JUEVES
Nos levantamos con la idea de desayunar y comprar un mapa de Portugal pero está todo cerrado.
Salimos siguiendo el paseo marítimo de Viana do Castelo y llegamos a Vila do Conde. Este sitio me gusta. Quizás es lo que más me ha gustado de lo poco que hemos visto de Portugal.
Seguimos hacia el sur por carreteras secundarias y empezamos a darnos cuenta de una cosa muy peculiar: los coches nos pasan rozando de un modo alarmante.
En un puente un coche me pasa a menos de un palmo de la mano a toda velocidad. En otro me salgo un poco a mi izquierda para que no haya duda de que no puede pasar y tenga que esperarse por narices y el hombre pita y me pasa a toda pastilla a escasos dos centímetros de mi. Alucinamos. En los pueblos (muchos de ellos en fiestas), hay muchos coches aparcados en el arcén y hay que esquivarlos; entonces los coches nos pasan rozando todo el tiempo, incluso, cuando apenas caben dos coches, nos cruzamos, el coche que hay a mi lado, el del lado contrario y yo. Estamos alucinados. Los coches y los camiones nos pasan rozando incluso cuando hay carretera libre y se pueden apartar. La cosa es tan extrema que no entendemos nada. Y sin embargo aquí hay mucha afición a la bicicleta. Se ven ciclistas por todas partes.
Según nos acercamos a Oporto el tráfico se hace más denso.
Dejamos las carreras secundarias porque en el mapa que hemos comprado, unos kilómetros antes, todas acaban confluyendo en una general. Un camión me pasa a más de cien kilómetros por hora, tan cerca, que tengo la rueda trasera en mi oreja. Entra en ese momento en un bache y es como una explosión. Miro a Pilar que va encogida. Siento que nos la estamos jugando como nunca.
Salimos a una nacional en obras y todo se pone peor. No hay arcén. Los carteles marcan cincuenta y los coches pasan a ciento treinta. Los camiones a más de cien. Debemos estar a escasos tres kilómetros de Oporto. Si estuviera paseando en bicicleta en medio de una carrera de camiones en un circuito me sentiría más seguro que aquí. Esto que estamos haciendo es una locura así que, en un momento dado, decido parar y nos refugiamos en un carril en obras.
Salimos caminando de esa nacional-autopista de locos, por una salida en dirección contraria. Llegamos a un pueblo y paramos a comer en un parque. Estamos agotados de la tensión que ha supuesto rodar así. No tenía sentido; era una cosa de locos.
A partir de ahí tiro de GPS y trato de seguir la costa de urbanización en urbanización. Preguntamos pero debe ser complicado porque no entendemos las explicaciones que nos dan. Siempre es algo asi como: “sigue derecho, una rotonda y sigue derecho”. Pero cuando hacemos eso, o no hay rotonda o si seguimos derechos nos vamos en dirección contraria al quinto pino.
Al final vemos una estación de metro (Pedras Rubras).
Cargamos las bicis y nos bajamos en una estación de tren que se llama Campanha.
Allí decidimos que no nos apetece rodar más en estas condiciones. Todo esto es muy turístico y apenas nos quedan días de vacaciones para perderlos así.
En Campanha sacamos dos billetes de tren para regresar a Viana Do Castelo. A la hora de coger el tren (¡corre que lo perdemos, pero corre, corre!!!) Nos damos cuenta por casualidad, después de tres días de andar por Portugal, que aquí es una hora menos. Pilar se parte de risa en el andén mientras trata de coger aire. Ya nos vale. Somos un caso; es lo que tiene vivir fuera del mundo. Ahora nos cuadran algunas cosas que nos han pasado estos tres días.
La subida al tren Portugués también es un número. Me subo en un vagón que marca que es para bicicletas, sillas de ruedas y carritos de bebé.
La verdad es que no me imagino como puede subir una silla de ruedas ahí, porque yo he estado a punto de caerme a las vías entre el tren y el andén.
Cuando por fin estoy arriba aparece el conductor del tren y me dice que aquí no, que le sigamos. De nuevo a bajar las bicis y a subirlas al primer vagón. Quiere meterlas en un pequeño camarote detrás de su cabina donde no cabe ni un triciclo de niño. Todo el tiempo dice algo así como: “l...as bicis aquí, es complicado, es complicado…”
Al final lo conseguimos. Pienso que para bajar va a ser un número. Literalmente el tren va a tener que esperar hasta que acabemos.
A las cinco y media llegamos a Viana do Castelo. Pilar y yo hemos ensayado una coreografía como la de los boxes de los fórmula uno. La gente se arremolina en el andén cuando se detiene el tren, pero Pilar abre la puerta y les lanza las alforjas a la cabeza, luego se lanza ella y recoge las bicis que yo, desesperado le voy acercando desde la plataforma. Hay una altura considerable desde la plataforma del tren hasta el andén.
Cuando acabamos nos tiramos en un banco del andén ¡qué estrés! Pero ya estamos de nuevo aquí.
Vemos que están en fiestas y aprovechamos para darnos una vuelta por el casco histórico de la ciudad.
… Y decidimos vestirnos con los trajes más adecuados para la ocasión …
Ya en el coche, cargamos los trastos y las bicis de nuevo y regresamos a España. Conduciendo se nos hace de noche y nos salimos de la autopista. Paramos en Ribadavia, capital de la Denominación de Origen del vino de Ribeiro, y nos instalamos en un hostal.