18 de Junio:
Oye, ¿quieres desayunar con nosotros?, he traído croissants.
A ver, ¿he oído bien, ha dicho croissants? No era una hada madrina, no. El barbas que dijo croissants era el dueño del chiringuito donde pasé la noche. Estaba con un colega, luego supe que eran socios, abrieron el negocio-bar y desayunamos juntos. Yo solo tenía manzanas, así que ahí estábamos, hablando de nuestras vidas, pelando fruta, y dejando que arranque el día. Empezaba con buen pie.
Viajar así, a la que salga y ya se verá, llena la vida de sorpresas. No estoy muy acostumbrado a las sorpresas, por tanto que planifico mis viajes; será que antes era ingeniero y he quedado formateado, el caso es que planifico demasiado y al final sé de antemano la mitad de lo que va a ocurrir en el viaje. Tanto que critico los viajes organizados, al final acabo organizándome uno yo mismo y me llevo como borrico. Para estas cosas sirve viajar: para probar, y descubrir. Y descubrirse.
Bueno, volviendo, allí nos despedimos con esas sonrisas de muchas gracias mutuas, porque, la verdad, estábamos encantados de habernos conocido.
Unos chavales tan frescos, tan emprendedores, tan generosos, pelos largos y tatuados hasta las cejas; oigan, encantadores. Y se conoce que les gustó la onda del cincuentón, casi sesentón, lanzado a los aires con su veló, sin saber siquiera dónde iba a dormir esa noche. Yo me sentía feliz, qué quieren que les diga. No sabía dónde dormiría ese día pero no me afligía. Y justamente era eso lo que estaba buscando. No sé ustedes, pero tantas veces he leído yo en las historias de cicloturistas que viajan por ahí, que no saben dónde dormirán ni les importa; y tanto los he admirado, que ahora, pedaleando sin saber y ya se verá, me sentía Kapitán pedales, Salva y el Biciclown juntos. La leche.
Y para allá que me iba, a pillar la famosa diagonal ciclista del colega Oreja, de la que me había alejado para acampar la noche anterior. Me uní en un pueblo llamado La Gua, no había perdido mucho la verdad, porque la salida de Royan, como menciona bien el autor de la ruta, es algo transitada, aunque con buen arcén. Fueron 5 km de más, pero llenos de sorpresas. Mereció la pena.
Y ahora, un pequeño ejercicio de genuflexión por el trabajo del compañero Oreja. A ver: Un, deux, troix...¡fuisssss! y p'abajo señores. Porque la ruta está MUY currada, el itinerario es hermoso, fácil de seguir, caminos solitarios que atraviesan esa Francia agrícola no muy turística, que se nos esconde y es preciosa. Un verdadero descubrimiento. Amén de que si quieres ir a Paris y te vas por las euroveloses, te haces una burrada más de kilómetros, claro. Y te pierdes la oportunidad de ciclar por esos pueblos perdidos del interior de Francia, pequeñitos, que ni tiendas para comprar tienen; un caserío agrícola, alguna plazuela, quizás una capilla y nada más. Todo lo que encontré ese día fueron trigales que empezaban a pedir cosecha, altos, rubios; campos de hortalizas y pueblecitos perdidos. Y silencio. En el Charente, al principio, los pueblos me parecieron como nuestros castellanos, feúchos, donde la gente está todo el día guardada -a ver, salir, ¿para qué?- y pareciera que estuviera todo cerrado, como en domingo.
Habían perdices. Con el viento en contra, no alcanzan a oír la bici hasta que estás casi encima, así que echan a volar muy cerca tuyo, a veces cruzándote por delante. Y conejos, a montones. Tengo una solo foto, pero es tan mala, que si la subo arruino el relato. Así que, ustedes disculpen.
En la primera parte de la diagonal ciclista, la ruta pasa por ciudades muy interesantes donde merece la pena detenerse y paseárlas bien, antes de seguir. Me refiero a Rochefort (aunque ha que desviarse un poco) y a Niort.
El día estaba espléndido, con sol y sin calor, aunque con la brisa en contra, lo habitual. El día se pasó sin más sorpresas, pero sin esperarlas, tan relajado que va uno entre trigales. Costó encontrar un Intermarché para las compras, y hay que andarse con ojo con el agua, porque en los pueblos no hay fuentes. Aunque uno puede golpear y pedir en cualquier casa; los franceses, a pesar del mal rollo que algunos dicen que tienen, con una sonrisa y un bonjour cantado, son la mar de gentiles, qué quieren que les diga. Será que conozco más o menos como funcionan, pero me llevo muy bien con ellos.
Nada más simple para mí que golpear en una casona y pedirle a una abuela que me llene la botella de agua. Gente maja.
Miré los planos y decidí visitar Niort la jornada siguiente, pero buscar acampar en algún pueblo cercano, antes. Ya Susana905 me lo había aconsejad. Buena idea.
Fui a parar a Mauze sur le Mignon, donde me quedé frente al río, en un párking para caravanas, casi vacío y 'gratuito', al menos para un ciclista de paso. Es al lado del Cámping Municipal del pueblo, donde para junio no había casi nadie. El lugar no estaba mal, no era gran cosa, pero la hierba estaba recién cortada, tenía un baño, aunque sin ducha, y eso sí: había allí un ambiente tranquilo de charlas entre campeurs contándose sus historias, así que cuando pedí su permiso para acampar a su lado, ya estaban preguntando pero ¿a dónde vas, de dónde vienes, y viajas solo...?, y de ahí a compartir un verre du vin, nada, un pasito.
Armé mi campamento luego, y casi de noche, los macarrones, el té de las buenas noches y a dormir.
El lugar es este:
Mañana más.