De Fermoselle a Pedrosillo. Tierras de vino, toros y pan.
Llega el día. No tengo la bici cargada, espero que no haya problemas. Madrugo, hago las alforjas. Dentro de ellas, como no son impermeables, las cosas van en una bolsa de plástico. Empiezo a montar el equipaje. Parece que todo encaja bastante bien. Pongo la tienda con un pulpo en el manillar. El pulpo
está muy deteriorado, pero todavía vale. Además no tengo otro. El panel solar en la bolsa de manillar, esterilla, sacos dentro de las alforjas, y algún plátano. Compraré comida mejor en la próxima parada, y me evito llevar peso desde el primer momento. Sólo llevo frutos secos.
Preparé un track desde google mymaps en .klm que he cargado en el teléfono.
Y salgo a las 10:00. De la comarca de los Arribes en dirección a la comarca de Sayago.
Similitudes: la piedra granítica, que aflora en berruecos aquí y allá, los quercus, encina y roble, el culto al toro en toda su extensión: Toreo salmantino, toreo portugués, recortes, encierros, y guisos de ternera sayaguesa… la posta mirandesa, la versión allende el Duero.
Diferencias: las arribes son verticales, caen al Duero y al Tormes, y Sayago es horizontal. Las Arribes tienen vino y Sayago no. Uva variedad Juan García, potente y densa como la querida garnacha de mis lares, aunque ya hace tiempo que adopté como propio este precioso terruño tan al oeste. Como los Celtas, tengo mi propia peregrinación, siempre al oeste, el ciclo vital. Como el camino de Santiago, como la Vía Láctea.
Voy de vuelta, o sea que mi sentido es hacia el amanecer. Al este.
He tenido la precaución de llevar una botellita de plástico con vino de la tierra. Vino totalmente natural hecho por los paisanos, sin cuidado ni moderneces. Vino paleto y auténtico. Con cuerpo, agrio, un toque dulce como el Oporto (cuando se les pasa de tiempo la vendimia, que suele ocurrir). Aguanta en plástico, pero no aguanta con aire, por lo que hay obsesión por tener las botellas siempre llenas hasta la boca. No sé lo que me voy a encontrar por el camino, y mejor prevenir que curar.
El primer tramo es fácil: asfalto, hasta cerca de Villar de Buey. En el topónimo surgen dos de los pivotes de la tierra: Villar: curiosamente todos los “Villar” tienen o han tenido de antiguo viñas y vino, al menos eso decía Juan Atienza. Buey: pos eso, toros. Dos claves de nuestra tierra celta.
La bici está muy cargada, pero tenía que llevar a casa ciertas cosas que no son propiamente del viaje. El manillar dirt drop cruje un poco, espero que no me dé el gran piñazo, y cuando voy despacio aparece una vibración muy molesta que me quita precisión en la trazada.
Los cambios no tienen precisión en determinadas marchas, y no sé por qué es. Lo consulté en rodadas, pero nadie me contestó. Me propongo averiguarlo.
Aparte se comporta bien. O será que estoy muy contento y todo lo veo positivo.
Y salimos del territorio conocido: el track me dice que antes de llegar a Villar de Buey gire a la derecha. ¿Qué habrá? Pues en principio un camino con tierra bastante compactada. Ahora empieza la aventura gravel de la que tenía tantas ganas. Es el momento de ver el límite de las Vittoria Randonneur 28mm. Puedo ciclar, pero claramente voy más despacio, tengo que tener cuidado de elegir la parte del camino más compacta, sin arena, y la vibración del manillar me dificulta esa tarea. Por el contrario, el paisaje me subyuga. Piedra, robles y vacas. Los campos están delimitados por la característica valla de piedra sayaguesa.
Cruzo un bonito puente de piedra en mitad del campo, y aprovecho a fotografiar, pero después perderé casi todas las fotos, especialmente de los primeros días.
Llego a unas fincas, cómo no, de ganado vacuno. Me sale al paso un mastín como sólo los puede criar el reino de León. Es afable, no molesto a sus vacas y él no me molesta. Un poco más adelante veo un tumulto, terrestre y aéreo ¿Qué es eso? Pues lo que tenía que ser: una manada de buitres devora un cadáver, espero que vacuno.
Los buitres son asustadizos y al verme a lo lejos echan a volar. Están muy cerca y la imagen tiene un poder plástico tremendo. Procedo a sacar el móvil para fotografiar, pero tardo mucho y casi no quedan buitres en tierra. En cualquier caso, como he comentado ya, he perdido todas esas fotos.
Orux y Gúgel, con su .klm, me guían con precisión entre el laberinto de caminos. Parece que siempre ha escogido el principal. Pero el firme dificulta el avance, voy a menos de 10km/h, y debería hacer 100km/día.
A los ventipico kilómetros, el camino desemboca en una carretera, en una gran ermita. Me doy cuenta que el tramo de camino me ha ralentizado, pero estoy disfrutando. Tomo carretera dirección Almeida de
Sayago, un pueblo un poco más grande que los demás. En este tramo, mi velocidad de crucero sube, voy entre 20 y 30km/h. Por otra parte, Orux tiene un error con el mapa provincial de Zamora que he descargado, y tengo ruta pero no tengo mapa.
En Almeida veo un comercio. Aprovisiono pan, lata de legumbre, fruta y agua, que la botella de 1,5l congelada quedó en casa olvidada. Y me tomo una caña, me lo merezco.
El siguiente tramo es asfalto, de 3ª clase. Ahí estoy en mi salsa. Paso por pueblos mínimos donde puedo hablar con algún lugareño de 2ª generación emigrado a Vasconia. Es curiosa la querencia de los Sayagueses por el país vasco, hay palabras coincidentes (muga), y el grueso de la inmigración fue
a aquellas otras tierras más ricas. Tiene que haber algún nexo de unión.
Veo un corral con un par de burritos de raza zamorano leonesa. Paro, y les fotografío profusamente junto a mi “burra”. Lástima de fotos perdidas.
El sol ya está muy alto, y el cuerpo pide frescor y comida. En un pueblo pregunto por un área recreativa, parque o algo así. Me dirigen a “el Caño”.
Resulta ser un paraíso, con su fuente fresquita bancos, parrillas, fuera del pueblo, etc. El frescor de la fuente resguarda del calor circundante. El único pero es una explotación vacuna cercana, de la que vienen olores cuando el aire sopla de esa dirección.
Como, sesteo, soy feliz y estoy tranquilo. Nadie molesta y a nadie molesto.
Reanudo después de la siesta. Tomo un baño casi integral. Recuerdo mi época cicloturista de mediados los 90, cuando viajar en bici consistía en desplazarse de charca/río/embalse a charca/río/embalse para refrescarse.
Hago lo mismo. Con la botella, tomo una seudoducha.
Más fresco, comienzo la tarde. Serán como las 5 de la tarde. El sol todavía calienta. El tramo de camino me ha retrasado, pero no me importa.
Tomo un camino. La primera en la frente: me quedo atascado en una subida, me falta tracción. No pasa nada, echo la culpa a la cuesta y empujo. Estoy en un parque eólico, con buenas vistas de las tierras bajas. La pista de servicio es buena, y puedo avanzar, aunque no rápido. Se suceden los km, en plano y cuesta abajo puedo ir, cuesta arriba me falta tracción. Así pasan 10km, de crestear entre máquinas eólicas. Me paso la bifurcación, pero lo advierto y retomo el camino correcto, ya quiero bajar a tocar asfalto. La bifurcación está en un alcornocal alucinante.
Fotografío y no pierdo la foto. Se ve que el parque eólico ha untado bien con billetes al pueblo, porque el alcornocal está muy bien cuidado como espacio natural, con letreros, caminos perfectos, pero no tiene pinta de tener visitantes. Desciendo al pueblo, donde me refresco de nuevo en la fuente.
Otra vez carretera de 3ª, donde más a gusto estoy. Salgo a la N-630 un kilómetro, paralela a la A66 ruta de la plata. Por suerte, sigo después por carreterines locales asfaltados.
El paisaje ha cambiado, que le vamos a hacer. Me refresco en Palencia de Negrilla, al lado de Negrilla de Palencia. Empieza a aparecer ligeramente el cansancio. Al menos, empiezo a pensar donde pasar la
noche. El paisaje no es tan bonito como en Sayago, y los campos son de cereales… o de… ¡legumbres! Estoy en la comarca de La Armuña.
Paso por La Vellés, con fuerzas para seguir un poco. Por casualidad miro el mapa del móvil, y veo… ¡un camping! Lugar ideal para pasar la noche, sí señor. El camping se llama “Olimpia”. Qué nombre más raro. Sospechas acuden a mi cabeza.
Me dirijo al siguiente pueblo, donde se ubica el camping. Pedrosillo en Ralo, famoso por sus garbanzos. En él veo naves de todo tipo de legumbre: garbanzos, judías y lentejas. Muy bien, muy bien.
En el final del pueblo hay un hostal con pinta de hotel de lujo, y un … puticlú. De nombre “Olimpia”. Un poco más adelante enfrente de la gasolinera está el camping. Me acerco y parece cerrado. Parece en uso, todo limpio pero ningún cliente, ni tiendas ni caravanas, ni nadie: solo la puerta cerrada a cal y canto y un coche aparcado dentro. Llamo al teléfono que encuentro en internet, y nadie contesta. Me canso de esperar, y pregunto en la gasolinera.
Allí, una chica majísima me dice que en la laguna que está en el otro extremo del pueblo, a veces aparcan caravanas. A nadie molestan, y nadie les molesta. Pero mejor en el extremo más apartado. Hay fuente, mesas, frescor… La decisión está tomada.
Llevo noventa y pico km y ya me apetece descansar. Reconozco la laguna, es perfecta. Un papá caza ranas con su hijo, mientras que la mamá les mira afablemente. Me doy una seudoducha en la fuente para quitarme el calor, pero no es suficiente. Todavía no puedo montar la tienda, hay gente y luz.
Me voy al hostal Carolina a ver que se puede tomar. Está lleno de franceses con buenos coches. Una guapísima y amable camarera me ofrece carta o menú del día a 10€. El menú de cena, después de haber pedaleado todo el día me cuadra. Me tomo una cerveza mirando angustiosamente la piscina. Eso es lo que necesito. Pero no me atrevo a preguntar si puedo bañarme. Qué tonto.
Paso al salón a cenar: Legumbres, como no. Judías pintas, y solomillo de cerdo. Y vino.
En esta vida no hay nada perfecto. Las judías están buenísimas y las termino a pesar de la gran cantidad que me sirven. El solomillo, de los mejores que he probado, pura mantequilla. Peeero el vino… innombrable, botella de rosca, sin denominación (eso me da igual pero es un indicio), y es… asqueroso. Pienso en mi botella del pueblo de la que luego tomaré un trago.
Las camareras, muy amables, sin embargo son lentas en servir. Pero eso me da igual. El caso es que salgo medio recuperado cuando ya ha anochecido, y me dirijo a la laguna.
Busco el sitio más discreto entre árboles, y monto la tienda. Nadie me ve, y a nadie veo. Cojo agua de la fuente, y tomo al fin mi deseada ducha integral en la oscuridad. Una pobre rana se espanta del apocalíptico espectáculo, y salta despavorida con los ojos desorbitados a la laguna. Claro, yo no tengo su precioso traje verde, simplemente soy un ciclista viajero desnudo, y eso no es agradable de ver. Pero al menos paso a ser un ciclista viajero y fresquito.
Es la primera vez que monto la tienda que compré de 2ª mano. Espero que todo esté bien. Alguna varilla aparece un poco deteriorada, pero no pasa nada. Es perfectamente operativa. Me sirve para aislarme y descansar. Incluso tengo que abrir la puerta por el calor.
Oigo un fuerte rumor, como sonidos de máquinas. Sospecho de las cosechadoras de legumbre, pero no es eso exactamente. ¿Una fábrica? No sé. Empiezo a sospechar de la A- 62 Salamanca - Valladolid, que envía en línea recta su infernal ruido de tráfico rodado hasta mis sensibles orejas. Pues vaya, mi bucólica noche no es perfecta, aunque sí muy muy satisfactoria.
Buenas noches y hasta mañana.