Bueno, yo me lo pasé de coña, me alegró el conocer gente de aquí después de dos meses de rodar solo por estas tierras.
A las 8:25 nos encontramos Paco y yo, y a las 8:30 llegó Lluis. Un cuarto de hora de cortesía por si llegaba algún rezagado y a las 8:45 emprendimos nuestra ruta.
Primera sorpresa para mi, ver que Paco venía con dos alforjas y Lluis con una. Yo pensé: joé, si para una paseillo de media mañana vienen así, habrá que verlos en una ruta de quince días. Les pregunto y me dicen que es que traen el almuerzo.
Como es habitual el viento soplaba de cara, con lo que sin prisa pero sin pausa íbamos rodando mientras nos re-presentábamos y nos contábamos nuestras respectivas historietas.
Al poco la rueda trasera de la bici de Paco parecía que iba algo floja. parada técnica para inflar y continuamos.
A la altura de Sant Andreu, otra vez vacía con lo que se pasó a cambiar la cámara.
Me preguntaban por un bar para desayunar (perdón, almorzar) y les dije en toda la orilla del rio no hay ninguno, pero en la estación de Renfe de El Papiol (a escasos 200m del camino) tienen cantina.
Primer intento, la cantina cierra los fines de semana.
Llegamos al Pont del Diable, fotos de rigor y a buscar un bar, el de al lado cerrado y se traspasa. Cruzamos el puente y nos adentramos en Marraqués (perdón, Martorell) sin encontrar ningún bar hasta el cabo de un buen rato.
Me quedo vigilando las bicis mientras ellos entran a comprar unas latas, mientras empieza a llover con relativa insistencia.
A escasos metros un puente con los bajos convertidos en parquing nos servirá de refugio para almorzar.
Y ahí llega mi sorpresa cuando Paco empieza a sacar chorizo, salchichón, queso, etc.
Yo que con el cafelito y la tostaita con aceite que me como a primera hora aguanto hasta mi hora de almorzar (comer para los catalanes) alucino en colores al ver el despliegue. Pero la cosa no se queda ahí, cuando veo que saca una tarta de queso con fresas y después como remate saca un cartucho de butano para hacer café, pero ¡oh! despiste, se había olvidado el hornillo, por lo que nos quedamos sin café, eso sí de lo que no se había olvidado era de una botellita de ron.
Mientras dábamos cuenta de las viandas la lluvia iba cobrando fuerza para remitir cuando nos disponíamos a salir ya pertrechados con los chubasqueros y a los pocos minutos desapareción como por ensalmo.
Emprendimos el regreso a velocidad terminal y en poco más de una hora estábamos en Cornellá.
Fotos de rigor frente al monumento donde nos habíamos encontrado por la mañana, deseos de repetir cuando yo vuelva por estas tierras y despedida que ya eran las dos de la tarde.
Las fotos se las exigís a Paco que las tiene todas.