Los màsters están sobrevalorados. Los que tengáis tres o cuatro ya lo sabéis. Al principio, sí, te hace mucha ilusión: Matricularte, pagar un pastón del copón, recoger esos apuntes encuadernados con espiral y la tapa de plástico trasparente... Un día te presentas a clase para conocer a los compañeros del curso. Pero con el tiempo acabas descubriendo que los horarios -esa enrevesadísima tabla que te facilitaron con la documentación- son incompatibles con Pilates y Maridaje de vinos y quesos. Y acabas por no ir a clase.
A los pocos meses recibes un email que te anuncia que se te pasó la fecha límite de entrega del trabajo de final de máster. Eso te da una pista -pura evidencia- de que el curso ya acabó. Recoges el diploma, pero ya sin esa sensación tan especial del título de licenciado, ese que empezaba "S.M. el Rey Juan Carlos I..."; luego, con letras más pequeñas, el ministro de educación; seguía el director general de universidades y ya pequeñito, pequeñito firmaba Toño, el becario.
Al llegar a casa descubres que tienes toda la pared del despacho llena de másters. Los repasas de un vistazo. Un flash de orgullo te inunda cuando ves tu nombre asociado a universidades de prestigio repartidas por todo el mundo: Georgetown, Harvard, Ulm, La Sapienza, Oxford, Aravaca.... Y mientras piensas como vas a colgar ese diploma, si ya no te queda espacio en la pared!, te entra un cierto desánimo. ¿De qué sirve acumular tanto máster? Siempre hay algún pringado que tiene más diplomas que tu! Poco a poco te vas dando cuenta que, de hecho, no te sirven para nada. Algunos, más bien, te traen problemas y preguntas incómodas.
Y un día decides que esto se acabó. Renuncias a los másters y en ese espacio vacío que ahora te queda en la pared del despacho -aprovechando los agujeros, tacos y alcayatas- cuelgas el retrato del crío haciendo taekwondo y de la niña en sincro. Y, en un lugar destacado, esa foto tan simpática del viaje a Italia del verano pasado en la que aparece toda la familia haciendo ver que están como empujando la Torre de Pisa, que aparece en el fondo de la imagen, para evitar que se derrumbe.
Leonor, tu serás SIEMPRE la princesa...