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Día 4. Gyor - Horná Zlatná

  • 8 de September de 2014
  • 71 kms

El cansancio con el que acabé la jornada anterior hizo que por la mañana me levantara relativamente tarde. A pesar que por la noche me había llevado una impresión no muy buena de la pensión por las malas indicaciones y los problemas de comunicación con la dueña, la luz del día me hizo ver las cosas de otra manera y pensé que no había sido tan mala elección. La casa se había quedado sin luz a primera hora de la mañana pero el día amaneció despejado, había descansado bien, a buen precio, y tenía el desayuno incluido, el cual me sirvió la otra dueña de la casa, que sí hablaba un fluido inglés e incluso me hizo un pequeño descuento por el corte eléctrico.

Tras el desayuno, salí a explorar Gyor disfrutando de la primera jornada calurosa del viaje, y visitando la ciudad se me echaron las horas encima. Cuando decidí salir de allí era ya bastante tarde pero, aún así, escogí una ruta alternativa que daba un rodeo  para poder volver a pisar tierras eslovacas. El viento a favor y el calor me animó durante las primeras horas de pedaleo pero, según iba acercándome al Danubio, la carretera principal se fue convirtiendo en secundaria, y la carretera secundaria en un simple camino asfaltado. Al llegar a Nagybajcs tuve el primer aviso. Iba yo siguiendo la carretera cuando, en una bifurcación que yo apenas distinguí, un lugareño me avisó diciéndome en húngaro algo de lo que solamente pude entender “Medvedov?”. Le dije que sí, que iba hacia Medvedov, y entonces me indicó que no era por ahí, que debía girar a la izquierda. Seguí sus instrucciones y poco después, revisando el mapa, comprobé que, efectivamente, la carretera tomaba allí un giro de 90 grados, lo cual resultaba bastante confuso teniendo en cuenta que no había ninguna indicación, y que la anchura y el estado del asfalto era el mismo que el de cualquier otra calle del pueblo. Unos minutos más tarde, llegaba a Vamosszabadi, donde cometí el gran error del día.

Tomé un atajo que conduce casi directamente al puente que cruza el Danubio, un camino corto aunque en su mayor parte sin asfaltar, salpicado de barro y grandes charcos. El atajo desemboca en un camino de grava que estaba en obras y fue allí donde me acabé de desorientar. Sin mirar el mapa, giré con seguridad a la derecha, y empecé a pedalear con dificultad entre la grava sin ser consciente de que iba en dirección opuesta al puente, y en paralelo al río. La belleza del paisaje y la tranquilidad de la zona influyeron sin duda para que mi distracción se prolongara, pues volví a pasar por Nagybajcs (por el lado opuesto del pueblo) sin darme cuenta, y no fue hasta que llegué a Szögye que pensé que algo no cuadraba. Volví a revisar el mapa, y se me cayó el alma a los pies. No sólo estaba alejándome del puente, sino que además el camino que estaba siguiendo no tenía alternativa posible, pues me estaba adentrando en una isla del Danubio sin salida alguna. Había perdido alrededor de una hora, y tocaba dar vuelta atrás, y tenía que hacerlo por ese camino de grava que me había provocado un importante desgaste físico y moral. Mientras deshacía el camino, me venían múltiples pensamientos negativos a la cabeza. Como cuando me volví a encontrar con el perro de una casa cercana con el que me entretuve un buen rato, y me dio por pensar que nunca me debí haber encontrado con ese perro si no me hubiera desorientado.

Una vez deshecho el camino, alcancé finalmente el puente que atraviesa el Danubio y, minutos después, llegaba a Medvedov, nuevamente en tierras eslovacas. Exhausto, hice una breve parada en este pueblo minúsculo y sorprendentemente tranquilo teniendo en cuenta que está pegado a una carretera cuyo tráfico de camiones es abrumador. Compré algo para salir del paso en un tienda del pueblo, y comí allí mismo, en un pequeño parque, mientras pensaba en que la tarde ya estaba cayendo y estaba aún muy lejos de mi objetivo. No quería pedalear de noche, así que me puse en marcha rápidamente y seguí con la ruta sin apenas más paradas por una carretera secundaria bastante tranquila. En Trávnik, al encontrarme con una bifurcación, revisé el mapa de nuevo y comprobé que si continuaba por la izquierda llegaría a Toñ, donde podría enlazar directamente con la carretera que conduce a Komárno, y de esa manera acortar algunos kilómetros. La idea fue buena, aunque mi desgaste era tal que la distancia entre Trávnik y Töñ me pareció enorme, el sol ya se estaba escondiendo, y la carretera de Komárno, como era de esperar, tenía un trafíco bastante alto como para rodar de noche.

Como aún no había reservado alojamiento, me dije que, en caso de encontrar algún zimmer por el camino, improvisaría y me quedaría allí a dormir, recuperando el atraso al día siguiente con un buen madrugón. Así, me puse a leer atentamente todos los carteles que me iba encontrando por la carretera, sin mucha suerte hasta que cerca de Horná Zlatná, pero realmente en medio de la nada, encontré una pensión (Zlata Ryba) que bien se podría llamar hotel, así que entré a preguntar. En el aparcamiento había sueltos dos perros caniches que me recibieron a ladridos, uno de los cuales no se quedó conforme y me acabó mordiendo el tobillo, dejándome los dientes marcados. Entre eso y la falta de interés del encargado al preguntarle por la habitación, se me empezaron a quitar las ganas de pasar la noche allí. Pero no tenía muchas opciones, así que me quedé aceptando un precio que después el encargado me rebajó como perdonándome la vida. Todo esto no habría sido para tanto de no ser porque, tras ducharme, bajé al restaurante, y el encargado me dijo que estaba ya cerrado, sin ninguna opción, sin que fuera especialmente tarde, e incluso recriminándome que yo no le había avisado que quisiera cenar. Suerte tuve de tener en la mochila algunas barritas energéticas y un plátano, los cuales devoré en la puerta del restaurante mientras los mosquitos de la zona se cebaban en mí.

 

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