciudades de Iparralde, con sus tejados de pizarra gris y sus tonos pastel. Muy diferente.
Eso sí, a pesar de las diferencias, si hay un denominador común en todo Iparralde éste es el lauburu. Aparece en todas las esquinas, en todos los contextos, en el mar y en la montaña, omnipresente.
Volviendo a Mauleón, subimos a su bonito castillo, muy bien conservado, pero no pudimos visitarlo porque estaba cerrado. Era 14 de julio, fiesta nacional en Francia, y esa noche había fuegos artificiales desde el castillo. Estaban preparándolo todo y por eso permanecía cerrado al público.
Lo que sí pudimos hacer fue disfrutar de las vistas de Mauleón desde lo alto...
Y como tuvimos la suerte de que la habitación de nuestra chambre d'hôtes estaba orientada hacia el castillo, aquella noche disfrutamos de los fuegos artificiales desde una posición privilegiada.
Dormimos de maravilla en nuestra inmensa habitación, sin que nos molestara la música de la calle.
Desayunamos opíparamente, como es costumbre en las chambres d'hôtes, la ruta comenzaba con un puerto y había que llenar los depósitos, ¡nos trincamos la baguette entera!
Tras unos kilómetros suaves calentando las piernas llegamos al inicio al Col d'Osquich.
Pero hacía ya calor, así que antes de empezar a subir paramos en un restaurante a tomarnos un zumo, con el del desayuno no habíamos tenido bastante, jajaja.
Las subidas y bajadas de los días anteriores, los constantes cambios de ritmo, nos habían puesto en forma, así que cuando llegaban los puertos "oficiales" los subíamos a la pata coja (seré chulica...).
Eso sí, mirador que encontrábamos, mirador en el que parábamos para disfrutar de las vistas.
Tras coronar el puerto comenzamos a bajar y enseguida cogimos un desvío por una pista que en su primera parte bajaba de lo lindo...
Y más tarde iba recorriendo un valle de lo más bucólico.
Fue un tramo precioso, la parte más bonita de la etapa, porque luego nos metimos ya por una carretera más importante, y aunque el entorno seguía siendo igual de bonito, el hecho de tener que estar ya pendiente del tráfico le restaba gracia. Por otra parte, nos estábamos acercando a Donibane Garazi (Saint Jean de Pied de Port), por lo que comenzábamos a encontrarnos con peregrinos que hacían el Camino de Santiago.
Y allí estábamos, en Saint Jean de Pied de Port, donde se respira ambiente peregrino por los cuatro costados.
Entramos a la iglesia de Santiago y seguía presente el ambiente peregrino.
La verdad es que Saint Jean de Pied de Port es una potxolada, y no pudimos evitar hacer la foto típica.
Estuvimos callejeando entre decenas de peregrinos y en un ambiente lleno de merchandising vasco...
No podían faltar las tiendas de lingerie vasca...
Ni las alpargatas tradicionales de Mauleón.
Una tarde bien bonita y muy calurosa, que culminamos con una estupenda cena de despedida, ya que ésa era nuestra última noche por Iparralde.
Nos alojamos en un hotel de Lasa, un pueblecico a dos kilómetros de Saint Jean de Pied de Port donde estuvimos muy tranquilos, lejos del bullicio del pueblo de los peregrinos.
Como os he dicho Lasa es una monada y estuvimos muy a gusto allí, pero tocaba comenzar a pedalear, nos quedaban pocos kilómetros para cerrar el círculo, oooooohhhhhh...
Hasta llegar a Baigorri nos esperaba un tipo de ruta al que ya nos habíamos acostumbrado, estrechas pistas asfaltadas con continuas subidas y bajadas. Una preciosidad y un lujo para el cicloturista.
Las montañas que nos rodeaban le daban al paisaje un aspecto pirenaico, ¡y estábamos pedaleando a unos 200 metros de altitud!
Conforme nos acercábamos a Baigorri los viñedos iban ganando terreno...
Allí estaba, Baigorri a nuestros pies, el último pueblo francés, qué poco quedaba para llegar a la frontera...
Pero eso sí, antes teníamos que ascender el último puerto y alcanzar el punto más alto de todo el viaje, el Col d'Ispeguy.
Allí a lo lejos veíamos el hostal que hay en lo alto del puerto, sí, teníamos una buena subida ante nosotros...
Es un puerto que yo, inexplicablemente, aún no había subido nunca, y la verdad es que me encantó. Es una preciosidad, con unas vistas guapísimas (insisto en que el paisaje parece de mucha mayor altitud que la que tiene). Disfruté tanto en él que se me hizo corto, a gusto lo habría subido dos veces...
Y encima a mitad de puerto hay una fuente, con el calor que hacía nos supo a gloria meter en ella la cabeza, buaaaaaahhhhh...
El alto cada vez estaba más cerca. Como os digo hacía calor, pero lo del final fue bestial: durante el último kilómetro y medio la temperatura pasó de 26 a 34 grados, madre mía, era como tener una estufa delante de la cara...
Así que cuando llegamos arriba nos hicimos la foto de rigor y nos lanzamos de cabeza a la terraza del restaurante para tomarnos un par de coca-colas. Las mejores de todo el viaje.
Allí mismo está la frontera, así que tocó ponerse el casco, cinco días después, no fuera que los forales estuvieran al acecho...
Ya sólo nos quedaba disfrutar de la bonita y revirada bajada...
Y volver a pedalear por los bonitos pueblos del valle del Baztán, como el de la foto, Erratzu.
Y... todo acabó como empezó, con la foto en Elizondo sobre el río Baztan, y una sonrisa en la cara.
Y para celebrarlo nada mejor que, ya de vuelta a casa en coche, parar en la Venta Ultzama para merendar una cuajada y unos canutillos, y vestir por última vez nuestras flamantes camisetas.
En fin, objetivo cumplido, ya hemos unido en bici las siete capitales de Euskalerria, habrá que buscar nuevas metas...