Rodadas. Una comunidad de cicloturismo y viajes en bicicleta
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AVENTURA EN MARRUECOS. Del desierto a las montañas.

&tarr; PUBLICIDAD (lo que paga la factura)

  1. DÍA 1. MADRID - OUARZAZATE

    Es curioso como los planes van cambiando según los vas planeando y, la mayoría de las veces, el resultado no tiene mucho que ver con la idea primigenia. En esta caso el plan era empezar en Tánger en solitario y bajar hasta Marrakech y al final empezamos en Ouarzazate y llegamos hasta Fez y además acompañado. Al menos el país es el mismo: Marruecos.
    Mi primer encuentro con Cristóbal fue comedido, ambos contactamos por esta web y hablamos de nuestros estilos de viaje y de las cosas en que podíamos coincidir o en las que podríamos chocar; no obstante comenzar un viaje con alguien totalmente desconocido puede ser un verdadero fracaso. Así que sin compromiso alguno de permanencia, nos encontramos en el aeropuerto de Madrid-Barajas para comenzar este viaje juntos sin saber ninguno de los dos si lo acabaríamos también juntos.
    El vuelo se hizo corto y la llegada a Ouarzazate sin problemas. Aproximadamente una hora en el control de pasaportes y, tras inspeccionarme uno de los bultos con mucho interés, pues el guardia de aduanas pensaba que llevaba un dron (equipo éste, prohibido en Marruecos), logré por fin en orar en el país. Eso si, he de decir que la corrección del guardia fue exquisita.

    Llaman a Ouarzazate la ciudad de "las puertas del desierto", debido a que por ella pasaban antiguamente muchas caravanas de comerciantes provenientes del desierto, en dirección a las ciudades más importantes de Marruecos. Pero para ser "las puertas del desierto", Ouarzazate nos recibe con lluvia. Refugiados bajo unas pequeñas carpas a la salida del aeropuerto nos dedicamos a montar las bicis. A Cristóbal le llega un eje de la rueda torcido, pero que podemos enderezar sin demasiadas complicaciones. Ese día nos da para poco más que buscar un alojamiento, dar un paseo por la ciudad y tomar nuestro primer té a la menta y cenar un buen tajín de verduras o un cuscús.

    DÍA 2. OUARZAZATE - KELAAT M'GOUNA
    El segundo día, o primero de pedaleo. Por un lado empiezo con la emoción de la nueva aventura, esa sensación contenida de semanas o meses pensando en este viaje, planeando, leyendo, preparando material y eligiendo rutas que tan importante es para mantener nuestra mente ocupada y no rendirnos a la ansiedad de no estar viajando. Sin embargo, reconozco que me siento algo cohibido por las enormes diferencias que ya, nada más llegar, encuentro con mi país. Aún así, me gusta. Me agrada esa sensación de que no todo es igual, de que hay tantas cosas por aprender, por descubrir; tantas cosas diferentes dentro de todo lo que nos asemeja. Los pueblos por los que pasamos son tranquilos y apacibles por las mañanas, pero conforme va entrando la tarde, poco a poco se van convirtiendo en centros de una actividad frenética, donde circular por la calle se convierte en un sálvese quién pueda entre ciclomotores, bicicletas, turismos, especies de tus tus, camiones e infinidad de taxis; pero también carros de tracción animal, de los cuales no siempre tiran mulas o burros sino, a veces, sus propios dueños. Aquí no abundan los grandes supermercados, ni las extensas superficies cerradas de tiendas y centros comerciales sino un montón de "epiceries" (pequeñas tiendas) que surgen en cualquier parte, donde puedes encontrar una gran variedad de productos expuestos (o no) sin orden aparente. Pero no te preocupes si lo que buscas no está ene esa tienda, en seguida aparecerá corriendo el vecino de otra tienda y te traerá o te conducirá hasta lo que buscas, repitiéndose esta especie de ritual hasta que hayas conseguido lo que buscabas o, en su defecto, algo muy parecido. 

    El cambio de Ouarzazate a Skoura es grande. Skoura no aparenta ser un lugar para turistas. Como mucho pasaran por allí sin pena ni gloria o se alojaran alguna noche en alguna de las casbas convertidas en albergues. Es un oasis de miles y miles de palmeras y decenas de casas, la mayoría en ruinas, donde las calles sin asfaltar se llenan de barro cuando llueve o se convierten en verdaderas polvaredas los días más secos. 
    Hacemos una parada en un café, con solo algunas personas locales allí sentados, sin prisas. Debemos colocarnos una mesa y sillas de las que se hallan apiladas para poder sentarnos y disfrutar de un nuevo té. Las tiendas que llenan toda la calle principal, son como pequeños almacenes con viejos carteles los unos o sin ningún tipo de publicidad los otros, que varías desde "boucheries" (carnicerías), con sus piezas de carne colgando sin protección ni refrigeración alguna, hasta talleres en los que parecen arreglarse lo que hiciera falta. Los puestos de frutas, de dulces, de baratijas y de toda clase de productos, nuevos o usados; las panaderías, los cafés y otros tantos, rellenan el resto. Algunos de estos puestos o locales parecen totalmente abandonados hasta que te acercas a ellos, momento en el cual, sin saber casi de donde, aparece alguien y te atiende esperando hacer un buen negocio.
    Es domingo y durante la jornada de ruta vemos extrañados que en cada pueblo y aldea aparecen por cada esquina niños y adolescentes por doquier. Sin duda es una país con una gran población joven, con pocos recursos y, seguramente con una forma de ver la vida totalmente diferente a la nuestra. Nos enteramos más tarde que el Gobierno de Marruecos ha adoptado el sistema europeo, por lo que declara que los domingos son festivos, pero en realidad, solo se hace efectivo en organismos oficiales, escuelas y bancos.
    Tenemos algunos encuentros e incidencias, entre ellos un pinchazo, y el vadeo de una riada que sobrepasaba con fuerza la carretera. Tras valorar la situación determinamos que el agua llevaba suficiente fuerza como para poder hacernos caer y arrastrarnos, así que paramos a una furgoneta Pickup que sin pensarse dos vedles nuestra solicitud de ayuda, nos subió las bicis a y nosotros mismo encima y nos cruzó amablemente.

    Llegamos tras 92 kilómetros a Kelaat M'Gouna. Una ciudad de unos 11.000 habitantes que nos recibe con bellísimas vistas Del Valle, con una imponente casa presidiendo el fondo de unos acantilados. La ciudad se encaja en en El Valle y poco a poco te adentras en ella hasta que, sin darte cuenta, te encuentras en el centro, algo más moderno pero que recuerdo a Skoura en su forma de funcionar. Hay que andarse con cuidado y vigilar al circular o cruzar las calles. Los carros de vendedores con sus mercancías ocupan algunas calles; la gente va de un lado para otro mezclándose con los vehículos, pero no pasa inadvertida la cantidad de gente, sobretodo hombres, parados en cualquier sitio, aparentemente sin hacer nada o simplemente fumando o tomando té.

    Los hoteles con suntuosos nombres tales como "Hotel Grand Atlas", "Hotel Royal", etc, no son más que vetustos edificios, sucios y mas cuidados que alojan a quién quiera por unos pocos dirhams. Cuchitriles, que los llamaríamos aquí que, sin embargo, contrastan con la amabilidad de sus encargados o recepcionistas y con el empeño, eso si, de que no falte ni un solo dato en el registro de la ficha de policía.
    Después de un día largo y tantos kilómetros recorridos, lo único que queremos es comer y descansar y poco nos importan las características de nuestro alojamiento de esta noche.

    Publicado hace 5 años #
  2. Lo siento he intentado poner fotos pero ha sido imposible...

    Publicado hace 5 años #
  3. DÍA 3. KELAAT M'GOUNA - TINGHIR

    Estoy cansado. Las piernas se quejan y las noto pesadas. Más de 50 kilómetros luchando contra el viento no se lo deseo a nadie. Esto fue lo que sufrimos nada más abandonar Kelaat M'Gouna, ciudad situada a las puertas Del Valle de las Rosas, lugar donde se cultiva la rosa damascena o damasquina, una rosa muy resistente al frío y a la sequía, características que la hacen idónea para que se cultive en todo el valle.  Con esta rosa se fabrican jabones, cosméticos y el agua de rosas, que se usa a su vez para crear diferentes perfumes. Enfilamos la carretera dirección a Boulmane Dadés, por donde seguimos disfrutando de las vistas de las construcciones de adobe, las casbas y las zonas verdes de regadío que nos distraen la vista mientras rodamos. Los niños continúan saliendo aquí y allá de cualquier parte y uno no puede dejar de preguntarse porqué no están en las escuelas o qué horarios tienen estas, cuando los ves pululando durante toda la mañana.
    En Boulmane, sobre la parte alta de la ciudad, las vistas son magníficas. El verde valle se encaja entre las montañas rojas y los acantilados rocosos que me hacen rememorar películas de desiertos y oasis, como si yo fuera uno de sus actores.
    Pero el placer acabaría pronto. Cuando salimos de la ciudad, de repente nos encontramos en una extensa meseta desértica, despoblada y pedregosa, sin horizontes definidos. La carretera es recta, larga, interminable; rodeada de... de desierto. Solo algún pastor con su rebaño de cabras se divisa en el paisaje lejano de vez en cuando. A nuestra derecha, montañas rojizas y más allá las cumbre nevadas del Alto Atlas. A la izquierda, unas montañas más bajas y negruzcas del Jabel Saghro difuminadas entre la calma. Todo sería más agradable si no fuera por el fuerte y frío viento que sopla en contra. Sin la protección de la vegetación de los valles más fértiles o de las montañas mas cercanas, aquélla meseta erosionada donde el viento me va quemando la cara, se va convirtiendo metro a metro en un reto demasiado extenuante como para poder disfrutar al 100%. Aún así, me gusta y estoy contento de estar aquí. No lo cambiaría por casi nada... bueno sí, si hay algo que empiezo a pensar que si cambiaría: el peso de mis alforjas. No puedo creerme que me haya pasado de peso otra vez, tal y como me pasó en mi anterior viaje. Tomo nota mental para el próximo. No puedo, ni deseo cometer nuevamente ese error.
    A duras penas llego a Tinghir, tras 73 kilómetros de ruta extenuante, sobre todo los últimos 53. encontramos un hotelucho barato (7 euros la noche), bien ubicado, y al bajar de la bici empiezo a sentirme mal. Son los síntomas de una "pájara" chunga y antes de que empeore, me siento a la sombra, bastante mareado. Algo de chocolate y agua, y un pequeño descanso hace que me sienta mucho mejor 20 minutos más tarde. Sin embargo, el aviso es importante. Debo ir con cuidado, pues si bien las dos etapas se han alargado bastante, son las de menor desnivel. Por delante aún nos queda unas ascensiones importantes hasta los 2700 metros antes de llegar a Agoudal.
    El día termina con una visita al concurrido zoco de Tinghir. Una curiosa visita donde todo se vende y se compra, ya sea nuevo o viejo, usado o super usado, roto o reparado, fresco y no tan fresco; fruta, verduras, carnes, ropa, herramientas, electrodomésticos, vistas de casetes, deuvedés, copas, vasos, teteras, cafeteras, sillas, tornillos, neveras, alfombras, cortinas, dulces, pan, móviles, baratijas, carteras, bolsos... de todo lo que puedas imaginar se compra, se vende o se intercambia.
    La cena en Tinghir la hacemos en un lugar privilegiado, con vistas a casi toda la ciudad. donde disfrutamos del atardecer antes de empezar a subir a las montañas.

    Publicado hace 5 años #
  4. DÍA 4. TINGHIR - AÏT HANI (a 3 kms).


    Al amanecer oímos en la lejanía el canto del muecín. Aún está oscuro. La ruta de hoy está prevista que sea un tanto más ligera que las kilometradas anteriores. Sin prisas salimos de Tinghir, previo un beun desayuno. El objetivo de hoy, las gargantas del Todra. Para llegar a ella, vamos dejando a nuestra derecha verdaderas ciudades de adobe, la mayoría en ruinas, antiguos vestigios de lo que antaño debió ser esta ciudad. El paso del tiempo y el descuido está favoreciendo que estas hermosas ciudades vayan desapareciendo paulatinamente. Intercalándose con estas hermosas y antiguas construcciones, el fértil valle nos muestra un verde intenso de palmeras, adelfas, naranjos y otros frutales, amén de cultivos de tubérculos, verduras y legumbres. 

    El día comienza caluroso y la primera subida en zig zag, la que nos acerca a la garganta, se hace lenta y pesada, pero las vistas cuando llegas a una zona alta, merecen la pena, mezclando el verde del enorme oasis con el ocre de sus edificios con un fondo de montañas rojizas que bañadas por el Sol se recalientan poco a poco. Encuentro a mi compañero de viaje —que avanza más rápido que yo—, charlando animadamente con unos vendedores de pañuelos y turbantes que apostados en un lugar estratégico, esperan pacientes la llegada de autobuses, caravanas de 4x4 o motos, cargados de visitantes y turistas. Dedico unos minutos a hacer fotos mientras la conversación continúa en un batiburrillo de idiomas, algo que se va convirtiendo en el día a día de nuestras conversaciones con los locales.


    Avanzamos y nos adentramos con lentitud en el valle que se va cerrando sobre nosotros, estrechándose mientras enormes farallones de roca roja se cierne sobre nosotros por ambos lados. Niños y jóvenes nos saludad, sobretodo en francés, pero también en árabe. Algunos piden sin vergüenza alguna “¡dirhams, dirhams!”, en ocasiones con desmedido descaro. La jóvenes o las mujeres, en cambio, solo saludan si antes las has saludado tú a ellas utilizando la fórmula en francés “¡bonjour, ça va?!” A lo que solemos responder educadamente “va bien, et toi?”; después ya casi no podemos oír nada más mientras nuestras bicis siguen avanzando.


    Tomamos un descanso en una de esas pequeñas tiendas con un gran cartel en la puerta que pone “SHOP y FRUIT”, con la esperanza de comprar algo de fruta pero, nuestro gozo en un pozo; allí venden toda clase de productos envasados y decenas de tipos de galletas pero de “FRUIT”, nada de nada. Así que salimos de allí con yogur, pan, algunas galletas y algo de agua embotellada.


    La entrada a la garganta del Todra, que se produce en seguida, es la parte más turística e impresionante. ¡Es increíble!. El agua discurre cristalina entre las sombras que las enormes paredes proyectan sobre nosotros. La garganta se ha estrechado y te sientes encajonado entre unos inexpugnables muros haciéndote sentir como un minúsculo ser de la naturaleza que, al pensarlo más detenidamente, te das cuenta de que es lo que eres en realidad: una pequeña e insignificante parte de la enorme naturaleza que, sin embargo, nos empeñamos en destruir.


    Pero la garganta no acaba ahí. Seguimos su curso dejando atrás los pocos turistas —realmente pensé que estaría más concurrida— que la visitan y ascendemos sin pausa durante varios kilómetros. La belleza del lugar es imponente, aunque ya no corre agua por su cauce que debe seguir corriendo por el subsuelo.

    Una mujer con su burro, sobre el que monta una niña de corta edad, me hace señas para que pare y me pide, al igual que los niños de esa mañana, dirhams. Me quedo sin saber como responder, en realidad me da cierto corte o vergüenza, pero sigo pedaleando. No soy alguien dado a dar limosnas. No me importa pagar un precio justo, incluso algo más de lo razonable o ser generoso con gente que lo necesita, tal vez a cambio de el más nimio de los servicios o productos, pero ¿dar limosna tan solo por el hecho de ser europeo o turista?. No, no es algo qu eme mueva ni me induzca a la pena. Tal vez no he parado a meditarlo el tiempo suficiente y esté equivocado, pero nunca me he sentido bien dando limosna porque no creo que eso sea bueno, ni mucho menos lo mejor que pueda hacer por estas personas, a la que, tal vez solo con eso le soluciones un día más, aunque tal vez sea eso lo que necesiten. Tan solo un día más.

    Desde que llegamos a Marruecos y en este trayecto lo puedo verificar más concienzudamente, se ven principalmente tres clases de animales. Por un lado, y deambulando por cualquier parte, los perros. Estos aparecen en casi cualquier lugar, sin amos, solos, buscándose la vida, rebuscando entre la basura o esperando en alguna sombra,  pacientemente que alguien les eche algún despojo. Casi todos ellos comidos de pulgas o, más desafortunados, devorados poco a poco por la sarna. Por otro lado, los burros. Este animal se usa muchísimo, tal vez más que los coches en algunas zonas, como animal de carga, como medio de transporte o como ayuda en el campo. Algunos los vemos pastando al lado de las carreteras —no digo en las cunetas, porque no he visto ni una sola—, en un campo cercano o portando su carga a lo. Largo de carreteras, caminos o barrancos. Por último, el tercer animal que domina estas tierras es la cabra. Éstas aparecen en los más inverosímiles lugares, cruzando carreteras o haciendo equilibrios imposibles sobre los acantilados, siempre con la presencia cercana de algún pastor bereber. 


    Llegados al pueblo de Tamtatoucht, en el que vuelven a aparecer las casbas y las casas de adobe, donde vive gran parte de su población, ya sentimos el cansancio y decidimos parar unos minutos. El color ocre de todos sus edificios contrasta con el colorido de las puertas de sus casas, que suelen adornar con figuras geométricas pintadas de colores llamativos o con la vestimenta de las mujeres que, enfundadas en sus hijabs o velos, visten colores intensos, rojos, morados, verdes, azules o amarillos con multitud de estampados en sus túnicas.


    A la salida del pueblo, un hombre mayor que se encontraba sentado, junto a su mujer, en lo que podríamos llamar el patio de su casa —un trozo de terreno de tierra apisonada rodeado de una fila de piedras— nos ofrece, un té. No nos viene mal descansar un poco más y aceptamos gustosos. Con amabilidad desbordante, nos sacan unas sillas y mesas de plástico y la mujer, cuya boca desdentada, no le quita predisposición y simpatía entra en la casa a preparar el té mientras el hombre, del que sabremos después que se llama Said, se queda conversando con nosotros. Y allí nos vemos a nosotros mismos, tomando un típico té a la menta marroquí, y no solo eso, sino que somos agasajados con pan y aceite entre risas y una conversación difícil, a veces incomprensible,  mezclando francés y gestos, lo que no es óbice para que el hombre nos enseñe algunas palabras tales como “sahan” o “sucram” que no es otra cosa que “gracias” en bereber y árabe respectivamente. He de confesar que pocas más puedo retener debido a lo difícil que me resulta pronunciar esos idiomas.

    Nos despedimos de Said, de su mujer y de su nieto, de pocos años —que apareció por allí saludándonos con muchísimo respeto— ofreciéndole algo de dinero por el refrigerio. Le dimos 10 dirhams cada uno —unos dos euros en total— considerando que es más o menos lo que hemos pagamos por un desayuno en la mayoría de los lugares. Debió parecerle bastante porque la mujer entró para sacarnos dos piezas enormes de pan que casi nos obligaron a llevarnos, insistiendo casi hasta el enfado, a pesar de nuestras negativas puesto que no nos cabían en las alforjas. Finalmente, nos llevamos el pan.


    Salimos contentos de este magnífico contacto y continuamos el ascenso por extensísimas llanuras de piedras y vegetación rastrera, un ascenso que se me hace muy duro por el cansancio que ya acarreo en las piernas.  Para colmo, el sol comienza a desaparecer, ocultado por una masa de nubes negras que aparecen a mi espalda. Ya nos había advertido Said, que hoy llovería y, una vez más, debo reconocer que no hay nada como los lugareños del lugar para predecir la meteorología. 


    A mi frente aparece un nuevo zig zag en ascenso, con unas cuestas que se me hacen matadoras y rompepiernas, mientras escucho los primeros truenos. Intento acelerar el pedaleo para intentar , por lo menos, pasar el terrible zigzag antes de que caigan las primeras gotas, pero mis piernas no pueden dar más de si. Me duelen mucho y la cuesta parece alargarse más u más con cada golpe de pedal. “Un poco más” me digo a mi mismo y otro trueno suena, esta vez mucho más amenazante. Cuando faltan unos 200 metros para coronar la subida, diviso un edificio y “rezo” por que pueda refugiarme en él si  finalmente me alcanza la tormenta. No he terminado de pensar en esto cuando empiezan a caer sobre mi enormes goterores helados acompañado de un repentino y fortísimo viento en contra que frena mi bici hasta casi dejarme parado. Dudo por unos instantes en bajar y empujar la bici, pero debo intentar llegar al edificio cuanto antes y continúo pedaleando. A 150 metros cae ya con fuerza y empiezo a mojarme y el viento me da ahora de lado y casi me tira de la bicicleta. A 100 metros, siento un frío repentino e intenso que me hiela hasta los huesos mientras la lluvía ya cae de forma regular y constante. A 50 metros, veo como Cristóbal, mi compañero de viaje en esta aventura, sale del interior del edificio dándome ánimos a gritos cuando por fin llego a la parte alta de la terrible cuesta. El edificio es un pequeño albergue, ubicado en lo alto de una meseta y en medio del desierto a 15 kilómetros de Tamtatoucht y a 3 kilómetros de Aït Hani. Rápidamente nos refugiamos bajo su techo y un joven nos saluda. Respiro tranquilo, algo mojado, agradeciendo haber encontrado este refugio antes de acabar empapado bajo la tormenta. 


    Mientras esperamos a que la lluvia pase, el chico, que no es otro que el responsable del albergue, nos cuenta que en Aït Hani no hay alojamientos. Además, este albergue, en medio del gran páramo desértico tiene unas vistas, es acogedor y se respira una tranquilidad enorme que no nos vendrá nada mal para descansar. Nos gusta y tras un pequeño regateo con el precio, conseguimos una habitación para cada uno, incluyendo una tortilla bereber para la cena. 

    Pero lo más curioso es cuando preguntamos por una ducha caliente y nos dicen que debemos esperar una hora antes de ducharnos. Extrañados aceptamos para descubrir después que el motivo no es otro que el que deben calentar el agua con una caldera de leña.

    Pasamos una tarde agradable, con divertidas conversaciones con el chaval del albergue y unos amigos que vinieron a visitarlo mientras la temperatura del lugar va bajando conforme la noche va cubriéndolo todo. Aunque había pensado acampar, la noche se sigue presentando tormentosa y comienzo a pensar que fue un error traer la tienda de campaña y cargar con ella,  puesto que acampar con lluvia y frío en este tipo de llanuras embarradas, no es plato de buen gusto.


    Publicado hace 4 años #
  5. Deliciosa crónica muy bien narrada, con todo el detalle de cómo se viven los malos momentos en ruta y también los buenos. Seguimos a la espera de disfrutar del relato de nuevas etapas.

    Saludos.

    Publicado hace 4 años #
  6. Gracias, gracias y gracias, Tony y compañía, ciertamente os seguimos con mucho interés

    Cuando no te falta nada, ya lo tienes todo.
    Publicado hace 4 años #
  7. Buena crónica  muy detallada  

    Más, más 

    Una vez al año, viaja a algún lugar en el que nunca hayas estado antes. (Dalai Lama)
    Publicado hace 4 años #
  8. Estupenda crónica.

    Publicado hace 4 años #
  9. Interesante crónica, enhorabuena por ese viaje.

    Publicado hace 4 años #
  10. Que gozada de crónica!!

    Publicado hace 4 años #
  11. me uno al club de admirador@s de la cronica, es una pena que no hayas podido colocar fotos no se si las puedes poner en un servidor de imagenes y poner el enlace.

    muy interesante la informacion sobre comida/bebida y alojamientos para quien quiera repetir algo similar

    Publicado hace 4 años #
  12. Tienen fotos en su blog, mira la firma de su primer post 

    Publicado hace 4 años #
  13.                Felicidades Tony ,muy buena crónica.Muy chulos también los vídeos del viaje,si entráis en you tube,buscad ·"enrutados bike",ahí los podéis ver.(para los que buscáis fotos o mas información del viaje).

    Publicado hace 4 años #
  14. Esto está interesante, muy buena crónica, gracias por subirla. 


    Dios creó la cerveza, el diablo la Coca-Cola.
    Publicado hace 4 años #
  15. Muy interesante, Tony. Quedo a la espera de más crónica 

    Publicado hace 4 años #
  16. DÍA 5. AÏT HANI - AGOUDAL.

    La noche fue fría. Muy fría. Pero no nos faltaron mantas que echarnos encima y descansamos bastante bien.  El Sol, a pesar de amanecer despejado, parece no tener ganas de calentar y a eso de las ocho de la mañana ya estamos en camino. A nuestro alrededor, solo desierto. Llanuras rocosas hasta donde alcanza la vista y a nuestro frente, las montañas que tenemos que subir. A pocos kilómetros del albergue donde pasamos la noche se encuentra el pueblo de Aït Hani, que a esas horas parece casi desierto. Un bar, vacío nos sirve para tomar un desayuno barato pero revitalizador. El pueblo no es muy grande, pero parece ser que toca mercado y mientras tomamos nuestra desayuno, se va llenando de gente y ruido, así que en vez de seguir por la carretera decidimos adentrarnos en el pueblo empujando las bicis y pasar por el centro del mercado. 

    Es curioso ver estos mercados ambulantes donde se compra y vende las materias primas que los habitantes de la zona necesitan para vivir. Me llama la atención de los puestos con enormes sacos de harina, semillas, frutos secos; verduras, frutas y legumbres que se venden al por mayor. Latas de sardinas o atún, todo tipo de galletas y chocolatinas, dátiles   bañados en miel, tortas, buñuelos, dulces varios; herramientas nuevas y viejas, camisetas, calcetines… e infinidad de materias primas. 

    Los hombres conversan ruidosamente, compran y venden, van y vienen en sus scooters, mulas, burros o tirando de carros y la tranquilidad de la que disfrutábamos hace un rato en el desierto ha desaparecido ante tal bullicio. Pero como dije antes, el pueblo es pequeño y pronto volvemos a la carretera y al silencio.

    Sin embargo, algo se queda dando vueltas en nuestra cabeza, una sensación extraña, algo que no podemos llegar a explicarnos y que nos hace pensar profundamente en ello. Algo faltaba en las calles y el mercado de Aït Hani: mujeres.

    No hemos visto ni una sola mujer paseando, comprando o vendiendo mercancía ni por el mercado ni por el pueblo. Pero no tardaremos en verlas, a las afueras del pueblo, en los sembrados, arando la dura y pedregosa tierra; en los ríos lavando la ropa o en los caminos conduciendo el ganado, transportando enseres o acarreando enormes garrafas de agua. 

    No es que no veamos también a hombres trabajando en el campo, pero sin duda alunaren lo que a esto se refiere, las mujeres doblan a éstos en número.

    Me lo habían dicho. Es ahora cuando empezamos a notar la “presión infantil”. A veces sin casi esperarlo, de cualquier rincón, aparecen un montón de niños. Algunos tan solo te saludan, otros te persiguen corriendo y casi todos te gritan. Ya nos habían aparecido antes, pero es que cada vez aparecen más. La población infantil, sin duda, en estos pueblos de la montaña es enorme y aparecen por todas partes. A veces grupos de 15 ó 20. Muchas mujeres jóvenes cargan con bebés, enrollados y atados con una especie de manta a la espalda de sus madres, mientras te miran asombrados sin articular palabras o ruidos. Las niñas, suelen ser más tímidas, se suelen quedar más cerca de sus madres  o no gritan tanto al decir las “palabras mágicas” —stylo, dirham o bombon— casi siempre detrás de los niños, como si supieran de sobra que su lugar es ese, como si personas de segunda se tratara. Pero, ¿qué digo cómo si fueran…? Es que aquí, en general, lo son. No logro entenderlo, al igual que no logro entender muchos de los actos de mis congéneres los seres humanos.

    Entonces en cuando pienso que tan estúpido podemos ser y que cada cual saque sus conclusiones porque no pienso decir aquí nada más sobre esto.

    Nuestro camino sigue y más pronto que tarde comenzamos un duro ascenso. Largo. Recto. Empinado. Hace frío y sin embargo sudo. Y sigo avanzando, lento, muy lento. Cristóbal pronto se desmarca y envidio una vez más que viaje tan ligero de equipaje. Pronto lo he perdido de vista. Cada pedalada se me hace pesadísima y tengo que poner todo mi empeño en no desfallecer, cuando tan solo acabo de empezar.

    Continúo subiendo. Un metro, otro, y otro más. Sigo subiendo y tengo que hacer un esfuerzo por no mirar la altitud en mi GPS para no desesperarme. Así dejo atrás las largas rectas para tomar el vaivén de curvas que ascienden hacia Tiz n’Tirherhouzine, un puerto a 2.700 metros que significará el punto de inflexión donde comenzará, o así lo creo en ese momento, la bajada hasta Agoudal. El tiempo parece haberse parado, no así las nubes que ahora lo cubren todo. Cuando quiero darme cuenta estoy rodeado de niebla, no se cuánto he subido ni se cuantos kilómetros me quedan para llegar al punto más alto, pero no puedo más y debo echar pie a tierra. Me recupero, pero pronto debo volver a empujar la bici. Así varias veces.

    Hace cada vez más frío. Sin duda debe ser la altitud que voy ganando para Colomo de males, empiezo a notar gotas frías cayendo sobre mí. Rápidamente, pues ya he tenido la experiencia de como empieza a llover aquí de forma repentina en tan solo unos segundo, me pongo mi chubasquero y tan pronto como lo abrocho, el cielo parece caerse. Pero no cae “agua”, o por lo menos no agua líquida, lo que cae es granizo. Y ahí estoy yo, en medio de la peor subida en bici de mi vida, helado de frío, sudando por el esfuerzo, agotado y cayéndome un pedazo de granizada que no me da la risa, no se ni porqué. Sin embargo, me pongo a grabar videos y hacer fotos, y a hablar solo, creo que hasta emocionado mientras las capas de ropa y el casco me protege del granizo a falta de cualquier lugar donde refugiarme.

    Pero no ha acabado esta especie de calvario voluntario. La pendiente continúa y admitiendo el granizo como parte de la aventura, intercalo momentos de pedaleo y empuje de la bici según mis cansadas piernas me lo permiten. No sabría decir cuanto tiempo estuve así. Intentaba pensar en otras cosas, pero cuando me doy cuenta, ha dejado de granizar y un coche que venia bajando, un desvencijado Renault se para a mi lado y me pregunta en inglés con acento francés si todo me va bien, que mi compañero está esperándome en la cima y que ya solo me quedan dos kilómetros. Se lo agradezco pero odio que me haya dicho la distancia que me queda. Os aseguro que han sido los dos kilómetros más desesperantes y a la vez los más deseosos de hacer desde hace muchísimos años.

    Llego al puerto. El Sol ha vuelto a salir y siento un alivio enorme cuando noto que la pendiente se vuelve llano. Pero no hay momento apoteósico. No hay foto junto al cartel del puerto, porque no hay cartel, no hay clímax novelístico, tan solo veo a un vasco con chaquetón azul que me grita,

    —¡Lo que no cuesta no vale nada!

    No puedo más que sonreír y chocar las manos con mi compañero de viaje dando por concluida una de las etapas más duras de este viaje.

    La ruta hasta Agoudal es magnífica. Unos 12 kilómetros de bajada casi constante, con curvas que serían las delicias de un motero si no fuera porque a veces los baches en la carretera te hacen estar muy atentos a la misma. Los paisajes pasan rápidos y caprichosas formaciones rocosas adornan el camino hasta la aldea. Aún así, durante el descenso, vuelve a nublarse y vuelve a granizar, pero ya con menos intensidad que la anterior. Dejamos otra vez el desierto atrás y enseguida nos adentramos en el valle donde se asienta en pueblo de Agoudal. El verde hace de nuevo su aparición, los árboles, los frutales, y los campos de cultivo a ambas riveras del pequeño río adornan un pueblo de barro y adobe, de humo saliendo las chimeneas de las casas con tejados de tierra, de mujeres que asisten a un velatorio con sus trajes típicos de la zona, combinando colores vivos con fondos negros, de hombres en chilaba, de burros cargados de mercancías, de niños correteando detrás de nuestras bicis, de ancianas hilando la lana de las ovejas como se hacía siglos atrás, de calles embarradas que te llevan hasta misteriosas casbas fortificadas; de familias comiendo con la mano derecha, rebañando con pan recién salido de su propio horno un tajín de cordero, mientras hablan de sueños, de vida, de tradiciones y de costumbres, sin prisas, pues el tiempo casi no existe.

    Yo desde mi perspectiva me siento abrumado. Todo es tan diferente a mi mundo. Me siento tan fuera y sin embargo tan afortunado de poder estar allí, poniendo mis cinco sentidos en cada esquina de una calle, en cada puerta de una casa, en cada té que saboreo, en casa charco que piso e incluso, en cada “stylo” que me piden.

    La jornada ha sido dura y nos gusta el pueblo, así que decidimos quedarnos en un albergue que compartimos con unos moteros de enduro que llegarían esa misma noche, después de haber granizado toda la tarde, volviendo blanco un paisaje natural y cultural que nos ha cautivado e hipnotizado pero que, a la vez, nos ha hecho reflexionar.

    Publicado hace 4 años #
  17. Quiero daros las gracias a los que habéis hecho comentarios y leído la crónica. Me complace compartir estas experiencias y si le puede servir a alguien  para entretenerse, tomar notas para un próximo viaje o aprender algo, pues puedo darme por satisfecho. Si queréis ver fotos, podéis entrar en mi blog http://www.enrutadosbike.com porque sigo sin poder colgar fotos en el foro (no se porqué).

    Un saludo y buenas pealadas y aventuras!!!

    PD. Por supuesto seguiré colgando la crónica poco a poco.

    Publicado hace 4 años #
  18. Gracias por compartir, muy buena crónica, la sigo, asi como el canal enrrutadosbike. 


    Yo he usado esto Tony por si te sirve
    Subes la foto y elijes BBCode completa enlazada, pegas ese recuadro entre tu crónica y listo, espero que te sirva.

    Publicado hace 4 años #
  19. Sigo agradeciendo mucho vuestro esfuerzo por compartir con nosotras/os vuestro viaje, sin embargo, ayer me entristecí con uno de vuestros vídeos y no quise seguir viéndolo. Quisiera decir esto sin ánimo de juzgar, sólo como invitación a reflexionar si es necesario recoger y difundir absolutamente todos los detalles de experiencias que yo considero íntimas.

    Me refiero a los momentos de hospitalidad auténtica, en que se recibe, sin que se espere nada a cambio, todo lo que tiene quien no se va a volver a ver jamás. Siento que recibir un regalo tan sincero debería corresponderse con una atención casi religiosa, sin pensar en cómo registrar o compartir el momento.

    Para eso es suficiente el relato escrito. Es un medio tan rico como para hacernos soñar y comprender esas experiencias íntimas sin la intrusión de miradas ajenas como la mía. En otro caso corremos el riesgo de convertir en pornografía un hermoso acto humano. Además en balde, porque la generosidad humana no se puede fotografiar.

    Espero haberme explicado bien, no siempre lo consigo. Os seguiré leyendo con mucho interés.

    Publicado hace 4 años #
  20. Nono dice: Sigo agradeciendo mucho vuestro esfuerzo por compartir con nosotras/os vuestro viaje, sin embargo, ayer me entristecí con uno de vuestros vídeos y no quise seguir viéndolo. Quisiera decir esto sin ánimo de juzgar, sólo como invitación a reflexionar si es necesario recoger y difundir absolutamente todos los detalles de experiencias que yo considero íntimas.

    Me refiero a los momentos de hospitalidad auténtica, en que se recibe, sin que se espere nada a cambio, todo lo que tiene quien no se va a volver a ver jamás. Siento que recibir un regalo tan sincero debería corresponderse con una atención casi religiosa, sin pensar en cómo registrar o compartir el momento.

    Para eso es suficiente el relato escrito. Es un medio tan rico como para hacernos soñar y comprender esas experiencias íntimas sin la intrusión de miradas ajenas como la mía. En otro caso corremos el riesgo de convertir en pornografía un hermoso acto humano. Además en balde, porque la generosidad humana no se puede fotografiar.

    Espero haberme explicado bien, no siempre lo consigo. Os seguiré leyendo con mucho interés.

    ...

    Sinceramente, comprendo lo que dices, y hablo por suposición porque no se a que video te refieres, pero creo que hemos sido respetuosos en todo momento. De todas formas no veo que mal puede hacer que compartamos esos momentos ya sea en video, en una crónica o en una foto. De todas formas, para tu tranquilidad y la mía y la de los que fueron grabados, siempre pedimos permiso antes de grabarles y son ellos los que deciden si quieren o no. De hecho hay muchísimas cosas que no grabamos exactamente porque el que iba a salir no quería. Eso lo respetamos y, en esos casos, no grabábamos. A mi me encanta escribir, pero también me gustan las imágenes y siempre que el "protagonista" no se oponga, no veo ningún mal en ello.

    Saludos

    Publicado hace 4 años #
  21. Gracias por responder, Tony. Mi preocupación no es por el consentimiento, que doy por hecho, sino por el efecto global que el uso masivo de las cámaras está teniendo en el comportamiento humano. Hoy en día sabemos que el uso de ciertas tecnologías dificulta la vivencia de las relaciones humanas tal y como las entendíamos hasta ahora (la intimidad de la que hablaba). La atención hacia un intelocutor no puede ser la misma mientras nos ocupamos de una grabación, y la actitud de la persona grabada también cambia cuando sabe que su imagen puede ser difundida en segundos a miles de personas. No hago referencia a ninguna escena concreta porque esto pasa en todas partes a todas horas.
    En cualquier caso ahora veo que los vídeos son una parte central de vuestro proyecto y no pretendo cuestionar lo que hacéis. Las primeras actitudes que procuro cambiar con mis disertaciones son las mías propias. A mi próximo viaje llevaré un móvil por "necesidad" (aplicaciones bancarias etc...) y seguro que algunas fotos y vídeos sacaré pero, por lo que he comentado, creo que la mayoría de las fotos de personas me las guardaré para mí y los vídeos los dedicaré al viento y a los animales no humanos, que no saben (aún) lo que es una cámara.

    Vosotros no me hagáis caso y dedicaos a vivir y a disfrutar el viaje, que a la vuelta habrá tiempo de sobra para debatir con unos vinos

    Publicado hace 4 años #
  22. DÍA 6. AGOUDAL - AIT SIDEHSSAIN

    Después de toda una noche de tormentas, heladas, y granizo, la mañana nos recibe con el cielo despejado y las montañas y campos cubiertos de una capa de hielo blanco. Al salir nos estremecemos y  nos embozamos protegiendo nuestra cara del aire helado.

    El pueblo está casi desierto a estas horas de la mañana pero ya hay algún niño que nos recibe en sus calles con el ya acostumbrado “bonjour, bombón”.

    Rodamos en ligero descenso, siempre al lado del río, describiendo suaves curvas, escoltados de chopos y campos de cultivos. La dureza de la etapa de ayer se convierte hoy en un agradable paseo, mientras los estratos que forman las montañas van doblándose en caprichosas formas diagonales, en dibujos que diríanse imposibles, como si la dura roca no fuese más que un montón de plastilina modelada por un niño. A veces se quiebran, rompiendo la armonía de tan suaves formas, despertándonos del letargo de nuestra imaginación entretenida en tales pensamientos.

    Poco antes de llegar a la siguiente aldea, un pastor, de pie sobre unas piedras nos mira atentamente. Sin decir palabra. Su rebaño de unas veinte ovejas nos rodea impasibles, mientras la figura encapuchada de chilaba marrón y cayado nos sigue con mirada intensa. Lo miro a su vez, no levanta más que algo menos de metro y medio del suelo y me percato de que es un niño de unos once o doce años. 

    No puedo pasar de largo sin detenerme. No soy capaz de vislumbrar más allá de su mirada, clavada en nosotros, para adivinar si ese niño vive feliz o no. Si está contento con su vida, si sabe los pros y los contras de la vida que le ha tocado vivir o si por lo menos conoce que hay otros lugares y formas de vida. Y me siento estúpido, porque me doy cuenta que yo tampoco se qué es lo mejor, y los pensamientos se me agolpan, sintiéndome perdido y me pregunto si él se sentirá tan perdido como yo.

    De pronto, se da la vuelta y como llevará haciendo casi toda su corta vida, lanza una piedra al lateral derecho de su pequeño rebaño y las ovejas se dirigen así justo a donde él quiere y ovejas y niño-pastor se alejan impasible, lentamente, sin prisas, como casi todo en estas montañas. Es entonces cuando me doy cuenta que da igual lo que piense, que a pesar de mis muchos años y toda la experiencia acumulada, ese niño podría darme lecciones de cosas que yo nunca he tenido ni en las que pensar.


    Volvemos a cruzar otra aldea en pleno mercado. Describirlo otra vez seria repetirme, pero a mi me sigue sorprendiendo este tipo de mercados ambulantes, con su bullicio, con vendedores que vienen de lejos y compradores que vienen de todas las aldeas cercanas y regresan como pueden, cargando su mulas, burros, motos o espaldas para llevar a casa lo necesario para la semana.  

    Un grupo de mujeres camina al borde de la pista de tierra que sale del pueblo, cargando grandes bolsos llenos de sus recientes compras. Las rebaso, con cuidado, disminuyendo la velocidad, y las saludo, pero una de ellas se asusta al no haberme oido llegar y me grita cosas incomprensibles  en una interminable retahíla mientras me alejo de ellas.

    —¡Vaya con el genio!—  me digo a mi mismo y sonrío.


    Pocos kilómetros después, ¡sorpresa!. Nos encontramos de frente con una pareja en sendas bicicletas, cargadas hasta lo irracional. Es una pareja de jóvenes alemanes que empezaron su ruta en Tánger y llevan dos semanas por Marruecos. Nos saludamos y cruzamos una palabras, contándonos mutuamente qué es lo que podíamos esperar de los siguiente kilómetros hacia nuestros respectivos destinos. Es siempre reconfortabel e interesante encontrarse con gente que está haciendo loo mismo, o mejor dicho, algo parecido a lo que uno está realizando. Sin embargo en esta ocasión nos sorprende saber que a ellos no les está gustando esta zona. Nos hablan de Fez o de Chefchauen, que son muy exóticos y bonitos, pero no parecen gustarle estas aldeas y escuchamos frases como “son todas iguales”, “el río lleva agua va muy sucia por el ganado” o “es que son muy pobres”…

    ¡Alucinado!. ¡Pues claro que son muy pobres! ¿De verdad no has investigado ni un mínimo sobre este lugar antes de venir? Y ¿qué tiene que ver que sean pobres? ¿es que es impedimento para que te guste? 

    Por supuesto que hay suciedad, por supuesto que viven en casas de barro y adobe, a veces casi ruinosas y claro que hay excrementos de ganado —es una de las bases de su economía—, pero todas sus carencias no impiden que la mayoría de las veces hayan sido cordiales, amables, que compartan momento intensos con el viajero, que puedas aprender de sus costumbres, de como viven, de como trabajan o que visión tienen del Mundo; a parte de que te guste o no ciertas cosas, es precisamente eso lo que venimos a hacer aquí: aprender, conocer, compartir y ver de primera mano que el mundo es pequeño y a la vez enorme y precisamente en las diferencias es donde se nos despiertan más los sentidos, donde más aprendemos y más nos emocionamos.

    Para ver lo mismo cada día, me quedo en casa. Para no oler mierda de ganado, veo un documental por la tele. Para no probar comidas diferentes, hay pizza congelada. Para no tener que llegar a la cima de una montaña, pago un gimnasio y levanto pesas entre cuatro paredes. Para no ver las estrellas, me quedo en la ciudad. Para no tener que ver gente diferente, me voy cada fin de semana al mismo centro comercial.

    No amigos. No por ser cicloturista, o ecologista o naturista o cualquier cosa que termine en “ista”, todos tenemos el mismo gusto por las cosas ni el mismo concepto de la vida o de lo que debe ser un viaje de este tipo. No por ser nómada viajero o amante de los viajes o de la bici, tienes que pensar igual que otros nómadas, viajero o ciclista. Como en todo, hay de todo. 


    El primer descanso serio lo hacemos en Imilchil. Es un pueblo más moderno. Aunque cuando digo moderno, no tenéis que imaginaros un pueblo moderno del estilo europeo; simplemente he dicho más moderno. Me explico, edificios de bloques de cemento, con más tráfico al ser un punto de cruce de diferentes carreteras hacia distintas zonas; con mucho bullicio, tiendas y centros administrativos. Pero con edificios viejos y sucios. Calles en mal estado, polvo y tierra, puestos de comida en la calle, minibuses que vienen y van produciendo humo y ruido, y un largo etcétera.

    A partir de este punto, volvemos a subir, no sin antes pasar bordeando el impresionante lago Tislit, formado por la caída de un meteorito hace más de 40.000 años. Este lugar, es un idílico punto para hacer picnic o acampada. Rodeado de árboles que dan agradable sombra y el color azul brillante del agua invitan a quedarse allí a pasar la noche. Sin embargo, llevamos pocos kilómetros y es temprano aún, por lo que decidimos continuar. 

    Continuar, significa subir. Una dura subida que nos llevará de un valle a otro, primero con lentitud y después con velocidad vertiginosa cuando llega el momento de la bajada. Es justo entonces cuando comenzamos a vislumbrar los primeros bosques, dejando ya atrás las etapas más desérticas. Un valle precioso se abre a nosotros. Fértil, verde y muy despoblado. 

    Finalizamos la etapa en la aldea de Ait Side Hssain donde tenemos la suerte de conocer a la maestra de la escuela con la que conversamos un rato y la cual nos lleva hasta la misma escuela y nos presenta a sus alumnos. La escuela es una simple sala con capacidad para unos treinta alumnos, niños y niñas de diferentes edades que nos reciben y saludad entre emocionados y tímidos, eso sí, con una educación y un saber estar que ya los querríamos en la mayoría de nuestras escuelas.

    Nos queda aún una hora para que anochezca y paseamos por las calles sin asfaltar de la aldea, apareciendo, como ya es costumbre, cada vez más niños que se agolpan a nuestro al rededor, que se empeñan en jugar con nosotros a cualquier cosa. Nos muestran sus habilidades con el trompo —juguete, por cierto que no se si conocerán los niños de hoy día, pero con el que tanto jugamos los de mi generación. No obstante no había Nintendos ni tablets—, nos sacan su mejor pelota de plástico y nos declaran sus aficiones futbolísticas. 

    No se si os habéis percatado, pero esta ves he subrayado la palabra niño, porque en esta ocasión, sólo y sólo los niños, estaban jugando a nuestro alrededor. Las niñas, incluso las más pequeñas, a esa hora, las que no estaban en la escuela, permanecían al lado de sus madres, que, por supuesto estaban haciendo algún tipo de labor, o estaban trayendo de vuelta el ganado a los establos después de haber estado pastando. Una vez más, aquí si se nota una verdadera separación de géneros en cuanto a la carga de trabajo y los derechos de unos y otras. ¡Y en otros lugares, nos preocupa cambiar una “o” por una “a”… cuando aún hay que luchar por derechos de verdad importantes!. A veces creo que somos el ser más estúpido sobre la Tierra.

    La noche termina en esa misma aldea, en un pequeñito hotel rural, comiendo el Tajín de verduras más exquisito que jamás he probado, mirando a la oscuridad de la calle que a penas se alumbra con unas pocas bombillas, después de que una ligera lluvia volviese a mojar las montañas y los bosque, dejándome llevar por mil pensamientos.


    Publicado hace 4 años #
  23. Me está encantando la crónica y me gusta mucho leer tus reflexiones (a veces casi omitidas pero muy evidentes y lúcidas) sobre la realidad que te encuentras. Muy interesante todo para reflexionar. A fin de cuentas un viaje es como la vida misma: un proceso de aprendizaje que nunca acaba.

    Seguimos atentos a la próxima entrega. Gracias.

    Publicado hace 4 años #
  24. DÍA 7. AIT SIDEHSSAIN - AGHBALA


    Estoy en un hoteleucho de Aghbala, un pueblo en el corazón del Medio Atlas marroquí. Son la ocho y media de la noche. Fuera hace frío y llueve. Mis ánimos están bajos y yo ando algo decaído. Pero empecemos desde el principio.


    Salimos esta mañana, temprano, como de costumbre, acompañados del día más espléndido que hemos tenido desde nuestra llegada a este país. El Sol lucía con ganas y los únicos indicios de la lluvia de la tarde anterior eran los caminos y las calles mojadas. Comenzamos a rodar contentos y con ganas. Al principio descendíamos ligeramente, poco a poco, a lo largo de un valle tranquilo y solitario. El calor nos obligaba incluso a quitarnos algo de abrigo, antes incluso de haber calentado bien las piernas. El paisaje había cambiado totalmente, tanto que parecía que habíamos cambiado de país. Pinos, cedros, chopos y el río, nos acompañaban a nuestra derecha. Oíamos el armonioso canto de los pájaros y, en ocasiones, perdices salían de sus escondites alertadas por el ruido de nuestras bicis. Cruzamos zonas realmente solitarias, prácticamente sin tráfico rodado, por lo que era especialmente  reconfortante pedalear. 

    Pero no todo estaba dicho y paulatinamente la carretera se fue convirtiendo en un vaivén continuo; un sube y baja que nuestras piernas empiezan a sufrir conforme sumamos kilómetros. Poco después empiezo a tener molestias en la rodilla izquierda.

    No obstante, confío en que se me vaya pasando y aguanto bien el pedaleo. Los bosques se van sucediendo e intento disfrutar del paisaje y del maravilloso día.  Pero la etapa de hoy engaña. Tras llaneos y descensos divertidos llegan siempre largas y tediosas subidas que me recuerdan el dolor de rodilla. Hasta en tres ocasiones, tras unos descensos cortos, nos toca emprender una escalada interminable, largas como un día sin pan, que machacan nuestra piernas, bombardean mis ánimos y destrozan mi rodilla lesionada.

    No son muchos kilómetros hasta Aghbala, solo unos cuarenta, pero comienzan a hacérseme muy largos. Para colmo de males, justo el último kilómetro para llegar a este pueblo, intrincado en las montaña, como metido allí a presión, es una pendiente larga y empinada. Intento llegar, pero la rodilla me arde y finalmente tengo que echar pie a tierra y empujar la bicicleta los últimos 500 metros. Pero empujar la bici en esa pendiente tampoco es moco de pavo, y lanzo improperios ahogados al cielo, al averno y al mundo entero.

    Descansamos en un local callejero, donde humean unos tajines en los braseros dispuesto a a la entrada del local y bebemos un zumo de naranja mientras reponemos fuerzas y decidimos qué hacer. Nos saluda una pareja de viajeros que lleva dos meses recorriendo Marruecos en una enorme furgoneta vieja y camperizada con tres niños de corta edad a cuestas. Eso si que son héroes… ni loco me metía yo en una aventura así.

    Finalmente, y teniendo en cuenta que me duele demasiado a rodilla, concretamos buscar alojamiento en este pueblo. Aunque mi idea en principio era acampar me vino bien haber cambiado de decisión, como ya descubriréis  después.

    La realidad es que hoy no me siento muy cómodo. La rodilla me ha limitado mucho y eso ha hecho que me surja la mala leche, por lo que no estoy para muchos amigos ni conversaciones. 

    Encontramos un albergue de un tal Mohamed, el Auberge Catalonia (vaya nombre encontramos en Marruecos para los tiempos que corren, aunque mejor no hablo de estas cosas, pues me consta que mi compañero de viaje y yo no tenemos la misma idea, ni siquiera se acercan sobre determinadas cuestiones, por lo que creo que ambos hemos evitado entrar en las mismas y centrarnos en lo que realmente nos interesa, que es la convivencia, aprender, compartir y disfrutar. ¿A qué es más fácil así? Pues si nosotros dos lo hemos podido hacer, no comprendo como no puede el conjunto del país. Al final me he liado…

    A lo que iba. Resulta que Mohamed ha vivido durante veinte añitos en Gerona y un día decidió volverse a su país de origen y montar el albergue, un taller mecánico y una cafetería, todo en el pueblo donde ahora estamos. Pero para ser fieles a la verdad, no se como llevará los otros negocios, pero el albergue es desastroso. El agua se cuela por la ventana cuando llueve, la limpieza deja que desear y mi compañero se queda sin agua en mitad de la ducha.  Juzguen si quieren o disfruten de la aventura.

    Una vez instalados, cuando nos disponíamos a dar un paseo por el pueblo, el cielo se cae sobre nosotros. Relámpagos, truenos y una lluvia torrencial hacen su aparición en cuestión de dos minutos. Llueve como si fuera a haber un diluvio, los destellos de los relámpagos y los ensordecedores truenos no cesan durante un buen rato y por las calles bajan verdaderos torrentes de agua marrón que lo llena todo de barro y lo ensucia todo; si es que puede estar más sucio, claro está. 

    Y en este punto hago un inciso, porque sí, Marruecos es sucio, y la población no tiene conciencia de su suciedad. Los pueblos, las ciudades, las calles, los ríos, los campos y los desiertos están llenos de basura. Las cunetas son verdaderos contenedores de basura. Plásticos, pañales, botellas, latas, ruedas, papeles, más plásticos, colillas, bolsas, y más pañales. Toda clase de basura, por todas partes. El gobierno marroquí prohibió que las tiendas y supermercados usen bolsas de plástico desechables (creo que prohibió hasta su fabricación) y ahora usan unas bolsas como de tela de muselina, pero, esas bolsas siguen apareciendo tiradas, la mayor de las veces llenas de basura, en cualquier lado. De todas formas desconozco la verdadera gestión que hacen las administraciones marroquies sobre la gestión de basuras… pero si el pueblo no se conciencia de eso, y el marroquí sigue tirando su basura en el primer sitio que se le ocurre, Marruecos, desgraciadamente seguirá estropeando su maravillosa tierra con basura. 

    Por otra parte, y sin querer polemizar porque solo cuento lo que he observado sin entrar en los motivos, el marroquí medio, no parece que sea muy higiénico. Por lo menos esa es la impresión que me he llevado. Muchos van sucios y no me refiero a la suciedad de trabajar un día o dos, me refiero a suciedad que se nota de días y días. Encontramos a niños con roña acumulada ya de tiempo atrás, con ropas realmente sucias.

      Sólo tres de los alojamientos en los que pasamos las noches durante toda nuestra estancia estaban realmente limpios, los otros, no es que estuvieran sucios, es que no han visto el agua y el jabón en semanas o tal vez meses. Los baños olían realmente mal y el polvo se acumulaba, cuando no los restos de la comida de huéspedes anteriores.  Y no hablo de las zonas desérticas donde tal vez el agua escasea, hablo de todos los lugares por los que pasamos. Todos los alimentos los cogen con las manos, y no precisamente con las manos limpias, la higiene alimentaria es un verdadero problema y hay que tener cuidado con el agua que se bebe. 

    No obstante, ya veníamos informados y nosotros lo aceptamos como parte de nuestra aventura.  La impresión que me llevé es la de una sociedad sucia.

    También tengo que decir, que días después vimos ejemplos de pulcritud extraordinaria en otros alojamientos y casas, donde la limpieza y el cuidado por el confort de los clientes sin duda era algo digno de elogio. Aunque estos fueron los menos.

    Cuando la tormenta amaina salimos a visitar Aghbala, pero la lluvia nos pilla nuevamente y buscamos refugio en unos soportales cuando la misma alcanza su punto álgido. Aprovechando este paro forzoso en nuestro paseo,  adquirimos unos riquísimos dulces que degustamos sin prisas mientra s continua la lluvia. Dejo a Cristóbal paseando y regreso al albergue “catalano-marroquí”. No ganas de hacer casi nada ni de seguir paseando. No ha sido un buen día para mi y mis ánimos siguen bajos. Ya en la cama, después de comer algo, me tomo un ibuprofeno para bajar el dolor de la rodilla y me doy un ligero masaje. 

    Mañana será otro día.


    Publicado hace 4 años #
  25. Angel dice: Me está encantando la crónica y me gusta mucho leer tus reflexiones (a veces casi omitidas pero muy evidentes y lúcidas) sobre la realidad que te encuentras. Muy interesante todo para reflexionar. A fin de cuentas un viaje es como la vida misma: un proceso de aprendizaje que nunca acaba.

    Seguimos atentos a la próxima entrega. Gracias.

    ...

    Gracias a ti Angel por molestarte en leerlo y dar tu opinión.
    Saludos

    Publicado hace 4 años #
  26. Espero que se hayan pasado las molestias de tu rodilla y puedas seguir con vuestra aventura sin mayor problema.

    Es realmente muy interesante leer tu crónica.

    En este ámbito tan querido para todos nosotros de los viajes en bicicleta, creo que aportan un verdadero valor los relatos, comentarios o valoraciones que a veces no son estrictamente positivos. Y esto vale para todo, desde el que valora algún punto negativo de su bicicleta recién comprada hasta el que comenta cómo le ha decepcionado algún aspecto de su último viaje.

    Gracias por tu relato y que vaya bien lo de la rodilla.

    Publicado hace 4 años #
  27. DÍA 8. AGHBALA - KHENIFRA 

    Ya hemos cumplido la semana de viaje. Amanece sobre Aghbala con frío y humedad. Una niebla espesa recorre el pueblo, retorciéndose entre sus calles, esforzándose por llegar hasta el último rincón. 

    Como ya dije, este pueblo está intrincado en plena montaña, por lo que la carretera que llega y sale de él solo tiene dos opciones: o subir o bajar la empinada pendiente y os recuerdo que nosotros llegamos subiendo. No hay remedio pues, para calentar a lo bestia, así sin paños calientes ni rodeos, hoy tenemos que empezar subiendo una cuesta en la que redimirás todos los pecados de tu vida. 

    Como me temía la rodilla comienza a molestarme nada más salir, asi que no me queda otra que bajar y empujar bicicleta la mayor parte de las partes más duras, que son unos pocos kilómetros.

    Esto me hace ir más lento y tengo que prestar menos atención a la carretera por la que a penas pasan vehículos, así que mi mente empieza a jugar. Me pregunto a mi mismo qué tocará hoy,  y puesto que cada jornada nos ha deparado paisajes tan diferentes, no soy capaz de arriesgarme a adivinar. Para mantener el misterio, la niebla no se disipa y nos rodea estrechamente durante kilómetros y kilómetros alargando así el desenlace de nuestra curiosidad.

    Pero todo llega y cuando el manto blanquecino comienza a disiparse nos descubre que todo ha cambiado. Ya no predominan los ocres del desierto ni tampoco los blanquecinos y amarillentos de las dos jornadas anteriores; ahora predomina el intenso rojo de tierras ricas en hierro, veteados con verdes intensos de prados y laderas llenas de vegetación.

    Las casas y edificios ya no son de adobe sino de ladrillos rojos fabricados de esa tan abundante tierra que ayer corría mezclada con el agua por las calles de Aghbala. Los ríos ya no quedan tan a mano. Los dejamos atrás, en los valles que discurren entre las montañas que hoy escalamos pedalada a pedalada (o paso a paso, según me permite la rodilla) por lo que aparecen infinidad de pozos aquí y allá para abastecimiento del líquido elemento. Los más modernizados con un motorcillo a gasoil que permite extraer el agua cómodamente, los menos, con un rodillo, dos grandes manivelas y el típico cubo de película.

    El ganado también ha cambiado. De los rebaños de cabras y ovejas hemos pasado a ver más ganado bovino, vacas que pastan distraídas por los campos de estas montañas. 

    Pero lo que no cambia son los burros y las mulas. Por las carreteras y caminos siguen apareciendo de forma muy habitual estos animales que, descansando o acarreando mercancías y acompañados de sus “amos”, van en una u otra dirección según las necesidades.


    El sube y baja es constante, pero ya no se hace tan exigente como los primeros quince kilómetros por lo que empiezo a disfrutar más de la bici, ya montado sobre ella. Cuando queremos darnos cuenta hemos pasado por pueblos encaramados a las laderas y tomamos una carretera con más tráfico que nos llevará directamente hasta Khenifra  en 26 kilómetros. Pero Khenifra nos quiere recibir a su manera y a los pocos minutos de tomar esta carretera rompe a llover. Debido al tráfico, pedalear por esta carretera se vuelve muy peligroso, tanto que en más de una ocasión me hace creer en Dios y en su puta madre (con perdón), cuando  alguno de los conductores más hijos de puta (con perdón, otra vez) de Marruecos pasan a tan solo unos centímetros de mi costado izquierdo, una y otra y otra vez. A esto se suma la lluvia que ha empapado el firme de la carretera y la hace un tanto más resbaladiza. Mi tasa de estrés aumenta y hay momentos en que tengo ganas de gritarles y cagarme en todos sus…. (con perdón).

    Aprovecho para hacer mención especial a los conductores de autobús.  Estos, pese a que se les debería atribuir una profesionalidad, son los que en mayor número de ocasiones me han puesto en peligro Dedes que ruedo por carreteras alauitas. Unidos al rebufo del aire que deben saber que crean con us grandes vehículos, apenas se apartan a un lado, no disminuyen la velocidad y ni siquiera tocan la bocina como hacen aquí la mayoría de conductores para avisarte de que se acercan.  No exagero cuando digo que en muchas ocasiones me han pasado a menos de quince centímetros de mi espejo retrovisor. Comprendan mi enfado.

    Pese a todo, cuando vislumbramos Khenifra en la distancia, ya ha dejado de llover y casi he olvidado el dolor de rodilla. Han sido 72 kilómetros rápidos y entretenidos, terminando en un hotelillo barato y, como de costumbre, sucio, justo al lado del zoco de la ciudad, que recorremos a pie zambulléndonos de lleno, ávidos de conocimiento y sensaciones. Volvemos a los olores de las especias, de los frutos secos, de la fritura de dulces y buñuelos, de la fruta fresca, las tortas, las comidas callejeras y toda suerte de sensaciones visuales y olfativas que me hacen transportarme a una época pasada y antigua que, para ser sincero, nunca conocí, muy diferente, sea como fuere, de lo que es la sociedad europeizada en la que vivo.

    Publicado hace 4 años #
  28. Magnífica crónica. Aun sin el apoyo visual de las fotos, me hace trasladarme allí y recorrer las sensaciones y paisajes que describes. Y cavilar desde casa las reflexiones que te provoca el viaje. ¡Gracias! 

    Publicado hace 4 años #
  29. Suni dice: Magnífica crónica. Aun sin el apoyo visual de las fotos, me hace trasladarme allí y recorrer las sensaciones y paisajes que describes. Y cavilar desde casa las reflexiones que te provoca el viaje. ¡Gracias! 

    ...

    Gracias. Es lo que pretendo, que al menos no sea aburrido a pesar de la falta de imágenes. No se porque no me las sube al foro. Y gracias otra vez por leer el tocho y por tu comentario.

    Publicado hace 4 años #