Durante este puente pasado Kim me propuso ir con las bicis al Alt Penedès. Yo conocía algo de una ruta que hicimos hace años, la Ruta del Cava, en BTT, pero en esta ocasión queríamos pedalear por asfalto, ya que en el Penedès abundan las carreteras con encanto. Una vez decidido el destino me tocó buscar alojamiento (hablo en primera persona porque la encargada de buscar chollos soy siempre yo, jejeje). Nos alojamos en Sant Martí Sarroca, un pueblo del centro de la comarca, en la casa rural Cal Manescal. Nos adjudicaron una habitación amplia y cómoda, con nevera y todo. ¿Se puede pedir algo más por 100 euros las tres noches? Además, los anfitriones, Nati y Joan son gente encantadora, así que recomendamos sin duda el alojamiento (por cierto, Joan tiene guardadas en el garaje seis bicis antiguas, una de ellas con frenos de varilla, que quiere vender pero no sabe cómo hacerlo, así que si hay por aquí algún interesado...).
De todos modos el primer día decidimos dejar las bicis tranquilas, queríamos subir a pie al
Montmell, el "ochomil" del Penedès
Era una buena manera de integrarnos en el lugar, mirándolo a vista de pájaro.
Ya por la tarde, después de acomodarnos en Cal Manescal, nos fuimos a dar una vuelta por el pueblo. Por supuesto, subimos a La Roca, un montículo donde se encuentra la iglesia románica de Santa Maria...
... Y el Castell dels Santmartí.
El día siguiente ya tocó coger las bicis. La ruta recorrería la zona este del Alt Penedès, la cuna del cava. Ese día pedaleamos entre viñas, viñas y más viñas.
De par de mañana hacía una rasca... Basta con ver la escarcha acumulada en las zonas de sombra para comprobarlo.
Pero era igual, el sol lo iluminaba todo de una manera tan bonita que el frío era lo de menos.
Estoy acostumbrada a las masías catalanas todas de piedra, por eso me llaman la atención las del Penedès, porque suelen ser de un blanco inmaculado. Resaltan mucho en el entorno (las de piedra se mimetizan mucho más), y entre esto, los cipreses que siempre están presentes dándonos la bienvenida y los pinos piñoneros que les proporcionan sombra en verano, forman unos conjuntos en medio de las viñas que me resultan encantadores.
La pista de tierra dio paso al asfalto. Cada vez son más los caminos entre viñas que están asfaltados, lo cual hace la ruta aún más plácida.
Estamos en época de recogida de la oliva, y nos detuvimos para ver cómo lo hacían.
Esas arbequinas tan maduras más parecían uvas que aceitunas...
El 90% de la ruta fue por asfalto, bien por caminos como los anteriores, bien por carreteras tranquilas (evitamos todo lo que pudimos las carreteras transitadas). Ésta que pasa por Santa Maria de Bellver era preciosa.
Y siempre teníamos como referencia la impresionante Montserrat, la montaña sagrada de los catalanes.
Al pasar por Cavas Nadal me vinieron recuerdos de cuando pasamos por ahí, en la Ruta del Cava. Aquel día hicimos la visita guiada, allí es donde aprendí el proceso de elaboración del cava, pero lo que mejor recuerdo fue la cata. Porque, la verdad, me puse un poco piripi y luego teníamos que seguir la ruta... El caso es que teníamos que bajar por una trialera y no os imagináis la precisión con la que lo hice, se ve que el cava me quitó el miedo, jajajajaja.
El siguiente objetivo eran las Cavas Codorníu, me hacía ilusión pasar por allí, y para eso tuvimos que abandonar por un ratito la carretera.
Allí estaba, "la catedral del cava". Con lo que me gusta a mí el modernismo industrial, me quedé con unas ganas de hacer la visita... Por suerte dos días después pude quitarme la espinita.
Pero bueno, ya estaba bien de llanear, mis piernas pedían subidas. Fueron unos pocos kilómetros de una subida suave, pero sirvieron para quitarme el gusanillo y tener unas vistas de la plana del Penedès bien bonitas.
A pesar de ser las horas centrales del día el sol estaba bastante bajo, de modo que todo tenía un brillo, un color y una luz incleibles... Es lo que tiene el otoño.
Nuevamente íbamos alternando entre carreteras y caminos asfaltados, algunos tan bonitos como éste.
Pero no todo iban a ser viñas, también había tiempo para el arte, como la bonita iglesia románica de Sant Sebastià dels Gorgs.
Llegó la hora de comer y conocíamos el lugar perfecto: el bar de Sant Cugat Sesgarrigues. Nos comimos unas deliciosas tostadas con butifarra negra a la plancha y una coca-cola... El problema fue ésta última... ¡mirad qué coca-cola me sirvieron! ¿Será posible? Estuve a punto de hacerles un "sinpa" por tamaña felonía. Mira que llamarme abuela, brrrrr...
Pero bueno, la última parte de la ruta fue tan bonita que se me pasó el disgusto, jajaja. Una vez pasado todo el lío de AVE, autopista y vía de tren convencional sin mayores problemas volvimos a ir enlazando caminos asfaltados. Una delicia para ir haciendo la digestión.
Me extrañó ver un rebaño de ovejas en medio de una viña ¡pero allí estaban!
Ya quedaba poco para llegar a casa. Ante nosotros asomaba Villafranca del Penedès, la capital de la comarca. Quisimos evitar el paso por allí por el tema de tráfico, pero es una ciudad que sin duda merece una visita.
Nosotros preferimos volver a Sant Martí Sarroca por caminos tranquilos, buscando las curvas y no las rectas en un vano intento de que la ruta no terminara nunca.
Pero ante nosotros apareció de nuevo la Roca, con su iglesia y su castillo, y los últimos rayos del sol iluminando sus torres. No había duda, la ruta había llegado a su fin.
Al día siguiente nos dirigimos hacia el oeste. Sin perder de vista las viñas, la ruta se dirigía a las montañas y bosques del Penedès. Fue una ruta más exigente pero igual de bonita.
Volvió a amanecer un día con un cielo escandalosamente azul. Esas primeras luces de la mañana, ayyy, que me entra la nostalgia...
¿Cuántos años tendrán estas viñas? No me digáis que no son preciosas.
Y esas carretera desiertas en suave ascenso, mmmmmmm...
Conforme íbamos subiendo comenzaban a escasear las viñas y a aumentar los bosques, pero en cuanto había un trocito de terreno llano... ¡otra viña!
Y más masías dispersas por aquí y por allí...
Tras la subida, la bajada, nos dirigíamos hacia Torrelles de Foix.
Kim me tenía preparada una sorpresa. Después de pasar por Torrelles de Foix me dijo, vamos a dejar por un momento la carretera y candar las bicis. Eso hicimos y nos fuimos a visitar Les Dous, una fuente de 35 caños que surge del río Foix en un rincón encantador. Una bonita sorpresa.
Nuevamente nos tocaba subir, esta vez durante unos cuantos kilómetros. Pero no era una subida dura, y si además el entorno era tan bonito como este desfiladero del río Foix, pues se hacían como si nada.
Eso sí, para atravesar el pueblo de Pontons la carretera se empinaba de verdad.
Llegamos a una especie de meseta, un valle agrícola y ganadero, y allí volvimos a ver un rebaño de ovejas. ¿Por qué tendré yo esta fijación con las ovejas? Oveja que veo, oveja que fotografío, jajajaja.
Pedalear por esta zona ondulada en suave sube-baja fue una delicia.
De vez en cuando asomaba por allí algún roble que se mimetizaba perfectamente con las viñas.
El caso es que ya íbamos teniendo mucho hambre, así que nos desviamos hacia Aiguaviva y entramos a un restaurante. En la carta tenían amanida de xató. Se trata de una ensalada de escarola, bacalao, anchoas, atún y olivas, aliñada con salsa romesco (a base de tomates, almendras, ajos y avellanas). Es una ensalada muy típica de la zona y muy apreciada, de la que ya me había hablado Kim. Y quise probarla. Estaba muy rica pero la verdad, ojalá la hubiera pedido como plato único, ¡cómo llenaba! Porque ese plato, aunque no lo parezca, era muy hondo. No pude acabarla pero me gustó mucho (mira que no me entusiasma la escarola, pero con esa salsa, mmmmm).
Al igual que el día anterior, habíamos diseñado la ruta para que la última parte, después de comer, resultara sencilla. Primero teníamos ante nosotros un largo y revirado descenso. Antes de comenzarlo echamos la vista atrás para despedirnos del Montmell, al que habíamos subido el primer día.
El descenso del puerto fue una gozada, no sólo por las continuas curvas y contracurvas sino también por las magníficas vistas de la plana del Penedès que se abrían ante nosotros.
Una vez en Sant Jaume dels Domenys abandonamos de manera definitiva la carretera. Volvimos a los caminos asfaltados entre viñas y masías. Podría insistir en lo precioso que estaba todo, pero creo que será mejor que las fotos hablen por sí solas.
Eso sí, estos caminos a veces esconden trampas en forma de fuertes pendientes. No hay problema si, como en esta ocasión, te tocan en bajada, jajaja.
No me digáis que viendo esta foto no os entran ganas de teletransportaros y comenzar a pedalear por esos caminos, buaaahhhh... ¡yo quiero estar allí!
Pero las sombras no engañan. Eran tan largas que quedaba claro que el día se acababa, lástima...
Y como por arte de magia, ¡plop!, estábamos de nuevo en Cal Menescal, a punto para ver la puesta de sol.
Habían sido unos días tan bonitos que daba pena irnos de allí. Pero aún teníamos una cosa pendiente. Yo me había quedado con muchas ganas de visitar las Cavas Codorníu, así que de vuelta a Sabadell, al día siguiente, hicimos una parada para hacer la visita guiada (quedaban dos plazas libres, tuvimos mucha suerte). Están consideradas como la "catedral del cava". Construidas entre finales del siglo XIX y principios del XX están declaradas Monumento Histórico Artístico. Fueron encargadas al arquitecto Josep Puig i Cadafalch, importante representante del modernismo catalán.
Era la típica visita en la que te van explicando el proceso de elaboración del cava, pero eso ya lo recordaba de la visita a Cavas Nadal. Lo que más me interesaba en este caso era el tema arquitectónico. Y se me caía la baba...
La mansión de los amos es una auténtica potxolada.
La antigua zona de prensa es ahora una zona de museo.
Y las cavas subterráneas, buffff, unos laberintos kilométricos a lo largo de cinco pisos, ¡excavados hace un siglo a pico y pala! Alucinante.
Me encantó la visita. Creo que fue el perfecto colofón para unos días preciosos en el País del Cava.
En fin, que el Penedès es otro paraíso ciclista. Si viviera por allí nunca me cansaría de meterme por caminitos asfaltados e irlos enlazando. Una maravilla a la que ha contribuido, sin duda, el tiempo tan espectacular que nos ha hecho.
¡Bici, bizi, vici!