Debían ser las cinco de la tarde. Laderas de montes ondulados cubiertos por encinas se extendían a nuestro alrededor hasta donde alcanzaba la vista. Llevábamos muchos kilómetros así, perdidos en un enjambre de caminos y pistas, cuando llegamos a aquella puerta de metal. Nos detuvimos a consultar el mapa.
No nos acabábamos de aclarar bien de donde estábamos. Hacía un rato habíamos tenido que volver atrás y regresar al último punto que coincidía con las instrucciones del mapa. Habíamos continuado por otro camino y habíamos terminado allí. Aquella puerta no aparecía en el road book. Alfonso nos miraba con cara de no saber qué hacer.
-Tiene que ser por aquí, y sin embargo, esta puerta no viene. ¡Qué extraño!
Nadie le respondió. Miré a mi alrededor y sólo veía montañas que llegaban hasta donde alcanzaba la vista. Reinaba en el ambiente un silencio total, siniestro, espeso.
Qué podemos hacer? Sólo seguir, recuerdo que pensé. Da igual donde acabemos. No podemos volver atrás de nuevo.
De pronto, un bufido bestial llenó el ambiente, seguido de un lamento sobrehumano. No había oído antes nada igual.
-¿Qué demonios ha sido eso? -dijo Alfonso.
-Ni idea -respondió Pilar-, pero ha sonado cerca.
Abrimos la puerta y pasamos al otro lado. La puerta se cerró tras de nosotros con un ruido seco, siniestro.
Íbamos a avanzar cuando se oyó de nuevo.
Nos quedamos mirándonos los unos a los otros. El bufido se repitió un poco más cerca. Sonaba como la respiración de un animal. A mí me pareció que era el gemido de un animal inmenso, como el de un dinosaurio. La maleza tapaba la visión. Se oyó el ruido del animal que avanzaba, abriéndose paso entre la maleza. Yo dije con una sonrisa de circunstancias:
-¿Os dais cuenta que este es el típico sonido que se oye justo antes de que vaya a pasar algo muy chungo en las películas del estilo de Jurassic Park?..
...(Continuará...)