Son las nueve de la noche y estoy cenando con Bea unos Kebacks. Charlamos. Mañana hemos quedado para montar en bici. Le digo que va a llover, pero eso a Bea le da igual, está como loca por salir. Seguimos charlando, y como dice la canción: “…nos dieron las diez y las once, las doce, la una, las dos…”. Total que, como era de esperar, Bea pierde el último tren para volver a casa. Nos íbamos a hacer la Vía verde del Tajuña, pero como sucede siempre, cambio de planes. Decidimos empezar en Alpedrete… ¿Porqué? Ni idea.
Son las tres de la madrugada: una hora un tanto absurda para empezar nuestra ruta, pero somos así. Ninguno de los dos hemos dormido desde las seis y media de la mañana del día anterior. Salimos en mitad de la noche de Alpedrete y tomamos una carretera desierta. Queremos ir en dirección a Cerceda; Bea dice que sabe por donde va. Yo sólo sé una cosa: que vamos al revés, pero como de lo que se trata es de pedalear y a mí, si estoy con Bea, me da lo mismo ir al norte que al sur, pues no protesto y la sigo…
Rotondas y rotondas y al final ya vamos en la dirección correcta. Pedaleamos en silencio camino de Cerceda. Mi frontal no ilumina mucho, y con las pilas gastadas sólo consigo ver la rueda de delante y un poco de la raya blanca. Me hundo en mis pensamientos, hipnotizado con la rayita, y me quedo dormido. Me despierto al dar un brinco de tres pares de cojones, hasta los pies se me han salido de los pedales. Pienso que he pisado un perro muerto o que me he metido dentro de un agujero, pero Bea me dice que me he dormido y me he salido de la carretera. Sin comentarios, debía llevar un rato con el piloto automático puesto, el caso es que ahora que he echado una cabezadita me encuentro mejor. Seguimos Camino. Ahora, de vez en cuando, desde atrás, Bea me pregunta si sigo despierto (como si yo me durmiera cada cinco minutos).
Carretera de Cerceda a Manzanares el Real. Más de lo mismo. Bea dice que hay una luna preciosa. Yo no veo la luna por ningún lado, pero si ella es feliz con su luna…
Primera parada: estamos a la entrada del Parque Regional de la Cuenca alta de… En fin, en La Pedriza. Hago una foto a Bea sobre la bici para cumplir con la petición de slow. Ponte así, ponte asá… Veo que vamos a salir en las fotos con cara de naúfragos, me esmero con los controles de la cámara pero no hay manera de esconder las ojeras.
Puerto de la Pedriza a Canto Cochino: bajo una luna que sólo Bea es capaz de ver subimos a oscuras por la carretera. Paramos en la última curva antes de coronar el puerto. A lo lejos se ven las luces de no sé que pueblo.
Nos dejamos caer en dirección a Canto Cochino,
…Ahora en pleno corazón del parque, subimos por un bosque, entre pinos. La oscuridad es total. A ratos empujamos las bicis. Yo voy hablando. Me he despejado, pero ahora la que está pasando el bajón es Bea. Acaba de aprender a dormir sin dejar de empujar la bicicleta, cosa muy importante para ser una cicloturista de nivel. La verdad es que se le da bien. Va totalmente cocida. Yo sigo hablando un rato, pero ahora hablo con los pinos. Está tan oscuro que no se ve ni el suelo. Paramos y Bea se espabila y pregunta que dónde estamos. Respondo que en un bosque (qué pregunta). Mira alrededor, gruñe, dice que le duele la espalda –no será por el colchón, pienso yo-, y se despereza. Parece que se ha despertado definitivamente.
Ascendemos poco a poco por una pista forestal. Baja agua por todas partes. Empieza a verse por detrás de las montañas la primera luz del día. Seguimos subiendo.
El cielo se pone de un color azul intenso en el horizonte, justo antes de amanecer y desde donde estamos ahora se ven las luces de la ciudad, abajo, muy lejos. Detrás de nosotros, unos inmensos nubarrones negros, entran por las cimas de Cabezas de Hierro. El amanecer es espectacular. Las ojeras de Bea más. Hacemos fotos.
Continuamos subiendo y llegamos a un charco de nieve. Bea salta y, feliz como un perro con dos colas, da pataditas en la nieve; me pregunta que porqué no salto yo. Le digo que, un poco más arriba hay más, que no hay prisa. Seguimos subiendo.
Al cabo de una hora ya estamos bastante altos y hay nieve por todas partes. Bea hace sus primeros pinitos con la bici en el hielo. Paramos y nos hacemos una foto en un riachuelo que se ha helado. Aquí arriba ya va haciendo frío. Las nubes bajan, nosotros subimos… Me pongo toda la ropa que tengo. Da gusto ver a Bea disfrutar. Más fotos.
Seguimos subiendo y llegamos al Collado de los Pastores. Creo que estamos a 1700 metros, ahora ya nos envuelve la niebla. Seguimos. En esta parte, bajo La Maliciosa, la nieve se ha acumulado y toca empujar la bici. Por suerte la nieve está dura y no nos hundimos demasiado. Tengo cuatro pares de botas de montaña en casa pero llevo puestas unas zapatillas de trekking de verano. ¿Porqué? Ni idea.
A partir de aquí empieza el baile: niebla, frío, viento, nieve y a empujar y a empujar y a empujar. “Pa arriba”, “pa abajo”, “pa arriba”… Nunca había visto tanta nieve acumulada en la pista. ¿Seguro que es por aquí? –pregunta Bea-, que sí-. Es que estamos subiendo. –Ahora bajamos-. “Pa arriba”, “pa abajo”, “pa arriba”… Bea ya ha dejado de jugar con la nieve, ya no pregunta ahora se limita a empujar. De vez en cuando, en un claro entre nubes, mira la pista que se extiende por la ladera de enfrente y se pierde muy arriba, en la niebla. ¿Es por allí? –me dice-. Si.
-¡Cómo mola!- responde. Yo pienso que a esta chica no se le acaban nunca las pilas.
Al rato se pone a llover a mares. El agua que cae del cielo está fría de narices. Bea se lo está pasando genial. Llegamos al comedero de buitres y paramos. Aparece un ciclista.
Nos dice que la pista está muy mal. Le decimos que más arriba está peor. Nos hace una foto, charlamos y se da la vuelta. Nos quedamos solos de nuevo ahí arriba, recocidos en una mezcla de sudor y agua de lluvia. No se ve el paisaje. La verdad es que no se ve nada. Bajamos.
…La bajada, un desastre, nieve hasta una cota de altura bajísima. Cada cien metros hay que bajarse de la bici y empujar. Seguimos descendiendo y la pista se llena de placas de hielo. Bea descubre que vamos sin frenos (las zapatas congeladas se han abrasado con la fricción y se han desintegrado). Se escoña al pasar por una de las placas, pero eso sí, con alegría. Seguimos bajando. De vez en cuando la oigo decir: “joooo, me he caído, me duele la rodilla…” Ahora ya empieza a estar un poco hasta las narices de hielo y de nieve, pero aguanta como una jabata. Debemos llevar cerca de seis horas sólo en este trozo esta pista.
Seguimos bajando y la nieve y el hielo dan paso al barro. El suelo se va convirtiendo en un barrizal. Increíble. Por donde en verano bajamos a sesenta kms, por hora, hoy lo hacemos con el plato pequeño y dando pedales. Llevamos barro hasta dentro de los guantes. Bea es un cuadro. Tiene manchas de grasa en la cara (a aprendido algo de mecánica sobre la marcha) y salpicaduras de barro. Parece que está corriendo una carrera de ciclocross. Llueve bastante. Aquí ya paso de hacer fotos. Nos estamos helando y la bajada se hace eterna.
Llegada a Canto Cochino y parada en el bar. Estamos helados y empapados. Tenemos las manos arrugadas. Bea tirita. Nos tomamos varios ColaCaos y salimos zumbando para no enfriarnos del todo. Hemos dejado en las sillas y en el suelo del bar un charco de agua y barro. La gente nos mira raro. Salimos muy dignos. Mis botas suenan: chof, chof, cuando ando.
Camino del puerto de La Pedriza nos congelamos del todo. Subimos el puerto como motos para entrar en calor. Así da gusto. Cuando me doy cuenta ya estamos arriba. Ahora hay que bajar el puerto sin frenos. Bajamos parados. De vez en cuando Bea se estrella contra mí por detrás. Se la oye decir: “Ay, ay, ay, ay…” Tenemos que bajarnos en cada curva porque ya hemos exprimido hasta la última gota de las pastillas de freno.
Por fin llegamos a la carretera y vuelta de Manzanares El Real a Alpedrete. Los coches pasan a nuestro lado y nos salpican, pero eso viene bien porque nos van quitando el barro. Vamos a buen ritmo. Empapados. Ya no hablamos. Llevamos doce horas sin parar.
…Y para terminar el día, regresamos a casa y nos preparamos un plato de cocidito caliente y a disfrutar de la paz que da el saber que has sido feliz hasta las trancas.
Bea duerme profundamente bajo la manta. Yo saco la cabeza y veo en la televisión un documental que habla de la vida de los helechos, y me siento tan bien y tan a gusto que hasta la vida de los helechos resulta un mundo fascinante, y me siento feliz, y adoro los helechos, y el mundo y esta vida.