Grandes congojas de ser todas las cosas fragmentos…
Camino sin fin…
Fernando Pessoa
Jueves y viernes, 1 y 2 de Agosto. En la casilla de salida.
Hay en la oficina de correos, además de una imagen y un olor característico -no se sabe mezcla de qué- un lugar familiar que uno guarda como una de sus referencias existenciales. Uno de esos lugares amigables de siempre que transmiten, ante todo, confianza. Un lugar habitado por carteros honestos, afables, amigos de los niños…Es al menos la imagen que a menudo viene a mi recuerdo tal vez por influencia de alguna postal de navidad del pasado, donde un amable repartidor de correspondencia felicitaba las pascuas con cara siempre de buena persona.
Por eso, si en un lugar así te ofrecen un servicio postal, podrás albergar tal vez alguna duda sobre su celeridad o eficiencia, pero jamás dudarás de que las cosas vayan a llegar a su destino en un tiempo razonable. Donde se hacen las cosas con honestidad, orden, sensatez y sentido común. Si en la oficina se ofrece un servicio que promete trasladar tu bicicleta a un punto de destino, es seguro que llegará.
La funcionaria que me ha tocado en suerte es una mujer de cierta edad, ojeras y pelo que tal vez fue rubio un día. Sus ojos, de un brumoso azul, hablan de trabajos, de días duros, de años largos, de juventudes perdidas, quizá de penosas cargas familiares. Se desenvuelve con aparente confianza el día que aparezco en la oficina con mi bicicleta, dispuesto a facturarla a su lugar de destino, al inicio de
la aventura. Es sencillo, me dice. Solo hay que soltar un pedal e introducir la bicicleta en una caja de cartón -ellos proveen- de dimensiones suficientes.
El viajero, de talante habitualmente confiado, se ha presentado en la oficina esperando que en ese lugar alguien habrá reparado en que todo el que quiera enviar la bicicleta habrá de soltar ese pedal y que para ello se necesita, tan solo, una sencilla llave del quince:
– No, aquí no tenemos herramientas.
La cola de usuarios ha ido creciendo imperceptiblemente como pájaros de
Hitchcock a la espalda del viajero mientras éste mantiene su escueto
diálogo con la funcionaria. Sensible a la presión, se hace a un lado
mientras considera la mejor manera de solucionar el asunto. El viajero
vuelve a casa desandando cinco kilómetros, y de una vieja caja de
herramientas saca la llave necesaria. Vuelve a la oficina, con alivio de
ver que la bicicleta aún está en su lugar. Solucionado el asunto del
pedal, cierra y sella con pegajoso film la caja de cartón. Parecen haber
concluido las dificultades.
-A dónde la va a mandar?
– A Oporto.
– ¿A qué dirección?
– La oficina principal de correos de Oporto.
– ¿Pero qué dirección?
– Dígámela usted.
El viajero considera –empieza a sospechar que ingenuamente- que una
oficina de correos es precisamente el lugar donde se debe proveer esa
información.
– Es que yo no sé… – Es que nosotros manejamos oficinas de correos de España. En el extranjero no sé. El viajero empieza a sentir crecer cierta inquietud dentro de él. – Y ¿qué hacemos? – Dígame dirección y código postal. – Pero dígamela usted… – No podemos. Yo de fuera de España no le puedo decir. – Mírela en Internet. – No tenemos Internet…
Una nueva cola hitchkotchiana va creciendo silenciosamente y poblándose por
momentos de nuevos y torvos integrantes mientras se desgrana este
diálogo absurdo, según puede ver el aspirante a viajero por el rabillo
del ojo.
Sintiendo la presión, intenta resolver él mismo y consulta
su móvil de forma precipitada. “Google”, “oficina correos Oporto”,
teclea rápidamente. – “Plaza General Humberto Delgado”. Da esta dirección precipitadamente y la funcionaria continúa preguntando: – ¿Código postal? – Es que no viene… – Es que yo así no puedo…
– Pues es la dirección que te puedo dar…
Increíblemente la funcionaria, dura como el pedernal hasta el momento, acepta cerrar
el envio y terminar los trámites, sin código postal claro. El viajero
abandona la oficina sin saber exactamente a dónde ha dirigido su
bicicleta y con esa rara sensación de haber cerrado el asunto en falso.
Sale a tomar un poco de aire fresco. Mientras pasea por las calles la
inquietud le hace entrar en Google Maps y teclear la dirección a la que
ha enviado su bicicleta. Empieza a dar vueltas virtuales a la plaza de
ese General Humberto Delgado y comprueba que no aparece evidencia alguna
de nada que pueda parecer una oficina postal en ese lugar. Comienza a
sudarle el bigote y a faltarle ese aire fresco que había salido a buscar
y decide que ya es bastante por hoy y que intentará solucionarlo
mañana.
Dejar las cosas para el día siguiente no suele ser una
solución definitiva, pero a veces ayuda tomar cierta distancia saludable
de las cosas. Ahora se dice procrastinar. Vaya palabrita. Pero es desde
siempre cierto que el tiempo calma, enfría los estados emocionales y
por eso ayuda a tomar decisiones más certeras, a medir mejor los pasos.
Sí, eso es, lo mejor será redireccionar el envío y dar la dirección de
mi hotel. Solución sencilla y las soluciones sencillas -como decía
aquel filósofo de la navaja- suelen ser las mejores.
Al día siguiente vuelvo a entrar, infundido de renovados ánimos, en la oficina
postal. Mientras espero, observo a la funcionaria de ayer desenvolverse
con seguridad -ahora se dice competencia- también hoy en la rutina de
sus quehaceres. Cuando toca el turno le explico mis intenciones. -No podemos enviarla a otro lugar que no sea una oficina de correos.
Le explico que, según me han informado en la oficina de atención al
cliente, “en caso de no ser recogido el envío en su oficina éste sería
devuelto al domicilio del remitente”. Lo que, a mi entender, es prueba
definitiva de que sí se direccionan objetos a otros lugares que no sean
oficinas postales. Tal vez impresionada por mis conocimientos o por lo
bien que recito de memoria esas palabras, decide intentarlo. – Es que no me deja. – No te deja ¿quién?, ¿qué? Veo, con alarma, que estoy perdiendo los nervios mucho más rápido de lo esperado. – Le estoy dando y no me deja.
Vuelvo a explicar lo que me han dicho en atención al cliente y veo, con
horror, que coge el teléfono para llamar al mismo sitio donde yo ya he
llamado antes. Es como si vieras que tu médico entra en la página web
donde previamente has husmeado para saber sobre tu enfermedad. Es
entonces cuando se abre el abismo ante mis pies y comprendo que estoy
definitivamente perdido. – No me cogen.
Miro hacia atrás. Los rostros serios de otrora ahora son semblantes ya malhumorados,
ya agresivos. Si esto fuera un cómic una espesa humareda negra se espesaríasobre sus cabezas.
– Voy a intentar…Dáme tu número de teléfono y cuando sepa algo te llamo.
Es claramente una maniobra de distracción para ganar tiempo y que la
deje tranquila. No hay nada que hacer. Desalentado, abatido y desarmado
abandono la oficina, perdida toda esperanza de encontrar mi bicicleta en
el punto de destino. Es eso, o montar una escena de esas que luego se
recuerdan durante años con un nudo en el estómago. Más vale una retirada
» Procrastinar «… ( sí, yo también lo he buscado en San Google )… y dice la RAE, que es a la que todos recurrimos cuando creemos que estamos acertando a la hora de pronunciar o escribir un » palabro «… y según ellos, no es otra cosa que » aplazar algo en el tiempo «… bueno, vendrá a decir algo así.
La verdad es que, cuando estás liado con algo, y ese » algo » se empieza a enmarañar… o enguarrinar… o simplemente, no está saliendo como uno desea, lo mejor es dejarlo reposar un tiempo, para luego retomarlo con nuevos ánimos… e incluso con un nuevo punto de vista, pues de no hacerlo así, la cosa se puede ir de las manos ( casi siempre se va de las manos ), y entonces la cosa… puede salir por peteneras ( casi siempre sale por peteneras ). Esto es algo que descubrí hace tiempo… montando una nueva bici, montando un nuevo equipo informático… montando un nuevo mueble para casa ( Ikea da mucho juego a los que nos queremos ahorra unos durillos… eurillos… en los muebles )… Procrastinar es aplicable a todo aquello a lo que San Murphy pueda meterle mano… yo creo que la procrastinación es la kryptonita de Murphy… es bueno tener siempre una poquilla a mano… por si San Murphy 😉
Donde está la bicicleta? ha llegado a Oporto? Ha vuelto de Oporto? Como le cobren la ida y vuelta de Oporto le va a salir la torta un pan. A ver si en el continurá… nos aclara algo.