Rodadas. Una comunidad de cicloturismo y viajes en bicicleta
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Resumen del viaje y algunas fotos

  • 7 de September de 2009

Desde el punto de vista “técnico”, aunque teníamos alguna experiencia menor en viajar en bici, este ha sido nuestro primer Viaje en bicicleta. Hemos descubierto sensaciones inesperadas, algunas esperadas, y otras… La sensación general de un viaje en bicicleta es la sensación de independencia. La sensación de no tener limitaciones en el espacio. El ritmo del viaje es el adecuado para avanzar, a la vez que para respirar el lugar en el que estás. La velocidad es adecuada para saludar a todo aquel que se vuelve a hablar contigo, a animarte en la cuesta, a invitarte a un té o a dormir en su casa. Si hace calor te paras, si el paisaje es interesante te detienes, si quieres avanzar, cuando llega la cuesta abajo, sueltas los frenos.

Llegar a Tabriz en Irán a las tres de la mañana, a un aeropuerto en el que no se entiende ni el cartel de Exit, tiene su punto. Mi primera sensación fue de hostilidad hacia nosotros. No podía sacar las cajas de las bicis de las cintas de equipaje y la concurrencia me miraba, creía yo, con una indiferencia despectiva, el tipo de los pasaportes quería abrirlas y ver qué había dentro, que no entorpeciéramos el paso,… tras alguna gestión estábamos en la calle, montando las bicis a la luz de una farola. Lo primero que conseguí fue pinchar por la válvula mi rueda trasera al inflar. Lo segundo fue descubrir que las cámaras que llevaba de repuesto tenían una válvula demasiado gorda para mi llanta, y lo tercero, alá es grande, fue descubrir que Paco también se había equivocado con sus cámaras, y siendo de válvula ancha, las había traído de válvula fina. ¡Uf! Pedaleamos a Tabriz, son las cinco de la mañana, está a 7 u 8 Km, hace una temperatura perfecta, nos movemos en el norte de Irán, la sensación es genial.

Había leído que una de las características de los iraníes es que son muy hospitalarios. Siempre que leo esto en alguna crónica, tengo cierta duda si no estarán elevando a categoría la anécdota. Si de algo os vale mi resumen, y tras algunos viajes ya a las espaldas, desde mi punto de vista, la hospitalidad y cortesía que descubrimos en este país, es algo absolutamente excepcional.

Dos días después, a las cuatro de la mañana, con 4,5 litros de agua cada uno salimos de la ciudad para coger las pistas que deben llevarnos a la frontera de Armenia. Hay dos rutas de asfalto, pero por su longitud, para evitar lo más posible el tráfico y porque nos apetece mucho, preferimos ir por pistas de forma más directa en dirección norte. Os recomiendo que para otras excursiones que hagáis de este estilo, llevéis un buen mapa, y así no os pasará como a nosotros, que una hora después de iniciar la pista ya estábamos perdidos. La otra recomendación es que antes de insistir más y más en el error, volváis al último punto conocido, y así tampoco os pasará como a nosotros, que anduvimos “relativamente” perdidos las siguientes 4 ó 5 horas hasta que por suerte o por nuestra pericia, dimos con el valle que debíamos haber cogido desde el principio. Dado que Alá es grande, nada más llegar al valle, un hospitalario iraní, además de invitarnos a yogur y té, nos hizo un mapa sobre la marcha, que por una carretera de asfalto llevaba al sitio que queríamos de forma relativamente directa. Así que como nuestro plan original era bastante flexible, no lo seguimos en absoluto.

Tras un par de días y pico de pistas, carreteras, y disfrutar de la hospitalidad iraní, cruzamos la frontera Armenia. Armenia es una ex-república soviética en la que los rusos aún tienen soldados, y banderas, además de restos industriales por doquier. El norte de Irán es un desierto montañoso, el sur de Armenia es Irlanda en el Cáucaso, en el pequeño Cáucaso. Pasado el río que separa estos países nos quitamos los pantalones… largos, pues en Irán también los hombres debemos ir recatados. Entramos en el reino del Vodka, el vino y los brindis. La zona sur es montañosa, anduvimos entre 1000 y 2500 metros, siempre nublado. El desayuno de Tatev quedará grabado en mi memoria como el mejor de mi vida, desde muchos puntos de vista, pero sobre todo, desde el punto de vista de las viandas: ¡qué barbaridad!

Con algunos retazos de fiebre nos encaminamos hacia Sisian. Una buena etapa, con una mejor siesta. Desde aquí, en una furgoneta llegamos a Yerevan. Frente a la capital: el Ararat, y entre ambos, una infranqueable valla fronteriza entre Armenia y Turquía. Yerevan entre otras cosas se caracteriza por que produce pinchazos en las bicicletas, tenedlo en cuenta si vais. También por no parecerse en nada al resto del país, y porque de esta ciudad es Esveta, una amiga de Michael encantadora. También conocimos dos ciclistas iraníes que estaban haciendo nuestra misma ruta. Con un tren, otro día de fiebre y otro pinchazo pasamos el día entre Yerevan y el lago Van. Ir al lago Van parecía obligatorio, pero no lo es. Desde aquí, no dejamos de pedalear hasta Trabzón. El terreno gana altura y suavidad. Una especie de valles suizos, con niños rubios de ojos azules vendiendo manojos de zanahorias a la orilla de las carreteras. Una buena cuesta abajo hasta Vanazdor y una agradable noche de tienda bajo la lluvia.

El día siguiente es uno de los mejores del viaje. No conseguimos en todo un día gastar un solo Dram en mantenernos o dormir. El pan, los tomates y el queso nos los regalaron unas mujeres por ayudar a un hombre que tenía un ataque de ciática. La miel nos la regaló una mujer porque sí, el almuerzo gentileza de “Tío Alberto”, que así le bautizamos recordando la canción de Serrat, y con el que gracias a Paco, no quedamos muy mal en la competición de Vodka, y ya a última hora, Vagan nos invitó a cenar, dormir y desayunar en su casa. Esto combinado con uno de los tramos más bonitos de todo el viaje hizo que este día lo recordemos con mucho cariño.

Dejamos Armenia a través de unas estepas a gran altura en las que millones, o seguramente miles de millones de flores cubren una pradera hasta donde alcanza la vista, en las laderas de los montes del final del anchísimo valle. Georgia nos recibe con una bandera la Unión Europea, sonrisas, una carretera de tierra horrible llena de camiones y polvo. Aquí como en Armenia es la virgen la que se ocupa de nosotros, y nos regala con una cuesta abajo de muchos kilómetros a lo largo de un río precioso. Dormimos en casa de Mazzia, una georgiana de origen finlandés, con esa pinta que uno se imagina de una georgiana de origen finlandés. Desde aquí, sin peso por unas horas vemos la Cave city de Vardzia. Curioso complejo de cuevas en un acantilado.

Nueva encrucijada para decidir ¿Playa o montaña? o sea, a Trabzón por el monte o por la costa del mar negro. Playa. Nos apetece mucho llegar a Batumi, en la costa de Georgia, y sobre todo pasar por una pista que se eleva a un puerto por un bosque encantado lleno de setas gigantes, familias encantadoras, asfaltos mágicos, pistas con gusanos come ruedas, wolkies, o sea lobos, osos,… y algunas otras cosas que no cuento por si alguno no puede dormir… La niebla (también mágica claro), la lluvia cada vez más insistente y la inminente noche nos recomendó intentar dormir en el pueblo del puerto. Como era lógico hotel niet (no), y como ya era habitual también, alguien nos invitó a su casa a pasar la noche. En una casa de madera, en la que la planta baja estaba ocupada por la habitación de Viky, la vaca, que al moverse hacía temblar el resto. De las cuatro piezas de la planta de arriba, una tenía el fogón con varios pucheros encima. Estábamos mojados y algo hambrientos, aunque hacía unas horas una alegre familia georgiana nos había invitado a comer y a beber vodka claro. En este caso, Michael dejó el orgullo patrio en muy buen nivel. Auto y su familia, su gena (esposa) y Matia, su encantadora hija y sus dos sobrinos, nos hicieron recordar las cosas importantes de la vida: el calor de la lumbre cuando hace frío, beber vino con unos desconocidos, que no es necesario un idioma común para comunicarse, como en el rincón más inhóspito las mujeres son coquetas y los hombres cariñosos, que es importante saber dónde están los lobos y dónde no,… y muchos brindis y risas, sensaciones que aún hoy nos hacen recordar esta noche como uno de los mejores ratos de todo el viaje.

Pero nunca llovió que no escampara, dicen en Asturias. Sale el sol, estanos a 2100 metros, los wolkies no se acercan por el día, y nuestro destino está a 120 Km en el mar. El desnivel previsto, aunque parezca mentira aún nos da para polemizar algo, en todo caso es netamente favorable a los ciclistas. No así el firme, una indecente pista de 30 Km antes del asfalto en las que hasta hay que cruzar a pie un río. Vemos la puesta del sol en Batumi, estamos muy contentos, alguno incluso borracho…

De aquí a Trabzón hay 220 Km a nivel del mar. Tiene su punto, pero ya es otra fase, es un epílogo curioso, no meter el plato pequeño en todo un día. Trabzón, empaquetar las bicis, paso por Estambul, hamman, barbería,… esto se acaba… Hoy, desempaquetando la bici, me he alegrado al verla, me he dado cuenta que la echaba de menos.

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