Es un asunto muy complejo. Intuyo que en esa zona hay un conflicto interior, que nada tiene que ver con los extranjeros, quizá por eso sucedió el asalto y el ciclista está bien. Es muy difícil hacer valoraciones acerca de si se debe o no se debe acudir a lugares en los que tu presencia puede ser fuente de dificultades, no sólo para tí mismo.
Hace años pasé por un lugar que amigos de confianza me habían dibujado como tranquilo para el viaje. Yo misma lo percibí así y hubiera recomendado a cualquiera que lo visitara. Y un mes después tirotearon un bus de turistas españoles y murieron doce o trece, todos. Iban con una agencia que tiene plantilla estable en el país y que descarta siempre los peligros, no son ningunos locos, conocen bien su cartera de destinos, los grupos son pequeños y son extremadamente discretos y prudentes. Porque también es difícil informarse cuando vas de paso, los viajeros somos gente de paso, nos pongamos como nos pongamos. Y con percepciones muy personales. Por ejemplo, en la capital de Honduras hubo más muertes por asesinato al año pasado que en Irak, que ya es decir. Y en Honduras hay turismo y a Irak no va nadie de viaje, evidentemente. La información es dificilísima de contextualizar.
La conclusión que he sacado, a título personal, es que en la mayoría de los lugares del mundo la gente no tiene nada que perder, la vida no vale casi nada, y no es difícil percibir la influencia casi siempre negativa que los intereses (mayormente comerciales) de los lugares de los que procedemos provocan, y en ese contexto estamos. Personalmente, opino que hay muchos lugares en los que la alarma para que no viajemos allí es injustificada y mentirosa, pero también se me abren las carnes antes de dirigirme a sitios en los que la población vive acongojada con un conflicto duro. No es tanto que tenga miedo a que me ocurra algo, sino pudor. Son mis vacaciones, es ocio, ¿y me lo gasto en contemplar el sufrimiento ajeno? ¿Y por qué no hacerlo, dado que así podemos conocer, construirnos una perspectiva del mundo más acertada, o aportar un rato de charla y bienestar en los sitios por los que pasemos? ¿Dónde poner el límite? ¿No es igualmente frívolo contemplar la miseria instalada pacíficamente? Esto siempre me ha generado mucha inquietud, muchas dudas. Que una cosa es estar haciendo algo, no sé, información o cooperación o algo así, y otra, estar de vacaciones.
Intenté establecer un par de límites o tres, no acabar nunca provocando que el ministerio de asuntos exteriores se gaste una pasta en rescatarme, no llamar la atención, no perjudicar ni ofender a la población que vive en el sitio por el que pase, no matarme. Pero nunca podemos estar seguros de que lo estamos haciendo bien. A veces la mera presencia, una de vacaciones en sitios en los que los críos van sin zapatos, ya me da sofoco y vergüenza.
La comparación que se establece con los montañeros, Ukukus, es muy chula. Todavía estoy rencorosa de que se empezase a cobrar por los rescates cuando hay accidentes. Piensa una, toda la vida triscando por el monte teniendo cuidado de no liar ninguna, y ahora, como una pandilla de domingueros en chancletas están sacando los helicópteros todos los fines de semana metiéndose de paseo como si estuvieran por la gran vía, nos cobran a todos por un servicio excepcional y tengo que hacerme un seguro porque si por una vez tengo un accidente imprevisible, me cobran el rescate y me arruino. Y luego pienso que a fin de cuentas, el monte es de todos y quién soy yo para afearle la conducta a nadie o para afirmar que ese no es su sitio si quiere ir a disfrutarlo. Es todo un lío.
La rutina perjudica seriamente la percepción