Yo creía que eso ya no se podía vender. Creía que estas piezas artísticas terminaían sus dias en un museo; y que los crios de las nuevas generaciones apoyando sus naricitas en el cristal de la urna -con sus boquitas abiertas, pasmados, empañarían de vaho los cristales- contemplarían asombrados una obra de gran belleza.
Y reconocerían, al fin, que hay regalos de infancia que nunca serán superados! Ni por las ruidosas y enervantes maquinitas de juegos a pilas.