Seis de la mañana: el despertador suena y me destroza el cerebro. No me entero de nada hasta que, poco a poco, me acuerdo que ayer lo puse porque hoy me voy de ruta. ¡Bien! Hoy este trasto suena por una buena causa.
Me levanto y a tientas me preparo un café bien cargado. La casa está helada. Fuera, en la calle, debe de hacer un frío matador, pienso.
Ayer dejé las cosas preparadas, así que no me voy a retrasar. Las botas de montaña, un par de calcetines buenos y otros no tanto, el culotte térmico, dos camisetas de manga larga, un forro polar, un cortavientos, una braga para el cuello, un pasamontañas, dos pares de guantes y otros de escalada en hielo para el descenso. Eso es todo lo que voy a llevar encima.
Ayer, en la televisión dijeron que, de nuevo, iban a caer en picado las temperaturas. El invierno se me está haciendo duro; ya no tengo los huesos para estos fríos.
Saco el billete de tren, que desde mi estación son siete con cuarenta euros. Voy a Segovia.
Es martes y la gente va a su trabajo. En el andén observo sus caras de sueño y de desencanto, mientras me voy quedando frío.
A las siete y cuarto, más o menos, llega el tren. Cruzamos la ciudad. Las autopistas que rodean la ciudad están completamente colapsadas. Es un río de de luces rojas y gente totalmente atrapada en las dinámicas absurdas de sus vidas. El coche, la oficina, el piso, los niños, la hipoteca... Probablemente algo cambie en cualquier momento y la gente descubra que no han venido al mundo para esto. ¿De que sirve la estabilidad si uno no vive nunca?
Las estaciones pasan y vamos dejando la ciudad atrás. En el tren ya no queda nadie. La temperatura fuera oscila entre los cero grados y los cuatro grados bajo cero. Yo me he quedado frío. Estoy destemplado y busco una de las toberas de la calefacción del tren. La encuentro y ahora todo es mejor. Me acurruco en la rejilla. Miro por la ventana. Aún no ha amanecido. Pienso en que he traído poca ropa; dentro del tren llevo puesto todo lo que tengo excepto los guantes. Si estoy helado ahora, ¿que va a pasar mientras suba el puerto? Dudas y dudas, siempre es la misma historia. El cerebro es una máquina de detectar amenazas y se dedica a eso todo el tiempo...