Llegamos al cuarto día y hay un cambio de planes. La idea original era dirigirme a San Antolín de Ibias (Asturies), subiendo el Puerto de Ancares, pasando por Balouta y de ahí a San Antolín por Pelliceira. En este recorridos me esperaban los paisajes más remotos y aislados del viaje, con lo que tenía ganas de hacerlo. Sin embargo, no pude encontrar alojamiento en ningún sitio en Ibias: en plena pandemia, parece que las remotas tierras del occidente astur habían sido la elección de numerosas personas, quizás por su aislamiento.
En principio, solo me quedaba la opción de la acampada libre. Sin embargo, las altísimas temperaturas de aquel día (superamos los 35˚ C, con una humedad notable) y la perspectiva de no poder ducharme en condiciones tras una etapa tan dura (sí, lo sé: me estoy volviendo viejo), me llevaron a cambiar de planes, acortando en un día mi excursión.
Día 4 (jueves 6 de agosto): Pereda de Ancares-Cangas del Narcea
Tras consultar al dueño del hotel rural, me decido a abandonar el valle de Ancares por Suertes, camino de Asturies. El hombre me había asegurado que había dos subidas, pero que solo 3 km eran realmente duros. Así que, tras un desayuno gozoso en la terraza, salgo dirección Candín para tomar el desvío hacia Suertes. Al poco de salir, me quedo sin GPS, pues no tenía más pilas cargadas pilas ni posibilidad de comprarlas en el pueblo.
Al principio de la mañana la temperatura era muy agradable, y la pista resultaba fácil de pedalear.
Pero... Interpreté mal las indicaciones del casero, y me hice una subida considerable (unos 3,5 km y 340 metros de desnivel). Al llegar arriba, tras atravesar un bosque de pinos y disfrutar de unas visas preciosas, me di cuenta del error.

En principio, la cosa no era tan grave: un poco de tiempo perdido, energías gastadas en balde. Pero la jornada ya era bastante larga de por sí (casi 80 km y 2.000 m. de desnivel) como para andar dilapidando energía. Vuelvo al camino correcto y comienzo la ascensión al Alto del Boquín (o del Cuadro), donde está el refugio del Campo de Pesca. Los 3 km duros a los que se refería el dueño del hotel se convirtieron en 5 km durísimos, al 10% de media, con rampas imposibles (al menos para mí y para mi bici, con aquel calor).

Tocaba poner pie en tierra y empujar, mientras la temperatura seguía subiendo, el agua se iba acabando y los metros apenas pasaban. Nunca en la vida lo he pasado peor: llegué a entrar en modo supervivencia, aprovechando algún arándano silvestre que me encontré y cogiendo agua de un reguero al lado de la pista para tenerlo de emergencia. Cada poco tenía que parar a descansar, y me daba la impresión de que nunca llegaría arriba. Confiaba en que en el refugio hubiera fuente, y no pensaba en otra cosa: allí podría descansar o incluso pasar la noche, aunque apenas llevaba comida.
Finalmente logré coronar y, tras un breve descenso, allí estaba el refugio, con una espléndida fuente de agua fresca y dos montañeros que amablemente compartieron conmigo algún trozo de fruta disecada. Me quedé un buen rato con ellos, entretenido en la charla y, ya con las fuerzas y el ánimo recuperados, proseguí ruta.

El siguiente tramo era el puerto de Cienfuegos, divisoria entre Asturies y León, que es también una buena subida, aunque mucho más corta y llevadera. La pista zizaguea hasta alcanzar los 1.673 metros en medio de un paisaje de montaña espectacular que voy disfrutando, pese al esfuerzo que exige el ascenso.
Al coronar, la vista se abre al norte y se divisan las montañas del suroccidente astur, mientras al sur quedan los Ancares leoneses, y al oeste Lugo. Me paro un rato y descanso mentras disfruto de la vista con la satisfacción de haber dejado atrás lo más difícil del día. Cuando estoy ante tanta belleza y tranquilidad, cualquier otro pensamiento desaparece: estos paisajes causan en mí una especie de trance ascético.
Desde Cienfuegos me queda una larga y pronunciada bajada hasta la Campa de Tormaleo, donde hay una mina a cielo abierto y en donde volveré al asfalto. En el último tramo de bajada me cruzo con dos cicloturistas que suben sufriendo el peso de las alforas y especialmente el extremo calor. Nos paramos y charlamos un rato. Ellos van a dormir al refugio de Campo de Pesca, así que les queda toda la subida de Cienfuegos. Nos despedimos dándonos ánimos, y alcanzo la carretera.
Al principio, el camino es descendente y por buena carretera, lo que lo hace cómodo y, sobre todo, refrigerante bajo el sol abrasador al coger velocidad. Son ya casi las seis de la tarde, llevo todo el día sin comer y, ahora que he vuelto a la civilización, me paro en el primer bar que encuentro. Tampoco esta zona precisamente muy habitada, ni las aldeas que hay tienen establecimientos abiertos. Dos pinchos y dos cocacolas (nunca bebo, pero qué bien me supieron aquellas), me dan la energía suficiente para lo que queda de viaje, que aún son 50 km e incluyen un puerto que resultó más duro de lo que yo creía.
