Rodadas. Una comunidad de cicloturismo y viajes en bicicleta
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Los días que pase en Belgrado me hospedé en un alberge junto a la estación central de trenes, un lugar que prácticamente en todas las ciudades que conozco enseña la peor cara de la ciudad. El alberge no era precisamente un youth hostel, mas bien parecía el hogar de una señora, donde las mujeres que dormían allí se dedicaban a teñirse el pelo entre ellas y a ver en la televisión programas bochornosamente malos (creo que no entender lo que decían los presentadores le daba incluso un aspecto mas digno al programa). Un señor francés que en su juventud había viajado por Europa haciendo autostop me recomendó un par de sitios que visitar en la ciudad.

Los más de millón y medio de habitantes del área metropolitana de la ciudad constituyen alrededor de una quinta parte de la populación de la República de Serbia y son el motor económico de la nación. Belgrado es una de las ciudades más antiguas de Europa y ha sigo escenario de batallas entre grandes potencias. Según la propietaria del alberge donde me hospedaba, la palabra Balcanes surgió de la unión de dos palabras ‘bal-can’ (o algo así), que significan ‘miel’ y ‘sangre’ y se refiere a los periodos prósperos y placenteros que vivió aquel lugar y también a los tiempos de sangrientas guerras que mancharon las tierras. Tengo que decir que nunca pude corroborar esa definición, pero me pareció que podía ser bastante representativa de la historia de aquella zona. La ciudad se asienta en la confluencia del río Sava con el Danubio. Según la elocuente señora del alberge aquel punto fue el límite del imperio otomano siendo Belgrado la última ciudad otomana y Земун (Zemun) que hoy en dia es un barrio de la ciudad al otro lado del Sava, la primera ciudad fuera del control del gran imperio.

Paseando por sus calles descubrí una ciudad viva, con mucha gente joven y bonitos edificios que admirar. Tras recorrer unas calles con gran pendiente que iban desde la estación a la parte alta de la ciudad aparecí en la calle Knez Mihailova que es donde se encuentran todas las tiendas de marcas famosas y donde la gente que sigue las tendencias de pies puntillas va ha lucir modelitos nuevos. Esta concurrida calle te lleva a Kalemegdan, una fortaleza que hoy en día es también parque y el lugar donde muchos belgradenses se juntan para pasar la tarde. El nombre Kalemegda significa literalmente ‘fortaleza del campo de batalla’ y no es de extrañar que haya sido destruida y reconstruida tantas veces como de manos a pasado. Desde este lugar se puede admirar una espectacular vista de los barrios Нови Београд (Novi Beograd) y Zemun al oeste y la gran llanura que se extiende al norte hacia la frontera con Hungria.

En belgrado se puede encontrar un poco de todo, desde antiguas pastelerias donde todo lo que exponen tiene pinta de ser pecado de lo rico que parecen, hasta modernos bares donde no sabes donde esta la barra para pedir algun cocktail. Sus calles están salpicadas por edificios de todo tipo de estilos arquitectónicos como resultado de la turbulenta historia de la ciudad con sus periodos de destrucción y construcción. Desde muchos puntos de la ciudad se puede ver el templo de San Sava, dedicado al señor de mismo nombre que fundo la Iglesia Ortodoxa Serbia. Este imponente pero no expectacular edificio es la iglesia ortodoxa mas grande de Europa y una de las mas grandes del mundo. Decidí ir a visitarla y no puedo ocultar la desilusión que me lleve al ver que el edificio de fachada perfecta estaba todabía en construcción en el interior con todos los andamios. Las imponentes columnas se elevaban hasta cierta altura desde donde partia la cupula hecho de piezas de hormigon prefabricado. A pesar del aspecto poco sagrado del lugar, una buena cantidad de gente entraba a la iglesia para rezar y para besar a los cuadros con figuras de hombres relijiosos que se encontraban diseminados por todo el edificio. Unas cuantas personas se encargaban de limpiar con un trapo los besadísimos cristales que protegian las figuras, supongo que normalmente por higiene y en la época que yo estube para parar la pandemia de la gripe porcina que supuestamente acechaba la humanidad.

Una calle muy famosa de la ciudad se encuentra en el centro histórico y es de las pocas que aún conservan su antigua pavimentación de adoquines. Esta conocida calle se llama Skadarlija y es, o al menos era en su época de esplendor la calle bohemia de la ciudad donde intelectuales y artista se reunían en las terrazas y bares para charlar, inspirarse o simplemente relajarse. En cualquier folleto donde aparezca la palabra Skadarlija también aparecerán la palabra bohemio y Montmartre, pues según dicen el aspecto y la atmósfera es muy parecida al famoso barrio parisino.

Ya había tenido suficiente dosis de ajetreo ciudadano y quería volver a la soledad de las carreteras secundarias con lo que decidí ponerme en marcha con la bicicleta apuntando siempre al norte. La noche anterior a mi partida le comenté a la dueña del alberge que pensaba salir el día siguiente y charlando de una cosa y la otra al final acabamos hablando de un tema tan peliagudo como el conflicto entre serbios y kosovares. No estaba muy contenta con los kosovares pues según decía ella querían independizarse pero luego tendrían que usar los hospitales y demás servicios serbios pues no tenían ninguna infraestructura. Según hablaba se le hinchaba la vena del cuello lo que mostraba que los diez años exactos que habían pasado desde los acontecimientos de la guerra de Kosovo no habían hecho olvidar los rencores y odios del pasado. Se quejaba de Europa y del trato que recibía Serbia, porque eran para las estrellitas de la bandera azul el personaje malvado de la película, mientras Kosovo era la inocente niña que no había hecho nada malo. Aunque me habría gustado hablar largo y tendido del tema, me abstuve de dar mi opinión pues la mujer se ponía cada vez mas seria y un poco furiosa, con lo que decidí escucharla hasta que se quedo vacía de malas palabras.

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