Rodadas. Una comunidad de cicloturismo y viajes en bicicleta
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Viaje a ninguna parte

&tarr; PUBLICIDAD (lo que paga la factura)

  1. Hola, gente!
    Después de ocho meses de viaje por Europa, viendo la iniciativa de otros viajeros, igual nos decidimos a publicar aquí también nuestro viaje (no solo a través de nuestro blog). Os presento la última crónica, y si os interesa, seguiremos publicando por aquí; y si os aburre, ¡pues no queremos ser unos pesados! Ya me contaréis!
    _____________
    Pedalear bajo cero puede resultar divertido. Las manos están aún calientes dentro de los poguis, cubiertas solamente con unos finos guantes de lana sin dedos. Los pies hacen lo que pueden con tres pares de calcetines y en la alforja aún están esperando los pantalones térmicos y el abrigo de invierno. Por la noche, la solución de meter un saco de verano dentro de uno de primavera da resultado. La tienda también nos aísla del exterior. Bajo nuestro techo de tela siempre estamos sobre cero y a veces, en mitad de la noche, hasta tenemos que quitarnos capas de ropa. De momento vamos bien, pero hay un nombre que no deja de repetirse en la boca de quienes nos encontramos por el camino; cuando un viento tiene nombre (como nuestros viejos amigos, el Cierzo y el Mistral) es digno de ser tenido en consideración, pero en el caso del Bura, debería tener hasta apellidos. Oriundo de Rusia, reparte su aliento gélido por Europa, cubriendo el continente de un manto blanco. Cuando llega a la costa croata, la masa de aire frío choca con el Velebit y huye ladera abajo cuando lo sobrepasa, surcando la costa con furia. Frane nos contaba que hace unos años el Bura vino huracanado, con rachas de más de 200 km por hora, y en aquella ocasión había visto a una mujer volando por las calles de Split. En el interior, el frío siberiano convierte a los valles croatas en una continuación de la estepa. Cuando pasemos por Gospić tendremos suerte por ver el mercurio sobre cero, pero Danka nos dice que hace pocos inviernos, en ese mismo lugar, se alcanzaron los 29 grados bajo cero,  en la misma época del año.

        Aun cuando allá por Hungría decidimos poner rumbo hacia la costa, todavía considerábamos la idea de adentrarnos por el interior de los Balcanes, quizá recorrer las grandes montañas del parque nacional de Durmitor, pasando previamente por Sarajevo y Mostar. Aunque nos dolía haber perdido la oportunidad (de momento) de conocer Rumanía y Bulgaria, pensábamos que el interior podía ser más auténtico que la turística costa del Adriático, donde la Jadranska Magistrala es una de las carreteras mejor conocidas por los cicloturistas que visitan Croacia. Hacía frío, pero no tanto como para que nuestro instinto de supervivencia, atrofiado por los suaves inviernos en España, se percatara de la urgencia de nuestra decisión. Lo que no esperábamos era encontrar cisnes en el Adriático.

        Pero aún teníamos que hacer otra parada antes de correr hacia el mar: no podíamos dejar Croacia sin visitar los famosos lagos de Plitvice, posiblemente uno de los lugares más bellos de Europa. Durante el resto del año, hordas de turistas pagan una carísima entrada para hacer las mismas fotos por encima de las cabezas y mochilas de las masas que atiborran el lugar. En invierno la entrada no es tan cara, y más barata aún habría salido si hubiéramos sabido de antemano que poco después de la recepción del parque podíamos haber dejado las monturas en el bosque y haber entrado por los caminos que se abren a mano derecha desde la carretera. Pagamos la entrada al personal más antipático que pueda emplearse en un parque nacional y mientras candamos las bicis vienen a saludarnos una pareja de eslovacos que, casualidades de la vida, son amigos de Jan y Evit, la pareja que nos acogió en Banska Bystrica. También ellos están disfrutando de una luna de miel alternativa, viajando por Europa con su viejo coche, lleno de bártulos, comida, útiles de acampada y bicicletas. Os enseñaría la estampa de los viajeros, pero alguien muy lejos de aquí tiene las fotos y no creo que tenga intención de difundirlas. Después de una hora de cháchara con intercambio de consejos turísticos y no tan turísticos, nos despedimos y bajamos a los lagos. Desde la carretera ya habíamos intuido la majestuosidad de las cataratas y el color turquesa del río Koruna que alimenta los molinos de agua de Rastoke (la pequeña Plitvice). Pero caminar junto a los lagos, dejarse salpicar por los saltos de agua y hacerlo además en absoluta soledad es una experiencia maravillosa. Aún embobados por la belleza del lugar, paramos en el pequeño puerto a orillas de un gran lago, esperando el barco que nos había de llevar hacia la salida. Hacen lo mismo un padre con su hijo, tres japoneses y una pareja de enamorados que, junto con el camarero y más tarde el capitán del barco, somos las únicas personas que quedan allí. Dejo la cámara sobre una mesa, con la intención de ver más tarde las fotos del día, mientras nos comemos una manzana. Pero vemos el barco que ya llega, y con la emoción nos olvidamos la cámara en la mesa. Me doy cuenta en el barco, apenas dos minutos después, y vuelvo corriendo al lugar del delito, donde la cámara ya ha volado. Pregunto a cada una de las personas que antes he citado, pero uno de ellos no me dice la verdad y este año se ahorra el regalo de reyes. Durante los siguientes días no dejaré de darle vueltas a ese momento de estupidez, y muchas noches se repetirá en sueños la misma situación. Le sigue la resignación, hacer dibujos a mano y tomar fotos con el móvil hasta que encontremos una solución.

    Publicado hace 9 años #

  2.       
    Esa noche acampamos en un lugar especial, un bosque especialmente bello dentro del parque nacional, rodeados de blancas piedras recubiertas por musgo. El paisaje comienza a cambiar ligeramente, los bosques de haya y roble ya no son tan densos, y la tierra deja ver su esqueleto pétreo. El camino a Gospić, capital de la región más despoblada de Croacia, nos sorprende por su escasez: no hay pueblos, no hay coches, no hay árboles, sólo pradera y piedra, y sin embargo la montaña es embaucadora, no quiere que la abandonemos por la costa. Cuando llegamos a la ciudad paramos para buscar una Pekarna (pastelería) abierta para almorzarnos un burek de queso. Apoyamos las bicis sobre una pared, y mientras hacemos cuentas para ver si tenemos suficiente dinero, una mujer se asoma por la ventana del edificio sobre el que hemos apoyado las bicis y nos grita algo. Al principio no la entendemos, creemos que se ha enfadado por haber dejado ahí las bicicletas, pero en seguida nos sonríe y nos invita a subir a su casa para tomar algo calentito y comer algo. Así conocemos a Danka.


             
    El haber coincidido en Gospić es pura casualidad, ya que Danka vive en Serbia desde hace más de veinte años, pero ha tenido que volver a esa casa por una desgracia familiar. La cercanía de las fechas navideñas hace aún más difícil la distancia con sus hijos, a los que echa tanto de menos que nos adopta a nosotros por una noche. Nos invita a un burek, nos da de comer y de cenar, nos regala cosas para el invierno, pero el mejor presente es haberla conocido, sentir que ahora tenemos familia en los Balcanes. Gospić, otro lugar marcado en el mapa con una marca especial.

             Ahora ya solo nos separa un muro de la costa, una masa montañosa llamada Velebit, una cordillera que se pliega y se eleva en paralelo al Adriático a lo largo de casi 150 kilómetros, y cuyo paso más bajo se encuentra a mil metros de altitud. Iniciamos un lento descenso, ya acostumbrados a las suaves pendientes croatas, tan distintas de las criminales inclinaciones eslovenas, y nos emocionamos cuando divisamos desde la altura la desértica isla de Pag, el mar, el calor, una nueva etapa en este viaje. Dejamos caer las bicis durante dieciséis kilómetros sobre una carretera tan bien hecha que no hay que tocar ni freno ni pedales. Un nuevo cambio en el paisaje: se acabaron los bosques de frondosas, llegamos al reino de las plantas aromáticas, de los olivos y los naranjos, de los bosques de pino y de encina. ¡Qué diferente nuestra primera noche en la costa! ¡Qué calor pasamos con los dos pares de sacos! ¡Y qué difícil encontrar un lugar plano y sin rocas para acampar!

          
    La gente, una vez más, vuelve a sorprendernos en la turística costa del adriático, donde vemos innumerables letreros de sobe (alojamiento) y campings esperando épocas más propicias. No pasan más de cinco minutos entre coche y coche que saluda, que pita, que nos desea feliz Navidad. En uno de los diminutos pueblos que se encajona en la costa paramos en el supermercado para comprar algo de verdura fresca, pero lo único que tienen es comida preparada, enlatada o chucherías. Sin embargo, no nos marchamos con las manos vacías, ya que mientras descandamos las bicis un hombre se acerca y nos regala un par de tabletas de chocolate. Nos vienen bien para recuperar fuerzas y darnos prisa para llegar a la ciudad de Zadar antes de que cierre todo por Navidad para poder comprar otra cámara, aunque durante los días siguientes acusaremos el exceso de kilómetros. Las ciudades quizá no sean tan amables como los pequeños pueblos costeros, pero sus cascos antiguos son una especialidad: Zadar, Trogir, Šibenik, los Kastela son lugares en los que preferimos perder todo el tiempo que sea necesario. Recuperamos un poco del turismo cultural que en los últimos meses se había limitado sobre todo a turismo natural.

    Publicado hace 9 años #

  3.         
    En uno de esos pequeños pueblos paramos a comer algo el día de Navidad. Son días especiales, y nosotros hemos celebrado la Nochebuena en una cantera abandonada, dándonos el pequeño gran lujo de haber adquirido unos ñoquis y queso de estilo parmesano, a modo de banquete. Estamos sentados en un banco de Pirovac, comiendo cacahuetes y bebiendo el té que guardamos en el termo esta mañana, contemplando la pareja de cisnes que nada junto a los barcos del puerto. Imposible no pensar, no recordar años anteriores, no traer a la memoria a quienes ya no están con nosotros. Imposible no verter un poco más de agua salada al mar.





          
    Cuando estamos a punto de irnos, se nos acerca el camarero del bar de enfrente, diciéndonos que alguien quiere invitarnos a tomar algo, así que le acompañamos encantados. Zeljko vive a caballo entre Estados Unidos y Croacia. Motero viajero, emprendedor y gran persona, lo que empezó siendo una invitación a un café acaba siendo una proposición para pasar el día de Navidad con su familia, disfrutar de una buena comida, ducha y cama calientes. Al día siguiente, mientras nos invita a desayunar, nos dice que al pasar por Šibenik no dejemos de ir al café Maron, justo enfrente de la estación de trenes, donde con un poco de suerte podríamos vernos otra vez. Aunque no llegamos a verle por poco, allí nos están esperando sus amigos, que nos reciben emocionados con nuestra historia, incluso nos hacen una pequeña entrevista que saldrá en el periódico local. Seguimos nuestro camino, y mientras aún continuamos asombrados por la generosidad de estos eslavos con acento italiano, comiendo los bocatas que nos ha preparado Robert (uno de los amigos de Zeljko), se acerca un hombre a preguntarnos si es verdad que estamos dando la vuelta al mundo en bicicleta y nos da un billete de cien kunas (unos quince euros) ¡diciendo que son para cervezas!





    Obedeceremos, al menos en parte, a nuestro último benefactor comprando unas Karlovacko en Kastel Luksic, donde Frane tiene una casa que estará vacía en Navidad. Nos dice dónde encontrar las llaves y aquí podemos refugiarnos de la furia del Bura, que deja el temporal más frío en los últimos diez años. Slunj, donde estuvimos hace un par de semanas tomando un café en la terraza, disfrutando del solecito en manga corta, ronda los -20ºC, y Gospic alcanza los -17ºC. Desde la costa observamos las montañas nevadas.


           
    Así, casi sin darnos cuenta, se nos acaba el año. Tenemos la impresión de que nuestro tiempo es de la misma calidad que el de Macondo, cuando Úrsula se percató de que ya no era el que fue… las hojas del calendario parece que caen cada vez más rápido, y ya hace ocho meses que salimos de casa. El 31 de diciembre aparece Frane por casa en visita relámpago, y celebramos la Nochevieja disfrutando de una nueva receta, ¡un descubrimiento saber que podemos hacer pizzas con nuestro hornillo y juego de cacerolas! Son quizá las Navidades más austeras, regadas por una botella de vino de dos litros en envase de plástico, jugando a un Carcassonne hecho a partir de una baraja de cartas, caminando dos kilómetros para poder conectarnos de manera gratuita a internet… pero nos sentimos inmensamente ricos.


    Publicado hace 9 años #
  4. "Son quizá las Navidades más austeras, regadas por una botella de vino de dos litros en envase de plástico, jugando a un Carcassonne hecho a partir de una baraja de cartas, caminando dos kilómetros para poder conectarnos de manera gratuita a internet… pero nos sentimos inmensamente ricos."

    Estoy de acuerdo, mucho más ricos, sois felices y os sentís vivos.... Seguir...
    Un saludo.

    Tonilupe

    sonrie, disfruta, el tiempo pasa... http://tonilupe.blogspot.com.es/
    Publicado hace 9 años #
  5. Por favor sigue contando...

    Publicado hace 9 años #
  6.  ¡ Buuaaaa !!  Genial pareja. De aburrir nada,una crónica estupenda,interesa y mucho,como no. Por favor ,seguir                          compartiendo en lo posible, aquí estamos ,dispuestos a seguiros . 

      Saludos compis y gracias.   

    Dentro de veinte años lamentarás más las cosas que no hiciste que las que hiciste. Así que suelta amarras y abandona el Puerto seguro... Atrapa los vientos en tus velas... Explora... Sueña... Descubre
    Publicado hace 9 años #
  7. Sigue sigue, no pares, sigue sigue

    Podréis seguir muchas de mis rutas en wikiloc buscando a 63petete
    Y en mi blog http://63petete.blogspot.com.es/
    Publicado hace 9 años #
  8. Muchas gracias por la crónica Ainhoa

    Publicado hace 9 años #
  9. Adelante, Ainoha. Sigue contando y poniendo esas fotos magníficas.

    Leonor, tu serás SIEMPRE la princesa...
    Publicado hace 9 años #
  10. Yo os sigo en el blog, escribes fenomenal. He picado con el título del hilo, "viaje a ninguna parte". Hemos conocido a una pareja ingles-francesa cicloviajeros que "se parecían" a vosotros (edades, trabajos en granjas,...). De aquí cruzan a Grecia y hacia arriba, así que igual coincidís! A seguir disfrutando del viaje!

    Pues eso, aquí, tan a gustito.... http://aquitanagustito.blogspot.com
    IG @biciyoga
    Publicado hace 9 años #
  11. Me ha cogido el frío solo con ver las fotos, buffff

    Un INFORME TECNICO de la NASA (de un importante costo económico) concluía que es técnicamente imposible que un abejorro
    sea capaz de volar
    dicho animal sin embargo cuenta con una enorme ventaja: ¡¡¡NO HABER LEIDO AUN EL INFORME!!!
    Publicado hace 9 años #
  12. Gracias Ainoha por compartir tu viaje, vuestras fotos y cronicas te meten en pleno viaje, ahora me gustaria ser un vecino del lugar para poder invitaros a pernoctar con vosotros y ser parte viva de vuestra aventura.

    Saludos desde el Sur.

    Publicado hace 9 años #
  13. ¡Vaya fotos! enhorabuena por el viaje y gracias por compartirlo.

    Publicado hace 9 años #
  14. Con esa maestría en el dominio de la escritura en la lengua española  ¿ Cómo vais a aburrir a alguien ?. Os animo a escribir un libro sobre vuestras experiencias viajeras. Es un placer leeros.

    Saludos.   

    No está bien pedir derechos si antes no has cumplído con tus deberes.
    Publicado hace 9 años #
  15. Ya os habia leido en el blog y ahora me lo he releido. Esta mañana hacen aqui 6ºC y me parecía frio, pero despues de leeros casi que estamos en verano.

    Publicado hace 9 años #
  16. Quiero más!! 

    Publicado hace 9 años #
  17. Gracias por los ánimos! Seguiré publicando por aquí nuestras tonterías! para este mes, algunas cosillas que contar... pero más aún cuando crucemos Montenegro, Albania y lleguemos a Grecia

    Publicado hace 9 años #
  18. Me acabo de leer enterito vuestro blog. Muchas gracias por compartir vuestras aventuras y a seguir disfrutando! 

    Publicado hace 9 años #
  19.  Totalmente de acuerdo con que un libro seria una gran idea


    Publicado hace 9 años #
  20. Gracias Ainhoa por compartir con nosotros vuestra experiencia... mejor dicho, por regalarnos vuestra experiencia de vida... impresionante y seguimos a por más...

    Publicado hace 9 años #
  21. Lo mismo digo. Me ha gustado mucho vuestro blog. Lo seguiré.

    Publicado hace 9 años #
  22. Muchas gracias a todos :3 Lo cierto es que el libro está medio apalabrado, ¡pero aún no puedo vender la piel del oso! He escuchado historias de otros viajeros que viven de esto, de contar su vida errante. Antes ya publiqué algunas cosas, pero siempre ligado al ámbito académico, y por eso había llegado a la conclusión de que escribir no te da de comer. Aunque quizá la clave sea la autoedición... ¡Quién sabe! Hemos conocido a una mujer (los que hayan leído el blog recordarán a Clea, del grupo de artistas que viajan desde hace 11 años en carros tirados por caballos) que vivió durante 7 meses por Andalucía sin una sola peseta (¡es que fue hace tiempo!), ocupando refugios abandonados, comiendo ortigas y comprando macarrones con los cuatro duros que sacaba cuando bajaba a los valles a hacer teatro callejero. ¡Pero no todos tenemos arte!

    Publicado hace 9 años #
  23. Ainhoa, os sigo en el blog y el facebook. Sobran las palabras...

    Cuando veo a un adulto sobre una bicicleta, aún creo que hay esperanza para la humanidad.
    "Me lo contaron y lo olvidé, lo vi y lo entendí, lo hice y lo aprendí". Confucio
    Publicado hace 9 años #
  24. Otra enamorada.

    Me ha gustado mucho, mucho

    Publicado hace 9 años #
  25. Desde ayer os sigo por face... que apenas puedo acceder a blogs.

    Publicado hace 9 años #
  26. Lo prometido es deuda!! Como veo que os ha gustado, aqui va la siguiente entrada... LA CHISPA DE LA VIDA.

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    Dos meses deseándote y solo dos semanas para aburrirme de ti. Querida costa croata, querida Dalmacia, has vendido tu belleza al extranjero, has perdido

    autenticidad por hacer negocio, has revitalizado tus raíces traicionando tus frutos. No es culpa tuya, has hecho lo que creías correcto, pero no eres para mí. Estoy cansada de tus aguas turquesas, tus acantilados ya no me impresionan, no tengo interés en zambullirme en tus calas. Las mandarinas se marchitan en las ramas, ¿por qué no me dejas disfrutar de tus olivas? Mi querido mar, no eres tú, soy yo. No puedo pretender ser un animal de agua salada, cuando soy un pez de agua dulce. No soy sirena, sino salmón.




    Vista del Adriático



    Al fin salimos de Castel Luksic, donde hemos vivido la última semana esperando a que se marchara el Bura. Continuamos la línea lógica que discurre por la costa del Adriático y llegamos hasta la ciudad de Split. ¿Por qué el palacio de Diocleciano nos deja indiferentes? ¿Será acaso que empezamos a estar cansados de viajar? 



    Palacio de Diocleciano, Split.





    Miramos el mapa, que coincide exactamente con lo que tenemos enfrente: la ciudad de Makarska (de cuya visita nos han dicho que se puede prescindir) y de nuevo una cadena montañosa que encaja la carretera entre mar y montaña. Los únicos espacios llanos donde poder poner la tienda ya han sido ocupados por complejos turísticos. El Bura continúa soplando furioso a lo largo de la línea de costa. Entonces llegamos a Omis, punto final del cañón del río Cetina y no nos lo pensamos dos veces. Casi sin consultarlo el uno con el otro, apuntamos el manillar de la bici hacia el interior continental sin mirar atrás. Hacemos caso omiso de los hombres del pueblo, que nos gritan que por ahí no se va a Dubrovnik. “Sólo un poquito”, nos decimos. “Le echamos un vistazo al cañón, buscamos un sitio bonito para acampar, y si nos gusta, igual nos replanteamos la ruta”.



    Buen tiempo. Biokovo, Croacia.

    Publicado hace 9 años #


  27. Por supuesto que nos gusta. La carretera sube y baja por el cañón, haciéndonos sudar de una manera que ya no recordábamos. Lo que iba a ser una pequeña incursión para buscar una buena localización para pasar la noche se convierte en una excursión a Mostar, rodando a las espaldas del parque nacional del Biokovo, la segunda cadena montañosa más alta de Croacia. Es una ruta exigente por los fuertes desniveles que hay que salvar, pero también por el frío que padecemos. Toda la región se halla cubierta por la espesa capa de nieve que dejó el temporal de la semana pasada, y los cielos despejados auguran un desplome en los termómetros. Acampamos cerca de la frontera entre Croacia y Bosnia, rodeados de nieve. Aunque no hemos visto ninguna fuente pública que funcionara, ni siquiera en los socorridos cementerios, podemos derretir nieve para cocinar. Pero pagamos bien la novatada: como llevábamos vacíos los bidones, pensamos que sería una buena ocasión para rellenarlos todos. Una hora nos llevó todo el proceso, ¿y para qué? Para que al día siguiente tuviéramos los bidones llenos de hielo, con lo que estuvimos paseando varios kilos de piedras transparentes durante varias horas. Aunque hubiéramos metido las botellas dentro de la tienda, no habría sido muy distinto. El vaho también se congela a cinco grados bajo cero, formando una leve capa de escarcha en las paredes de la tienda. Lo peor ha sido que el hielo ha penetrado en las costuras, provocando varias vías de entrada para el agua de lluvia. Para desayunar tenemos gachas nevadas y granizado de naranja. 



    Derritiendo nieve para tener hielo en los bidones.



    En realidad, visitar Mostar es solo una excusa para volver al interior. Sin duda, el puente de Mostar se merece una foto, pero la vista de la ciudad desde las montañas es sobrecogedora. Paseando por sus calles, vacías de turistas por obra y gracia del invierno, comenzamos a sentir que nuestro viaje está adentrándose en nuevos territorios. Llegamos justo a tiempo para la llamada a rezar del muecín, con lo que nos envuelve una atmósfera diferente de la Europa que ya tenemos bien conocida. Junto al puente, construido por los Otomanos hace cinco siglos, destruido durante la guerra y vuelto a levantar hace una década, una piedra reza “don’t forget”. ¡Son tantas las cosas que no hay que olvidar que se hace complicado saber a qué se refiere la escritura! ¡Pero qué difícil mantener la memoria sin perpetuar el odio!



    Mostar, Bosnia.


        
    Cuando salimos de Mostar seguimos el cañón del Neretva, surcado a partes iguales por el agua y un infinito torrente de basura. La ciudad extiende sus tentáculos a lo largo de kilómetros y kilómetros. Hay que elegir con cuidado el lugar para poner la tienda, se estima que aún quedan unas 120.000 minas antipersona enterradas. No siempre se advierte de la presencia de minas con carteles, como vimos en Croacia, y las inundaciones de este verano han removido muchas de ellas de su antigua localización. Davor nos explicaba el protocolo que siguen sus compañeros para desactivarlas, cómo peinan con un cuchillo el terreno dividido en pequeñas porciones, en lentos movimientos repetidos con precisión a lo largo de tres horas diarias. El estrés sufrido es tal que no se permite una exposición mayor a las minas, ni es posible invertir más de tres días semanales en esta tarea. A pesar de las precauciones, cada año mueren al menos dos soldados desactivando minas, y se calcula que aún quedan unos cincuenta años para limpiar la tierra de minas. De modo que decidimos ir al cementerio por voluntad propia en lugar de por azares del destino, y pasamos la noche en un camposanto en la localidad de Buna. Ya dijimos en una ocasión que los cementerios son lugares de reposo bien valorados por los viajeros: casi siempre hay agua, césped, un buen lugar para poner la tienda, es tranquilo y no suele haber gente por la noche. El cementerio de Buna no reúne ninguna de estas condiciones: la fuente se ha congelado, así que no hay agua corriente; en lugar de césped el suelo está cubierto por piedras y grava; no existe ninguna posición desde la que la tienda quede escondida de la carretera; ni mucho menos es tranquilo y la vida nocturna es bien agitada. Por lo menos es un suelo seguro donde pisar.


    Esperamos al anochecer para poner la tienda, pero esa noche dormimos muy poco. A medianoche un coche aparca justo en la puerta trasera, muy cerca de donde estamos nosotros. La actitud del conductor se nos hace muy extraña: al principio pensamos que puede ser una pareja en busca de intimidad, con el motor encendido para mantener la calefacción. Pero al cabo de un rato largo el hombre apaga el motor y sale del vehículo. Creemos que no nos ha visto, pero no tenemos la certeza. Tampoco sabemos qué está haciendo ahí fuera, en plena noche. Nadie emplea tanto tiempo para fumarse un cigarro. No conocemos (y preferimos no imaginar) sus intenciones, ha llegado con las luces apagadas y ahora espera a la intemperie. Pasan treinta minutos, una hora, dos horas, y al fin vuelve al coche. Entra y sale varias veces, y al fin, alrededor de las tres de la madrugada, se marcha de nuevo con las luces apagadas. Cerramos los ojos pero no por mucho tiempo, porque poco después serán unos perros quienes nos quiten el sueño. Ahora es una pareja de chuchos quienes están detrás de la puerta trasera. Nos han descubierto y nos ladran con todas sus ganas. Y no parece que se vayan a ir. Queda poco para que empiece a amanecer, así que decidimos recoger todas cosas lo más rápido que podemos y marcharnos de este lugar de descanso eterno.



    Dubrovnik.

    Publicado hace 9 años #


  28. Ponemos fin a nuestra pequeña incursión por el interior para dirigirnos hacia Dubrovnik, donde de nuevo tenemos la suerte de que el frío ha ahuyentado a los turistas. Disfrutamos de la parte más frívola de la ciudad, aquella plagada de bares, restaurantes y tiendas de recuerdos, pero también nos dejamos caer por el salón que conmemora la memoria de los que murieron defendiendo la ciudad durante el asedio sufrido entre 1991 y 1992. En el libro de visitas un mejicano ha dejado escrito las siguientes líneas:



    “¡De qué sirve tanta historia, de qué sirve tanta sangre derramada, de qué sirve tanto muerto! ¡De qué sirve todo esto si Europa en vez de ser noble se ha vuelto un cuadro de vanidad, engreimiento y grosería!
    ¡Qué desencanto estar en Europa y

    ya no encontrarcorazón ni hospitalidad! ¡Lástima! ¡Tanta historia en vano!”





    Dubrovnik. Gabi, no te escondas.


         
    Por increíble que parezca, hasta las guerras tienen cosas buenas, o al menos fue así para la familia Simic. Svoncica (que significa Campanilla en español) e Ivan eran dos adolescentes cuando se conocieron en Alemania, gracias a un programa que se llevó lejos del escenario bélico a los niños de la guerra. Mantuvieron el contacto durante años, hasta que un día volvieron a unir sus vidas, esta vez para formar una familia. Ellos nos acogerán unos cuantos días, durante los cuales podremos reparar la tienda, coser desperfectos, recuperar un poco de vida social y contemplar a cubierto otra terrible arremetida del Bura, convertida en tormenta eléctrica y granizo. Son días felices en Mlini, uno de los pueblos más bonitos del sur de Croacia, en los que podemos celebrar mi cumpleaños (entramos ya en la treintena) y recuperar un poco de nuestra olvidada vida social a través de internet. 



    Los Simic, en Dubrovnik.



    Pero el viaje tiene que continuar y ya hemos decidido que vamos a decir adiós a la costa por lo menos hasta que lleguemos a Grecia. Nuestra despedida del mar es por todo lo alto, y nunca mejor dicho. Dejamos atrás Croacia y nos dirigimos a la bahía de Kotor, en Montenegro, el fiordo más meridional de Europa. De nuevo, tenemos problemas para encontrar lugar para acampar en una línea costera superpoblada, por lo que nos vemos obligados a seguir avanzando a pesar del cansancio y de que el sol empieza a caerse por detrás del horizonte. Así llegamos a Zelenika, después de dejar atrás la ciudad de HerzegNovi, donde decidimos cambiar de táctica a la hora de buscar un sitio donde pasar la noche. Nos metemos por una callejuela del pueblo e intentamos llegar hasta las afueras, donde seguramente haya campos de cultivo o, con suerte, la montaña todavía tenga una pendiente suave. Y, efectivamente, llegamos al final del pueblo, pero todos los terrenos más o menos llanos están vallados. Intentamos comunicarnos con un granjero, que al final recurre a su hija, trabajadora en un hotel. Así conocemos a Adriana, que nos prepara el mejor café turco que hemos probado hasta el momento, y que nos ofrece quedarnos en una pequeña habitación que tienen sobre el pajar, donde dormimos calientes y secos.




    El fuego del "hogar". Zelenika, Montenegro.





    Boka Kotorska.

    Publicado hace 9 años #


  29. Al día siguiente encaramos la etapa ciclista más exigente de este viaje, donde trepamos con las bicicletas por la pared del fiordo, desde la ciudad de Kotor, a nivel del mar, hasta los 1.200 metros de altitud. Decidimos tomarlo con calma, por lo que el segundo día dormimos cerca de Cetinje, en un pequeño campo junto a las ruinas de una casa de piedra. El frío es intenso, dentro de la tienda llegamos a los siete bajo cero, y a Gabi se le ocurre perder los guantes justo la mañana en que más falta le hace. Los perros pastores nos persiguen, la cuesta arriba continúa, pero volvemos a ser inmensamente felices. Nos deleitamos con los paisajes del invierno, esas fotografías en sepia que comentaba un famoso aventurero gaditano, la nieve alrededor y el monte Lovcen al fondo. Descendemos hacia Podgorica, capital de Montenegro, sabiendo que nuestro problema no era que nos hubiéramos cansado de viajar… simplemente nos hemos vuelto exigentes, ¡o quizá justamente lo contrario! Ya no vamos en busca de lo superlativo: lo más bonito, lo más viejo, lo más grande. Solo ansiamos lo que sea diferente. La sorpresa, la chispa de la vida que salta a tu encuentro.





    Nieguši, Montenegro.



     

    Fresco atardecer.





    Vista de Cetinje, antigua capital.

    Publicado hace 9 años #
  30. Flipo en colores!  

    Publicado hace 9 años #