Rodadas. Una comunidad de cicloturismo y viajes en bicicleta
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Cambié de país, de idioma y de moneda, pero no cambió en absoluto el paisaje. En los pueblos se veía una mayor calidad de vida o mejor dicho un mayor poder adquisitivo, que a veces va relacionado aunque no siempre ocurre así. El mayor cambio que noté y que solamente notará la gente que viaja en bicicleta y no en otros medios por este país, es uno de los avances de las civilizaciones para hacer habitables las urbes. No hablo de otra cosa que del agua corriente. Bueno, concretamente hablo de las fuentes de agua potable en las calles. Parece una banalidad pero ni en Grecia, ni en Bulgaria, ni en Serbia encontré una misera fuente en la calle. Bueno a decir verdad de los países que he recorrido por Europa solo unos pocos ponen en manos de sus habitantes agua corriente para los viandantes. Además en Hungría lo hacen de una forma vistoso y bonita, con una fuentes azul celeste que recuerdan a las bombas manuales de los pozos.

El recuerdo de los días de calor en los que pedaleaba con una camiseta de algodón parecían lejanos. Al mediodía se podría decir que hacia fresco, pero por la mañana y al atardecer la carne de gallina de mis brazos indicaban que en realidad hacía frío, aunque no lo quisiese aceptar. Llevaba 20 días de ruta y la temperatura media había descendido de los veraniego 25 grados, a los otoñales 15. Si la meteorología fuera tan exacta y predecible como las matemáticas, en una semana no tendría suficiente ropa como para poder seguir adelante y en dos semanas la única salida que tendría sería meterme en mi saco de dormir, acurrucarme y esperar que la hipotermia no fuera demasiada dura en llevarme al otro mundo. Pero afortunadamente las nubes y los vientos no sacan buenas notas en mates y son menos regulares, o eso creía yo.

Nuevo país implica una divisa distinta, por lo que me acerqué a un banco para sacar algo de dinero. Como siempre, la duda del viajero poco organizado, 'que valor tiene la moneda local?' 'Cuanto dinero saco, 4000 florínes o 50,000?' Otra vez tuve que pasar por una gasolinera para hacer unos cálculos hipotéticos sobre el valor de la divisa local según el precio de la gasolina y el diésel. Tras sacar los billetes del ATM y mirar los distintos personajes destacado de la historia húngara, empecé a pensar en las delicias gastronómicas (sobre todo de repostería) que probaría durante aquel día.

Mi boca salivando para los dulces húngaros tubo que esperas otro día mas pues como indicaban los letreros en las puestas de los comercios, era domingo y todo estaba cerrado. No solo me quedé sin mi dosis de azúcar para pedalear con buen humor y energía, también mi cena se vio mermada por falta de previsión y provisiones. El colofón final de un día en en que el viento me llevo de la mano fue una humilde cena a base de polenta y una lata de anchoas. No suelo llevar nunca polenta para preparar la cena, pero en los supermercados de Serbia no pude encontrar cuscús, quees la comida ideal para cocinar durante los viajes. El cuscús se cocina rápidamente, necesita poca agua, es puro carbohidrato y ocupa relativamente poco espacio. Pensé que la podría utilizar la polenta de un modo parecido. Gran error. Mi cena fue una especie de argamasa con trozos de anchoa como toque de sabor. Tan difícil fue engullirlo como limpiar la cazuela. Pero lo peor sin duda fue que me quede con hambre, pues no paré de comer cuando me sentí saciado, sino que di por concluida la cena cuando el hambre fue superado por la pereza de tragar aquella masa amarilla. En cuanto me despertase sería lunes y todas las pastelerías abrirían a mi paso, pensé.

Me dirigía a Budapest, la perla del Danubio, pero quería aprovechar el recorrido en dirección norte para visitar alguna otra cosa interesante que seguro podía ofrecerme el país. Pregunté a algún que otro viandante sobre qué podía ver por aquellas zonas y todos me decían que Budapest era muy bonito. A veces insistiendo un poco conseguía que me recomendaran otro lugar, que era siempre e mismo, el lago Balaton. Este lago es la playa y el parque de atracciones del país, con sus zonas turísticas que atraen a miles de personas en verano. El lago de casi 80 kilómetros de largo, es el mas grande de Europa central y con una temperatura del agua de 25 grados en verano, atrae como moscas a veraneantes de dentro y fuera del país. Como si yo fuera una gota de aceite, mi hidrofobia a las aguas repletas de turistas me impidieron tomar esa dirección y decidí ir directo hacia la octava ciudad europea por número de habitantes.

Las carreteras se iban llenando de tráfico lo cual indicaba de que me estaba acercando al área metropolitana habitada por casi 2,5 millones de personas. La tranquilidad de la que pude disfrutar los días anteriores fue sustituida por el estrés que suponía agarrar el manillar fuertemente cada vez que sentía acercarse rápidamente por detrás un coche, camión o lo que a veces parecía un ejercito de tanques chirriantes, que resultaba ser la moto trucada de un joven de 16 años. Camino al centro de una gran ciudad, siempre me pregunto si de verdad merecerá todo ese calvario para visitarla. Budapest es bien famosa y la gente habla bien de ella, por lo que respire profundamente entre bocanada y bocanada de humo de coches y me dirigí lo mas rápidamente posible a lo que suponía era el centro. Como sabía que la ciudad se asentaba sobre la orilla del Danubio, intenté seguir por la carretera paralela al río hasta que encontré un panel informativo de la ciudad donde identifique la calle del albergue que había buscado anteriormente en Internet. Es una de las pocas cosas que suelo mirar antes de llegar a una ciudad, pues lo último que me apetece es buscar la oficina de turismo que está en una parte de la ciudad, para luego que me manden a un albergue que está en la otra punta.

El albergue se encontraba bien situado, cerca del Nyugati pályaudvar o estación de trenes del oeste, que es una de las tres grandes estaciones que se encuentran el la ciudad y que fue construida por la compañía Eiffel en el 1877. En un par de minutos a pie podía llegar al Margit hít, el puente que conecta las dos orillas de la ciudad con la parte sur de la isla Margit, que es una especie de parque urbano con muchas zonas verdes e instalaciones deportivas en el medio del Danubio. El albergue era una gran casa con un par de habitaciones donde podían dormir un total de unas 30 personas y muchas áreas comunes como salón con juegos de mesa, cocina e incluso futbolín. Era como vivir en un piso de estudiantes con la diferencia de que nunca llegabas a conocer a todos tus compañeros de piso. Se intuía que hubo muchas tentativas de pintar las paredes, pero nunca tuvieron suficiente pintura para acabar con todas ella. Cada una era de un color y tono distinto, de modo que algunas manchas pasaban desapercibidas o a ser parte de la decoración. A cualquier hora del día había alguien en la habitación durmiendo, comiendo, mirando algo en Internet o bebiendo unas cervezas. Si quisiera deducir que hora o parte del día era observando la actividad de la casa, sería imposible. En el ajetreado salón conocí a dos alemanes y un canadiense que estaban recorriendo el Danubio en bici. Cada uno sabía una anécdota o dato distinto de la ciudad, por lo que decidimos salir juntos a visitarla.

La ciudad que conocemos como Budapest es el resultado de la unificación de las ciudades de Buda y Óbuda (antigua buda) en la orilla occidental del río y la ciudad de Pest en la margen oriental. La ciudad que fue sede de la realeza y conquistada por los otomanos entre otras cosas, está llena de historia. Sus calles con edificios elegantes y arquitectura de distintas épocas atrae a un sin fin de turistas. Junto con mis nuevos amigos subimos con nuestras queridas bicis a la parte alta de la ciudad, que se encuentra en la antigua Buda. Tras muchos días de llanura sentí otra vez la fuerza de la gravedad frenando mi avance. Llegamos a la ecléctica iglesia de Matías, que con sus coloridas tejas

dispuestas en patrones triangulares le daba un toque de alegría a su seria fachada. Desde este punto pudimos observar los principales edificios de la ciudad, de las cuales destacaba el Parlamento Húngaro. Construido en estilo neogótico sobre el borde del río, recuerda en cierta manera al Parlamento Británico, aunque este último no posee la hermosa cúpula de color granate que teníamos ante nuestros ojos. Oleadas de gente llegaban hasta donde estábamos cargados con cámaras de fotos con grandes ópticas. Sin perder un segundo para observar el paisaje, fundían sus maquinas en un frenesí de fotos. Si había tanto turista, no podía faltar quien quisiera sacarles el dinero, fuera de forma legal vendiendo postales, o fuera engañándolos con el trile. Estos últimos se escondían entre las columnas de Halászbástya o Bastión de los pescadores, que con sus 7 torres hace honor a las 7 tribus magiares que provenientes de Asia se establecieron en lo que hoy conocemos como Hungría.

Nos quedamos un rato a mirar si algún turista caía en la trampa, pero les incomodó nuestra presencia y dos de los colaboradores se acercaron a nosotros. Como si nos hubiéramos aburrido del lugar, nos fuimos para evitar problemas, y ellos volvieron a su lugar, pues un turista asiático estaba valorando las posibilidades de ganar que tenía.

Cerca de allí, en la misma colina de Buda, se encuentra uno de los tres lugares de la ciudad que fueron declarados patrimonio mundial de la humanidad por la UNESCO. Se trata del castillo de Buda, que sin ser un edificio bonito – no al menos en aquella ciudad abarrotada de edificios elegantes – imponía por su tamaño y posición dominante de la ciudad. Se trata del castillo histórico de los reyes húngaros y para llegar desde la zona baja de la ciudad posee un funicular de casi siglo y medio de historia.

El castillo del Buda situado al oeste del río es el castillo histórico de los reyes húngaros y se encuentra sobre una colina de la que se puede disfrutar de una espectacular vista de la ciudad. Cerca del castillo se encuentra Halászbástya o Bastión de los pescadores, que con sus 7 torres hace honor a las 7 tribus magiares que provenientes de Asia se establecieron en lo que hoy conocemos como Hungría. En este lugar me encontré con unos trileros que estaban al acecho de indefensos turistas. El último de los tres lugares que son patrimonio mundial es la Avenida Andrássy llena de casas y palacios de vistosas fachadas. La construcción de esta avenida se concluyó en el 1876 y desde un principio se evitó que fuera una de las arterias para el transporte por lo que dio lugar 20 años después de finalizarse la avenida a la primera linea de metro en la Europa continental.

Budapest es una ciudad en la que hay que invertir unos cuantos días para conocerla mínimamente, pero como soy mal turista e impaciente, me despedí de sus calles llenas de turista a los dos días y me dirigí contra corriente hacia el norte del país. En el poco tiempo que estuve en la ciudad aparte de visitar y fotografiar edificios interesantes me interese por la historia del país o mas concretamente sobre aquellas tribus magiares que más tarde formaron lo que conocemos como Hungría y su lengua, el idioma húngaro o magiar. Mis amigos alemanes habían acabado el viaje por lo que se quedarían un par de días mas disfrutando de la ciudad y de las cervezas, mientras el canadiense se disponía a pedalear hasta Estambul. Un gran tipo el canadiense, tras cuatro años desde que nos despedimos todavía mantenemos correspondencia donde nos damos envidia uno al otro sobre los viajes realizados.

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