Rodadas. Una comunidad de cicloturismo y viajes en bicicleta
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Pedaleando entre la multitud de coches de la mañana crucé el Danubio por el único puente sobre este río que tiene la ciudad. El gran tráfico me acompañó durante los primeros kilómetros, disminuyendo su intensidad según me alejaba de la ciudad. Tras abandonar las últimas torres de la periferia de Belgrado pude observar lo que da de si la visión de una gran llanura, prácticamente nada. Las cosas mientras más lejos están, más pequeñitas se ven y poco más. Aún así encuentro relajante la sensación de estar pedaleando hacia la nada, o mejor dicho, hacia unos árboles muy lejano.

Al cruzar el río Danubio entré en la Аутономна Покрајина Војводина o Provincia Autónoma de Vojvodina, que junto a Kosovo son las dos únicas provincias autónomas de Serbia. Esta zona fue parte del imperio Austro-Húngaro y tras la Primera guerra mundial entró a ser parte de Yugoslavia dentro de Serbia. Étnicamente hay una gran mezcla pues se encuentra en una zona de paso históricamente. Seis son las lenguas oficiales: Serbio, Húngaro, Eslovaco, Rumano, Croata y el Rusino, una lengua que los lingüistas no se deciden si es un idioma propio o un dialecto del Ucraniano. Diversas publicaciones diarias y semanales mantienen viva esta convivencia de lenguas.

Con ganas de encontrarme en la tranquilidad de las zonas rurales evité pasar por la cercana ciudad de Novi Sad, aunque me tentaba el hecho de visitar la ciudad donde se organiza el EXIT festival, uno de los mayores festivales de música del viejo continente que fue galardonado en el 2007 como mejor festival de Europa. Pero como llegaba dos meses tarde para ver sonar a los acelerados The Prodigy o a los clásicos Beastie boys, seguí mi ruta con el ruido de los tractores como música de fondo.

Al contrario que la montañosa geografía de la parte central y sur de Serbia, el llano norte facilita mucho las cosas a los ganaderos y sobre todo a los agricultores. Los pequeños tractores y la tracción animal desaparecen en estas tierras y empiezan a aparecer los primeros tractores con ruedas más grandes que yo y mi bici. Da un poco de miedo cruzarse con una maquina de esas cuando su anchura es casi igual al ancho de la carretera. Siempre suelo saludar de lejos a los agricultores que manejan las bestias, para asegurarme de que me han visto y de que saben que no soy una mala hierva de muchos colores.

El hecho de que esta zona sea de gran fertilidad y fácil para crear grandes cultivos lo convierte en la huerta del país. No es de extrañar que la economía de Vojvodina este basada en más de un 80% en la agricultura y en la industria alimentaria. La agricultura a su vez se centra en el cultivo del maíz, abarcando casi ¾ del total producido. Estas grandes plantaciones de futuras palomitas y talos, se encontraban cosechadas en la época que yo pase, o al menos algunas de las plantaciones, con lo que me daban un lugar no del todo ideal pero si aceptable para acampar por las noches. Las grandes montañas de fardos a su vez me ofrecían un lugar cómodo y protegido del viento para poder comer mi bocadillo tranquilamente durante las horas del mediodía. De algún modo cada uno debe adaptarse a las circunstancias, disfrutando de las pequeñas cosas buenas que te puede ofrecer y aguantando lo mejor posible las malas.

Como me encontraba a dos días de pedalada de la frontera Húngara, fijé el lugar por donde cambiar de país e intenté trazar una ruta por carreteras pequeñas que fuera lo mas directo posible. En principio no tenía ningún lugar intermedio que me interesara especialmente hasta llegar la capital húngara, asíque las líneas amarillas y blancas de mi mapa serían las que me guiarían hacia el norte. De vez en cuando en el momento en el que el ruido de la carretera disminuía y los sonidos misteriosos de la noche cubrían mi casa de tela plástica, cerraba mi libro y me dedicaba a abrir todos los mapas que tenía para hacerme una idea de donde estaba. Al no tener una ruta programada con anterioridad, me faltaba la visión global del viaje y podía pedalear días con el norte como objetivo pensando que me dirigía a Krakow, aunque en realidad mi dirección fuera más correcta para acabar en Praha (Praga). Al desplegar todos los mapas y cubrir mi habitáculo de curvas de nivel me daba cuenta que la orientación aproximada puede llevar a errores de ruta de una cuantas horas o días de pedalada. Al igual que para evitar una cadena montañosa por completo hay que empezar a desviarse con suficiente antelación, también se debe tener un poco de visión para llegar de un punto a otro de la forma mas directa (siempre evitando como la peste las odiadas carreteras principales). Por ello, había días en las que tenía que montar un gabinete de control de ruta para comprobar a que punto me habían llevado mis repentinas decisiones y cual sería el plan de ruta para los próximos días.

Al igual que el tiempo libre puede ser aburrido si no sabes que hacer para divertirte, las horas de pedalada en un paisaje llano pueden ser una agonía si no encuentras un hilo de pensamiento para alimentar tu cabeza. Cuando los tipos de hierba y maleza de los bordes de las carreteras están perfectamente clasificados por Reino, Phylum, Clase, Orden, Familia, Género y Especie, los ojos buscan temas interesantes para la próxima hora en la que girarás una y otra vez las bielas a un ritmo constante. Si algo tiene la llanura es que al mirar al horizonte, la foto que tenemos delante de nosotros es mitad tierra mitad cielo en perfecto equilibrio, por lo que no es de extrañar acabar mirando al mar de tonos azules y blancos.

Invertía bastante tiempo intentando exprimir mis neuronas para traer al presente los recuerdos de cuanto era pequeño, de cuando en clase de ciencias naturales nos enseñaban los tipos de nube y sus significados. Por desgracia poca información de aquel entonces refrescaba mi mente, seguramente porque en aquellas clases me pasaba el rato mirando por la ventana para ver con mis propios ojos las nubes de las que la profesora hablaba. Que pena que cuando algo me entusiasmaba no era capaz de mirar y escuchar a la vez. Todavía hoy me pasa y tengo que preguntar a mis amigos unas cuantas veces ‘como has dicho que se llama aquella enorme cascada? Y ese pico nevado? Donde estamos?’. Mis amigos a veces creen que estoy de broma, pero no es así, simplemente ocurre que focalizo mi atención en un sentido, en este caso la vista y los demás sentidos se quedan a la espera. A pesar de no tener mucha idea de reconocer la información útil recogida en sus formas y colores, la gran nube con una increíble variedad de tonos grises que empezó a cubrir mi trocito de cielo no me dio mucha tranquilidad. Tras una preciosa puesta de sol el cúmulo de gotas empezó a reunirse sobre mi cabeza y de una forma educada me dejó montar la tienda y cenar tranquilamente, aunque eso si, no esperó a que me tomara el postre.

Yo confiaba en mi tienda, ‘es Coleman, es bueno, está preparada para nosecuantos milimetros de agua’ me decía a mí mismo mientras intentaba contar ovejas saltando charcas. Todo el mundo que ha estado dentro de una tienda de campaña sabe que la curiosa forma del iglú trabaja como una perfecta caja de resonancia. Deberían de hacer instrumentos con esa forma o incluso iglesias para que el órgano suene más potente. Cuando abres la cremallera del habitáculo asustado de la que esta cayendo, extiendes la mano y te das cuenta que en realidad no es más que un xirimiri. Yo eso lo sabía, por lo que estaba tranquilo hasta que el cielo me mostró lo que significa un crescendo, pasando de un adagio a un prestíssimo. Como en el peor sueño de Asterix y Obelix el cielo se me cayó encima. Por mucho que confiara en mi buena tienda, no podía evitar levantarme de vez en cuando y comprobar si estaba entrando agua por las costuras y por las esquinas. Los rayos iluminaban repentinamente el cielo haciéndome ver el desastre de cosas que suelo tener alrededor de mi saco, mientras los truenos sacaban lo mejor del Dolby surround de la madre naturaleza. Me costó, pero al final pude convencerme de la capacidad de las finas capas de plástico para aguantar el aguacero que caía encima y pude dormir soñando con cascadas, lagos, océanos, torrentes, tsunamis, riachuelos y la marea del mar que siempre subía y nunca bajaba. En el último sueño de la noche un gran árbol me decía 'no tienes ganas de mear?, pues mea tranquilo que estás en la naturaleza'. Estuve a punto de hacerle caso, pero empecé a sospechar del árbol porque me resultaba extraño que le pudiese entender perfectamente si yo no sabía serbio?. Abrí los ojos y desde el interior de mi saco me anoté mentalmente que no hay que hacer caso a los árboles parlantes, sobre todo los días de lluvia.

Al despertar la calma reinaba el ambiente e incluso los pájaros estaban perezosos de empezar a cantar por la húmeda noche anterior. El cielo no tenía más agua que echar sobre mi cabeza y unas nubes rezagadas cubrían el paisaje. La tormenta nocturna fue un antes y un después en el viaje, pues desde ese día nunca mas volví a pedalear con una simple camiseta de manga corta como vestimenta. Era primeros de octubre y sin saberlo me despedí del verano con la esperanza de que el otoño no fuera muy severo con migo. No lo fue, pero me engañó, pues dejó paso al invierno en solo diez días.

El humor me cambia bastante según la meteorología y el día que tenía por delante era como una broma pesada para mi alma. El paisaje, bonito pero sin ninguna cosa especial que atrajera mi atención, dejaba en manos de la gente de los pueblos la tarea de hacer de mi jornada un día interesante. Otra vez mas los serbios no me fallaron y me enseñaron que lo más importante para comunicarse son las ganas de ello y no el idioma. Por la mañana mi sangre sedienta de la glucosa que posteriormente se quemaría en mis cuadriceps, me llevó con la ayuda de su amigo olfato a una pequeña pastelería que sin una apariencia muy atrayente para los ojos, era el paraíso para cualquier paladar goloso. La discreta selección que se mostraba en la vitrina-mostrador más apta para una carnicería que para una pastelería, contenía unos bollos de tamaño considerable. Ideal para mi hambre matutina. Como muchos establecimientos serbios, la tienda vendía de todo desde pan a comida para perros pasando por sprays para abrillantar las llantas de los coches.

La fruta es el complemente ideal (junto al chocolate) para comer mientras se pedalea, por lo que cogí unas bananas cuando un señor de unos cuarenta años entró en la tienda con el cuello regirado para observar mi bici llena de trastos que había dejado junto a la puerta del local. Su cabeza giró hasta encontrar la linea recta con su cuerpo y tras un fugaz registro de los clientes de la tienda, sus ojos pararon en mi persona. Señaló la bici y dijo algunas palabras para mi inteligibles que acababan en tono interrogativo. La respuesta era bastante obvia pues era el único con ropa chillona, guantes cortos y un peinado de pelo que correspondía exactamente con los agujeros de ventilación del casco. Asentí con la cabeza y le salude con un 'ciao' que es una especie de lenguaje universal. Una amplia sonrisa apareció en su cara y gritó para todos 'ooh, italiano!'. Vista la emoción del señor asentí y el señor empezó a mostrarme su limitado pero importante vocabulario italiano 'buongiorno' 'signore' 'bello' 'pizza'. Toda la gente empezó a reírse y nos dimos un apretón de manos. Tras una pequeña conversación sobre a donde iba y de donde venía, me dispuse a pagar al tendero cuando el señor con cara seria me frenó y le indicó a la dependienta de que se hacía cargo de lo que yo había comprado. Dejando atrás unas amplias sonrisas me despedí diciendo 'grazie mille' mientras el señor y los otros clientes agitaban las manos al aire desde la cornisa de la puerta. Parecía la escena de cuando un gran barco sale rumbo al mar.

La situación de la tienda me sacó una sonrisa para el resto de la mañana y acercándome al mediodía empecé a fijarme en los prados junto a la carretera para poder tumbarme un rato y comer tranquilamente mi bocadillo de atún con queso. En un momento en el que mi atención no se centraba en la carretera sentí un estruendo justo detrás de mí que casi me deja tieso. Sin saber lo que era agarré fuertemente el manillar y me apreté al borde de la carretera lo máximo posible. Un camión pasó a mi lado con una rueda totalmente reventada. Unos metros más adelante el vehículo paró y al pasar a su lado el conductor con cara de mal humor me hizo un gesto como diciendo 'lo siento'. Yo con la cara mas pálida que un islandés en invierno le hice sabe que todo estaba bien. Bueno, casi todo, pues mi corazón se había quedado más duro que la cadena de una bici de los años 20 sin una gota de aceite. A unos doscientos metros vi una gran montaña de fardos cilíndricos de paja que formaban una especie de pirámide agraria perecedera y cual faraón me tumbe sobre ella para que mis agarrotados músculos del cuerpo volvieran a un estado natural de flexibilidad.

El buen tiempo parecía un recuerdo pasado y las nubes me acompañaron durante toda la jornada siguiente. La humedad hacía que tanto la parte exterior como interior de la capa externa de mi iglú estuviera totalmente empapada cuando me disponía a recogerla por la mañana. Cual ritual religioso, nada mas despertar cogía en trapo superabsorbente de cocina que llevo siempre y quitaba todas la gotas de agua que se tumban al sol sobre mi tejado, para que así se secase la tienda con la brisa mañanera mientra desayunaba.

Recorriendo mis últimos kilómetros sobre territorio serbio empecé a pensar que echaría de menos a esta gente tan agradable y con la escusa de rellenar el botellín de agua me fijé en gente de los pueblos que cruzaba. Bueno, empecé a buscar gente en los pueblos que cruzaba, pues en mas de uno no vi ni una sola alma recorriendo sus calles. Al pasar por delante de un grupo de seis señoras que podrían acumular unos 500 años de historia serbia, me paré para pedirles agua. Dos de ellas ni se inmutaron de mi presencia, otras dos me miraron con cara rara, una se quedo mirando a la bicicleta y la última me sonrió abiertamente y me saludó efusivamente con el desparpajo de una señora que no tiene vergüenza de nada. Les enseñe el bidón y lo volqué con la tapa abierta pare mostrarles que estaba vacío y les dije 'voda, voda' haciendo gestos con el dedo pulgar hacia la abertura del botellín. Tras unos comentarios entre ellas, la señora sonriente se levantó y con mi bidón en mano entró el la casa que se encontraba a sus espaldas. Las otras cinco señoras no mostraron la soltura que tenía la mujer más decidida y mientras esperaba a que esta apareciera, el quinteto se dedicó a mirarme y examinarme detenidamente sin pronunciar una sola palabra entre ellas. Me sentí como un modelo en una pasarela con un traje inadecuado, viendo las caras de sorpresa, duda e incluso desaprobación mirándome detenidamente. Por fin la señora volvió con el agua y para mi sorpresa un par de peras que me indicó que eran de los arboles que nos rodeaban venían en el pack de gratitud.

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