Definitivamente, ese día se había levantado con el pie izquierdo. Tenía prisa por entregar un trabajo, pero para terminarlo necesitaba unas piezas que le tenían que llegar por correo. En cuanto llegó el aviso de que el paquete ya estaba en la oficina de Correos del pueblo de al lado, se montó en el coche, intentó arrancar y, zzzzz-zzzzz-zzzzz… El motor hacía un ruido extrañísimo, el mismo que, en menor medida, hacía desde un par de semanas, ¡mira que le había dicho su mujer que tenía que llevarlo al taller! Mientras seguía intentando que el motor arrancara se imaginaba lo que le iba a decir Bea, “te lo dije, pero claro, como nunca me haces ni caso”.
Y lo peor no era eso. El taller de Josetxo estaba cerrado, la boda de una prima tenía la culpa, los autobuses de línea habían elegido ese día para hacer huelga, “mierda de crisis”, pensó, y entre sus pocos vecinos no había nadie disponible para llevarle al pueblo de al lado. No, no era su día…
– Papi, ¿de qué color pintarías tú este árbol?
– Pues verde, hija, ¿de qué color lo vas a pintar?, y déjame de tonterías, anda, que bastante tengo con lo que tengo.
No sabía qué hacer, necesitaba esas piezas cuanto antes, incluso se planteó ir andando a la oficina de Correos, pero estaba a doce kilómetros, tres horas de ida y tres de vuelta, bufff… Entonces se le ocurrió una idea, ¡la bici de su hijo! Le venía un poco pequeña, pero tras subir el sillín se dio cuenta de que podría pedalear sin problemas.
– ¿Pero qué haces con esa bici, no tenías un montón de trabajo?
– Sí, pero tengo que ir a Correos a recoger unas piezas y el coche no arranca.
– ¡Te lo dije, pero claro, como nunca me haces ni caso!
Mirando al cielo ante el comentario de su mujer sacó la bici a la calle, se montó en ella y comenzó a pedalear. Doce kilómetros, eso no es nada. Hizo sus cálculos, si en el Tour hacen medias de 48 km/h, él podría ir sin problemas a 36 km/h, lo que suponía que en veinte minutos se plantaría en Correos, vamos, que en tres cuartos de hora estaría de vuelta en casa.
Sin embargo las cosas no resultaron tan fáciles. Nunca se había dado cuenta de que esa carretera era cuesta arriba, pensaba mientras resoplaba sudoroso, ¡en coche parecía llana! Hacía veinte minutos que había salido de casa y todavía no había hecho ni la mitad del recorrido. En ésas estaba, distraído pensando en sus cosas, cuando le adelantó un coche a escasos cincuenta centímetros de él.
– ¡Eh, imbécil!, le gritó, ¿es que no has oído hablar del metro y medio de distancia?
“Es increíble el poco respeto que nos tienen a los ciclistas”, pensó. Este pensamiento le hizo sonreír, “anda queeee, llevo apenas siete kilómetros pedaleando y ya hablo de los ciclistas en primera persona”. El adelantamiento peligroso en vez de ponerle de peor genio consiguió todo lo contrario. Todavía con la sonrisa en la boca decidió que no pasaba nada por parar cinco minutos a descansar un poco. Dejó la bici apoyada en un precioso roble y se sentó recostándose en su tronco. La verdad es que el día era precioso, azul, con las nubes justas para dejar bonito el cielo, y con unas luces que a esa hora del día (todavía era temprano) le daban al paisaje unas tonalidades espectaculares. “Nunca imaginé que podría haber tantos tipos de verde”, pensó. El zumbido de una abeja le sacó de su letargo, “¡madre mía, si llevo aquí sentado un cuarto de hora!”.
Con nuevos bríos se volvió a montar en la bici y, viendo ya su destino en el horizonte, siguió pedaleando a ritmo tranquilo.
Una vez tuvo su ansiado paquete bien colocado en el portabultos de la bici, emprendió el camino de vuelta a casa. Con inmenso placer se dio cuenta de que lo que a la ida era subida a la vuelta era bajada, ¡quién lo hubiera imaginado! Le encantó esa sensación de velocidad que le daba sentir el viento en la cara. Miró el cuentakilómetros para confirmar que estaba volando: 29 km/h…” ¿29 km/h? ¡Pero bueno! ¿Cómo demonios hacen los del Tour para conseguir esas medias?, me parece que debo entrenar un poco”, pensó.
Esta vez sin paradas, en media hora hizo el camino de vuelta. Entró en casa sonriente, orgulloso de su gesta, pero no vio a su mujer, él que quería presumir un poco… La que sí estaba allí, en el mismo sitio donde la había dejado, era su hija. Se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla.
– Verde oliva, cariño, ese árbol deberías pintarlo de color verde oliva.
Descansaba en el sofa tras la comida… le quedaba un montón de cosas que hacer en el coche pero su mujer ya se lo había dicho durante la comida…
-Estás extraño… te brillan los ojos.
-No es nada Bea, tan solo pienso y río por dentro. -Y eso no es extraño?… voy a la cocina un momento.
Fue en ese preciso momento después de comer cuando hizo lo que a el si le pareció extraño: ir al sofá en lugar de ir a trabajar bajo el coche…
Cerró los ojos al son de una letanía que se perdía en el horizonte y poco le costó dormirse…. Los 24 km de la mañana le pasaban de esa forma factura fue su ultimo pensamiento antes de empezar a soñar.
Sobre una bicicleta iba tras el pelotón… el, que había dejado de hacer deporte hacía años… más años que los que tenía su hija había vuelto por sus fueros juveniles cuando competía con aquellos amigos de su edad, cuando cualquier salida en bicicleta no era otra cosa que otra aventura…
El…
El iba tras aquellos coches cargados de bicicletas desde donde unos extraños le miraban mientras seguían a aquellos esforzados muchachos que agrupados iban devorando km.
El que no tenía más fondo que aquella salida hasta la oficina de correos del pueblo vecino… estaba a punto de realizar un sueño: pasar del sofa de casa, de verlos en aquella pantalla, a ser el protagonista de aquella etapa…
En su mente empezó a sonar un carraspeo, algo le zarandeaba, a continuación… un segundo más tarde, sentía como unos labios besaban los suyos…
Fue en ese momento cuando le pareció que se le abrían los ojos, sentía el peso de su mujer sobre su cuerpo y escuchó una frase que se iba repitiendo en su mente.
Ella hizo aquel gesto preciso que años después le trasladaba a aquella imagen de la playa en la que de entrada tan solo vió aquel bikini con cuadraditos finos y grandes…
Ella se colocó delante de el y el solo veía aquel pelo rubio y sus hombros… la pelota de aquel crio lo cambió todo puesto que tras el pelotazo sin consecuencia salvo el grito y las risas posteriores al pelotazo… el se interesó un poco más en aquella curva que más allá de los hombros se adivinaba bajo el bikini…
pero no fue eso…
fue el cuello en aquel gesto que años después… tras despertarse en el sofa volvía a ver y a recordar.
El volvía a maldecirse por tener aquellas manos cortadas por reparar aquel coche que se empeñaba en averiarse y no sabía que a ella esas manos le encantaban y que pensaba en que le hubiera gustado tener más cuerpo para tantas manos…
El olor conocido se hizo más suave y dulce que de costumbre
Las risas de sus hijos les transportaron a la realidad horas después
Cuando la noche quería ganarle la partida al día el se encontró asomado a la ventana porque allí, en su jardín, había algo que parecía mandarle mensajes…
La luz reflejada en aquel objeto impactaba en sus ojos mientras sus manos sostenían una taza de te
Era el cuadro de aluminio de aquella bici, la de su hijo… el mismo que le decía sin que el escuchara nada…
Papa, que hacen esas cajas de repuestos en el recibidor?
El tan solo veía y descifraba aquellos simples mensajes…
Aquí estoy esperandote Tan solo quiero realizar una aventura Nuestra aventura Tu aventura.
No Julian, no hay gato encerrado, tan solo espero que a Sargantana no le haya molestado que le pise su hilo pero es que no me gustaba, en una historia tan chula, ese final
No, Julian Fergar, como dice slow no hay ningún gato encerrado. Hace años escribía artículos para la revista Pedalier, hasta que ésta quebró. El caso es que hoy, mientras limpiaba y ordenaba el portátil, he encontrado el último relato, que por los problemas de la revista ya no fue publicado. Y me ha dado un poco de pena, estaba como huérfano, y me ha parecido que lo podía colgar aquí, con que una persona lo leyera él ya se daría por satisfecho
Y slow, majo, ¿cómo me voy a enfadar porque sigas la historia? Eso sí, tu final tampoco me ha gustado mucho a mí, demasiado hiperbólico Pero bueno, es cuestión de gustos y de estilos 😉