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ETAPA 8 – Entre Valloire i Bourg d’Oisans

  • 13 de August de 2009
  • 75 kms

  • Dificultades: Col del Galibier (2.645 m)
  • Distancia total etapa: 75,43 Qms
  • Velocidad media: 16,9 Qms/h
  • Velocidad máxima: 49,1 Qms/h
  • Tiempo total: 5h 30 min 00 seg (aprox porque se me paró el velocímetro)
  • Tiempo real pedaleando: 3h 50 min 55 seg
  • Desnivel positivo etapa: 1.215 m
  • Desnivel negativo etapa: 1.925 m
  • Desnivel acumulado positivo: 9.265 m + 1.215 m = 10.480 m
  • Desnivel acumulado negativo: 8.468 m + 1.925 m = 10.393 m
  • Desnivel acumulado total (positivo + negativo): 20.873 m

Aquel día tocaba subir el mítico Galibier. La primera referencia que tengo de este puerto se remonta al año 1993. Aquel mes de julio los amantes del ciclismo disfrutamos de un duelo de los que hacen afición. Un navarro y un suizo luchavan por aquella edición del Tour. Indurain y Rominger amenizaron las sobremesas de ese verano con un espectáculo inigualable, ni tan solo en las épocas del tejano Lance Armstrong, se vivió algo igual, entre otras cosas, porque pocos corredores consiguieron hacerle sombra…

Apalancado comodamente en mi sofá, me quedé sorprendido de aquel puerto tan largo y duro y que los ciclistas se encargaron de endurecerlo aun mas con su ritmo infernal.

Años mas tarde, ya mas documentado sobre el tema, leí que el Galibier fue subido por primera vez en el Tour en la edición del año 1911, es decir, un año después del primer paso por el Tourmalet y los Pirineos. Los cronistas de ciclismo, explican que se empezó a hablar seriamente del Tour en el momento que se introdujo la montaña en la competición.

Estos pasos montañosos franceses se abrían para acercar localidades y fueron utilizados en los grandes conflictos bélicos mundiales.

La tarde del día anterior, paseando por Valloire, me había comprado en una charcutería una variedad de embutidos que ellos anunciaban como ‘Raclette’, ya que no me había estado posible comer carne o pollo. Bajo la denominación de Raclette, había un surtido de fiambres de la región de los Alpes: jamón dulce y salado, salami, una especie de bull y algo mas que ahora mismo no recuerdo.

Tenía tanta hambre, que me lo comí todo con mucha desesperación y acto seguido, tuve que ir a descansar a la habitación porque no me sentó bien.

En la noche, tal y como hice en Bourg Saint Maurice, me levanté de madrugada a realizar una sesión de estiramientos musculares porque notaba todo mi cuerpo muy contracturado. Ya antes de ir a dormir los había hecho, así como también el masaje, pero todavía mi cuerpo no estaba lo bastante recuperado debido al esfuerzo muscular diario. Una vez finalizados los ejercicios, pude descansar muy bien el resto de la noche.

Por la mañana, ya desayunado y habiendo dispuesto adecuadamente todo el peso, empecé a rodar por las inclinadas pendientes de Valloire. Desde un principio, la carretera picaba siempre hacía arriba.

En la salida del pueblo, como es habitual, había una rotonda adornada hasta el último detalle con la imagen de un ciervo en el centro. Seguidamente, una gran roca hacía de forma natural la forma de una cueva. Dentro de la misma, se podía observar la imagen de la Vírgen de Lourdes. La supuesta laicidad francesa, yo no la veía por ningún sitio, ya que en todos los lugares se podían observar todo tipo de iconografias religiosas, iglesias, ermitas, horarios de misas, etc.

La pendiente no era suave y en un falso llano vi estacionado un mito del automóvil francés: el Citroën 2 cv. Me hice una fotografia al lado del coche.

Era bastante pronto y los rayos de sol empezavan a dejarse ver entre los puntos mas altos de los picos. El astro rey cayó encima mío en el punto de cambio de ladera, en un lugar situado a 8 quilómetros de la cima llamado: Plan Lachat.

Ya en la otra ladera de la montaña, la carretera inició unas cuantas curvas en forma de herradura con un gran desnivel.

En una curva, había estacionada una autocaravana. Sus ocupantes, preparaban la mesa y sillas plegables, todas ellas encaradas en dirección a las vistas de las montañas, con la finalidad de desayunar en plena naturaleza.

El picnic es una de las tradiciones que se podía contemplar habitualmente en Francia en las cunetas de las carreteras.

Una vez superado el tramo de curvas, se accedía a una parte llamada ‘Les Granges’ donde se ubicaba un puesto de venda de quesos. En ese momento, yo me encontraba a 5 quilómetros de la cima y un hombre me dijo: ‘Bon courage’. Era un lugar con una gran amplitud, muy abierto, rodeado de grandiosas montañas y desde donde ya se podía visualizar la cima.

La carretera todavía tenía las pintadas del paso del Tour de ediciones anteriores. Constantemente transitaban: autocaravanas, motos y ciclistas.

Llegué a un desvío que daba acceso a un túnel. Era para evitar hacer el último tramo que pasaba por la cima y estaba regulado por un semáforo con paso alternativo en los dos sentidos. Por allí las bicicletas tenían prohibida su circulación, pero los ciclistas queríamos coronar y en ningún caso pasar por el túnel.

Torciendo por el desvío hacia la izquierda, el que lleva a la cima, justo a nuestra derecha, dejábamos un bar, y en la primera curva, me esperaba un fotógrafo profesional identificado con un peto fluorescente. Ese hombre me hizo una foto y, acto seguido, me dio un cartoncito con un número inscrito que me daba opción a comprar la imagen a través de Internet.

La altitud de esas últimas rampas superaba los 2.600 metros, pero mi cuerpo resistía perfectamente el esfuerzo.

Ya en la cima, tuve que hacer cola para poderme hacer una foto en la placa del puerto. La vista desde allí arriba era espectacular con las montañas nevadas y sus glaciares. El frío era importante y tuve que hacer uso de ropa. Minutos mas tarde de estar por allí, contacté con un ciclista de Mollet del Vallès.

Decidí empezar el largo descenso, tal y como pasó en el del col del Iseran, es decir, muchos quilómetros en los que únicamente dejaría caer la bici mientras contemplaba ese majestuoso paisaje montañoso.

Inmediatamente después de empezar a bajar, encontré la otra boca del túnel y el monumento dedicado al creador del Tour de Francia, un monolito de homenaje a Henri Desgrange. Al lado del monumento, otro vez un bar y todo un surtido de productos de souvenirs de la zona.

El descenso era constante y con grandes vistas a los glaciares. Aunque cueste de creer, los descensos tan largos también son cansados, pues el cuerpo mantiene la misma posición durante muchos minutos, por este motivo, en el Col del Lauteret me tomé unos minutos de receso y me comí unas avellanas. Desde ese punto, se puede girar a la izquierda en dirección a Briançon, o bien hacia la derecha, que es hacia donde me derigí. Se trata de otro largo descenso hasta Bourg d’Oisans que es el quilómetro cero del col de Alpe d’Huez.

Bourg d’Oisans es una localidad que vive de manera muy especial la bicicleta: escaparates adornados con bicicletas, banderines en las calles, maillots amarillos en las ventanas…. Además pude visitar una exposición donde se mostraban las bicicletas de época que han participado en el Tour de Francia en sus diferentes ediciones, en especial, las que participaron en la carrera durante las primeras décadas del siglo XX.

Esa localidad tenía varias tiendas de venta y alquiler de bicicletas e incluso, en un establecimiento se ofrecía gestionar el cronometraje de la subida al Alpe d’Huez, eso si, previo pago de 10 euros.

También había una tienda donde se hacía la venta de fotografías que los fotógrafos profesionales habían realizado a los ciclistas y motoristas, por los diferentes puertos de la zona. Únicamente hacía falta entregar el cartoncito con el número identificativo.

Cuando ya estaba sentado en un restaurante situado en la calle principal con la intención de comer un pollo con patatas fritas, algo que no pude hacer aun hasta ese momento, entonces apareció el cocinero y me dijo que no podía servirme ese menú. Yo, muy educadamente, me levanté y me fui. Otra vez acabé en un supermercado quedándome con las ganas de comer carne.

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