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Horná Zlatná - Esztergom

  • 9 de September de 2014
  • 105 kms

A pesar del desgaste físico y los percances de la jornada anterior, me levanté lo más pronto que pude para aprovechar la luz del día. Sobre las 8 y media, en ayunas, y dejando a los caniches que habían salido de nuevo a recibirme, me puse a rodar en dirección a Komárno, donde llegaba tras 40 aburridos minutos por carretera. Lo primero que hice fue parar en un Tesco. Allí me compré una berlina de chocolate y de paso también grasa para la cadena. Desde el principio del viaje, la bici hacía un ruido infernal y, tras varios días buscando el bote de grasa, había llegado a la conclusión de que me lo había dejado en casa. La siguiente parada fue para hinchar las ruedas en la gasolinera de al lado, así que, en menos de 15 minutos, conseguí reducir bastante la fricción en el pedaleo que estuve sufriendo durante cuatro días.

A las 10 de la mañana llegaba al centro histórico, donde no sólo desayuné sino que acabé también comiendo generosamente en el mismo restaurante, y todo por menos de 9 euros, aunque invirtiendo bastante más tiempo de lo deseado. A continuación, me pasé por la plaza de Europa y por el fuerte medieval de la población, para luego cruzar el Danubio y entrar de nuevo en Hungría. En definitiva, una mañana bien aprovechada visitando Komárno, que me acabó encantando, y después su hermana Komaróm, la cual me pareció menos agradecida a pesar de recorrerla de punta a punta de una fortificación a otra.

En este momento de la jornada, y como nunca aprendo la lección, decidí seguir la ruta tomando de nuevo un itinerario alternativo que me separaba del Danubio y me conducia hasta la pequeña ciudad de Tata, con el objetivo de poder disfrutar de paisajes diferentes. Esto significaba dar un buen rodeo pero también adentrarme en un terreno más montañoso y complicado, aunque el ascenso hasta la ciudad es aún bastante suave, y el paisaje y el cielo compensaron totalmente el esfuerzo. Por el camino, comprobé que no era yo el único ciclista que habia decidido tomar esa ruta, y, entre otros, me encontré precisamente con 6 catalanes que estaban haciendo el mismo viaje que yo, solo que ellos iban en grupo y con bicis alquiladas. Una de las señoras me preguntó si iba solo y, al confirmarle, me contestó con un "pues tiene mérito". 

Tata se encuentra adosada junto al lago homónimo, a lo largo del cual se extiende un paseo donde sus habitantes acuden a relajarse o hacer deporte. Fue allí donde me sobrevino lo que yo llamo el efecto "into the wild", que no es más que esa sensación que tienes cuando haces un viaje pseudo-nómada como este y, al llegar a cierto sitio, te gusta tanto que querrías quedarte días o incluso semanas, hasta aburrirlo. Pero sabes que debes marcharte y seguir adelante ya que es lo que te propusiste. Tras la visita completa de la ciudad, eran ya cerca de las 6 de la tarde, el cielo se había puesto amenazador, y mi objetivo de llegar a Esztergom quedaba todavía bastante lejos pero estaba decidido a continuar. 

A partir de aquí, la etapa se convirtió de nuevo un quebradero de cabeza. El ascenso hasta Dunaszentmiklós es exigente, así que mi pedaleo perdió velocidad y yo me desgasté física y anímicamente segun veía caer el sol. Una vez coronado el puerto, me esperaba una magnífica panorámica del valle del Danubio pero no podía entretenerme demasiado. Tomé el descenso, corto y vertiginoso (sobre todo por el estado de la carretera) y, en nada y menos, estaba ya en la carretera principal en dirección a Esztergom. El sol se puso y yo empecé a rodar acusando el cansancio por una vía bastante transitada, por lo que pensé en parar a hacer noche en algún sitio improvisado como la noche anterior. Pero cuando me lo planteé seriamente estaba ya en medio de una zona industrial en la que ni podía ni me apetecía alojarme, así que seguí pedaleando con derrotismo hasta me encontré a otro ciclista con enormes luces y buen ritmo, al que me animé a seguir durante un buen rato, hasta que nuestros caminos se separaron. Los últimos kilómetros los rodé a solas, con mi propia luz y un tanto desorientado, pero finalmente conseguí llegar a Esztergom entero, aunque con las rodillas a punto de explotar.

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