Ayer salímos mi mujer y yo con nuestras respectivas bicicletas cuando a los pocos kilómetros su rueda trasera pinchó.
Estábamos aun en zona urbana, mas concretamente en un puente a caballo entre dos poblaciones y en zona de paso de bicis de carretera y sobre todo de BTT, pues ahí empieza un buen número de caminos de tierra.
Nos apartamos de en medio de la calle a un pequeño parque con sombra y empecé a desmontar la rueda. Decir que se nos veía perfectamente desde todas partes y durante una media hora en la que tardamos en arreglar el pinchazo fuimos el centro de atención tanto de las personas que pasaban como de las decenas de ciclistas que pasaron por ahí.
Incluso nos habíamos cruzado con un grupo de diez ciclistas Tope Fashion con sus respectivos comentarios jocosos (yo voy sólo en mi tándem y mi mujer en su bicicleta) y luego volvieron a pasar delante nuestro cuando arreglaba el pinchazo.
Nadie paro ni se ofreció a ayudar hasta que cuando ya casi me disponía a montar la rueda en la bici de nuevo, un ciclista pasa y frenándose me pregunta que si necesito algo y si tengo de todo.
A ese ciclista desconocido, gracias. No lo necesitaba pero ayuda moralmente saber que alguien está ahí.
Yo estoy mal acostumbrado.
Hace muchísimos años yo era casi un crío, y un motorista alemán con mas parches en su rueda que canas en la barba me enseñó que, si un motero tiene un problema hay que dejar el casco en el suelo para que de esa manera, la próxima moto que se acerque y vea el casco sepa que tienes una avería y no te has parado a fumar un cigarro, por ejemplo.
Yo he cumplido esa norma media docena de veces en toda mi vida.
He parado a ayudar creo, seis veces. Por suerte nunca me ha echo falta a mi.
Ayer se veía de sobras que teníamos la rueda fuera. Problema mecánico.
Me supo mal que nadie parara.
No me hacía falta y le hubiera invitado a una cerveza, pero me supo mal.
Solo es una reflexión de lo que luego se convirtió en un agradable ruta.