Etapa 14 y última. Amposta - desembocadura del Ebro
Lo dicho, no hay mucho que contar. A la mañana siguiente me levanté más bien tarde, recuperé mi bici y salí a perderme un rato por las calles de Amposta. Luego atravesé el puente y me desvié por la carretera a Deltebre.
El cielo estaba cubierto pero hacia el mar se apreciaba un resplandor que indicaba que las nubes no iban a durar mucho. El Ebro en sus últimos kilómetros ensancha su cauce y se mueve despacio, casi tanto como yo, sabiendo como yo que su viaje se acaba.
Sin ninguna prisa me dirijo hacia el horizonte iluminado mientras por mi cabeza desfilan mil imágenes, mil paisajes ¡Qué diferente es todo desde que salí hace sólo catorce días! Sé que son catorce por el calendario, igual que sé dónde estoy por mis mapas, pero según mi memoria podrían ser siete o setenta. Hace ya tiempo que he perdido la noción del tiempo y del espacio. Es lo que tiene el moverse continuamente, que acabas por perder las referencias. En casa mi familia ha seguido con su rutina diaria. He hablado con ellos varias veces al día y para ellos han pasado dos semanas desde que me fui. Yo sin embargo estoy fuera de esa realidad con la que sólo mantengo el contacto de unas voces o unas letras en la pantalla del ordenador; me muevo en mi propia experiencia como en una burbuja que adopta los colores y las luces de los lugares por los que paso. Todo se reduce a viajar y descansar, el camino siempre por delante, un nuevo y cambiante panorama a cada momento.
El Delta es absolutamente plano. Ya me había dicho pollo11 que es más bien monótono. Un enorme espacio plano y verde enmarcado por las montañas lejanas. No puedo creer que tan sólo ayer yo estuviera atravesando esas montañas. Son ya 900 Km pero esa cifra no me dice gran cosa. No es más que una cifra en la pantalla del GPS.
En 20 Km más habré llegado al final del trayecto. Me había imaginado todo tipo de celebraciones y rituales pero ahora siento que no va a haber nada de eso. Es tan simple como llegar y decir de nuevo "Y ahora... ¿a dónde vamos?"
Sigo el carril-bici a lo largo de uno de tantos canales que surcan la región.
Y antes de darme cuenta de cómo ha sido ya estoy en la ribera del Ebro moribundo.
El ancho río Ebro que confunde sus aguas con el mar y el cielo. No es más que agua.
No puedo ir más allá, tampoco quiero. Es hora de volver, es hora de pensar otros rumbos.
Sólo me queda una cosa por hacer: llegar al Mediterráneo. En la playa de Riumar, caminando por una pasarela sobre las dunas, lo veo aparecer de repente ¡Por fin he llegado!
Simplemente eso, he llegado, sin más. 930 kilómetros sobre esta fiel montura.
El mar, otro mar. Ya no puedo ir más allá, pero tampoco lo quiero... Pero este mar, tanto tiempo deseado, bien comprendo ahora que no puede apagar mi sed. Nada podrá hacerlo.
Es hora de regresar, de buscar otro rumbo. Los caminos aguardan...
Bueno, mientras yo cruzo el Delta, mi abnegado hijo mayor, que también se llama César (y juro que yo no tengo la culpa de eso), está cruzando España para venir a rescatarme. También es su primera vez pues hace menos de un año que obtuvo su permiso de conducción. Como veréis tengo mucha suerte de poder contar a mis dos hijos entre mis amigos.
Durante la tarde y parte de la noche me toca conducir el coche de vuelta a casa. Me encuentro raro y torpe encerrado en esa caja de metal y cristal en la que no se sienten el aire ni los baches. Turnándonos al volante, "viajamos" toda la noche hacia nuestro hogar.
Debo decir que me dio muchísima pena no poder parar en los espléndidos lugares de la costa mediterránea que pude ver apenas desde la autopista. Realmente Catalunya es preciosa, tanto en la costa como en el interior. Y de los catalanes, sin desmerecer a los habitantes de las otras comunidades por las que pasé, no puedo decir otra cosa que el que son gente educada, amable, culta y acogedora.
Estos días en casa me ha dado por razonar que los viajes son un poco como las picaduras de los mosquitos. Raramente sientes cuando te están picando pero cuando pasan unos días, cuando ya no hay remedio por otra parte, te das cuenta de hasta qué punto te han picado. Es entonces cuando escuece, al ver las fotos, al revivir los momentos. Me temo que no hay cura para estas picaduras. Cuantas más tienes más quieres.
De las otras, de las de los mosquitos de verdad... ¿qué puedo decir? Pue que ¡Vaya con los mosquitos del Delta! Me rio yo del Amazonas, hombre. He desistido de contar cuantas picaduras tengo. Las que tuve en el Ebro a mitad del viaje no eran nada en comparación. Conste que usé Aután de ese pero como si nada. Las únicas partes en las que no me han picado es porque tienen una espesa badana protegiéndolas. En el resto del cuerpo... baste como muestra esta foto de mi brazo izquierdo y la afirmación de que lo demás está a juego con el mismo.
La próxima vez que visite el delta iré vestido de astronauta