El desayuno en el Hotel Manolo es escaso, para nosotros, pero está muy bueno. Nos han tratado fenomenal en este sitio, un lugar muy familiar con un trato idem.La salida de Garrucha me resulta un poco liosa, porque no vamos pegados a mar como yo pensaba que iríamos. Hemos atravesado varias rotondas y nos hemos desviado en varios lugares. A pesar de esto, me ha gustado, me lo he pasado bien. Pronto llegamos a la playa de Palomares, no puedo quitarme de la cabeza la imagen de Fraga bañándose con aquel bañador que le llegaba casi hasta los sobacos. Es un lugar bonito, muy de mar abierto por lo que la playa está llena de algas y ramas de palmeras. Vemos que hay un camino que bordea la costa y lo cogemos sin saber donde nos va a llevar. Tras un par de zig-zags, pero encantados por habernos quitado un tramito de carretera llegamos a Villarico. Un pueblo frente al mar que nos ha gustado bastante, aunque no hay nadie y muchas casa están en construcción.
Al poco de salir de Villarico tomamos una carretera que bordea la costa. No pasan muchos coches pues hay una autovía paralela. Nos cruzamos con ciclistas y con autocarabanas. Esta costa es muy virgen y bastante salvaje. Vemos restos de una conducción de agua, también un viejo fuerte medio en ruinas. Junto con varios puntos preciosos, como la cala de las Conchas, de un agua transparente y tentadora. La carretera es un continuo sube y baja llena de curvas que nos van descubriendo rincones bonitos. Es sin duda un recorrido muy recomendable, tanto para hacer con la bici como con un vehículo y parando en los múltiples miradores o arcenes habilitados para ello. Esta carretera acaba en el pueblo de El Pozo del Esparto. Un belga en bañador y chanclas, con un perro, nos ha saludado. Luego hemos recorrido el paseo junto al mar que medirá más de un kilómetro, en el que no hemos visto ni una sola casa donde hubiera alguien. Únicamente hemos encontrado vida en la última casa, que es un bar y donde nos hemos parado a tomar un café. Aquí nos hemos puesto a charlar con otro belga jubilado, que tiene una casa por aquí cerca. Hemos hablado de lo bonita que es la carretera que acabamos de recorrer y de lo maravilloso que es viajar en bicicleta. Nos dice que el vino el año pasado desde Bélgica hasta aquí en bici, en un mes.
Una nueva carretera que bordea la costa nos acerca a Águilas. Vamos alternando zonas con árboles con otras con cultivos de lechugas y zonas desérticas y resecas donde se hace más intenso el contraste con el azul del mar. La entrada a Águilas se hace por un carril bici de color azul que termina (empieza) bruscamente antes de una rotonda en las afueras. Lo primero buscamos una tienda de bicicletas, para comprar unas cubiertas nuevas. Le preguntamos a unos chavales jóvenes que nos indican un poco. Bueno, eso después de preguntarnos si sabemos donde está un bar, vamos que no se debe notar nada que acabamos de llegar a la población con las bicis y las alforjas, para que sepamos donde está el bar. Bueno, el caso es que hemos comprado unas cubiertas antipinchazos, a ver si así pincho menos. La verdad es que ya llevaba las mías muy lisas. Comemos en un restaurante que se llama El Tiburón, un arroz negro espectacular. Un sitio, muy, muy recomendable. Pero no acaba aquí la cosa, hemos visto que hay una oferta en el hotel de 4 estrellas que nos sale al mismo precio que hemos estado pagando estos días. El del restaurante nos dice que es el mejor sitio de Águilas y que con esa oferta ni nos lo pensemos. Así que aquí estamos alojados. Solo deciros que estamos en la sexta y última planta con unas vistas espectaculares sobre el puerto y el mar. Y que nos hemos relajado dándonos un baño en la piscina climatizada del hotel.