Como no nos ha seducido demasiado la excursión, nos volvemos a Bergen en bus. Milagrosamente conseguimos meternos en el autobús, con las bicis, y el conductor no nos pone pegas, aunque la verdad es que estorbamos bastante porque no hay casi sitio.
Paseamos tranquilamente por el centro de Bergen, que es pequeñito y agradable, con intención de ir más tarde hacia el camping de nuevo. Pero la casualidad quiso que nos encontráramos con una compañera de universidad de Myriam que estaba trabajando en uno de los puestos del muelle, y más curioso aún fue que además era compañera mía de oposición. Esta vez sí que aceptamos su invitación a quedarnos a dormir en su casa. Pasamos un rato muy agradable cenando con ella y su compañera de piso, también de Madrid, y pudimos conocer mejor la vida de la gente que trabaja en Bergen. Muchos de ellos trabajan muy duro durante la temporada de verano para luego poder viajar el resto del año.
Dormimos en camita, mientras el tiempo se volvía a estropear fuera, todo un lujo!