[¡Hola de nuevo! Cuelgo por fin otro párrafo. La próxima entrega será la última y definitiva con la que terminaré este relato que estoy escribiendo muy poco a poco... pero al menos esta vez conseguiré describir todo el viaje, que nunca consigo hacerlo. Gracias Soul, supongo que lo del "moderato" tiene que ver con la velocidad del compás de los aplausos... Espero en cambio que el relato tenga el suficiente "ritmo" como para no aburrir o que no canse tanto la manera martilleante de dar demasiado "bombo" a los sentimientos internos. Y siempre quedando en metáfora musical, me parece que al escribir estoy aprendiendo que no todo se puede tocar siempre en "fortísimo" y son necesarios algunos "decrescendos" de vez en cuando, jeje. Copio y pego]
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Ya se las oí cantar a Mary Poppins las bondades del azúcar, y treinta años después tengo que darle la razón. La verdad es que nunca lo tomo. Lo evito. Las veces que hago una excepción, nada más tomarlo empiezo a notar que la boca se me vuelve pastosa. Ni para tragar píldoras lo gasto.
Si me tomo ahora este “azucarillo de emergencia” seguramente me recuperaré, pero la neura de causar sin querer justo el efecto contrario está ahí, por eso de meterle al cuerpo demasiado azúcar de golpe. No entiendo nada de luchas insulínicas: supongo que todo va a depender de la dosis. Lo adecuado quizás sería ir tanteando comedidamente el asunto comiéndome primero la mitad, pero… hala: ¡todo de golpe y sin medias tintas! Umh… lo parto, muelo y mastico, oyendo y sintiendo el crish crish entre las muelas, dejándome trozos debajo de la lengua como si fuera una pastilla a asimilar lo más rápidamente posible. En sangre tengo la glucosa en números rojos; tanto que la sangre misma la debo de tener más amarga que un pomelo… ¡y me está amargando estos últimos kilómetros!
Crish crish, Crush, Crish. Ñam.
¡Glup!
Lo que da un terrón de azúcar estuchado, ¿verdad? Primero lo del envoltorio y sus alegorías, ahora el ritual libatorio del contenido… luego serán mis reacciones, o sea las de mi cuerpo, o más bien ciertas reacciones del organismo y de esos músculos que necesitan comer (que a la mínima que les dejo sin provisiones me montan una huelga que me paraliza todo).
Un simple azucarillo: un par de valiosos centímetros cúbicos de crujientes granitos blancos prensados. Qué bien me va a venir. Me entrará como agua de mayo ofrecida por una mano de santo en un vaso medio lleno: todo un antídoto contra el desvanecimiento… por una vez el granulado blanco es un antídoto más que veneno dulzón.
El paisaje cambia, esfumándose ese pequeño mundillo por el que he estado pedaleando hasta ahora. Los terrenos de cultivo son ahora grandes extensiones de frutales y viñedos. Cambia incluso la carretera y se ensancha; se abren los horizontes. El cambio me gusta al principio pero luego el entorno dejará de ser sugerente y perderá ese aspecto mágico. Es que en aquel útero del valle lento y estrecho de antes estaba yo a gustito y me sentía muy bien resguardado, pedaleando en esa posición fetal de ciclista agachado, soñando libremente en el vientre de Madre Naturaleza.
Llaneando llego a un cruce que a primera vista parece importante, así que me da por ubicarme y ver las posibilidades que la ruta me abre: desdoblo la hoja del mapa y la consulto. Tan cansado como estoy se me van a juntar un problema de aritmética con uno de geometría que no sé si la fatiga misma me permitirá resolver. Estudiando el mapa, veo que me encuentro en un extremo de una especie de trapecio rectángulo: si tuerzo a la izquierda alcanzaré de nuevo la Nacional gorda de la que antes me desvié a propósito, la que me hará bajar directo a Calatayud. Si prosigo recto iré a parar a otra carretera Nacional: la antigua N-II que viene de Madrid y pasa por “Calata”, como la llama Javi, entrando por el oeste de la ciudad. Se me presenta el dilema. Y en las circunstancias en las que estoy casi no cabe el desacierto: debo optimizarlo todo, no puedo equivocarme. El caso es que quiero llegar a su casa: me falta “poco” (en cuanto a distancia por lo menos), pero en realidad aún puedo estar muy lejos. La geometría irregular del trapecio me lleva a confusión, así que es mejor que me tome mi tiempo para calcular la suma de los kilómetros y ya está. Me salen cuatro más si vuelvo hacia la N-234. Pero hay algo más crucial que quiero saber, y justo al caso viene una furgoneta con dos agricultores que coincide conmigo en ese cruce (que para mí se ha vuelto en toda una encrucijada). O recto o a la izquierda, para empezar. Hacia lo desconocido y tal vez monótono si prosigo recto, mientras que si que cojo este ramal de la izquierda llegaré a la nacional gorda: desde luego llegaría así a lo malo conocido de la ecuación y del trillado refrán.
«Perdona –les grito de lejos--. ¿Para llegar a Calatayud por dónde hay menos subidas, por aquí o por allí?»
No me oyen. Me acerco y menos mal que deciden esperarme, porque la verdad es que estábamos bastante separados y ya habían dado la curva. Vamos… que habrían podido hacerse los longuis y pasar de mí sin llegar a infringir ninguna convención social. Pero ni el aislamiento del habitáculo, ni la inercia de pisar el acelerador han podido evitar que se parasen en seco para hacerle caso a un ciclista desorientado que pide ayuda. El conductor era nuevo en la zona y no conocía aún el lugar… ni la lengua española en verdad. El acompañante dudaba sin saberse decantar por ninguna de las dos opciones. Con gestos más que indecisos acompañados de unos cuantos “yocreos”, me aconsejaba --con muchas reservas-- torcer hacia la N-234.
En el marco de la geometría del trazado, a la variable aritmética de la simple suma de kilómetros le acabo de añadir quizás la variable más física de todas: ¡la pendiente! ¿Será que los planos inclinados son parte de la Física por el esfuerzo físico que supone subir un repecho, una rampa… un puerto? ¿Habrá un nexo conceptual o acaso etimológico entre las dos palabras? Por algo será que llego a preguntármelo ahora.
Desde su perspectiva iban a ser como mucho un par de repechos ligeros. Según mis piernas, ya el primero me ha dejado casi K.O. No sé de qué me quejo: ¡seguro que no seré yo el primer cicloviajero al que le pasa eso! En este mismo instante seguro que en el mundo habrá otra persona viajando en bici que haya recibido indicaciones y esté pensando “Vaya vaya… ¡menos mal que según él era todo llano, que si no vete tú a saber!”
Justo en ese momento recibo un mensaje de Javi preguntándome qué tal voy. Contestarle a él es en cierto modo contestarme a mi mismo, y necesito contestarme con sinceridad. Le pongo que tardaré mucho en llegar aunque me falten poco más de una veintena de kilómetros porque tengo encima un pajarón de la leche. “Enviar Mensaje”… “Mensaje Enviado”… cuatro pedaladas más y empieza el repecho que me dejará casi K.O. Pero por lo menos Javi está avisado de que voy a llegar tarde, así que prisa ninguna. Una curva más y desde lo alto puedo ver lo que me espera. Así que las dos rayas curvilíneas del mapa se transforman de repente en paisajes, en caminos para rodear o subir colinas y lo que queda de milenarias montañas erosionadas. Cervera (la segunda Cervera que me encuentro en el camino) está ahí delante a mi izquierda, bajando el leve descenso de esta carreterilla. Luego, otra vez en la Nacional me esperará ese último repecho largo y regular cuya longitud aprecio ahora de canto. Pasada esa colina --y aunque no se vea-- debe de estar Calata. No hay más: un último esfuerzo y llegaré a casa de los familiares de Javi, poniendo fin a esta sensación de nomadismo. Una noche normal, en una casa normal con una familia normal, o en todo caso especial. Si la historia se repite, esta vez volveré a gozar de la hospitalidad que me ofrecieron en invierno. Tres generaciones de pura hospitalidad, de quienes abren la puerta de su casa sin esperar nada a cambio, tratándote como uno más… si eso, con interés e incluso cariño. Por casualidad coincidiré justo el día de una celebración familiar, la del sábado, a la que me uno gratamente (que eso también es viajar). El domingo tardaremos en desclavarnos de su casa, al no encontrarse él bien del todo y dudando de poder emprender el viaje. Así que en el tiempo libre del sábado y domingo improvisaré un relato sobre el viaje que estoy haciendo. Empezaré a escribir sin ton ni son intentando revivir la intensidad de las sensaciones del viaje aún en curso.
De todos modos, hoy es viernes aún… y todavía no he llegado a Calatayud.
Como iba contando, me falta aún un puñado de kilómetros, y después del repecho nadie me parará. Volveré a correr de nuevo por la N-234, una vez más a plato, quemando voluntariamente el segundo azucarillo (el que en principio era para emergencias). El ver claro el terreno, el temor a los camiones así como las ganas de llegar o el rodar sobre un buen firme son unos cuantos factores que soplan a mi favor como el más potente de los vientos. Llego adonde Javi en un tiempo impensable para mí quien lo único que tengo que ver con la velocidad es ser pariente lejano de uno de los velocistas más célebres de la historia de las pistas (de otras pistas, las que no tienen peralte y por las que no se pedalea). Si en principio preveía llegar en dos horas y media, en poco más de hora y media resulta que ya estoy tocando al timbre de su casa.
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