Rodadas. Una comunidad de cicloturismo y viajes en bicicleta
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La primera noche en este pais lo pasé tras alejarme unos kilometros de la frontera, a uno de los lados de la largisima recta de casi diez kilometros que hay justo antes de la ciudad de Пирот (Pirot). La mañana siguiente me desperté protegido de la carretera por un alto cultivo de maiz y tras desayunar contemplando como debajo de mi iglu había decenas de agujeros hechos por los ratoncitos que sinceramente no me molestaron nada, extendí el mapa en el suelo y empecé a decidir por donde cruzaría Serbia. Aunque este país fuera en eje principal de mi viaje, no había decidido en absoluto que ruta coger. De lo poco que había mirado, sabía que a unos 80 kilómetros se encontraba Ниш (Niš), la tercera ciudad más importante de Serbia por detrás de la capital y Нови Сад (Novi sad). La ciudad de Niš es un importante centro industrial y universitario que cuenta con unos 370.000 habitantes. La urbe se encuentra a las orillas del río Nišava que más al norte forma parte del Velika Morava (Gran Morava), que es el segundo río mas largo de Serbia después del Danubio y cuya cuenca hidrográfica drena mas del 40 % del territorio serbio. Este gran río crea una especie de columna vertebral que cruza el país de sur a norte y que conecta Europa con los Balcanes y Turquía.  

Decidí evitar la ruta más importante y meterme de lleno en la Serbia rural, donde la gente tiene la espalda encorvadas y las manos bien curtidas. Para ello me dirigí hacia el pueblo de Knjazevac siguiendo una ruta paralela a las montañas que hacen de frontera en la parte sureste del país. Nada más escaparme de la compañía de los grandes y mansos ríos pude empezar a probar todos los piñones y platos de mi bici. Después de comer y de la placentera tontera bajo el sol de mediodía me tocó un repecho inesperado en el que me quede tirando de la palanca del cambio y preguntándome ‘por que no funciona?’ sin darme cuenta de que la tecnología actual no permite suficientes cambios de marchas como uno quisiera en ciertos momentos.

Le elección de la ruta fue mejor de lo esperado, pues los paisajes que recorrí los dos días siguientes fueron los que mas me gustaron de toda la ruta: verdes montañas de unos 1000 metros con valles llenos de árboles y algunos pueblos desperdigados con sus terrenos de cultivo para consumo propio principalmente. El tiempo también acompaño esos días con temperaturas suaves de verano y un cielo azul de postal, cosa que influye mucho en mi humor sobre los pedales.

Los pueblos son pequeños en esta zona y se nota mucho la migración de la gente joven hacia las grandes ciudades como Niš. Creo que no vi prácticamente a ninguna persona entre los 18 y 40 años y pensé que durante el día estarían estudiando y trabajando en la ciudad para luego volver al pueblo, pero o se les olvidaba el camino a casa o simplemente habían sucumbido a las comodidades del cemento y asfalto. Hombre y mujeres con muchos años de labranza en sus manos se montaban en viejos tractores para ir alegremente a recoger los cultivos de maíz. Me saludaban desde sus carrozas, como hacen las chicas guapas con una camiseta ceñida con la imagen de algún producto en la carabana del tour de France. Pero en vez de lanzarme llaveros con forma de mallot, levantaban al aire la hoz que luego les ayudaría a cortar una a una las cañas de los maizales. Me sorprendió ver como hacían la recolecta totalmente a mano, siendo el multiusos tractor la única maquina que utilizaban prácticamente, en general para transportar gente y cosas. Más adelante me di cuenta de que esto sucede en la parte sur y más montañosa del país donde los cultivos son pequeños, pues en la zona llana al norte del Danubio se extienden los cultivos intensivos donde grandes monstruos mecánicos devoran todo lo que se les ponga por delante. Todavía se conservan en estos pueblos algunas casas de arquitectura antigua, con la parte baja de piedra y la parte alta de madera con un gran sitio para secar los diferentes productos bajo la protección del tejado. Algunas de estas casas estaban ‘decoradas’ con grandes collares de apetitosos pimientos rojos.

Como el hotel donde dormía cada noche se encontraba allá donde básicamente me pareciera un sitio agradable, no tenía en un principio grandes problemas para encontrar mi habitación. Una hora y media antes de oscurecer, más o menos hacia cinco y media-seis de la tarde, me iba fijando en todos los prados por donde pasaba. El primer requisito era que me que pareciera un sitio agradable y tranquilo, sin perros en los alrededores (estar dentro de un iglú de noche con perro fuera ladrando es muy angustioso y desagradable) y a ser posible con hierva no muy alta, aunque este último requisito se cumplía solo a veces. Otra cosa muy importante era la orientación del terreno. En terreno montañoso lo ideal sería una ladera abierta orientada al sur, para que la luz del día iluminara mi cena o montaje de la tienda por lo menos, y para que los primeros rayos del día empezasen a calentar perezosamente mi hogar lo antes posible. En un lugar tan verde como el que estaba había mucha humedad, con lo que por la mañana mi iglú estaba empapado tanto por dentro como por fuera. Un trapo y la ayuda matutina de mi amigo el dios Ra aceleraban mucho el proceso de recogida de mi caravana rodante.

Desde las montañas me dirigí hacia el oeste en un constante sube y baja que machacaba las piernas, pero alegraba el alma pues los paisajes seguían siendo maravillosos. En esta zona se encuentra muchas gargantas estrechas y bastante profundas que los bosques intentan tapar para preservar su secreto. El final acabe en la llanura los alrededores del Morava meridional, que es uno de los dos afluentes principales del Gran Morava. En este ancho y largo valle se encuentra muchos pueblos por lo que nada mas toparme la carretera principal tuve que sacar el mapa para ver en que pueblo me encontraba y para hacer una previsión sobre la zona en la que me podría parar para comer algo.

Me senté en un pequeño muro junto a la carretera con mi inseparable botellín de agua que me daba un poco de lucidez para leer el mapa en aquel caluroso mediodía de septiembre. Nada más localizar Gornja Toponica, el pueblo donde me hallaba, un joven con una larga coleta de pelo oscuro paso en su mountain bike por la carretera y se quedo mirando a mi bici cargada de bultos. El chaval dejó de pedalear pero como iba rápido la inercia le alejaba más y más de mí y su cuello se iba retorciendo más y más. Mis reflejos estaban un poco lentos pero al final me dije ‘puede ser una buena persona para preguntar algo’. Normalmente si sé a donde me dirijo no me suele gustar preguntar a la gente por donde debo ir o si voy por el buen camino, porque a veces pasa que te indican mal porque no entendieron bien la pregunta o porque no saben muy bien la dirección. Y claro luego te encuentra en la situación en la que empiezas a pedalear sabiendo que tienes que girar a la derecha y cuando miras atrás encuentras a tu ayudante haciendo gestos hacia la izquierda, mientras sonríe ampliamente pensando que está haciendo el bien a la humanidad. En este caso aun a riesgo de encontrarme otra vez en la embarazosa situación, levanté la mano para llamar al coletudo y antes de que me diera tiempo a decir ‘eh!’ ya estaba junto a mí preguntándome ‘where are you from?’

Su nombre era Milan y vivía en un pueblo cercano dirección norte. Estudiaba en Niš y todos los día recorría los 20 kilómetros que había entre su casa y su aula velozmente en su bicicleta de montaña. Me explicó que también tenía una bicicleta de carretera, pero que la sacaba solo cuando iba a hacer ‘unos cuantos kilómetros’. Tengo la esperanza de verle algún día en la tele vestido de un mallot de muchos colores, porque al chaval se le veía fuerte. Como su pueblo se encontraba en mi ruta, recorrimos juntos unos kilómetros mientras que en algo parecido al inglés nos informamos sobre nuestras vidas. Cuando estábamos cerca de su casa me invitó a entrar para que descansase un poco. Me pregunto si tenía hambre y como no pude mentir me ofreció ‘fish’, que tras mi momento de confusión pude comprobar que eran sardinas en lata. Muy buenas por cierto. Orgulloso me enseño el banco de pesas donde entrenaba todos los días y la bici de carretera, y no tan orgulloso también me mostró las grietas de la pared y el cubo con agua que había que utilizar a modo de bomba del inodoro. Eso si, en tecnología estaba a la última con televisión por satélite y Internet en el móvil. Puso la tele y paró de hacer zapping cuando apareció una telenovela venezolana en versión original con subtítulos en serbio. Le hizo gracia cuando le dije que podía entender lo que decían. Tras unos momentos en el que los dos nos concentramos en lo que Maria Cristina le decía a Esmeralda le dije ‘no me gusta’-‘a mi tampoco’ y apagamos la tele. Un mini curso de palabras útiles en serbio y un apretón de manos fue nuestra despedida. No me gusta generalizar, porque las generalidades no suelen ser fieles a la realidad, pero cuando es algo positivo no me parece mal, asique: ‘que majos son estos serbios!’.

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