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La primera vez que monté una bici -una BH con ruedines- tenía 6 años. Comencé a rodar pendiente abajo y, como no tenía muy controlado ese tema sin importancia de los frenos, terminé estampado contra un SEAT 600 azul que se encontraba por allí aparcado.
Ya veis que mi aprendizaje no fue sencillo. Recuerdo cuando por fin aprendi a rodar pero, -para desesperación de mi padre - no sentado sobre el sillín, sino sobre el guardabarros trasero. Hasta que un buen día me decidí a dar unas pedaladas desde el asiento como los demás - por qué no -, y desde entonces no he parado.
En el año 89 del pasado siglo compre "una bici de carreras", cosa que había soñado desde niño. Y desde entonces siempre he sido un ciclista más bien agónico a quien, a pesar de no ser precisamente un Bernard Hinault, siempre gustaron las pendientes pronunciadas. Claro, aquella bici tenía un 52-42 de plato y no era fácil moverla cuesta arriba. Aún así, sobrevivió mi afición, como sobrevivió también a una doble paternidad.
Mi historia viajera empezó con el siglo, en el año 2000, con un viaje de León a Santiago de Compostela. Recuerdo todavía con un escalofrío de emoción el momento en que llegué a la plaza, me giré....y allí estaba la impresionante fachada del Obradoiro. Y desde entonces he repetido unos cuantos viajes, la mayoría relacionados con el Camino. Hace tres años hice el camino del norte desde la puerta de mi casa de veraneo en Asturias. También me emociona recordarlo.
El año pasado intenté un viaje por el camino portugués que resultó malogrado gracias al servicio de Correos. Aún así, ese no-viaje resultó también una gran aventura. Pero esa es otra historia que habrá que contar en otra ocasión.....
De cara al futuro, solo sueño con dos cosas: una buena bici y un horizonte ancho para pedalear hasta el infinito. Y más allá...