Aquella tarde, cargamos el coche con el equipaje y las bicis. Ya no cabía nada más. Empezaba, por fin, nuestro viaje.
Salimos camino de Almería; no hacía buen tiempo, pero daba lo mismo. Llevábamos semanas esperando aquello. Teníamos seis días por delante... Seis días importantes donde burlarnos de la rutina de la vida.
La primera noche dormimos en Almería. Caminamos por el paseo marítimo, tomamos un café en una terraza... Frente nosotros el mar estaba oscuro y la noche en calma. En el horizonte se veían las luces de Roquetas de Mar.
Al día siguiente seguimos el viaje. Salimos de Almería después de tomar un buen desayuno en una terraza al sol. Eran más de las once cuando nos pusimos en marcha. Había amanecido un día de viento.
Llegamos a San José y nos instalamos. Montamos en las bicicletas y dimos una vuelta para empezar a ver aquello. Era una sensación hermosa volver a rodar junto al mar, después de tanto tiempo. Recorrimos la playa y el puerto, luego ascendimos sin un plan determinado a ver la parte alta y encontramos un pequeño sendero en la ladera de unos acantilados.
Aunque no estaba previsto rodar ese día seguimos por allí. En lo alto de los acantilados el viento era muy fuerte. El tiempo había empeorado y unas nubes negras de tormenta se acercaban por el oeste. Al pasar a la otra vertiente el viento se convirtió en un vendaval. Algunas rachas eran tan fuertes que apenas podíamos mantenernos en pie. Yo tuve que quitarme el casco porque el aire, al dar en la visera, me doblaba la cabeza hacia atrás y amenazaba con romperla. En algunos puntos teníamos que pasar una bicicleta entre los dos y luego la otra. Había que tener cuidado para que no las arrastrara el viento.

