Salimos del cámping de La Roque Gageac dirección norte. Pronto llegamos a la maravilla ya mencionada en el día de ayer de Sarlat la Canéda, un pueblo de tamaño intermedio bastante turístico pero sorprendente. Una pena no haber llegado allí a la hora de comer para disfrutar de uno de los bonitos restaurantes que jalonan el centro histórico.
Hoy queremos recuperar tiempo perdido, (mis hermanas nos esperan en París el día 6 de junio para pasar allí juntos el fin de semana, y hoy, 31 de mayo, aún nos queda más de la mitad del recorrido). Con esa idea avanzamos adelante. Pasamos por la aldea de Saint Amand de Coly, comemos, y lo mejor del día junto a Sarlat la Canéda llega cuando coronando un puertecito de una carretera muuuuy secundaria, vemos salir de otra carretera aún más secundaria, yo diría terciaria, a un individuo de mediana edad pedaleando sobre una de estas bicicletas plegables de ciudad que se llevan ahora, equipada con dos pequeñísimas alforjas. El individuo en cuestión, muy alto y delgado, lleva una gorra en la cabeza, y ropas desgarradas. Aceleramos un poco para ponernos a su altura, y entablamos conversación. El personaje habla inglés. Resulta ser un astrónomo de Londres que trabaja en Australia, (Will), simpatiquísimo, y que viene con su modesto equipamiento cruzando Francia en solitario desde los Alpes en Italia, (zona de Turín), con destino a la casa de una ex novia suya en Angouleme. En su camino huye de lo que huele a desarrollo, busca las carreteras más secundarias, y acampa bajo las estrellas lejos de la civilización.
Pronto se separan nuestros caminos, (él va hacia el oeste y nosotros al norte). Una pena, porque nos hubiera gustado pedalear junto a él más rato.
Al final de la etapa vuelve a aparecer el cansancio. El día se hace interminable, y más cuando buscamos para dormir un camping que nos han dicho que hay junto a un lago y que nunca llega. Cuando lo encontramos, exhaustos, resulta que el camping parece estar cerrado, con lo cual decidimos tener nuestra segunda experiencia de hotel “al raso”. El lugar está bastante “domesticado”. Hay un pequeño lago dedicado a actividades náuticas, gente por la zona, y mesas y bancas para merendar. Hay mucho césped recortado, e incluso un pequeño barecito cerca. Allí, en un rincón algo apartado, plantamos la tienda, sin saber si alguien vendrá a echarnos. Cenamos de hornillo, y descansamos lo que podemos. Esta vez no hay musiquilla para las vacas, así que la experiencia es mejor.