Sábado 12 de septiembre.
Recojo todo con calma y dos horas después de despertarme,
a las 09.00 salgo a la carretera. Ha sido un acierto el cambio de ruta, voy por
una carretera apenas transitada y el resto del día va a ser igual, pasando por
pequeños pueblos en los que casi no me cruzo con nadie.
En Cachopo dejo la N124 y tomo dirección
Almeida, Zambujal.y Suades. La carretera es aún más tranquila que la anterior y
estar rodeado de árboles me hace sentir muy bien. Es raro pero diría que no me
he cruzado con ningún coche en lo que va de día y en mitad de la nada me
encuentro con dos holandeses que van en bici con alforjas, además tiran de un
carro en el que llevan a su hijo de 19 meses. Estaban tratando de hacer la vía
Algaviana pero después de 1 hora para hacer 3 kilómetros empujando las bicis
han decidido pisar el asfalto. Van en dirección contraria a la mía, así que
después de una breve conversación, cada cual sigue su camino. Por el camino me
inflo a higos, tantos que al final decido no parar a comer más. En Corte do Sao
Tomé me paro frente a un club de pescadores, que en realidad es un bar. Tiene
una silla y una mesa sucia bajo la sombra de una higuera. Está cerrado, así que
parece un buen sitio para parar a comer, pero cuando estoy bajándome de la
bici, varios hombres llegan al bar, lo abren y se meten adentro. Pregunto si me
puedo quedar sentado en la sombra y me dicen que sí. Son amables y algo toscos,
no compartimos más que unas pocas palabras de cortesía.
Me gustan los pueblos pequeños, esos
que casi no te da tiempo a pasar porque al entrar ya estás saliendo; aquellos
de cuatro casas y que dos están vacías, abandonadas en la búsqueda de un
falso futuro en la ciudad o dejadas por el peso de una muerte que nadie esquiva. Aquellos en que dos señoras conversan sentadas
a la sombra y te saludan al pasar agitando las arrugas de su mano y en los que el silencio es tan solo quebrado por el canto de los pájaros o
el motor lejano de un tractor trabajando la tierra que nos da alimento.
Después de comer, sigo
mi camino hasta Guerreiros do Rio y continúo por la carretera que sigue al río
Guadiana hasta un poco antes de Alcoutin. Encuentro lugar donde montar la
tienda y trato de meterme en el río para refrescarme. Aunque el agua se ve algo
marrón, me acerco hacia una orilla de difícil acceso entre cañas partidas y
algo de basura. Meto los pies en lo que creía barro más o menos húmedo y me
hundo hasta los tobillos. Cuando llevo tres o cuatro pasos aborto misión con
los pies negros de un denso barro que más bien parece petróleo. Monto la tienda
y ceno mientras anochece. Mañana abandonaré Portugal, lo que me da un poco de
nostalgia adelantada.
Domingo 13 de septiembre.
Por la mañana, y después de dejar el terreno
tal cual me lo encontré, empiezo a pedalear dirección Alcoutim. A los dos
kilómetros ya estoy en el pueblo y me dirijo a ver el centro histórico.
Pedaleando al azar llego a lo que parece ser la salida de los Ferris, pero no
veo ningún ferry a ningún lado del río. Son las 08.30 y apenas hay nadie en las
calles y solo veo un bar abierto. Me dirijo hacia él y me dicen que no hay Ferris,
que lo que hay son pequeñas embarcaciones que llaman taxi y que suponen que
sobre las 09.00 empezarán a dar servicio. Me siento en un banco frente al río a
esperar y a las 09.00 aparece un tipo que es quien se encarga de pasarme al
otro lado del río, despidiéndome por el momento de Portugal. Digo por el
momento porque me han hablado de la nacional 2, una carretera que llaman la
ruta 66 portuguesa y que cruza Portugal de norte a sur. He leído y parece ser
una buena ruta para ir en bicicleta y me he quedado con las ganas de conocerla,
así que no es un adiós Portugal, es un hasta otra.
Andalucía me recibe con 1 km al 10% de
desnivel positivo, vamos, que me toca subir y después, el resto de la carretera
es una larga recta, con un poquito de inclinación que avanzo con el viento
corriendo en dirección opuesta a la mía. El calor aprieta y voy avanzando
lentamente por la HU 4402 hacia Villanueva de Castillejos, lugar donde paro en
una media sombra a comerme un poco de pan con crema de cacahuete y membrillo,
buenísima combinación. Después sigo hasta San Bartolomé De la Torre. Allí paro
a conseguir agua, encuentro un par de fuentes pero ambas están sin agua, así
que lleno mis bidones en el lavabo de la gasolinera que hay saliendo del pueblo
y luego regreso al pueblo en busca de una sombra decente donde hacerme algo de
comer.
Sigo hacia Gibraleón. Del asfalto se desprende ese curioso efecto óptico
provocado por el calor. Un coche cuyo motor suena a estar enfadado con el mundo
me adelanta lo que a la velocidad de mis pedales le parece que es furiosamente
y unos metros más adelante para en el arcén. Del asiento de copiloto baja una
mujer y abre la puerta de atrás. Mi mente empieza a fantasear y me dice: “se ha
bajado para coger un refresco congelado que lleva en una nevera portátil y te
lo va a regalar”. Entonces veo que lo que sostiene entre sus manos es un bebé
llorando. Sus lágrimas apagan la ilusión que mi mente había creado y echo mano
del bidón de agua que he rellenado en la gasolinera anterior. El agua parece
que ha olvidado su función refrescante y ahora solo sirve para despegar mi
lengua del paladar y enjuagar el alma, que no es poca cosa.
Antes de llegar a Gibraleón paso por encima del
río Ódiela y desde lo alto veo que es accesible para darse un baño y además
parece una buena zona para acampar. Sin pensármelo mucho, doy media vuelta y
busco el acceso al camino que me lleva hasta él. Me doy un corto pero
refrescante baño y después busco un lugar donde acampar. Veo un cartel que
pone: “Zona deportiva de Caza”, pero siendo las 18.30 no creo que vaya a haber
ninguna actividad. Encuentro un sitio
escondido y mientras estoy montando la tienda oigo unos disparos a lo lejos. Me
quedo parado, no sé qué hacer, no quiero que me confundan con un pobre conejo.
Sigo montando la tienda y de nuevo, unos disparos al fondo: esos cabrones están
matando animales. Pienso en recoger e irme del lugar, no quiero aparecer en un
titular tipo: “Cazador mata a un ciclista por error”, no sería la primera vez.
Cuando buscaba sitio para acampar no he visto a nadie por la zona, a excepción
de una pareja al otro lado del río haciéndose los románticos. Quiero pensar que
los disparos provienen de un recinto vallado donde crían perdices y luego las
sueltan para afinar su puntería.
Si mañana escribo la crónica del día, es que
todo ha ido bien.
Lunes 14 de septiembre.
La noche fue tranquila, sin disparos ni sustos
de ningún tipo. Por la mañana me despierto a las 06.00, estoy un poco desubicado
por el cambio de hora respecto a Portugal y todavía es muy de noche, así que me
meto otra vez en el saco y vagueo hasta las 07.30.
Voy por la HU 3105 hasta Trigueros y ahí cojo
una pequeña carretera hacia el dolmen Del Soto que me lo encuentro cerrado.
Este camino es la antigua vía romana y cuenta con una fuente que antes se usaba
básicamente para dar de beber a los animales y que ahora tiene un sentido más
ocioso debido al merendero que han montado junto a ella.
Esa carretera me lleva
hasta Niebla, donde compro unas verduras en una pequeña tienda. Niebla me
sorprende con una bonita muralla y una iglesia digna de fotografiar. Me encanta
encontrarme con lugares así sin esperármelo. Sigo por la A 472 todo recto, un
camino tranquilo bajo un sol abrasador. En La Palma del Condado busco un lugar
donde parar a comer, me vale cualquier sitio donde pueda estar tranquilo y bajo
una sombra. De ese modo voy a parar a un antiguo lugar donde curtían pieles y
que se dio a conocer porque hace años se apareció la imagen de una virgen.
Al fin encuentro un lugar donde parar a comer
y lo mejor es que tiene una fuente. Cuando estoy llenando mi bolsa de 4 litros
de agua, un hombre sale por la puerta de su casa, su hija adolescente se queda
en el marco de la puerta y el hombre me pregunta:
-
¿Puedo?
-
¿Cómo? - le contesto, no entiendo
qué quiere
Y me muestra algo que lleva en la mano, pero
no alcanzo a distinguir. Entonces me parece que lleva una botella y que la
quiere llenar en la fuente.
-
Ah, si ¡claro!, le digo.
Y al acercarse veo que lo que lleva es un
panecillo y una lata de atún.
-
Pone que son 4500 kilómetros
solidarios, ¿no?
-
Sí, lo estoy haciendo para
personas sin hogar y para refugiados. Oye, muchísimas gracias.
Y se va de vuelta hacia su casa. Lo que más me
emocionó de este suceso fue el respeto con que me trató, queriendo dar, sin
ofender, sin pretender posicionarse por encima de nadie. Y para mí, una lección
a aprender, la tengo aprendida pero olvidada. Hay que vencer los prejuicios. Y
digo esto porque el hombre llevaba una mascarilla color verde caqui con una banderita
de España a un lado. Me quedo reflexionando sobre lo ocurrido. No sé qué hacer
con la lata de atún… no como alimentos de origen animal…
En Villalba del Alcor paso frente un gran
almacén de fruta y me acerco a preguntar si tienen un poco de fruta que vayan a
tirar y enseguida, sin pensárselo, se mete para adentro y sale con una bolsa
cargada de peras, paraguayos, ciruelas y plátanos. Unos pocos metros más
adelante hay un pequeño parque con unos bancos a la sombra. Me siento ahí a
comer mucha fruta y a esperar que pase un poco el calor. Sobre las 17.00 vuelvo
a pedalear y más o menos en Castilleja del Campo me empieza a doler la tripa
una barbaridad. Tengo gases y me cuesta mucho pedalear con semejante dolor.
Unos pocos kilómetros más adelante, en la zona recreativa La Dobla, en el río
Guadiana, después del desvío hacia Aznalcollar me paro y miro si hay
posibilidad de montar por ahí la tienda. Hay varios lugares que tienen buena
pinta, aunque hay algunos coches en el parquin pero confío en que cuando caiga
el sol se irán. Me siento en una de las mesas del merendero y trazo con un boli
la línea de la ruta que he hecho hoy y aprovecho para escribir estas líneas. El
dolor de tripa no se va. Cuando empieza a caer el sol, pero todavía queda un
rato de luz, me pongo en movimiento. Hay una especie de puerta con un cartel
que advierte:
-
“Animales suelto, mantengan la
puerta cerrada para evitar accidentes en la carretera”.
Paso la puerta y me adentro, alejándome de la
carretera, hacia una llanura que ofrece multitud de sitios para pasar la noche.
El lugar está lleno de cagadas de caballo y al cabo de un rato paso al lado de
unos caballos que están pastando. A lo lejos parece que está el lugar donde voy
a plantar la tienda. Elijo una pequeña abertura entre dos árboles, me da la
sensación de que ahí voy a estar bien recogido. Cuando estoy a punto de acabar
de montar la tienda oigo un ruido tras de mí. Giro la cabeza y veo a un montón
de cabras viniendo hacia mí. Entre ellas distingo a varios perros, algunos
empiezan a ladrar. Mierda, vendrá un pastor con ellas y me va a ver aquí. Trato
de poner en silencio la lona verde por encima de la tienda con la ilusa
intención de que el cabrero no me vea, pero que va, desde lo lejos me saluda.
Me acerco a él y me pregunta si voy a pasar ahí la noche.
-
Si no es un problema, sí - le
digo.
Intercambiamos algunas palabras, me pregunta
por mi ruta y me dice que al fondo está el río, por si me quiero lavar. Se
despide deseándome las buenas noches.
Cuando lo tengo todo listo, me voy a la busca del
río toalla en mano. Un baño nocturno antes de dormir me sentará muy bien. Pero
no lo encuentro y no tengo ganas de dar muchas vueltas, no vaya a ser que luego
no encuentre la tienda. Vuelvo a lo que hoy va a ser mi hogar y desnudo en
mitad de la oscuridad, me doy una ducha a bidonazos. Me meto en la tienda sin
cenar, el dolor de tripa me ha dejado tranquilo hace poco, pero creo que me
sentará bien no meterle alimento hasta mañana.
Durante la noche escucho a algunos caballos
merodeando curiosos alrededor de la tienda.