Espero que me permitáis este pequeño ataque de vanidad, egocentrismo o como queráis llamarlo pero... ahora se cumple el 25 aniversario de mi vida ciclista, y me hace ilusión recordarlo.
Por aquel entonces tenía 18 años y era mi primer año en la universidad. Somos seis hermanos, todos estábamos estudiando, y en casa sólo entraba un sueldo, así que teníamos algo en común... siempre estábamos sin una perra . El más negociante de todos era mi hermano mayor, Mikel, quien cada vez que necesitaba dinero para algo organizaba uno de sus legendarios mercadillos. Tesoros como su colección de tebeos del Corsario de Hierro, sus puzzles en los que siempre faltaba alguna pieza o sus rotuladores buenos, salían a la venta y siempre encontraban comprador (mi hermana Beatriz aún guarda como oro en paño la colección de tebeos). En aquella ocasión, hace 25 años, su necesidad de dinero debía de ser importante porque... puso a la venta su tesoro más codiciado por mí, ¡su bicicleta GAC!
Mi relación con las bicis hasta entonces había sido muy esporádica porque, a pesar de que me encantaba andar en ellas, siempre dependía de alguien que me dejara un ratito la suya. Por eso cuando vi la reluciente GAC azul, a la que mi hermano acababa de ponerle marchas (¡tres coronas, guau!), no me lo pensé. Reuní todos mis ahorros y, aunque no me alcanzaban para las 5.000 pesetas que costaba, llegué a un acuerdo con mi hermano para pagarle el resto en cómodos plazos. Y entonces comenzó todo...
Lo primero que hice fue pintarla de negro (a brochazos, pero ¡qué bien quedó!), llenarla de pegatinas de corte ecologista y dejarla preciosa. Ya sólo me quedaba una cosa, estrenarla. Y no se me ocurrió mejor momento para hacerlo que el día del examen de Bioquímica, la asignatura "coco" de primero... Era una tarde calurosa de finales de mayo, me acuerdo como si fuera ayer, y mi ruta incluía la Cuesta de Beloso, una carretera que sube hacia Pamplona por el Este. Para que os hagáis una idea, tiene poco más de un kilómetro al 4-5 % de desnivel. Hoy me parece un paseo, pero aquel día esa cuesta se me antojó el Tourmalet, madre mía, ¡qué forma de sudar, qué resoplidos! Entre eso, el contacto con los coches al que no estaba acostumbrada y los nervios propios del examen... vaya, que se me hizo eterno, pero no os imagináis el cariño con el que lo recuerdo todo (por si a alguien le interesa, aprobé el exámen, fue un aprobado raspadillo, pero aprobado al fin y al cabo).
A partir de entonces todo fueron primeras veces: mi primera ruta larga (es decir, de más de 10 km ), mi primer puerto, mi primera pájara, mi primer viaje alforjero... No me podía ni imaginar por aquel entonces que 25 años después la bici iba a ser algo tan importante para mí, que iba a suponer incluso una forma de vida, o que una bici iba a permitirme conocer al hombre de mi vida...
Mikel, sé que no leerás esto, pero no te imaginas lo que supuso para mí que aquel día pusieras a la venta en tu mercadillo tu preciada bicicleta. El dinero mejor invertido de mi vida. A la vista está:
PD: ¡ay, como vea slow la inclinación del sillín!...