Rodadas. Una comunidad de cicloturismo y viajes en bicicleta
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Con el viento a favor enfilé la recta de unos 8 kilometros que de Бајмок (Bajmok) va directo hacia un puesto fronterizo para poder así entrar en el país magiar. A parte de algún tractor lejano no vi ningún rastro de vida en aquellos últimos, mejor dicho supuestamente últimos kilómetros en tierras serbias. Tras un placido paseo para asimilar que estaba cambiando de país, idioma y gente, aunque no de paisaje, llegué a un humilde puesto fronterizo que consistía en dos casetas desde donde deberían controlar a los vehículos que circulaban y un edificio de oficinas. Un joven policía se encontraba a pié de la carretera y me dirigí a él para enseñarle el pasaporte. Rápidamente se acercaron otro policía joven, un funcionario con cara de cansancio por el hecho de tener que moverse hasta mi posición y una mujer policía con cara de mal humor. El funcionario tomo la iniciativa y me preguntó de donde mientras los otros miraban descaradamente toda mi bici con cara de buscar 'algo'. Le dí el pasaporte y tras mirar de donde era y comprobar que yo era el de la foto, se lo pasó a uno de los jóvenes y me dijo 'problem, problem'. Yo les preguntaba cual era el problema y solo me respondían 'problem, problem', hasta que la mujer empezó a hablar demostrando que sabía tanto ingles como yo. Me dijo que en ese pequeño puesto fronterizo solo lo podían cruzar serbios y húngaros, y que debería cruzar en un puesto mas grande. Mientras tanto el joven policía se llevó mi pasaporte a las oficinas y volvió con él. Les dije que estaba viajando en bici, que nadie me había comentado nada sobre la imposibilidad de pasar por allí y que no podía hacer kilómetros como un coche de un lado a otro. Intenté crear buena atmósfera comentándoles de donde venía, lo que había visto, pero ellos no cambiaron la cara y devolviéndome el pasaporte me dijeron que no y que el puesto fronterizo mas cercano se encontraba cerca de la ciudad de Subotica a 50 km en dirección noreste.

Con cara de odiar a los funcionarios más que otra cosa en el mundo empecé a pedalear esta vez en contra del viento, con lo que mi humor iba empeorando minuto a minuto. Estaba seguro de que yo fui una de las únicas 6 personas que llegaron a aquel puesto en todo el día y para controlar toda aquella marea humana había cuatro personas. Seguramente les puse algo de alegría en su monótona jornada laborar y aún y todo no me dejaron pasar, porque no se podía. Cual era el problema, contrabando de ropa sucia? Me dieron ganas de cruzar la frontera por el medio de algún cultivo, pero no me veía con fuerzas de escapar en medio de un maizal de la policía serbia. En cuanto gire de dirección el viento paso de frenar mi movimiento a hacerlo imprevisible, soplando esta vez de lado y en ráfagas. Del mismo modo pasé del mal humor a la indignación que se fue disipando poco a poco según llegaba al siguiente puesto fronterizo. Pero no, el país que me había brindado agradables momentos parecía no estar dispuesto a dejarme escapar.

Había más edificios en este puesto y algo de tráfico. Hice cola detrás de los coches y vi como dos agente inspeccionaban una furgoneta y al comprobar el contenido de una bolsa llena de algo verde, sacaron unas ramas con redondeadas hojas. Estuvieron un buen rato discutiendo sobre qué era, mirando la planta y oliéndola. No soy un experto en botánica, ni en cocina, pero se veía de lejos que eran hojas de albahaca. Cuando tocó mi turno le di mi pasaporte al agente y tras quitarme el casco para que comprobara que era el de la foto, vi como el señor ponía mala cara y me indicaba un sello de Serbia, que yo no tenía ni idea de su existencia. Los graciosillos del otro puesto fronterizo me habían puesto un sello sin que yo lo viera y sin que me dijeran nada. La verdad, no me pare a comprobar si me habían puesto un sello o una receta de cocina. El policía intentó explicarme algo, pero como no sabía mucho ingles, llamo a una compañera. Yo, harto de tanto chorrada para cruzar una raya imaginaria y bastante irritado, les expliqué con forzada calma que el sello me lo habían puesto en otra frontera el mismo día y les mostré en el mapa indicándoles en que lugar fue. No sé que comunicación tienen entre las distintas aduanas, pero yo les decía que llamasen a sus compañeros perezosos del otro puesto pues estaba seguro de que se acordarían del único ciclista que vieron en todo el día y que no dejaron pasar. Los coches se acumulaban detrás mio y los conductores salían para ver que pasaba pero a mí me daba igual, yo pasaría si o si. Tras unos minutos en los que ni yo, ni creo ellos entendían cual era el problema, me dieron el pasaporte y me dijeron que tirara para delante mientras miraban con cierto aburrimiento la larga fila de coches que esperaban su supervisión.

Qué pena que un país en el que había acumulado bonitos recuerdos me despidiera con la incompetencia de los funcionarios de la frontera. La verdad, no son muy buenos embajadores de su país, aunque supongo que les dé absolutamente igual.

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