Rodadas. Una comunidad de cicloturismo y viajes en bicicleta
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Viaje a ninguna parte

&tarr; PUBLICIDAD (lo que paga la factura)

  1. Vaya viaje ........

    Y como así pasar a ir a pie ?
    Yo alguna vez lo he pensado tambien por la sencillez , pero luego veo la ventaja de la bicicleta , rendimiento ,,eficacia , como te trata la gente , etc y digo , mejor en bici .
    Buena ruta .

    Sigue dando pedales
    Publicado hace 9 años #
  2. Je,je! Rendimiento y eficacia? Pero si hemos tardado 10 meses en llegar a Grecia desde España! Creo que si lo hubiéramos hecho caminando habríamos tardado lo mismo ;P Ya en serio, no estamos muy intersados en llegar rápido a los sitios.
    En realidad nos entró algo de envidia y bastante de curiosidad cuando conocimos hace un par de semanas a un "caminante de larga distancia" que quiere llegar a la India dentro de 6 años. De momento, ha pasado un año entero caminando por Grecia. Nos decía que la relación con las personas que encuentras por el camino es totalmente distinta. Incluso yendo en bici es demasiado rápido para poder interactuar con todas y cada una de las personas que encuentras por las carreteras o por los pequeños pueblos. Inlcuso nos decía que ha estado meses a presupuesto cero porque todo el mundo le invitaba a su casa o a un café, o a un chusco de pan. Aparte tienes mucha más libertad para meterte por senderos. Raúl, el Pampa, nos comentaba una vez que en bici se puede llegar a muchos sitios, pero para alcanzar el pico de la montaña solo vale la mochila, así que vamos a perdernos un poco por montes y bosques (tenemos aquí al lado el cañón más profundo del mundo!!). Otro buen motivo es que todavía no me he recuperado de la caída que sufrí en Albania, y así descanso la mano por una buena temporada. Pero sobre todo es un "¿y por qué no?" Hasta que no lo probemos no podemos comparar!

    Publicado hace 9 años #
  3. Pues sí, es cierto ¿porqué no? Ale a por ello!!!!

    Publicado hace 9 años #
  4. Este hilo debe ser guardado como un tesoro. Espero que en la nube haya cofrecitos para guardar estas maravillas!

    Leonor, tu serás SIEMPRE la princesa...
    Publicado hace 9 años #
  5. Es otro medio de transporte también válido, eso sí un poco sacrificado, aunque la bici también, ánimo y a seguir.

    Publicado hace 9 años #
  6. Animo campeones . y pensar que un buen viaje se merece un buen descanso . 

    Saludos y fuerza .

    Publicado hace 9 años #
  7. Al final se trata de seguir disfrutando de lo que se hace, sea en bici sea andando, sea como se quiera.


    Disfrutad de un sueño que habéis atrevido a palpar.

    Los que nos quedamos, al menos leyendoos nos emocionamos, por todo eso 
    gracias

    Publicado hace 9 años #
  8. Ese "descanso" de salir a andar por los Montes Pindos al final fue lo que tuvo que ser Darnos cuenta que a la velocidad de las mariposas somos felices y que más despacio los hombros se cargan. Y si le añadimos que quisimos andar por una de las zonas mas deshabitada de Grecia con ningún supermercado o tienda en 4 días, que llovía, que la policia nos advirtió que acampasemos cerca de los pueblos por peligro de "arkudas ke likos" (osos y lobos) (en Grecia una cosa es la ley y otra aplicarla y hasta en el centro de interpretación de la naturaleza nos digeron en que sitios acampar aunque estrictamente estaba prohibido :)...
    Total, la aventura duro 4 dias para 40km, deshacer la ruta en una mañana haciendo autoestop y volver a coger las bicis.
    El cambio te hace ver que antes estabas en el buen camino; y bueno lentamente seguimos sin rumbo. Ahora en el Peloponeso cerca de Patras.
    Pronto habrá nueva crónica, por lo demás muchas gracias por disfrutar y animarnos a seguir con nuestra aventura.
    Un abrazo!

    Publicado hace 9 años #
  9. Hola: Me alegro de que os hayais dado cuenta de que viajar en bici es más interesante , rápido y no tan cansado (si se va al ritmo que pedaleais vosotros) que ir andando, pero hay que probar para saberlo.  

    Ánimo y a seguir hasta donde queráis o podáis.

    Saludos.

    No está bien pedir derechos si antes no has cumplído con tus deberes.
    Publicado hace 9 años #
  10. Las gracias a vosotros... por seguir contando vuestra experiencia y vaya... me alegro de saber que lo de la bici está mejor que andar... el caso es que algo ya me figuraba yo... jeje. Suerte y venga esa deliciosa crónica, como todas las anteriores.

    Publicado hace 9 años #
  11. Hola,
    No si se conoceis a Nacho Dean, un chico español que está dando la vuelta al mundo caminando tan solo utilizando otros medios de transporte para saltar continentes. Salió de España en el marzo del 2013 y ahora anda por Centroamérica después de haber recorrido Asia, Australia y Sudamérica. Para mi gusto va demasiado rápido.
    Transporta sus cosas en un carrito.
    Aquí teneis su web: http://earthwidewalk.tumblr.com/cuadernodeviaje

    Publicado hace 9 años #
  12. Pues no le conociamos, pero hemos tenido la oportunidad de conocer a Dave, un ingles que trabajó durante 3 años en Madrid y lo dejó todo para andar hacia la India. Empezó en Genova hace año y medio y le conocimos hace casi 2 meses en el norte de Grecia. ahora debe estar a punto de cruzar a Turquía. Vive practicamente sin dinero y se lo toma con calma, sin prisas. Su blog no es tanto sobre su viaje sino de los sabores que encuentra en la ruta:
    https://atasteofancientroutes.wordpress.com/

    Publicado hace 9 años #
  13. ¡Dos meses en Grecia! Habría actualizado antes, pero no me apetecía :3 Eso sí, cuando me pongo, me pongo.
    ____________________





















    Kato Achaia (Grecia), jueves, 23 de abril de 2015



    ¿EN QUÉ MUNDO VIVIMOS?


    “Porque
    toda la ley en una palabra se cumple en el precepto: amarás a tu prójimo como a
    ti mismo. Pero si os mordéis y os devoráis unos a otros, tened cuidado, no sea
    que os consumáis unos a otros”.


    Gálatas, 5, 14-15.


    Octubre
    del año 1809. Un joven aristócrata inglés trata de encontrar refugio en mitad
    de una terrible tormenta que se cierne sobre los montes Pindos, al noroeste de
    Grecia. Poco tiempo atrás, cuando todavía tenía dinero para pagarse los
    estudios en la universidad de Cambridge, jugueteaba con el mono que se había
    traído como compañero de habitación. Un día confesó al macaco que estaba
    planeando realizar un gran viaje por el Mediterráneo y este le miró con ojillos
    extraños. Él creyó entender en la mirada del animal que no iba a ser un viaje fácil,
    menos aún para un hombre cojo, pero le animaba la idea de que la desventura
    podía ser una fuente de inspiración para su poesía. Lord Byron deambuló por
    España, Portugal, Malta y Albania antes de perderse en las inmediaciones del
    monasterio de Zitsa. El poema que surgió de aquella tormenta descansa
    doscientos años más tarde sobre una placa de mármol. Dave nos ha traído hasta él
    en nuestro paseo con Tsarli, el perro de Anna y Kostas.

    Engendro
    resultante de mezclar los únicos ingredientes de que dispones: cuscús,
    palomitas y pipas. Nuestra primera comida en Grecia... ¡Por suerte
    siguieron otras más deliciosas!


     Anna es la propietaria de la primera librería
    que se abre en Zitsa en los ocho siglos de historia del pueblo y Kostas, su
    marido, se encarga de hacer pura magia en la panadería. Son los protagonistas
    de una bonita historia de amor en la que una joven abogada americana vino a
    Europa de vacaciones con su hermana y ambas hicieron Couchsurfing en casa de
    Kostas. Su hermana continuó el viaje, pero a Anna le supo a poco una sola noche
    en Zitsa, así que repitió experiencia antes de volver a Estados Unidos. Durante
    los meses siguientes la amistad que había nacido entre ellos arraigó y se fue
    transformando en otra cosa distinta hasta que un día Anna hizo la maleta,
    cambió jurados por harinas y vino a ser feliz con la persona a quien amaba. No
    se olvidaron de compartir su amor con los demás y continuaron alojando a
    cientos de viajeros en su hogar. Uno de ellos fue Dave, un británico que se
    define a sí mismo como un cocinero vagabundo. Su plan inicial era caminar a lo
    largo de seis años hasta llegar a la India, en un largo peregrinaje hacia sí
    mismo. Por muy lejano que sea el destino, si no se complementa con un viaje
    interior solo sirve para rellenar un álbum de fotos curioso. Salió del norte de
    Italia y cruzó en ferry hasta Grecia, donde quedó cautivado por los paisajes y
    las gentes. Tanto que lleva ya más de un año caminando por tierras helenas.


    Dejamos
    a Tsarli en casa y vamos a la librería de Anna, que más bien consiste en un
    centro social dedicado a la lectura. Dave hace de anfitrión y nos prepara unas
    tazas de té, que colocamos junto a un ejemplar de Por quién doblan las campanas traducido al griego. En ese momento
    entra en la librería una joven griega y de manera espontánea Dave empieza a
    hablar en griego con ella. Las preguntas son las de siempre: ¿por qué lo haces?
    ¿Por qué caminas en vez de ir en bici? ¿Cómo te las apañas con el dinero?
    ¿Dónde duermes? ¿Qué llevas en la mochila? Dave comienza a responder una a una
    las cuestiones que tantas veces ha escuchado y al mismo tiempo que sacia la
    curiosidad de la mujer nos va contagiando las ganas de continuar nuestro
    periplo caminando.

    Cambio de equipaje.

    Aunque
    resulte una obviedad, caminar es más lento que ir en bicicleta, lo que implica
    que no dejas en el camino ni una sola oportunidad de conversar con alguien que
    esté interesado en tu historia. La mayoría de la gente comprende la necesidad
    del caminante y siente unos deseos irrefrenables de ayudar. Dave nos comenta
    que al principio de su viaje comía con un presupuesto nada modesto, pero a
    medida que se adentraba en los caminos de Grecia, ese presupuesto acabó por
    reducirse a cero, ya que la mayor parte de los días la gente le invitaba a
    comer, le regalaba pan o piezas de fruta (a día de hoy se encuentra en Turquía,
    donde no solamente es invitado a comer cada día, sino que tras varias semanas
    aún no ha tenido ocasión de dormir en su tienda de campaña). Él disfruta entregando
    trabajo y, aunque no acepta dinero en metálico, en una ocasión una de sus
    familias adoptivas le regaló un par de botas para el duro invierno. A la hora
    de dormir, aunque acarrea una pequeña tienda de campaña, los monasterios y
    pequeñas iglesias ortodoxas de las montañas griegas suelen ofrecer un cobijo
    más cálido y seco que el bosque. Este cocinero de ideas locas vaga libremente
    por el mundo, en el sentido más amplio que pueda entenderse por libertad.

    Si no cabe dentro, la mochila se hace desde fuera.

    Pronto
    estaremos preparados para empezar una nueva etapa, mi mano se va recuperando
    después de la grave caída en Albania. Después de haber probado todos los
    remedios naturales y convencionales, encontramos una solución milagrosa
    haciendo una plasta de aceite de oliva, ajo, canela y pimienta cayena, que
    aplicamos regularmente cada vez que nos acordamos. En un par de semanas,
    gracias a la generosidad de Anna y Kostas, ya tenemos las bicis a resguardo y
    las mochilas preparadas. Llenamos el buche con el mejor trajanás de Grecia y,
    sin saber muy bien lo que estamos haciendo, nos ponemos en marcha más tarde que
    pronto. A veces pensamos que las costuras de las pequeñas mochilas van a
    reventar, pero se portan bien. Para la ocasión, Gabi estrena las sandalias que
    le ha regalado Dave, ya que él ha recibido otro par por correo, y que
    sustituyen a las recosidas y recauchutadas sandalias que compramos en Chamonix.
    Deberíamos dejar de comprar cosas.


    El
    entusiasmo nos dura, aproximadamente, unos cuatro kilómetros. Justo hasta
    llegar al siguiente pueblo, Protopappas, donde hemos parado a comer unas
    galletas. Al quitarme las botas descubro las primeras ampollas y los hombros y
    la espalda comienzan a resentirse. Esto es cuestión de acostumbrarse, nos
    repetimos. A fin de cuentas, hemos visto a mucha gente pasando por lo mismo
    cuando hicimos el camino de Santiago en bici hace unos años. Continuamos
    caminando un buen rato más, chapurreamos nuestras cuatro palabras recién
    aprendidas en griego con los abuelos que encontramos por los caminos y cuando
    descubrimos un claro en un bosque cercano, caemos exhaustos. Hemos calculado
    hacer unos treinta kilómetros diarios, pero hoy es el primer día y no conviene
    forzar la máquina, así que pensamos hacer unos veinte. Sin embargo, echamos
    cuentas y estamos a tan solo siete kilómetros del punto de donde empezamos. El
    arrebato vírico de Dave nos llevó a plantearnos la idea de recorrer Grecia
    entera caminando, pero en un momento de sentido común hemos decidido probar una
    ruta menor, deambular hasta Meteora y volver de nuevo a Zitsa; lo que, según
    Dave, podría llevarnos un par de semanas. Antes queríamos visitar la garganta
    del río Vikos, la más profunda del mundo según el libro Guinness. Pero nada es
    tan sencillo como habíamos pensado.



    Durmiendo en la plaza del pueblo.



    Publicado hace 8 años #

  14. Probablemente, el mayor
    problema que tenemos se debe a que estamos en el Parque Natural de Zagoria, en
    el corazón del Épiro, en temporada baja. No recuerdo quién nos contó que en
    ciertos países de Asia el presupuesto del viajero se reduce drásticamente, no
    porque los productos sean baratos, sino porque no encuentra tiendas donde
    gastar el dinero. Algo así nos pasa a nosotros. Obviamente, en las mochilas no
    cabe tanta comida como en las alforjas de la bici, así que al salir de Zitsa
    las llenamos con nuestros dos alimentos básicos: arroz y repollo. Nuestra idea
    era vivir al día y comprar cuando fuéramos a cocinar para no acarrear peso
    innecesario. El primer día tenemos mucha suerte, ya que encontramos una
    panadería – oficina de correos – estanco abierto y cuando estamos a punto de
    marcharnos aparece un camión de venta ambulante de naranjas. Arrastramos los
    pies hacia él tan dignamente como nos es posible, enterneciendo el corazón de
    un hombre que también está comprando naranjas. Después de regalarnos una bolsa
    entera (todavía no sabíamos que serían nuestro único alimento los próximos
    días, haciendo ingeniosas combinaciones con el escaso arroz y el repollo que
    nos queda), nos invita a un café, unos huevos fritos y unos vasitos de ouzo


    Con
    él inauguramos la temporada de las tertulias políticas en Grecia con la gente
    que encontramos en la calle, en la carretera o en el prado. Todos empiezan con
    la misma pregunta: “¿Alemanes?”, pero se relajan de inmediato cuando decimos
    que no, que españoles. Se ríen, brindan con nosotros y nos consideran sus
    iguales, un solo pueblo mediterráneo hermanado por unas costumbres similares,
    un ritmo peculiar para hacer las cosas y un corazón enorme. Cada cual tiene su
    propia teoría sobre la crisis. Sentados en un bordillo, después de saber de
    dónde venimos un hombre se acerca a nosotros para preguntarnos: 


    -         
    ¿Merkel o Podemos?


    En
    una taberna familiar, algo así como las sociedades gastronómicas vascas, cinco
    hombres se emborrachan mientras esperan, como nosotros, a que el temporal
    escampe. Nos han invitado a pasar dentro y a calentarnos a base de chupitos de tsipouro. Uno de ellos nos pregunta por
    “O Rajoy”. Después chorrea por su boca una sarta de murmuraciones que no
    alcanzamos a comprender, así que nos explica, simplificando: 


    -         
    Ο Ραχoι, στην Ελλάδα…


    Lo
    que significa que “Rajoy, en Grecia” y a continuación coge un cuchillo y se lo
    pasa por el cuello. En ese momento nos alegramos de que los griegos sepan
    distinguir entre el gobierno de un país y la gente que lo habita.


    En
    el mundo rural encontramos el mismo drama que en España: pueblos envejecidos,
    extensión del monocultivo, el emporio del petróleo. Pero es en las ciudades
    donde se aprecia con más dureza el impacto de la situación económica: sociedad,
    basura, miseria, gente durmiendo en tiendas de campaña dentro de uno de tantos
    concesionarios cerrados… si alguien quiere venir a ver ruinas, la inmensa
    mayoría no se remontan a la Grecia clásica. Muchos jóvenes, la mayoría
    desesperanzados con este gobierno casi del mismo modo que con el anterior,
    deciden huir de la ciudad y buscar la única salida posible a esta crisis
    mundial: volver al campo, cultivar hacia la autosuficiencia, cambiar la
    abundancia por la calidad, renunciar a la comodidad por una humilde honestidad;
    en definitiva, vivir en un mundo cooperativo en lugar de uno competitivo. Konstantina
    abandonó cuanto tenía en Atenas para regresar a su pueblo después de que su
    padre le dejara una vieja casa en herencia. La reformó, devolvió la vida al
    pequeño huerto familiar y hoy vive junto con su pareja de la artesanía,
    diseñando y confeccionando bisutería de macramé. Son escépticos en cuanto al
    futuro de los países mediterráneos:


    -  Vuestro
    Tsipras – dice refiriéndose a Pablo Iglesias -, ¿es un bastardo del tipo de
    Tsipras o del estilo de Samarás?

         

    Les preguntamos si no
    están contentos con los resultados de las recientes elecciones, pero nos dicen
    que la única solución es la revolución. Pero no un movimiento incendiario y
    destructivo como el que hizo templar el ágora de Atenas, sino una auténtica
    revolución en el pensamiento, una vuelta a la senda natural y a la ecología, el
    freno al capitalismo consumista que destruye la idiosincrasia de todo cuanto
    toca, que pudre nuestras aguas, que aniquila nuestros suelos, que devora
    nuestros bosques y que arroja al ser humano al abismo del individualismo y la
    soledad absoluta, cuya máxima expresión es buscar en la compañía de una mascota
    el amor que extraña de los miembros de su propia especie.



    Continuamos arrastrando los pies
    por carreteras secundarias hasta llegar al centro de información del Parque Nacional.
    Allí descansamos durante las dos horas que nos dedica el encargado de atender a
    los escasos turistas que pasan por allí en invierno. Nos enseña álbumes de
    fotos, nos habla de la fauna de los montes Pindo, de los puentes medievales de
    su pueblo, del cañón del río Vikos, dónde dormir, otra vez el puente de su
    pueblo… Todo más que correcto, salvo que al hombre no se le ocurrió comprobar
    el parte del tiempo antes de recomendarnos la ruta del cañón (que en todas las
    guías aparece como difícil y nada aconsejable por lo menos hasta mayo). El
    cielo se encapota y las nubes descienden. Pero nosotros ascendemos, necesitamos
    seguir caminando hasta que encontremos algún lugar donde al menos encontrar un
    chusco de pan. Todas las tiendas están cerradas, los hoteles y restaurantes
    clausurados hasta que llegue el buen tiempo y los pueblos parecen abandonados.
    Hace frío, pero pocas chimeneas están en uso. Llegamos a Vitsa, penúltimo
    pueblo del valle antes de llegar al cañón. Creemos que puede haber una tienda
    en Monodendri, a pocos kilómetros, pero no tenemos más fuerzas, llueve y hace
    frío. Montamos la tienda de campaña en el centro del pueblo, junto a la
    iglesia, pero nadie puede sorprenderse porque por allí no pasa nadie que nos
    vea. Cenamos una frugal ensalada de repollo, arroz y naranjas y así vaciamos
    nuestra bolsa de comida. Por la mañana la lluvia y la niebla se han apoderado
    de la colina. Mientras compartimos la última naranja que nos queda atamos unos
    trozos de una tela de tienda de campaña que nos dio Dave para cubrir las
    mochilas y tomamos la decisión, sin discutir demasiado, de que nos volvemos. No
    tiene sentido meternos en el cañón si la niebla no nos deja ver el paisaje,
    además de que hay riesgo de inundación o corrimientos de tierra. Los pies nos
    duelen y las mochilas nos pesan. Nunca tuvimos frío al viajar en bicicleta
    porque el ejercicio era de una intensidad moderada que nos permitía entrar en
    calor fácilmente, pero ahora llevamos puesta toda la ropa que tenemos y el frío
    ha entrado hasta los huesos.
    No solo tenemos claro que nos
    volvemos, sino que además lo hacemos en autoestop. Después de cuatro días
    caminando estamos a no más de 40 km de Zitsa. Un par de coches nos acercan de
    nuevo a nuestras bicicletas. A medio camino, un camión de reparto se detiene a
    nuestra altura: nos ha reconocido como amigos de Kostas y se ofrecen a
    llevarnos las mochilas hasta la panadería. Aceptamos sin pensar demasiado en
    las consecuencias, así que pasamos medio día caminando sin poder beber agua
    porque se nos olvidó coger una botella. Pero sin mochila hay que reconocer que
    las sensaciones cambian, nos movemos ligeros y disfrutamos del retorno.




    Después de recuperar la mano, ahora
    toca recuperar los pies, mientras ayudamos en Zitsa con la librería, con la
    decoración de la panadería y un pequeño jardín. Pero echamos de menos la
    velocidad moderada de las bicis, poder llenar las alforjas de comida y
    despreocuparnos, viajar livianos y sin dolor de ningún tipo. Sí, esto es más
    cómodo.


    Imagina si nos perdimos... Río Acheron, puertas del Hades.



    Publicado hace 8 años #

  15. Hemos contactado con los dueños de
    una finca en el norte del Peloponeso a través de Workaway para trabajar un par
    de semanas con ellos a cambio de comida y alojamiento. Podríamos coger la
    carretera nacional, que discurre por un tranquilo valle, pero en su lugar
    tomamos una vía zigzagueante que nos devuelve a las montañas. El primer día
    paramos a comer en un precioso pueblo del Épiro, pero de nuevo un hombre nos
    invita a comer con él. Será el primero de una larga lista de griegos que
    desaprueben nuestra ruta por considerarla una pérdida de tiempo y con
    demasiados subibajas. Pero qué le vamos a hacer, en nuestro interior sabemos
    que el tiempo que se pierde en realidad es tiempo ganado. El segundo día
    volvemos a repetir y paramos en la placita de un pueblo para comer unas
    naranjas y descansar. Una mujer se acerca a nosotros y nos pregunta si venimos
    de Francia. Nos invita a subir a su casa a redesayunar y nos cuenta que al
    principio nos había confundido con unos amigos, una pareja francesa que también
    pasó por allí el año pasado con la intención de dar la vuelta al mundo en
    bicicleta (no somos muy originales). Konstantina y Stefanos cumplen con la
    regla que reza “casa pequeña, corazón grande”, compartimos la mañana con ellos
    y cuando nos vamos nos recargan las alforjas con pan recién horneado, galletas,
    naranjas, limones y un bote de sus propias aceitunas. Nos regalan también un
    par de pulseras, dicen, para que no les olvidemos.



    Acampamos
    por enésima vez en un campo de olivos, pero el buen tiempo se resiste a llegar
    y por la mañana recogemos a tiempo para evitar que lo que parece una tremenda
    tormenta de verano nos cale por completo. Paramos en el porche de una iglesia
    con la esperanza de que la nube pase pero, en lugar de irse, lo que hace es
    multiplicarse. Perdemos la cuenta de los días que llueve sin parar, pero
    nosotros tenemos una cita en el Peloponeso. Hemos conseguido acostumbrarnos a
    pedalear bajo el agua (las nubes bajas ofrecen maravillosos espectáculos que
    suelen ser dignos de ser fotografiados) pero el viento sigue haciéndonos daño.
    Subiendo un puerto tenemos que poner varias veces el pie en suelo a causa de la
    intensidad de algunas ráfagas, y el riesgo aumenta cuando iniciamos el
    descenso. No sé si por la inseguridad de pedalear contra el viento o porque
    pierdo de vista a Gabi durante lo que a mí me parece una eternidad, vuelven a
    aflorar viejos fantasmas del pasado y soy presa del pánico. Siento un miedo
    irracional a caerme, a perderme, a perder a Gabi, la ansiedad penetra en los
    músculos de brazos y piernas y apenas puedo continuar subiendo la montaña. No
    puedo parar de llorar pero sigo pedaleando porque después de casi un año de
    viaje ya sé que nadie va a hacer ese trabajo por mí. Sin embargo, el ataque de
    pánico ya se ha disparado y cuando al fin alcanzo a Gabi lo hago esgrimiendo un
    grito de reproche. Le culpo de mis males, le digo que tenía que haberme
    esperado más atrás, que era peligroso lanzarse así por esa ladera, que tengo
    miedo, que me siento débil, que no soporto el viento, que estoy empapada… y
    todo lo que me responde es:


    -¿Quieres
    media naranja?

    ¿Que
    si quiero comer naranjas? ¿Ahora? Del pánico paso a la cólera. ¿Pero se puede
    saber qué clase de hombre insensible tengo por marido? ¿Pero por qué no me
    abraza en lugar de ofrecerme naranjas? Y el caso es que me apetece, pero no
    pienso comérmela, prefiero alimentarme de mi mala sangre hasta que quedo
    saciada. La cuesta arriba me ayuda a tranquilizarme, me concentro en la
    respiración y medito sobre la ridícula situación que acabamos de vivir. Le digo
    a Gabi que ahora sí que quiero la media naranja y así hacemos las paces.





    Nos
    reconciliamos con el tiempo atmosférico y disfrutamos con el paisaje velado por
    las nubes. Comemos en una estrecha parada de autobús, pero ese tiempo quietos
    nos ha dejado frío, en el sentido literal de la expresión. Después de varios
    días de lluvia intensa no hay chubasquero que valga, y la ropa está
    completamente calada. Gabi no deja de tiritar, así que decidimos poner fin a la
    etapa en cuanto vemos en el horizonte una iglesia con pórtico, a resguardo del
    viento y de la lluvia (que tampoco nos darán tregua al día siguiente).

    Bajamos
    al nivel del mar y cuando ya pensábamos que había pasado lo peor aún estaba por
    llegar El Puente. Hemos cruzado ya muchos puentes, pero El Puente que une Río
    con Antirrío se convierte en prueba de resistencia contra el viento a lo largo
    de cuatro interminables kilómetros de empujar bicicleta. Lo más divertido es
    que es un puente de peaje “accesible” para bicis… a través de una estrecha
    escalera metálica de tres pisos. Todo junto significa dos horas para deshacer
    el equipaje, subir las bicis y caminar junto a ellas bamboleados por la fresca
    brisa marina. Eso sí, en cuanto cruzamos al Peloponeso, el tiempo cambia
    drásticamente: sale el sol, el viento sopla con menos fiereza y las
    temperaturas suben. Paramos a comer unas olivas en una plaza de la ciudad de
    Patras y dejamos que nuestros brazos sientan la acaricia del sol por primera
    vez este año. Estamos tan felices que incluso se nos olvida parar a comer y sin
    que sirva de precedente cogemos la carretera que discurre junto a la costa.
    Desde un coche nos hacen una señal y nos detenemos a la sombra de los árboles.
    Del automóvil se baja una periodista que ha leído el cartel que lucimos sobre
    el petate y le ha gustado nuestra historia. Nos hace una entrevista para la
    radio y nos graba un vídeo en el cual explicamos ¡en griego! lo que estamos
    haciendo. No hemos encontrado el vídeo, pero ahí va la página con la entrevista: http://www.niceradio.eu/enas-diaforetikos-mhnas-tous-melitos/

    Justo
    un kilómetro antes de tomar el desvío hacia las montañas que nos llevaría hasta
    la finca de Amalíada, de nuevo desde un coche nos hacen señas para parar. De él
    se baja una mujer rubia con una trenza que cae sobre su hombro derecho y una
    sonrisa de oreja a oreja. Nos pregunta si buscamos alojamiento. Al principio
    desconfiamos porque otras veces nos han preguntado lo mismo y luego nos han
    ofrecido una habitación supuestamente barata en algún hostal. Pero Christine
    sigue hablando:


    -  ¡Vamos!
    Mi marido os abre su casa, vamos a preparar ahora la comida, podéis lavar la
    ropa ¡y tenemos una ducha calentita! Mirad esas nubes, va a empezar a llover de
    un momento a otro.


    Publicado hace 8 años #

  16. Hablamos
    un rato más con ellos. Christine, norteamericana, y su marido, Michalis, tienen
    una bonita casa en un diminuto pueblo a una hora de donde estamos parados
    charlando. No está precisamente de camino a la finca, pero no queremos
    desaprovechar un ofrecimiento tan tentador. Lo malo es que las nubes de las que
    hablaba Christine se dan prisa en alcanzarnos y descargan con furia sobre
    nosotros. Nos resguardamos a tiempo bajo un saledizo mientras ríos de agua
    sucia, latas y bolsas de patatas fritas discurren por las calles de Kato Ajaia.
    Por suerte esta vez sí que ha sido cosa de una sola nube, así que podemos
    continuar nuestro camino sin mojarnos más de lo necesario.




    Cuando
    llegamos a casa de Christine y Michalis no queremos marcharnos. Es una de las
    parejas más buenas y hospitalarias que hemos conocido este viaje. Y es que esta
    mujer de Chicago sabe mucho acerca de las penurias del viajero: antes de
    enamorarse de Michalis fue misionera durante 17 años a lo largo de Estados
    Unidos, y después de eso estuvo tres años predicando en Armenia. Vivía de la
    caridad, de las donaciones voluntarias, abierta a quien quisiera alojarla en su
    casa y escuchar lo que ella quería transmitir, que no es otra cosa que la
    simple y pura palabra de Cristo. Christine y Michalis se conocieron por
    pertenecer a un grupo que comparte una misma fe, de una manera semejante al
    desarrollo del cristianismo primitivo: ellos prescinden de la estructura de la
    Iglesia, no tienen sacerdotes, no hay ningún tipo de símbolo religioso, no
    celebran la Navidad, no te bendicen si estornudas, no tienen cuadros de
    vírgenes ni crucifijos. En lugar de ir a la iglesia se reúnen periódicamente en
    las casas particulares donde leen un capítulo de la Biblia y cada cual
    transmite al grupo sus propias impresiones e interpretaciones. Aunque quizá lo
    más asombroso es que existe total concordancia entre su actitud y su
    pensamiento. Dan sin esperar nada a cambio, porque todo cuanto tienen es regalo
    de Dios, y por tanto, no les pertenece. En la actualidad están ampliando su
    casa, no para hacerla más moderna o más espaciosa, sino para añadir tres habitaciones
    de invitados, ya que estos pueden llegar en cualquier momento. Hace dos años
    ampliaron la familia con la llegada del pequeño Kostas, que es el niño más
    servicial, feliz y autónomo que jamás he conocido.


    Para
    mañana el parte del tiempo predice fortísimas tormentas, así que Christine nos
    pide que nos quedemos una noche más con ellos. Mientras comemos, un rayo cae
    sobre la casa y nos quedamos sin teléfono ni internet. Por la tarde y durante
    toda la noche las nubes caen sobre nosotros en forma de lluvia y granizo.
    Finalmente, la tormenta pasa y el cielo vuelve a abrirse. Nos despedimos de la
    familia Manetas, que nos regala una botella de su excelente aceite de oliva,
    con la intuición de que pronto volveremos a reencontrarnos con nuestros nuevos
    amigos.
    No
    nos importa haber tenido que juntar dos jornadas en una para poder quedarnos un
    día más con los Manetas y llegar a tiempo a Amalíada. Pero después de haber
    compartido unas horas con esta gente tan buena el impacto de conocer a los
    Kotsifas fue mayor. Debimos haber empezado a sospechar cuando fue necesario
    escribir tres mensajes pidiéndoles que nos dieran su dirección para poder
    llegar a la finca porque no contestaban, y cuando lo hicieron, nos dijeron que
    podíamos tomar un taxi en la ciudad. Se me hace difícil creer que están
    interesados en conocernos si ni siquiera han leído en el perfil y en el mensaje
    que les enviamos que viajamos en bici. Pero aún fue más sospechoso cuando al
    fin llegamos a su casa, nos ofrecieron una copa de vino, la madre desapareció
    de nuestra vista y Georgos, el padre, continuó viendo la tele y comentando las
    noticias mientras nos hacía alguna pregunta, a veces repetida porque no había
    prestado atención a la respuesta.



    El
    primer día el trato fue bastante bueno, nos invitaron a su casa para comer y
    para cenar y, aunque nos dijeron que los domingos no se trabajaba, nos pusieron
    las herramientas en la mano para que desbrozáramos un camino. Los voluntarios
    somos alojados en una casa de paja que levantó Georgos sin demasiado esmero, ya
    que las ventanas y puertas (que adquirió de segunda mano o encontró en la
    basura) están desencajadas y muchas de ellas no cierran ni tienen pomos, las
    paredes se desmoronan, el recubrimiento está caído y resquebrajado, además de
    tener problemas de humedad en la base. El suelo está sin terminar, las cañerías
    están obstruidas, el agua sale turbia y no hay agua caliente “porque un
    voluntario rompió el calentador el año pasado”, según nos dijo Jennifer, la
    madre. Tenemos una pequeña cocina, pero una chapuza con cinta aislante no evita
    que pierda gas a la altura del regulador. No se nos permite usar la ducha de la
    casa, así que tenemos que calentar agua turbia en la cocina que pierde gas para
    poder ducharnos con nuestros bidones de la bici, salpicando las paredes mohosas
    del cuarto de baño y aguantando la peste que sale del colector atascado, a
    tientas porque no nos quieren dar una bombilla que ilumine más que una vela del
    Ikea. Condiciones que, por otro lado, no nos habría importado asumir si las
    hubieran advertido de antemano, o si el encargado de ofrecer estos lujos no
    fuera el propietario de un hotel en la isla de Santorini. Pero eso era otra
    cosa más que no sabíamos cuando contactamos con ellos.

    Publicado hace 8 años #

  17. Decidimos
    compartir con esta familia un par de semanas porque en su perfil decían que
    vivían de acuerdo a los principios de la permacultura, que trataban de ser
    autosuficentes y además había fotos de cabras (después de la granja de
    Eslovaquia me quedaron ganas de aprender más sobre elaboración de quesos). Sin embargo,
    cuando llegamos allí, estos amantes de la naturaleza tenían a sus perros
    encadenados día y noche a un par de árboles, con un barril de plástico como
    refugio. Criaban pavos y gallinas de una manera presuntamente ecológica, pero
    las gallinas ni siquiera tenían perchas donde dormir, ni un lugar donde anidar
    (la única que ponía huevos lo estuvo haciendo sobre nuestra tienda de campaña,
    que habíamos dejado fuera para orearse). Durante el tiempo que estuvimos allí,
    los zorros se comieron dos pavas que estaban anidando entre los arbustos,
    simplemente porque los perros no podían hacer su trabajo. En cuanto a su
    autosuficiencia, ni siquiera había una pequeña huerta, sino que todo venía
    directamente del supermercado más cercano (ni tan siquiera compraban productos
    locales o a pequeños comerciantes, todo ello muy congruente con lo que nos
    habían vendido). Las cabras de las fotos las habían vendido porque ocuparse de
    ellas era, según ellos, demasiado trabajo. También tenían algunos frutales,
    pero Georgos se resistió al consejo de Gabi, que algo ha estudiado del tema y
    que ha trabajado cuatro años en centros de jardinería, de cortar y quemar las
    ramas pobladas por gusanos para salvar a lo que aún quedaba sano.


    Durante
    una semana nuestro trabajo consistió en podar unos olivos que el primer día
    dijeron eran muy productivos, y el último confesaron que no habían producido
    olivas en los últimos años. Georgos fue el encargado de nuestra formación: le
    dijo a Gabi que buscara un vídeo en Youtube sobre poda de olivos, y diez
    minutos después se sintió como el protagonista de Matrix: “Ya sé podar”. Sin saber
    muy bien por qué, yo no estaba autorizada a ver el milagroso vídeo, así que me
    lo tuvo que explicar Gabi después. Para nuestra tarea nos dieron dos tijeras de
    podar desafiladas y una motosierra con el freno estropeado y un cable
    derretido. 


    El
    acuerdo al que habíamos llegado era trabajar entre cuatro horas y media y cinco
    horas de lunes a viernes. Aunque hay que reconocer que jamás nos presionaron
    con el horario, también hay que decir que por la mañana cumplíamos esas horas y
    por la tarde a mí me encargaron dar dos horas de clase de español a las niñas
    de la casa, cosa que hacía con gusto hasta que, poco a poco, dejamos de ver a
    las chicas. Hasta que una tarde la mayor me confesó que su madre no les dejaba
    dar clase. A Gabi solo le permitieron jugar con ellas el día que llegamos;
    después debieron de verle cara de depredador sexual.

    A
    los dos días de estar allí nos dijeron que hacía mucho tiempo que no se iban de
    vacaciones, tres meses ya, así que tenían pensado marcharse la semana que
    viene, si nosotros estábamos de acuerdo con quedarnos al cargo de las gallinas
    desahuciadas y los perros presidiarios. Nosotros accedimos porque ya nos
    habíamos comprometido a pasar allí una quincena y porque después de estar en
    esa finca no habíamos contactado con nadie más. Durante una semana intentamos
    que los señores nos dejaran conectarnos a internet. Una tarde, finalmente, nos
    dejaron sentarnos junto a una ventana (al parecer ya tampoco se nos permitía
    entrar en la mansión) para coger alguna onda que pasara por allí, así que nos
    divertimos viendo durante cuarenta minutos cómo se cargaba la página del
    correo. Imposible buscar otra granja o un Warmshowers en esas condiciones, había
    que esperar otra ocasión. Durante un par de tardes jugaron con nuestros
    sentimientos invitándonos a pasar para tomar un vino, pero cuando subíamos o
    era demasiado tarde o era demasiado pronto. El sábado, presuntamente día libre,
    subimos a suplicar diez minutos de conexión. Pero Georgos miró de mala manera a
    Gabi, y le dijo que trabajáramos otras cuatro horas esa mañana si queríamos
    conectarnos. Y como somos tontos lo hicimos, pero ya no imploramos de nuevo por
    internet, sino que fuimos con las bicis a buscar alguna red wifi abierta en
    Amalíada, aproximadamente a 6 km de la finca.


    Aunque,
    seguramente, la peor experiencia fue cuando decidieron adoptar un cachorro de
    perro por puro capricho de las niñas, ya que tenían otros dos muertos de asco
    encadenados al árbol. Las niñas aparecieron con un perrito en brazos que
    parecía muy pequeño. La madre me preguntó si nos haríamos cargo del perro
    mientras ellos estuvieran fuera, y yo le contesté que lo haríamos si el perro
    era ya lo suficientemente mayor como para comer solo y valerse por sí mismo. Jactándose
    de ser expertos criadores de perros (se sentían orgullosos de haber hecho parir
    medio centenar de veces a la perra encadenada), ella me aseguró que tenía por
    lo menos un par de meses. Durante el viaje de vuelta, el padre se divierte
    asustando a una gitana fingiendo que quiere atropellarla con el coche.


    Según
    llegamos a la finca nos pusieron al perro en los brazos y nos dijeron que
    cuando tuviera hambre subiéramos a su casa a por leche. Las niñas jamás bajaron
    a verlo.


    Cogimos
    al perro, que más bien parecía un cochinillo rechoncho, y lo dejamos en el
    suelo junto a nuestra casa de paja. El animal arrastraba la tripa por el suelo,
    si tan siquiera podía caminar se me hacía difícil pensar que fuera capaz de
    nutrirse. Le pusimos un poco de agua en el comedero, pero ni sabía lo que era
    ese líquido ni qué debía hacer con él. Volvimos a coger el cachorro en brazos y
    lo subimos a la mansión para comentarles la situación y de paso pedirles leche
    para cuando tuviera hambre. Salió ella a la puerta, bloqueándonos el paso y la
    mirada hacia el interior y nos dijo que no había ningún problema, que solo
    había que meterle los morros en el comedero y que le pusiéramos galletas de
    perro. Volvimos a pedirle que nos diera leche para el cachorro (creyendo que,
    como expertos explotadores, tendrían leche de crianza para perros), pero no
    quiso darnos nada todavía porque el perro no tenía hambre. Entonces nos repitió
    que solo cuando el perro chillara porque estaba hambriento subiéramos a por la
    comida. Obedecimos a medias, era hora de acostarse y el perro todavía no
    protestaba pero aun así tuvimos el atrevimiento de volver a subir para pedir
    alimento. Entonces ella nos dio un cartón de leche de vaca… eso sí, ecológica. Cuando
    empezó a tener hambre, ya de madrugada, el perro no dejó de llorar, pero si no
    fue capaz de beberse el agua, es fácil imaginar lo que hizo con la leche. Tampoco
    nos dieron ningún biberón y no íbamos a alimentarlo con los bidones de la bici.
    Así que según amaneció agarramos al cachorro y lo subimos a la mansión por
    enésima vez, pero para decirles que era problema suyo, que ese animal era demasiado
    joven y que era una tontería irresponsable haberle separado tan pronto de su
    madre. Ella estuvo de acuerdo, y nos dijo que ya sabía que era muy pequeño.
    ¿Pero es que ayer no lo sabía? Aunque nos comentó que lo devolverían a Amalíada
    con su madre, a mediodía vinieron las niñas a buscarnos:

    -  ¡Ainhoa,
    Gabi! Mi madre dice que el perro no es pequeño, que le ha dado de comer yogur y
    un huevo duro y que ahora está durmiendo. Y si duerme, es que nos lo podemos
    quedar porque ya es mayor. ¿Lo queréis cuidar?


    -  No
    – les respondo tajante -. Ese perro es muy pequeño, no puede caminar, se caga
    encima. Además, los perros no comen yogur y huevos cocidos.


    -  Entonces
    es que no quieres cuidarlo, ¿no? – Me pregunta la más pequeña de las niñas.


    -  No
    es lo que yo quiera – intento razonar con ella -, es lo que el perro necesite. Y
    necesita a su madre, no me necesita a mí para darle leche y huevos. 


    -  Vale,
    entonces le digo a mi madre que no quieres.

    Publicado hace 8 años #

  18. Y
    nunca jamás volvimos a ver al perro ni a saber qué fue de él. El domingo nos
    fuimos pronto por la mañana y no volvimos hasta el anochecer, cosa que nos
    reprocharon porque los pollos no tenían agua para beber. Por suerte, el lunes
    ya se marchaban y jamás volveríamos a verles. Cuando se iban, solo se bajó del
    coche la madre, así que no pudimos despedirnos del resto de la familia. Venía a
    darnos las últimas instrucciones, tres rebanadas del pan que les había sobrado
    del desayuno, y uno de los huevos duros que le sobró de cuando intentó alimentar
    al perro. Se supone que les cuidábamos la finca a cambio de comida: nos dieron
    una bolsa de tomates medio podridos o directamente podridos, otra bolsa con naranjas
    de sus árboles, medio repollo, media coliflor, una zanahoria, un calabacín,
    medio kilo de pasta, medio de arroz y un kilo de legumbres (más tres panes
    congelados) para pasar por lo menos una semana, que quizá era ampliable a diez
    días. Dos días antes nos dijo que nos daría cinco euros más por si acaso hacía
    falta, aunque no creía porque podíamos hacer como ellos y cenar diente de león,
    que podíamos coger gratis del campo. Jamás nos dio dinero ni nosotros quisimos
    pedirle nada más, salvo un balde para poder lavar la ropa. Ella nos dijo que no
    tenía ninguno, pero que podíamos coger un cubo de plástico que había donde los
    pavos y que, si lo lavábamos bien, podría servir.


    Vemos
    alejarse el coche y les deseamos que lleven tanta paz como descanso dejan. En su
    ausencia nos dedicamos a intentar diseñar un espacio más habitable para los
    pavos y las gallinas, recolocamos las fardos de paja para que no aplastaran a
    los pollos el día menos pensado y les construimos una protección contra el
    viento. Liberamos a uno de los perros toda la semana, y dejó de temblar y
    mearse encima cada vez que nos acercábamos a él. También lo intentamos con la
    perra, pero se va directa a la casa del vecino. Esos vecinos que se supone que
    no existen: cuando se marchaban le pedí a ella el número de teléfono de alguien
    cercano por si acaso pasaba algo y me dijo que no vivía nadie alrededor, pero
    en realidad nosotros sabíamos que no tenían ningún amigo en el valle.


    Nos
    sentimos desorientados, perdidos, utilizados. En teoría, Workaway no nació como
    bolsa de mano de obra barata. Durante el tiempo que estamos en la finca los
    señores dejan de contratar a Arturo, un albanés que sale más caro a la hora que
    nosotros. Entonces abrimos la libreta de direcciones y allí vemos los datos y
    el número de teléfono de los Manetas. Michalis nos dice que los próximos días
    van a estar muy ocupados porque organizan un encuentro con numerosas personas que
    comparten su fe y que vienen de diferentes países. Pero enseguida vuelve a
    llamarnos Christine para decirnos que estamos más que invitados a unirnos a
    ellos y que además esos días se aloja en su casa una misionera española,
    Marisa, que quiere conocernos.

    Cumplimos
    con lo acordado con los señores, hacemos nuestro apestoso equipaje y deshacemos
    camino para volver a un lugar donde nos sentimos queridos desde el primer
    momento, rodeados de gente que disfruta dando sin esperar nada a cambio,
    aprendiendo a laborar el campo y a podar la vid, a limpiar el establo y
    acumular el estiércol de gallina para el huerto, a elaborar tortas de eneldo y
    bizcochos artesanos, a cocinar gelatina de fresa y queso de cabra, a reírnos de
    nosotros mismos y a hacer reír al pequeño Kostas. No contabilizamos las horas
    de trabajo, ni siquiera lo sentimos como tal, sino que aquí nos ayudamos los
    unos a los otros dentro de nuestros conocimientos y nuestras posibilidades.


    A menudo nos preguntamos
    “¿en qué mundo vivimos?”, aunque quizá sería más interesante cuestionarnos en
    qué mundo queremos vivir. En Grecia nos hemos topado con todo tipo de personas,
    cada una de las cuales con su propia forma de ver las cosas. Pero algunas de
    ellas van más allá de la observación y dedican su vida, su presente, a la
    acción. No se conforman con el mundo en que una vez vivieron, sino que
    participan en otro universo en construcción. Nosotros empezamos a hacer lo
    mismo en el momento en que salimos de Logroño con nuestras bicis, hace ya casi
    un año. Y tú, ¿en qué mundo quieres vivir?


    Publicado hace 8 años #
  19. Ufff, vaya cabr...azos!!!. Si que sois demasiado buenos y de eso se aprovechan las malas personas.

    Publicado hace 8 años #
  20. ¡ Animo pareja ! Las personas como vosotros pueden con eso y mucho más.
    Gracias por compartir compis, me siento muy afortunado de poder seguiros.Gracias. 
    ¡ Salud !

    Dentro de veinte años lamentarás más las cosas que no hiciste que las que hiciste. Así que suelta amarras y abandona el Puerto seguro... Atrapa los vientos en tus velas... Explora... Sueña... Descubre
    Publicado hace 8 años #
  21. Teneis la paciéncia de Job y una palabra inquebrantable, yo me hubiera ido a la media hora. Gracias por el relato.


    Un fuerte abrazo a los dos.

    Publicado hace 8 años #
  22. Mucha paciencia habéis tenido.


    ¿Haréis comentario en Workaway a la altura de las circunstancias?

    Un saludo!

    Publicado hace 8 años #
  23. SI en realidad nos quedamos por los bichos, por ver si podíamos hacer algo por ellos! Una experiencia más para contar... Y por supuesto, la referencia en Workaway está garantizada, pobres de los siguientes desdichados que caigan en esa finca. Y encima el vino que hacían (sin tener viñas, por cierto) sabía a huevo podrido!! En fin, si no nos hubiesen tratado tan mal igual no hubiéramos vuelto con la familia cristiana, así que no hay mal que por bien no venga.
    PD, Por cierto!!! En un par de días celebramos nuestro primer aniversario de viaje!! El del matrimonio no lo celebramos pero esto es una ocasión verdaderamente especial, jajaja! Un abrazo enorme!

    Publicado hace 8 años #
  24. Sin duda viajar te abre los ojos de una manera que no esperabas. Aunque triste, buen relato chicos! 

    Esa loca vuelta al mundo
    Publicado hace 8 años #
  25. Dios!, ni siquiera el vino, nada merecía la pena en ese lugar, excepto los pobres animales, vaya paciencia!

    Publicado hace 8 años #

  26. Pues tras una larga pausa en el sur del Peloponeso por fin escribimos la última crónica de nuestro viaje haciendo un pequeño resumen de lo que ha sido este último año. Sentimos Grecia como nuestra propia casa y nos es dificil abandonarla. Mañana `proseguimos el viaje tomando un ferry para cruzar hasta Creta y seguir sorprendiéndonos por la hospitalidad de esta mágnifica gente.
    Un abrazo!

    VIAJE A LA ARKADIA


    No
    voy a decir que celebremos los descalabros, pero tanto confiamos en que lo que
    mal empieza, bien acaba, que cada vez saboreamos más las desdichas. Decía
    Marisa, nuestra amiga misionera, que en ocasiones la vida es una olla de agua
    hirviendo. Si metes en la cacerola un huevo, al cocerse se vuelve duro; pero si
    cueces una patata, esta se reblandece. Está en nuestra voluntad decidir cómo
    afrontamos las circunstancias y sabemos que el karma es nuestro fiel compañero
    de viaje.



    Un poco más de cinta aislante aquí... un poco más allá...






    Hemos
    dejado atrás nuestro primer año de viaje. No podemos llamarlo exactamente un
    año en la carretera teniendo en cuenta que durante los últimos tiempos hemos
    descansado más de lo que hemos pedaleado; ni siquiera sentimos que llevemos un
    año fuera de casa, ya que hace tiempo somos caracoles. Pero sí que podemos
    decir que es un año de aventura, de vida alternativa, de disfrutar aprendiendo
    y de aprender a disfrutar.Los
    recuerdos se agolpan. A veces viene a mi memoria el día que salimos de Logroño:
    mientras cargábamos las bicis en el portal de casa, los vecinos se reían: 


     



    -         
    Vais un poco cargados para ir a
    Santiago, ¿no?


    -         
    Es que vamos para el otro lado.


    -         
    ¿A dónde, pues?


    -         
    A China.




          Cuando preparábamos el
    viaje teníamos el objetivo dirigido muy hacia arriba, pensábamos en Armenia, el
    Sudeste Asiático, en África y la Panamericana… Europa era un mal menor que
    había que cruzar para llegar a esas tierras lejanas de resonancia mítica.
    Teníamos claro que no queríamos darnos prisa, pero aún echábamos cuentas para
    saber si el ritmo que estábamos llevando era el adecuado para poder cruzar la
    carretera del Pamir con una climatología benigna. Hicimos un pequeño rodeo por
    España y nos dejamos llevar por las recomendaciones de la gente en Francia. Una
    lesión de rodillas que arrastré durante dos meses estuvo a punto de poner fin a
    la aventura, pero entonces apareció Salomé y su osteópata, los primeros ángeles
    de la guarda que nos cuidaron durante el camino.




          En Suiza una picadura
    de abeja nos hizo comprender, en pimer lugar, que uno nunca sabe dónde puede
    estar el riesgo; en segundo lugar, que no se puede planificar una ruta al
    detalle; y por último, comprendimos que si vas a viajar por Suiza, no está de
    más contratar un seguro médico privado que pueda cubrir los 5.000 euros que nos
    querían cobrar por pasar la noche en el hospital de Romont.



    Eso sí es una buena montura.




          Era julio, pero yo no
    lo llamaría verano. Cuando diseñamos el itinerario pensamos viajar por el norte
    de Europa en verano y estar al sur cuando llegara el invierno, pero el diseño
    no es lo nuestro. El verano se fue antes de llegar, los chaparrones se
    alargaban durante semanas y en una ocasión estuvimos a punto de perderlo todo
    en una riada. Cuando llegó el otoño, en lugar de dirigirnos hacia Grecia,
    decidimos quedarnos un mes en Eslovaquia al cargo de una granja de cabras con
    una sola cabra. Podíamos haber gozado allí de un tiempo estival que no tuvimos
    mientras bajábamos, pero al poco de llegar le di una patada al candado de la
    bici, que Gabi había dejado en el sulo, y me rompí un dedo del pie. Como no hay
    mal que por bien no venga, aproveché el tiempo de reposo para aprender el arte
    de la panadería, y así poder difundir la receta del pan de patata allá donde
    vamos.



    Pies viajeros.




          Entrado el otoño y
    venido el frío, descartamos los Cárpatos y decidimos correr hacia la costa del
    Adriático. Pero cuando estábamos a punto de abandonar de Hungría conocimos a
    dos familias que llevaban una década viajando en carro de caballos y no nos
    resistimos a quedarnos una semana con ellas, aunque no tuviéramos luz,
    electricidad, internet o agua corriente. Entonces llegaron los Balcanes, que
    han estado a punto de atraparnos de manera definitiva: los ríos de aguas
    turquesa de Croacia, la hospitalidad de la gente de Dalmacia, los burek de
    queso, las montañas inhóspitas… cuando llegamos a Albania, ya en invierno, nos
    encontramos en una encrucijada climatológica: en la costa, algo más templada,
    las inundaciones provocadas por un anormal temporal de agua y tormentas de
    granizo empezaban a cobrarse las primeras víctimas mortales y habían dejado
    intransitables numerosas carreteras. Hacia el Este, las montañas nevadas
    apuntaban hacia cielos despejados donde los mercurios se desploman. Así que
    descartamos la ruta cubierta por el agua y optamos por la que estaba cubierta
    por el hielo. Casi escapamos sin incidencias, pero en el último puerto,
    subiendo la última montaña que nos separaba de Grecia, me fui al suelo y a punto
    estuve de romperme la muñeca.



    Al fin buen tiempo en Grecia.




         Y la historia de Grecia
    ya es más reciente: pude recuperarme durante la primavera en casa de nuestros
    amigos de Zitsa, incluso nos atrevimos a dejar las bicis aparcadas un tiempo
    para probar qué se siente al caminar. Nos dimos cuenta de que no podíamos dejar
    Grecia sin conocerla mejor, así que contactamos con varias granjas para
    trabajar como voluntarios, a veces vía internet, a veces vía divina
    providencia. Empezamos a chapurrear griego moderno y ya sentimos Grecia como
    nuestro nuevo hogar. En realidad, es igual que España, pero sin Guardia Civil.










         Y ahora aquí estamos,
    rumbo hacia la casa de Mel, al sur del Peloponeso, perdidos entre las gargantas
    de la Arkadia. El día promete ser interesante. Ayer dejamos atrás Dimitsana y
    el paraíso que lo rodea y hoy dormimos en un campo de cardos, al lado de la
    carretera nacional, junto a una fábrica. A la hora de cerrar la tienda de
    campaña para irnos a dormir, por muy bonito que sea el paisaje, lo que cuenta
    no es lo que está alrededor sino lo que tienes debajo. Así que los sitios que a
    priori parecen malos, luego pueden resultar perfectos para descansar. 



    Orugas trepadoras.




        Por la mañana, después
    de dos horas desperezándonos, a Gabi se le ha roto la goma que forma parte del
    anclaje de las alforjas, que había empezado a cuartearse hace tiempo. Así que
    aprovechamos la cuerdecita que viene con la botella de Fra Angelico que nos
    dieron Sole y Javi hace un año (me refiero a la cuerda, no a la botella),
    diciéndonos que era un elemento indispensable en un viaje de estas
    características. Desde el primer día de viaje tratamos de buscarle alguna
    utilidad a la cuerdecita. Al principio, Gabi la usaba para sujetar un palo que
    tampoco sabíamos para qué podía servir, y que acabó siendo imprescindible para
    sujetar la bici cuando la pata de cabra dejó de acompañarnos. Así, solo nos
    queda un elemento que llevamos sin saber muy bien por qué: una cuerda de
    escalada, gorda y pesada, que Gabi se empeña en afirmar que es estructural a la
    hora de montar la carga sobre la bici, pero yo me temo que el único valor que
    tiene de momento es el sentimental. Eso sí, estamos seguros de que algún día
    nos sacará de algún apuro.



    Pueblo de la Arkadia.




        Pero romper el elástico
    de la alforja era solo el preludio, ya media hora más tarde nos encontramos
    tirados en la carretera, en la cuneta exterior de una curva peligrosa, porque
    la cámara y la cubierta de Gabi han reventado. Pudimos haber comprado una
    cubierta de repuesto en Kato Ajaia, pero vaya usted a saber por qué no lo
    hicimos, aun cuando sabíamos que el desastre era inminente. Todo empezó hace ya
    meses, cuando hicimos el primer cambio de pastillas de freno allá en
    Eslovaquia. Llevábamos un par de juegos completos desde España, pero en algún
    lugar de Europa se debió de quedar una de las pastillas, así que no pudimos reponerla.
    Con el tiempo se nos olvidó el pequeño detalle hasta que un día empezamos a oír
    un quejido metálico que provenía de la rueda trasera de Gabi. La zapata,
    completamente terminada, había empezado a comerse el lateral de la cubierta,
    dejando al aire la malla de alambre y con tres curiosos bultos a lo largo de su
    superficie. Cambiamos la pastilla, pero era demasiado tarde. La rueda se
    deshacía por momentos. Sólo necesitábamos hacer ocho kilómetros más para llegar
    a la siguiente gran ciudad, Megalópolis, donde podríamos comprar una cubierta
    de repuesto. Pero la pobre rueda ha muerto en el intento, en pleno mediodía
    bajo un sol abrasador, en el peor lugar posible de una carretera intransitada. 



    Ahí todo tirados.




    Entonces nos acordamos
    de nuestros amigos eslovacos Jan y Evit, que vieron en una situación parecida
    al comienzo de su luna de Miel por el continente americano. En cuba compraron
    el primer par de bicis, que probablemente alguien usó antes de que a Castro le
    salieran canas. Debido al mal estado general de bicis y caminos no paraban de
    pinchar, hasta que se quedaron sin parches de repuesto, así que a Jan se le
    ocurrió rellenar la rueda con paja y hierba, y así pudieron arrastrar las bicis
    hasta el siguiente taller. Creyendo que tenemos la solución al alcance de
    nuestras manos, forramos con hierbajos el trozo de caucho que un día fue una
    cubierta. Como no podemos volver a encajarlo con la cubertería que usamos para
    reparar los pinchazos, forramos el conjunto con cinta aislante y desmontamos
    los frenos para que no vayan chocando con los numerosos entrantes y salientes
    de la rueda. Ciertamente más salientes que entrantes, ya que la paja se
    desborda por el agujero del reventón, pero al menos nos sirve para recorrer
    otro kilómetro más donde estamos más seguros y a la sombra. Desmontamos los
    bultos otra vez e intentamos hacer autoestop. En el proceso, un coche de
    policía se para y nos pregunta si tenemos algún problema. Le explicamos lo
    sucedido y la mejor respuesta que pueden darnos es pedirnos nuestros documentos
    de identidad.



    Chapuza.




         Esto del autoestop no
    está funcionando. Las pocas furgonetas que pasan nos ignoran como si fuéramos
    parte del paisaje, así que le doy la vuelta al cartel que reza “luna de miel” y
    por la parte trasera escribo  en mayúsculas
    “PROBLEM”. Bien pensado, no deja de ser irónico… Apenas un minuto más tarde se
    detiene una joven arqueóloga que al menos tiene espacio en su coche para llevar
    a Gabi a la ciudad, mientras yo me quedo al retortero cuidando de las bicis y
    escribiendo estas líneas. En el taller le venden una rueda que, en palabras del
    mecánico, “es china pero es buena”. En media hora ya está de vuelta pero el
    mapa de Grecia se quedó en el coche de la arqueóloga. Así jubilamos una
    Schwalbe Marathon Mondial destripada por una flamante Chaoyang.



    Café frapé en Megalópolis, para terminar bien el día.




         Ya es mediodía, así que
    hacemos un par de kilómetros más y nos metemos una lentejada entre pecho y
    espalda, que todo el mundo sabe es lo mejor para combatir el calor. Al fin
    llegamos juntos a Megalópolis y puestos a perder aún más tiempo (concretamente,
    toda la tarde), aceptamos la invitación a un café helado que nos ofrece un
    caballero gritando desde una esquina. En poco rato nos encontramos rodeados por
    medio vecindario, que a duras penas nos dejan marcharnos para ir a buscar un
    lugar donde acampar.


     

    Vista del valle desde la montaña.






          Ya solo nos separa un
    día de camino de la casa de Mel, y sin tener en cuenta que el cielo amenaza
    tormenta, creemos que ya hemos terminado con la racha de mala suerte. Pero Gabi
    insiste en ser el protagonista por una vez de la serie de catastróficas
    desdichas. En un momento dado estamos descansando a la sombra, cogiendo flores
    a cada cual más curiosa o bonita. Gabi arranca una flor de pétalos blancos en
    forma de bolitas, y al momento la planta empieza a excretar una leche
    blanquecina con la que Gabi se mancha las manos. Poco después, se rasca un ojo…
    de lo que se arrepentirá durante las siguientes ocho horas, durante las cuales
    siente que algo se le quema por dentro, no puede dejar de llorar y apenas puede
    abrirlo. Apenas siente el puerto de montaña más alto que hemos subido durante
    este viaje, lo único que quiere es encontrar un rincón donde poner la tienda y
    cerrar los ojos hasta el día siguiente, pero la montaña se empina cada vez más
    y hasta bien entrada la tarde, la tortura continúa. Por suerte, es mal de un
    día, y por la mañana ya está mejor. 



    Filosofando con Mel.




         Sin más incidencias
    llegamos a Alagonía, donde nos está esperando Mel para trabajar con ella
    durante las siguientes semanas. Esta joven americana, medio griega medio
    irlandesa quiere devolver la vida a la finca familiar donde vivieron sus
    abuelos los últimos años. Al día siguiente ya pudimos hacer una exhibición de
    nuestro poderoso imán para situaciones extrañas cuando fuimos a recoger el
    coche “comunal”. En realidad lo compró su padre, pero apenas viene un par de
    semanas al año a Grecia, así que lo usa todo el pueblo. El último en pasearlo
    es el tío George, que lo ha dejado en la casa de su mujer, cerca de la ciudad
    de Esparta, a la que llegamos en bus. Cuando nos lo da, nos explica que el
    coche tiene un par de pequeños problemas. El primero, es que la batería da
    problemas, así que hay que tener paciencia y, a ser posible, dejarlo siempre
    aparcado cuesta abajo. El segundo, es que la lectura de la gasolina es
    engañosa, ya que el padre de Mel golpeó los bajos del coche contra una piedra el
    día que estuvieron cerca de la muerte en los grandes incendios del Peloponeso
    del año 2007. Un incendio que, como la gran mayoría, comenzó de manera
    intencionada, con al menos 20 focos simultáneos en el Peloponeso y arrasó
    varias villas e innumerables hectáreas de bosque. Cuando los bomberos llegaron
    a Alagonía, se limitaron a desalojar el pueblo y evacuar a los vecinos a la
    ciudad de Kalamata, que también se vio rodeada por las llamas. Algunos vecinos,
    como la familia de Mel, se quedaron para luchar contra el fuego, talando
    árboles y quemando áreas enteras antes de que el fuego se pudiera propagar aún
    más por el monte y las casas. Nuestro vecino estará eternamente agradecido al
    padre de Mel, que se dedicó a cortar árboles en su finca para evitar que la casa
    se quemara. Cuando salimos de paseo por el bosque, Mel se acerca a uno de los
    pinos más grandes de la montaña, acaricia su corteza y se emociona al contarnos
    que su padre empleó una hora luchando contra el fuego para que no devorara el
    árbol centenario. Aunque de manera normal el agua discurre por todo el pueblo,
    durante el incendio, que duró tres días, la única fuente de agua era un pequeño
    estanque que tiene su tío cerca de la cima de la montaña. Con tan solo quince
    años, Mel quiso quedarse para ayudar a los vecinos a cargar agua o arena, hasta
    el último momento en que las llamas envolvieron la finca. Ella y su hermana
    pequeña se quedaron atrapadas en un círculo al que apenas llegaba el oxígeno.
    Intentó en vano arrancar el coche y tras varios intentos, solo pudieron
    empaparse de agua y esperar a que sucediera lo que tuviera que suceder. En
    medio de las llamas apareció su padre, que pudo sacarlas de allí. 



    Pelando patatas a horas intempestivas, con tío Taki y tío George.




    Con esta historia queda
    justificado el golpe en el tanque de gasolina. Sin embargo, la aventura del día
    no viene ni por la batería ni por el combustible. Cuando tomamos la carretera
    hacia el pueblo, pasamos junto al lugar donde los espartanos arrojaban a los
    bebés que nacían deformes, con la intención de devolvérselos a los dioses para
    que los hicieran mejor la próxima vez. Se trata de una gruta siniestra,
    estrecha, empinada e interminable, de la que emana un aire gélido. Paramos el
    coche y a la hora de cerrarlo notamos cierta resistencia. Les digo que si la
    cerradura no se cierra, luego igual no se abre, pero ni Gabi ni Mel me hacen
    caso. Cuando volvemos de echar un vistazo a la gruta de los espartanos, la
    llave no entra, el coche está cerrado y las ventanillas subidas. De repente, el
    mando a distancia tampoco funciona. Intentamos forzarla pero no hay manera,
    empieza a oscurecer y ha refrescado. Gabi intenta meter un palito en la
    cerradura, y si antes había una cosa dentro, ahora ya hay dos. Después de un
    buen rato, Mel llama a su tío, que aparece con la furgoneta y todo tipo de
    herramientas que ha encontrado por casa que podrían ser de utilidad para abrir
    el coche. Con un destornillador forzamos la puerta hasta donde se deja y el tío
    George intenta abrir el pestillo con una percha. Después de varios intentos
    Gabi acaba cogiendo una herramienta para enrasar el cemento, que es más dura
    que la percha, y al final consigue abrir el coche. En el taller nos dicen que
    lo llevemos al cerrajero, y el cerrajero que lo llevemos al taller, así que
    optamos por dejar el coche siempre abierto y confiar en nuestra buena estrella,
    que de momento no nos ha abandonado. Otro día también falló la batería, y
    tuvimos que dejar caer el coche hasta la plaza del pueblo, empujando cuando era
    cuesta arriba y cogiendo carrerilla cuando era hacia abajo. Aún estamos
    esperando la aventurita con la gasolina. 



    Una de esas es nuestra casita.




         La familia de Mel y
    todos los vecinos, es decir, el medio centenar de almas que habitan el pueblo,
    nos han acogido con cariño, haciéndonos sentir como en casa. Todos los domingos
    tenemos fiesta en alguna ermita, donde se pela mucha patata el día anterior, y
    al día siguiente comemos, bebemos, cantamos y bailamos. De repente, en uno de
    esos festivales, el tío Taki nos presenta a un extranjero que también vive en
    Alagonía. Evan salió hace siete años de Irlanda para viajar por el mundo con apenas
    23 años. El año pasado llegó a Kalamata en bici, y allí conoció a un hombre que
    le dijo que se subiera a Alagonía, donde tenía una casa. Finalmente, el hombre
    se quedó en la ciudad y Evan se quedó en la casa del pueblo, al cargo de los
    animales y renovar el jardín. Tanto le gustó la experiencia que este año ha
    repetido. Y no nos extraña, nosotros ya tenemos la idea de regresar en un
    futuro próximo. 



    Con Mel y Evan, en la fiesta de apertura del molino (a la cual nos autoinvitamos).




    Pero de momento, es
    tiempo de seguir viajando. Hemos convivido con Mel unas semanas que han pasado
    sin darnos cuenta, como si fuéramos una pequeña familia. Estamos cerca de
    encontrar nuestro lugar en este mundo, pero si paramos ahora de viajar para
    establecernos, es muy difícil que podamos volver a retomar nuestro camino. Así
    que empezaremos Julio en la isla de Creta, volveremos a ensuciarnos un poco las
    manos en granjas ajenas hasta tener una propia y seguramente continuemos
    saltando de isla en isla hasta Turquía. O quizá no.



    Huerteando.

     

    Diremos a todos que fue un accidente.

    Publicado hace 8 años #
  27. Gracias chicos, a este paso os convertiréis en unos espléndidos granjeros. ¡Increíble! 

    Publicado hace 8 años #
  28. Muchas gracias por este espléndido relato que hacen de su viaje, somos muchos los que viajamos, sufrimos, disfrutamos y sobre todo vivimos con ustedes...

    "Si amas más la bicicleta que el sendero, no vale la pena pedalear"

    http://www.elandariego.co
    Publicado hace 8 años #
  29. Fantástico relato, como siempre, como nos tenéis acostumbrados, que no había tenido oportunidad de leer hasta la fecha. Curiosa vuestra última reflexión, se ve que algo se cuece por vuestras cabezas:

    "Estamos cerca de encontrar nuestro lugar en este mundo, pero si paramos ahora de viajar para establecernos, es muy difícil que podamos volver a retomar nuestro camino. Así que empezaremos Julio en la isla de Creta, volveremos a ensuciarnos un poco las manos en granjas ajenas hasta tener una propia y seguramente continuemos saltando de isla en isla hasta Turquía. O quizá no."
    Ya sabéis que nosotros tenemos 15-20 años más que vosotros, así que si se os cruza el cable, tenéis tiempo de montar una granja, tener o no churumbeles, y con ellos o sin ellos continuar el viaje, que para poner una granja en marcha yo creo que hace falta bastante más fuerza que para pedalear por los Pamires o los Himalayas.

    Y Gabi, me imagino que eres consciente de lo afortunado que has sido con la rueda. Se te revienta en una bajada a 70kms/hr e igual nos pones las fotos de una bici destrozada y grapas en rodillas y codos que hemos visto en blogs de cicloturistas que hemos conocido. Yo reconozco que quizá me viene de mi pasado en el mundo del mantenimiento (no de bicis desafortunadamente), pero t-o-d-a-s las mañanas antes de dar la primera pedalada, miro que mis frenos y cubiertas estén bien. Medio minuto.

    Pues eso, aquí, tan a gustito.... http://aquitanagustito.blogspot.com
    IG @biciyoga
    Publicado hace 8 años #
  30. Madre mía, me he leído el hilo de cabo a rabo en un suspiro. He disfrutado, emocionado y sentido mucha envidia de vuestro increible viaje...espero que lo sigais disfrutando...
    Un abrazo desde los Madriles!

    pd: Me ha encantado esa partida de Carcassone casero:D

    Publicado hace 8 años #