Día 3: Carcaboso-Valverdede Valdelacasa
·Distanciarecorrida: 81,3 km (acumulada: 251,4 km)
·Tiempo en labici: 5 h. 22´
Por la mañana, el camino me lleva hacia Valdeobispo por una carretera local sin tráfico. Como siempre, estas primeras horas son las más agradables por la temperatura. Tras otros pocos kilómetros de asfalto desierto en ligero ascenso, tomo el camino hacia Cáparra, cómodo aunque algo arenoso.
Llego justo a la hora de apertura del centro de interpretación. Me detengo bajo el mismo arco de Cáparra (sin duda, una de las imágenes icónicas de la Vía de la Plata) y un operario se ofrece a hacerme una foto. Le agradezco el gesto: al viajar solo, apenas tengo fotos mías y, aunque no soy un forofo del selfie, tampoco es plan de hacer un viaje y que no quede constancia gráfica alguna. Charlando con él, me dice que hay dos peregrinos en el centro de interpretaciónn, y que ellos le habían dicho que vendría detrás uno en bici. Evidentemente, eran mis compañeros de albergue. En agosto somos tan pocos en esta ruta que estamos controlados, jeje.
Visito el pequeño pero interesante museo en el que se explica cómo era la ciudad romana de Cáparra, donde están haciendo excavaciones arqueológicas. Me tomo el primer café del día (de máquina, eso sí) en compañía de mis dos compañeros de albergue. Me cuentan un poco de su viaje (hoy han salido a las 5 de la mañana), de la dureza de las etapas largas con apenas pueblos, de las dificultades de cargar con agua para tanta distancia. A su lado, yo con mi bici somos casi turistas de primera, aunque no tanto como creen: calculan que yo haré medias de 25-30 km/h, y se sorprenden cuando les digo que son más bien 15 km/h . Al salir de la exposición, veo que un gato ha elegido mi sillín como lugar de reposo, pero huye antes de que pueda retratarlo en tan cómoda postura. Sigo mi ruta y decido abandonar el camino y volver a la N-630, que ya no abandonaré hasta el alto de Béjar.
El planteamiento del viaje cambia ligeramente en los tramos de carretera nacional. Aunque sigo disfrutando de la soledad y del paisaje, el asfalto invita más al pedaleo continuo y menos a las paradas a admirar la naturaleza. Los kilómetros van cayendo con comodidad, y me cruzo con un cicloturista; nos saludamos, él incluso hace sonar el timbre. A estas alturas, acercándome a ya a Aldeanueva del Camino, el terreno empieza a picar un poco hacia arriba. Sintiéndome fuerte, no me detengo y sigo hasta Baños de Montemayor. Este último tramo ya me cuesta un poco: la subida va haciéndose notar, el mediodía se acerca y la temperatura vuelve a coquetear con los 40º. Hora de reponer fuerzas y descansar.
En Baños me siento en una terraza a disfrutar de la preceptiva cervecita y su correspondiente tapa. ¿Adivináis qué tapa? Bingo, unos callos, jejeje. Han sido otra constante del viaje, aunque nunca lo hubiera pensado. Estoy en plan diletante: me da pereza subir el puerto de Béjar con ese calor, en la terraza a la sombra se está muy bien, y estoy entretenido viendo desfilar el mundo por delante de mí. Por allí aparecen los dos Migueles, padre e hijo. Se detienen, nos saludamos, me cuentan que no pararán a comer porque les daría pereza luego la subida, y continúan ruta. Yo, perezosillo, me tomo otra cerveza, que llega acompañada de una llamada de casa: me han dado plaza en un centro a dos pasos de donde vivo. Doble alegría (destino y bebida), y motivo para tomarme con calma el día.
Finalmente, tras una parada mucho más larga de lo previsto, arranco con la burra. Sol de justicia, 39º a la sombra, tres de la tarde y afronto las primeras rampas del puerto de Béjar. Los recuerdos de cuando pasaba por allí en coche me infunden respeto, y las dos primeras revueltas para salir del pueblo no me tranquilizan. Plato pequeño (un 28) y corona de 23 y a darle al molinillo. Mantengo con comodidad (relativa, claro, que la bici pesa como una condenada) los 9-10 km/h y el ánimo responde. Antes de que me de cuenta, entro en la provincia de Salamanca, el temido puerto se ha acabado, y me llena una sensación de satisfacción. Creo que cada día me encuentro mejor físicamente.
Abandono la carretera antes de entrar en Puerto de Béjar para volver al Camino de Santiago. El cambio es radical, y ahora bajo por entre castaños y robles, siguiendo una pista preciosa. El cielo se nubla, y el calor afloja. Todo fluye y disfruto de la bici, del paisaje, del olor…
Pero el cielo sigue oscureciéndose y comienza a llover justo cuando tomo una pequeña carretera local sin tráfico alguno. Al principio las gotas me refrescan y lo agradezco, pero la cosa se pone seria y la tormenta descarga con fuerza. Cubro las alforjas con la funda y continúo, pero llega un momento en que pedalear con una lluvia tan torrencial se hace incómodo. Busco refugio en el alero minúsculo de una casa abandonada, y espero a que amaine. Un grupo de ciclistas de carretera con los que me acabo de cruzar vuelven a pasar por delante de mí: también han decidido dar la vuelta.
En pocos minutos vuelvo a pedalear y, tras un cruce, asciendo por otra carreterita hasta Calzada de Béjar. Un kilómetro, marca una señal en el cruce, pero no dice de cuántos metros: el tramo, de pendiente notable, se me hace eterno.
Al llegar al pueblo busco un bar; esta vez mi mente no ve cerveza, sino café… Me acerco al bar La Plaza y a la entrada, bajo una cubierta en la que hay un futbolín, veo las bicis de mis compañeros accidentales, padre e hijo. Allí estaban terminándose un helado, a refugio de la tormenta, que les pilló a las mismas puertas del pueblo (suerte, se ahorraron la mojadura).Salimos de Calzada de Béjar juntos, y así seguiremos hasta Valverde de Valdelacasa, donde yo decido quedarme a dormir. Ellos prefieren seguir hasta Fuenterroble de Salvatierra, pero yo estoy cansado y la idea de hacer otros 12 kilómetros cuesta arriba no me seduce. Nos despedimos y yo vuelvo a lo mío: una buena cerveza en la terraza del bar del pueblo me reconcilia con la vida. En el bar me ponen en contacto con el chaval que lleva el albergue, que me dice que en el pueblo no hay tienda alguna ni más servicio que el bar. Esa noche seré el único huésped, así que vuelvo a estar como un rey. ¿Como un rey? Bueno, para eso tendría que haber cenado, pero no fue posible. La historia de la cena y el encargado del bar me la reservo… Digamos que, parafraseando a Walter Matthau en Con faldas y a lo loco, nadie (ni nada, añado yo) es perfecto. En realidad, y por seguir con los dichos, cené como un mendigo, que es lo que recomiendan para vivir muchos años. Así que la digestión no perturbó mi sueño: no hay mal que por bien no venga.