Rodadas. Una comunidad de cicloturismo y viajes en bicicleta
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Intenté alejarme lo más deprisa posible de la zona de negocios cutres y sospechosos que rodean los alrededores de las fronteras y paré en un supermercado con intención de comprar una botella de agua, pues no había visto ninguna fuente y además me venía bien una botella de más en mis alforjas. Nada mas entrar en la tienda me di cuenta de mi error, solo tenía euros y en la República de Bulgaria la moneda en curso era el Lev. En realidad ya sabía que mis monedas no me servirían de nada durante el viaje excepto en Eslovaquia, pero tenía intención de cambiarlo en los puestos de cambio de divisa o sacar de algún cajero automático, cosa que olvidé por completo. Una buena sonrisa a la cajera mientras le enseñaba mi billete de 5€ fue suficiente para que me lo aceptara, dándome las vueltas en moneda propia. Claramente no tengo ni idea si fue legal la señora al darme el cambio o me estafó y me devolvió de menos, pero eso me pasa por no saber tampoco cuanto valor tenía el Lev respecto al euro. Un truco que suelo utilizar para calcular más o menos el valor de cada nueva divisa que tengo entre manos es mirar los precios de los carburantes en cada gasolinera. En el momento que realicé el viaje el diesel estaba entorno al euro y pico por Italia. El cálculo era simple, un litro de gasoil= X, X=1€. Ya se que el error puede ser bastante grande, pero es mas preciso que mirar al personaje que aparece impreso en el billete y pensar ‘cuanto eres de importante para tu país, señor con cara de serio?’

El acceso a natural desde Grecia a Bulgaria te lleva por un valle en el que como suele ocurrir en estos casos todo el tráfico se concentra en la carretera principal que sigue el serpenteante rió central. Con la intención de evitar estos molestos compañeros motorizados opté por ir por las pequeñas carreteras secundarias que discurren a los lados del valle conectando los distintos pueblitos. No había mucha opción, básicamente tenía que elegir entre la ladera occidental u oriental. Me decanté por la primera, pues al nordeste de la provincia de Благоевград (Blagoevgrad) donde me encontraba se situan las montañas más altas de los Balcanes denominadas Рила (Rila) que tienen como punto más cercano al cielo el monte de Мусала (Musala) con sus 2925 metros.

Recorrer un país como Bulgaria por las carreteras más pequeñas que aparecen en tu mapa te brinda la posibilidad de conocer la parte mas rural y en mi opinión más autentica del lugar y también poner a prueba tus huesos, ligamentos y la resistencia de tu compañera metálica. Cada vez que llegaba a un pueblo el asfalto desaparecía y dejaba lugar a una pista que recordaba a un queso emmental donde los agujeros era charcos de agua y el queso, barro. El “estilo arquitectorino” denominado como feismo también estaba muy difuso en la zona y parecía encajar perfectamente con el queso emmental como si fuera un plato de alta cocina.

Mientras recorría las rugosas carreteras tranquilamente pensando que quizás era el único ciclista por esos lugares me encontré de frente con una pareja de viajando al mismo estilo. Según nos vimos de lejos se nos dibujo una sonrisa a los tres y no dudamos en parar para charlar un rato y soltar la inevitable pregunta de ‘de donde vienes y a donde vas’. Resulta que eran una pareja de belgas que llevaban unos tres meses o algo así de viaje desde su tierra hasta nuestro encuentro. Se dirigían ha Grecia a pasar el verano y luego proseguían hacia China tras los pasos de la ruta de la seda. Como los dos sabíamos mas o menos lo que encontrarían los otros en los próximos días, non intercambiamos consejos sobre donde dormir, que ver y que carreteras evitar. También comentamos el material como si se tratase de un foro sobre las mejores formas de viajar ‘y que tal con esos pedales, son cómodos?’’el hornillo es de gasolina verdad? Que tal para comprarlo en las gasolineras?’’van bien esas alforjas?’’me mola tu sillín’’seca rápido la camiseta?’. Podríamos estar horas hablando del material, contando historietas y sueños, pero cada uno tiene que seguir su camino asíque sacamos una foto para el recuerdo y seguimos pedaleando en direcciones opuestas.

Los encuentro de este tipo me cargan de energía y ánimos y veo claramente que ese es el modo de viajar que me gusta, el que me hace sentir bien con migo mismo, el que llena el vacío en los momento que no se muy bien lo que quiero. Decidido, seguí pedaleando disfrutando del paisaje y me di cuenta de que iba mas rápido de lo normal. La envidia sana que me daba el hecho de saber que la pareja belga iba dirección lejano oriente se convirtió en adrenalina que circulaba por mi sangre y hizo que pedalease inconscientemente con más ganas. Tras unos kilómetros a ese ritmo, mis piernas se percataron que las alforjas no están llenas de aire y bajé el ritmo.

En los alrededores del pueblo llamado Рила (Rila) en las faldas de las montañas del mismo nombre se extiende una zona de suaves colinas donde pude disfrutar de extensas viñas con modernas instalaciones que según pude deducir de los carteles, se trataba de un lugar para la investigación de cultivos vinícolas. Ya encaminado hacia София (Sofía) fui atacado por uno de los innumerables perros que se vuelven locos tras el paso de un ciclista. En realidad fui atacado por más de uno, pero con un pequeño sprint solía dejarlos atrás con la lengua fuera y jadeando (al igual que yo). Pero esta vez por lo visto la carretera que se situaba delante de la casa del chucho debía ser muy transitada por ciclistas y el animal a fuerza de entrenar se encontraba en buena forma. En el momento del ataque aumenté mi velocidad, empecé a hacer gestos como que le tiraba piedras e intentaba darle patadas en el morro (todo un show muy divertido para los chavales que me veían) pero el perro estaba decidido a morderme y tras un intento fallido a mi zapatilla, logró hincar el diente en mi alforja derecha. Todo se quedo en un susto y dos agujeros del tamaño de sus dientes en la alforja, pero desde ese momento y hasta salir de Serbia llevé siempre una cuantas piedras en el bolsillo trasero de mi cortavientos por si me encontraba algún otro perro con sangre de Usain Bolt.

La entrada a una gran ciudad suele ser bastante fea y desagradable en general. El tráfico aumenta por momentos, el estado del asfalto empeora y los caminos se vuelven carreteras y las carreteras autopistas de circunvalación. La capital búlgara no fallo a las predicciones y cumplió todas las condiciones e incluso algunas más como extra. En este caso la suciedad al borde de las carreteras. No sé de dónde salía tanta basura, pero tenía toda la pinta de que la gente echaba las bolsas de basura desde el coche o que los camiones de basura descargaban su contenido en lo que debiera ser ‘la hierba junto a la carretera’. Tras tantos kilómetros con tanta suciedad en los costados del camino decidí que si por alguna situación peligrosa perdía el control de la bici y tenía que caerme al suelo, elegiría el ‘no esta tan sucio en realidad’ duro asfalto antes que el ‘que asco da’ mullidito montón de basura. Cuando estaba en la periferia de Sofía donde se mostraba la cruda realidad de la pobreza de las chabolas, tuve ante mis ojos una imagen un poco surrealista: ‘ante mis pies se extendía un prado en el que la hierva y las flores convivían con las bolsas de basura rotas y unas vacas pastaban buscando algo fresco entre tanto desecho, detrás se veía el caos de la ciudad y de fondo el monte Витоша (Vitosha) de 2290 metros de altitud que es parte del primer parque natural de la península balcánica.

Tras llevar una semana de pueblo en pueblo había vuelto a una gran ciudad. Sofía tiene más de un millón de habitantes, lo que le coloca como la 14ª ciudad más grande de la Unión Europea. Siendo la capital supuse que los edificios más importantes del país se encontrarían allí, así que en cuanto llegue al baratísimo hostal donde pase dos noches le pregunté al recepcionista 'no soy un buen turista y no quiero organizar una visita meticulosa a la ciudad. Simplemente a donde voy y que veo?' El chaval dudó un poco, en parte por la pregunta directa y en parte por hacer ver que en la ciudad había muchas cosas donde elegir. Me mandó directamente bulevar Tsar Osvoboditel donde se encuentran entre otros el palacio real de Sofía, algunos museos nacionales y pequeñas joyas como la Ruska tsarkva o iglesia rusa. Cerca de esta última pude contemplar la catedral-monumento San Alejandro Nevski que es una de las mayores catedrales cristianas ortodoxas del mundo y un ejemplo importante de la construcción relacionada con el movimiento religioso. Este edificio de estilo neo-bizantino fue construido en honor a los 200.000 soldados rusos caídos durante la guerra turco-rusa (1877-1878). Siendo una ciudad antigua se pueden encontrar algunos edificios de cuando la ciudad era conocida como Serdica, como por ejemplo la iglesia de Sveti Georgi construida en el siglo IV, que durante su larga vida paso a ser lugar de culto de distintas creencia y donde se conservan importantes frescos del los siglos XII-XIV. 

Después de un par de días en el caos urbano necesitaba sentir la el aire recorriendo mi cara y me puse rumbo a Serbia. La frontera se encuentra a unos 60 kilómetros por la carretera mas rápida, pero tenía miedo de que hubiera gran tráfico de camiones por esa ruta, pues no hay ninguna autopista hacia Serbia, asi que opté por la ruta un poco más larga pero más tranquila y entretenida. Cuando cogí otra vez la carretera principal para cruzar el paso fronterizo me di cuenta de que hay poquísimo tráfico entre los dos países, apenas algún camión que otro. Las últimas pedaladas por tierras búlgaras las recorrí un poco perdido, mirando una y otra vez el mapa preguntándome donde me había desviado para acabar en un camino de grava con grandes surcos de riadas. Cuando llegué al pueblo fronterizo de Kalotina pude comprender de que no me había perdido, de que la carretera numero 8001 de Bulgaria era aquella por la que había bajado una larga cuesta a pesar de las advertencias de un señor que me decía 'crazy! no, no, bike, no'. 

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