La segunda noche en el albergue de Bratislava no descansé tan bien como la primera, ya que tenÃa dos compañeros de habitación que me despertaron de madrugada cuando regresaban de alguna fiesta. Aún asÃ, me levanté a la hora prevista pero, cuando estaba ya dispuesto a salir, comprobé que llovÃa de nuevo, asà que decidà desayunar en el mismo albergue para hacer un poco tiempo. No sirvió de nada porque finalmente sali de la ciudad con una llovizna débil pero insistente que se mantuvo durante toda la mañana. Aunque era algo molesta, no llegaba a calar y ni siquiera necesité sacar el impermeable por más de 10 minutos. En las afueras de la ciudad, encontré por fin una gasolinera donde poder hinchar las ruedas (no habÃa encontrado ninguna el dÃa anterior) aunque creo que al final las dejé más o menos igual. En Cunovo, me aburrà de seguir el Danubio y tomé una ruta alternativa, aunque antes me asomé para curiosear por fuera el museo de arte (en sorprendente ubicación) y despedirme del rÃo.
Poco después entraba en HungrÃa, en una zona de lo más rural, y fue entonces cuando vino lo mejor del dÃa: las nubes se marcharon, el paisaje cambió, y llegué a Dunakiliti, un pueblecillo tranquilo donde paré a descansar un rato mientras me daba el sol. Algo más tarde llegaba a Mosonmagyarovar, precioso pueblo de puentes, perros y dentistas. Allà encontré un restaurante encantador donde decidà parar a comer, y me sentà tan bien que me habrÃa quedado unas horas más. Pero tenÃa que seguir. Las piernas y los ánimos estaban reforzados, asà que estudié la ruta y me propuse acabar la etapa en Gyor. Para evitar que me pasara algo parecido a lo de la primera jornada, busqué alojamiento por internet e hice una reserva en una pensión que me habÃa parecido adecuada, para asà no tener que buscar a ciegas a la llegada.
Después de darme una última vuelta por Mosonmagyarovar, me puse en marcha y empecé a rodar en dirección a Gyor por un carril ciclista asfaltado, en muy buen estado, y bastante transitado tanto por lugareños como por turistas. El ritmo que llevaba era bueno, pero el sol caÃa más rápido que los kilómetros. Se fue haciendo tarde, el cansancio aumentaba y me fui quedando solo. La última hora la tuve que rodar de noche, con dolor de rodillas y de espalda, y con la única iluminación de la luna llena y de mi luz frontal, que esta vez sà tenÃa, pero que no era suficiente para estar en medio del campo, por lo que además tuve que reducir la velocidad. AsÃ, con mucho cansancio y paciencia, llegué a Gyor, aunque allà todavÃa tuve tiempo para desorientarme y acabar en las afueras de la ciudad, viéndome obligado a pedir ayuda a una familia para que me dijera donde estaba la calle que andaba buscando. La pensión que habÃa reservado no estaba tan céntrica como yo creÃa y cuando finalmente la encontré y pude darme una ducha, ya eran cerca de las 10 de la noche, hora en la que todos los restaurantes cierran, asà que no me quedó más remedio que pedir una pizza por teléfono para cenar esa noche tras haber recorrido más de 100 km.