Sábado 15 de agosto.
Me despierto sobre las seis de la mañana, pero
me quedo disfrutando de la cama hasta las nueve. Desayuno con la gente y me
despido de ellos, se van a ver los lagos de Covadonga y Salo se va a Madrid,
sin dormir. Salgo de su casa a las 11.30. Voy hacia el Alto del Fito. Salo me
dijo que era muy duro para lo cargado que voy, pero la verdad es que lo hago
muy bien. El mirador me ofrece unas vistas espectaculares, a pesar de la
niebla. Cuando empiezo a descender, decido tensar los cables de los frenos,
hace días que pienso que tengo que hacerlo, pero siempre lo dejo para otro
momento. Ese momento ha llegado, entre la pendiente que hay y las curvas
cerradas, es importante que la bici frene bien.
De Collunga voy a Lastres, un pueblo muy
bonito. Viendo el cielo gris oscuro que hay decido comer en un lugar donde
pueda protegerme de una posible lluvia y me dirijo al portal de una iglesia.
Cuando termino de comer y estoy pensando en seguir, empieza a llover. Cuando
las gotas dejan de caer, continúo mi camino hasta Villaviciosa y aunque solo
son las 18.30 decido no seguir pedaleando y voy a pasar la noche al albergue de
peregrinos “La Payaguera”. Montse, la mujer que lleva el albergue, me recibe
invitándome a pasar por el SPA de pies. Es un pequeño albergue con dos hórreos.
Ofrecen cena y desayuno y funciona a través de donativos de los peregrinos que
pasan ahí la noche. Allí coincido con dos catalanes, un francés, un holandés y
una chica de la República Checa. Más tarde aparece Alejandro, un chico que
viaja en bici con el que me crucé un par de días atrás.
Domingo 16 de agosto.
Salgo temprano del albergue. Alejandro tiene que
bajar al pueblo para sacar dinero y luego volver al albergue para pagar el
donativo, así que empiezo a pedalear en solitario. Me voy parando bastantes
veces a hacer fotos y me cruzo varias veces con los chicos catalanes. Más
adelante, cuando estoy haciendo otra foto, aparece Alejandro empujando la
bicicleta. Se había metido por un camino apto para andar, pero no para pedalear
y se tuvo que bajar de la bicicleta y empujarla. Continuamos pedaleando juntos
hasta Gijón, lugar donde nos separamos porque yo quiero parar a hacerme un
bocadillo. Me lo como sentado en un paseo marítimo bastante transitado. Para
salir de Gijón sigo el carril bici que hay y al pasar por un parque, veo
sentado en la sobra de un árbol a un cicloviajero que había visto días antes.
Sé que es él porque viaja con una tabla de surf en el remolque. Me acerco a
saludarle y compartimos un café mientras charlamos. Minutos más tarde me
despido de él. No recuerdo el nombre del pueblo donde paro a comer y a echarme
una siesta en la puerta de una iglesia. Luego continúo hasta Avilés, lugar
donde hago otra parada para merendar. Mientras me como un bocadillo miro en el
móvil donde puedo pasar la noche y en Park4night veo que a 23 kilómetros hay
una gente que ofrece su jardín para acampar. Me pongo en contacto con ellos y
para allá que voy. Al llegar me encuentro con una pareja muy simpática que casi
no hablan castellano. Me dicen que han recibido a otro cicloviajero y cuando me
acerco a él veo que es Sam, el chico de la tabla de surf. Monto mi tienda cerca
de la suya, me ducho en el jardín con mi bolsa de agua y me hago la cena.
Invito a Sam a cenar y nos vamos a dormir. Se pasa la noche lloviendo.
Lunes 17 de agosto.
Me levanto y recojo todo el campamento. Sam
sigue durmiendo. La pareja me dijo que tenía que salir de ahí sobre las ocho de
la mañana, pero olvidaron decírselo a Sam. Me despido de ellos y en cuanto veo
un sitio donde sentarme me paro a desayunar. Sigo unos pocos kilómetros hasta
llegar a Cudillero y vuelvo a parar, esta vez en un supermercado para comprar
un poco de pan y un par de cosas más. Al salir del súper, me vuelvo a cruzar
con Sam y seguimos juntos. El tío le pega fuerte y va siempre unos metros por
delante de mí. Asturias sigue ofreciéndome paisajes espectaculares. El camino es un sube y baja continuo, curioso reflejo de la vida, ese tobogán constante de emociones. Sam decide parar para
mirar algo de su bici y el teléfono y yo continúo pensando que luego me
alcanzara. Un rato más tarde paro para ir al lavabo y Sam me adelanta y ya no
vuelvo a verle en lo que queda de día,
Llegando a Luarca empieza a llover, es una
lluvia fina pero que me moja bien y cuando puedo paro para cubrirme de la
lluvia y aprovecho para comer. Luego, después de la comida y la lluvia,
continúo hasta llegar a la playa de Frejulfe, lugar donde me han dicho que puedo
acampar. Antes de llegar me cruzo con cuatro cicloviajeros más y entablo
conversación con dos de ellos.
Al llegar a la playa veo que hay bastantes
autocaravanas (el lugar da permiso para que estén ahí) y veo a la guardia civil
dando vueltas. Parece que no es un buen lugar para acampar. La playa está muy
abajo, demasiado abajo teniendo en cuenta que mañana tendré que subir y en la
pineda que hay arriba de la playa no es posible acampar. Parece que tengo que
buscar otro sitio y cuando me estoy yendo veo un camino que sube, un camino
bastante empedrado como para subir en coche. Dejo la bici abajo y subo
caminando para comprobar el lugar. Es ideal, plano, solitario y dudo mucho de
que la guardia civil vaya a subir hasta allí. Decidido, ya tengo sitio donde
pasar la noche. Me ducho con apenas 1,5 litros de agua fría, desnudo en medio de un bosque sintiendo el animalillo que soy. Ceno en silencio, a gusto, satisfecho. Mañana será otro día más. Otro día más en el que seguiré recorriendo kilómetros solidarios con las personas sin hogar. Solo quiero vivir así, libre, a mi manera, de forma sencilla,
austera. Volando como un grano de trigo lanzado al aire. Con amor, paz, con
risas, alegrías y penas. Estoy agradecido de estar y sentirme vivo.
Martes 18 de agosto.
Me despierto y sorprendido compruebo que la
tienda está seca. No ha llovido y pensaba que, al estar cerca del mar, la
humedad empaparía la tienda, pero no ha sido así. Comienzo a recoger y su pone
a llover. Consigo recoger la tienda sin que apenas se haya mojado, solo unas
pocas gotas sin importancia. Me pongo a pedalear lo antes posible, recuerdo que
ayer, por la carretera, vi algunos sitios donde refugiarme de la lluvia, creo
que no muy lejanos. A los pocos minutos veo un cobertizo, una especie de garaje
campestre que me sirve para resguardarme de la lluvia. Aprovecho para desayunar
y lavarme los dientes. Cuando deja de llover, sigo mi camino. La mañana es
entretenida metereológicamente hablando: llueve, para de llover y vuelta a
empezar. Voy por la costa, paso por Tapia y enseguida salgo de Asturias para
entrar en Galicia, que me recibe reflexivo. Voy pedaleando pensando en lo sencilla que puede ser la vida: tener algo que llevarse a la boca, dar amor a los demás (animales, humanos y a la tierra), estar abierto a recibir amor y un hogar donde realizarnos como personas. Atrás dejo Asturias, pero el olor a eucalipto y las nubes amenazando con mojar me siguen desde ya muchos kilómetros. En Trabada, justo antes de entrar al pueblo, hay un área de
descanso con sus mesas y fuente. Decido parar a comer ahí. Empiezo a sacar los
bártulos de la cocina y empieza a llover. Pienso en meter todo de nuevo en la
alforja y buscar un lugar cubierto para comer, pero me lo pienso mejor y decido
usar el tarp y hacer un techo sobre la mesa. Cuando estoy montándolo deja de
llover…
Después de comer continúo mi ruta. Paro en el
pueblo para comprar algo de alimento y sigo. Cometo el error de dejar la
carretera LU 132 para seguir las indicaciones de los mojones (se llaman así)
del camino De Santiago. El camino me mete por carreteras estrechas y empinadas
que me hacen pasar por casas de piedra antiguas, son carreteras empinadas. A continuación,
el camino pasa a ser de césped y luego de tierra con piedras tan empinado que
me es imposible hacerlo pedaleando. Me bajo y empiezo a empujar y a empujar y
empujar. Se me hace muy largo. Además, hace un viento en contra que tira para atrás, lo que alegra a esos gigantes convertidos en molinos gracias a Cervantes a mí me hace pensar que hay veces que uno tiene que abrirse paso a bocados. Saco la hamaca de una alforja y la uso para atar
la bicicleta a mi cintura y así empujar también con la fuerza del cuerpo. La
bici se me cae al suelo un par de veces. Al final, decido dejar de seguir las
indicaciones de los mojones de las narices y sigo un camino que me lleva de
nuevo a la LU 132. Justo ahí, hay una explanada, con su merendero, fuente e
iglesia. Decido pasar ahí la noche, en una especie de cobertizo que me mantiene
a salvo del viento y de la posible lluvia, además, no tengo que montar la
tienda.
Lleno con 10 litros de agua la ducha portátil
que llevo y la cuelgo de un clavo que cuelga de la pared en la parte de afuera
del cobertizo donde voy a dormir. Ya ha empezado a oscurecer. Me doy una ducha
rápida de agua fría que me sienta muy bien. Ceno lo de cada noche, sopa de
fideos aderezada con un sobre de polvos de verduras y me voy a dormir.




