Si el tiempo me apremiaba y el regreso debía cuadrarme a toda costa, qué pasaría si el tiempo se detuviera? O si el tiempo se acabara?
El tiempo. Fraccionable tiempo. Un par de décimas de segundos pueden hacer la diferencia según en qué situaciones. Llámame exagerado, pero llego a avanzar un par de décimas más y hubiera tenido un accidente de los buenos.
Después de bajar por la pista famosa, llegué al asfalto.
En un sitio llamado Casomera hay un puente sobre el río Aller. Es un puente estrecho, y es parte de una ese, es decir, hay una curva antes y otra después. Es un puente con barandilla, de unos diez metros más o menos. Estaba cruzándolo cuando veo que va a entrar un todoterreno también. Está medianamente lejos. Acelera, acelera, acelera y noto que se come un poco de mi carril. Algo aceptable, cuando acelera más y continúa estrechando su trazada. Freno y me arrimo a tiempo, porque literalmente el todoterreno hace una chicane de fórmula 1, entrando a contramano sobre el primer bordillo, y pasando a no más de treinta centímetros de mi rueda delantera, que se arrima indefensa hacia la barandilla a más no poder. Me sale un grito a lo scooby-doo por el susto, y le grito "Qué haces!" No llega ni a percatarse de mi existencia. Pero sí el copiloto.
El caso es que me encontré todo el rato en su punto muerto, oculto detrás de la chapa que hay entre el parabrisas y la ventanilla. Que en sus últimos cincuenta metros (que por poco no fueron mis últimos cincuenta) no me pudiese ver fue de verdad una coincidencia geométrica irrepetible. Lo sé porque le busqué la cara a nada que empezó a comerse mi carril. Y no se la pude ver.
Llámame exagerado, pero estuve a punto de no poder contarlo.