Lo peor de nuestra ruta y en mi caso lo peor de mis vacaciones (y por extensión lo peor de 2008) se produjo antes de empezar a pedalear. Me refiero a lo que se vivió esa tarde/noche en la estación de Barcelona-Sants. Pero no gastaré más caracteres en este tema y empezaré a narrar desde la llegada del tren a Donostia.
En el andén de San Sebastián ensamblamos las bicicletas, desayunamos algo y, de repente, nos entró como un miedo escénico en el cuerpo. En nuestros interiores nos preguntábamos: ¿Y ahora que hacemos?.
Se nos ocurrió visitar el Monte Igueldo y una vez pasado el túnel, mientras ibámos contemplando la maravillosa playa de la Concha, empezó a llover y nos quedamos esperando en un pequeño túnel en el carril bici del paseo marítimo… Cansados de esperar, hicimos una foto del monte Igueldo y con el Txiri-miri cayendo y seguimos pedaleando hacia las afueras de la ciudad pasando por delante del monumento a Ormaetxea y del estadio de Anoeta. La lluvía iba haciendo acto de presencia intermitentemente y algunos autóctonos de la zona nos iban diciendo: ‘ánimo que ya va abriendo el tiempo, ya abre, ya abre…’.
Esos primeros tramos por carreteras secundarias nos dejaba entrever un poquito el verde típico de Euskadi (la escocia vasca) y algún caserío. Un aperitivo de lo que nos encontraríamos más adelante. Pedaleando llegamos a Andoain, la localidad inicial de la vía verde del Plazaola. Al lado de su iglesia, hay un frontón (Jai alai). La antigua estación del Plazaolako Bidearen en Andoain es una oficina de turismo.
La vía verde es un encanto, un sendero de película y el color verde es una constante a través del valle de Leitza y la sierra de Aralar, con el adorno añadido de las ovejas ‘latxas’ típicas de la zona. Una gran cantidad de túneles nos hacía imaginar el viaje que en su día realizó el tren. No dábamos crédito a lo que veíamos. 40 kilómetros de ensueño a través de Euskal Herria (Guipuzkoa y Nafarroa).
La noche la pasamos en Lekumberri, en el camping Aralar.
