La Espiral TransAstúrica - Etapa 5 - Cabo Peñas - Soto de Luiña
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Con las primeras luces del alba me dirijo en coche al punto de partida, el Cabo de Peñas. Pensaba que el día iba a ser gris y lluvioso pero, a pesar de estar el cielo cubierto de nubes, empiezan a formarse algunos claros muy prometedores.
En Bañuges, camino del Cabo, es imposible resistirse a parar para hacer un par de fotos. La mar en calma y la luz del horizonte reflejándose en el agua, el chillido lejano de las gaviotas, todo refleja armonía y serenidad que se contagian a mi propio ánimo. O tal vez sea al revés.
Hace unos días, cuando empecé en Unquera la pequeña aventura que ahora reemprendo, insignificante en realidad, más no para mí, mi ánimo era puro temor e incertidumbre. Ahora siento que algo ya ha cambiado en mi interior ¡Qué cosa más tonta! viajar unos pocos kilómetros en bicicleta y enfrentarte a tus miedos pueriles puede realmente marcar un antes y un después. En sólo unos días ¡una terapia sumamente efectiva!
Justo al llegar al Cabo logro fotografiar este efímero espectáculo. El sol, que promete disipar pronto los nubarrones, taladra un agujero en las nubes para iluminar una solitaria barca sobre las aguas. Todo un símbolo, una palabra sóla: esperanza.
El Cabo de Peñas. Tengo demasiadas fotos ya de este lugar. L lo contempla sin demasiado interés porque él ya no es un turista cualquiera, él ha viajado ya mucho y ha visto ya mucho. Está deseando marchar.
Así que le decimos adios al faro y empezamos a rodar lentamente, suavemente, casi sin pedalear, empujados a nuestro favor por el viento del nordeste que se conjura con el sol para despejar el cielo y ayudarnos a partir.
Hacia el oeste aún están en sombra los parajes por los que he de pasar. El Cabo Negro empieza a iluminarse a medida que las nubes son empujadas tierra adentro por el viento que me ayuda.
Ante mí la luz pinta escenarios mágicos que me invitan amablemente a viajar lejos.
El suave descenso hacia las praderas de Verdicio.
El Cabo Peñas visto desde Monteril, con la isla Erbosa y el Pegollín que parecen una enorme ballena nadando hacia tierra.
Tenía intención de recorrer el Cabo Negro pero, como varios otros "paseos" extra que había planeado hacer en su momento, no tengo más remedio que saltármelo para ahorrar kilómetros. Giro a la izquierda, al suoeste, hacia la playa de Xagó.
Desde estos herbosos acantilados se divisan bien la Punta Vidrias y la Isla Deva, otro lugar que tampoco he de recorrer en esta ocasión ¡lástima!
L contemplando desde la altura la hermosa playa de Xagó. Esta playa era un auténtico estercolero industrial debido a la contaminadísima ría de Avilés. Ahora ha sido recuperada, al igual que el resto del entorno de la ría. Avilés, afortunadamente, ya no es lo que fué y mejora día a día.
Desciendo hacia Zelúan pasando por el polígono industrial y rodeo la ensenada de Llodero. En el minúsculo puertecillo para unos minutos a comer algo. Al otro lado de la ría las grúas cargan carbón en los grandes buques atracados. En la ribera derecha hay pequeños embarcaderos.
Carlos el Colorao había acordado conmigo por teléfono encontrarnos por la mañana a lo largo de la ruta. Atravieso el puente sobre la ría para dirigirme a su desembocadura por la ribera izquierda. A lo largo de la misma Avilés cuenta ahora con un largo paseo marítimo e infraestuctura destinada a la navegación deportiva.
Aquí se está erigiendo el llamativo edificio que albergará el Centro Cultural Internacional Oscar Niemeyer ¿Avilés copia a Bilbao?
Cada vez queda menos de las industrias pesquera y siderúrgica.
Carlos me esperaba en San Juan de Nieva. Fuimos hasta la desembocadura de la ría buscando un lugar tranquilo para charlar. El día se mostraba magnífico, sol radiante, aire limpio, fresco ¿Quién lo iba a decir?
El faro de San Juan vigila la estrecha entrada de la ría. Los prácticos tienen que hacer un auténtico trabajo de precisión para hacer pasar los barcos de gran tonelaje. No es la primera vez que un buque encalla y acaba en el desguace tratando de entrar.
Carlos y yo fuimos paseando hasta Salinas y allí rodamos por su paseo marítimo. Un ciclista local se nos unió durante un rato, curioso por la extraña "trici" de Carlos y el abultado equipaje que yo cargaba en mi sufrida tribasenta.
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La playas de San Juan, la del Espartal y la de Salinas forman un arenal de casi tres kilómetros de largo. Es una de las playas más abiertas y largas de Asturias y siempre ha sido para mí el paradigma de paisaje marino. Era la playa a la que mis padres podían llevarnos en ocasiones señaladas, con nuestro calderito de plástico con su paleta y su rastrillo. Aquellos días de olas, arena, sol y brisas, de ensaladilla rusa, de horas de impaciencia para "hacer la digestión", de agotadores viajes en tren y autobús, me han dejado su huella. En aquellos años ir a la playa era todo un acontecimiento. Ojalá pudiera recuperar esa ilusión, esa sensación de verano, ahora perdida para siempre.
Continuamos por el Paseo hacia el promontorio que separa la playa de salinas de la pequeña playa del Cuerno. En este saliente había desde hace muchos años sobre un pequeño islote un mirador al cual se accedía por un puente colgante. Esta era una instalación emblemática de Salinas. Ahora se ubica aquí el Museo de Anclas, dedicado a Philippe Cousteau, el hijo del insigne oceanógrafo y documentalista.
Atravesamos luego el túnel que conduce a la fábrica de Arnao, de zinc, y saltamos un tramo de costa hasta llegar a la playa de Santa María del Mar, cuyas arenas desgraciadamente aún están afectadas por la contaminación con polvo de carbón que durante tantos años transportó el río Nalón, tras su paso por los muchos lavaderos de la Cuenca Minera.
Aún así, sigue siendo un paraje bellísimo.
Seguimos ruta para atravesar el valle de Naveces y Santiago del Monte...
... y dirigirnos hacia Ranón rodeando el aeropuerto y saltándonos con gran pesar uno de los lugares que más interés tenía en mostrar a L: el entorno de Bayas, con la punta Vidrias, las espectaculares vistas de la Isla la Deva y el playón del Sablón, tan largo como el de Salinas y que en marea baja acaba en la playa de los Quebrantos. También contaminada esta playa por el carbón. Pero rescato algunas fotos de mi archivo para daros una idea:
Bayas
Por la Senda Costera hacia la Punta Vidrias
Desde Vidrias mirando hacia el este...
... y hacia el oeste la Isla la Deva
La Deva desde Las Canales.
Y el Playón de Bayas o el Sablón.
Camino de Ranón
Ahora toca perder altura para llegar a San Juan de la Arena, enclavada en la ribera derecha de la desembocadura del Nalón.
Después subiremos a Soto del Barco para bajar de nuevo hasta el río y cruzarlo por el último puente que atraviesa, el Puente la Portilla, y alcanzar luego San Esteban, la última población que baña el río por su margen izquierda.
Mira L, hemos cruzado el Nalón, ahora sí que estamos ya en el occidente de Asturias.
Allá va el río, a morir al Cantábrico.
Creció mucho desde aquel pequeño manantial en la Fuente la Nalona, en el lejano puerto de Tarna...
... pero esa es otra historia.
Ascendemos en pleno mediodía por la carretera que sube de San Esteban hasta el Mirador del Espíritu Santo, donde pararemos a comer.
El puerto de San Esteban, con muy poca actividad ya. Recuerdo cuando traían aquí a los barcos para desguazarlos.
L contempla el panorama desde el mirador.
Y Carlos saca fotos.
A mi querida tribanseta aún le quedan doscientos kilómetros cargada en exceso.
Ahora iremos al oeste, hacia Cudillero. Desde aquí Carlos divisa su casa.
La última mirada al este. La playa de los Quebrantos.
La familia Selgas tuvo bastante relevancia en Cudillero a fines del S.XIX. A Fortunato Selgas se deben los fondos y los planos de las Escuelas...
... la iglesia de Jesús Nazareno...
y la propia Quinta de los Selgas, en El Pito. Un palacio que fue un auténtico museo por la cantidad y calidad de las obras de arte que albergaba y que hoy, por desgracia, es muy difícil poder visitarlo.
Cudillero. De típica villa marinera a atracción turística.
Siempre nos quedará el mar...
Carlos y yo, después de refrescar un poco en la plaza del pueblo, afrontamos la dura subida lleva desde el puerto al mirador sobre la Concha del Treizal. El trike de Carlos siempre llama la atención.
Son tres curvas que en menos de un kilómetro salvan más de 100 metros. No hubo que discutir sobre si parar o no en el mirador a "contemplar el paisaje".
Y lo que siguió fueron kilómetros de carretera nacional por el interior, donde no hubo mucha oportunidad de sacar fotos de los camiones que nos pasaban a toda velocidad. Lamentablemente hubo que saltar la Concha de Artedo, la ensenada de Oleiros, con la isla Rabión, el Cabo Vidio... ¡Ay! Ya dije que esto ahora era una carrera contra reloj. Preferimos hacer ahora camino para poder tener tiempo luego de explorar con más tranquilidad los lugares de las etapas finales de la ruta.
Así que bajamos a Artedo y subimos a San Martín de Luiña. Allí, Carlos "el optimista" pensaba coger un tren que le devolviera a Avilés. El apeadero de FEVE estaba a un kilómetro cuesta abajo desde San Martín. Cuando llegamos, parecía el escenario de una peli de esas de pueblo fantasma, con hierba creciendo entre los raíles junto a la estación en ruinas. En el horario sólo dos trenes al día que hacen la línea del Ferrol. El tren tardaría aún más de tres horas en pasar.
Así que Carlos decició volver a Cudillero, desde donde salen trenes cada media hora, y yo seguir mi camino hasta Soto de Luiña. Mientras él sufría lo suyo remontando la cuesta de Artedo, yo sólo tuve que dejarme caer hasta Soto para buscar alojamiento. Me atendieron muy bien en el apartahotel rural "La Hortona". Pagué más que gustoso los 20 euros por una estupenda habitación al nivel del jardín posterior, donde pude hasta guardar mi bici sin necesidad de quitarle las alforjas.
Fecha: 2010603
Distancia: 76.08 Km
Tiempo: 9:38:44
Altitud mínima: 0
Altitud máxima: 155
Desnivel acumulado subiendo: 1025
Desnivel acumulado bajando: 1112
Coeficiente: 233