Rodadas. Una comunidad de cicloturismo y viajes en bicicleta
Volver arriba

Costa portuguesa en bici: de Setubal a Lagos.

  • 8 de August de 2015
  • 350 kms

 

 

En las alforjas: tienda de campaña; camping gas; un teclado de juguete para sacar canciones por las noches; un libro de Pessoa y un pan portugués que pesaba más de un kilo. El pan, riquísimo, nos duró hasta el final del viaje. Fuimos reponiendo un queso que en cada pueblo estaba más rico, y latas de patés de todos los colores. Eso para las cenas. En las comidas nos entretenía el bacalao frito con cebolla, alguna sopa de legumes (que no lleva legumbres), frango con patatas, lulas, choco… Riquísima comida, sobre todo antes de llegar a las zonas más turísticas. Cuando llegamos a El Algarve ya era más difícil encontrarla.

Pero no fuimos a Portugal a comer. Se trataba de recorrer un pequeño tramo de la costa sur, desde Setubal, que está debajo de Lisboa en el mapa, hasta Lagos, en el corazón de El Algarve, desde donde regresamos en autobús. Y empezamos suave.

 

Primera mini etapa DE SETUBAL A LA PLAYA DE COMPORTA (TROIA) 20 km. aprox.

Después de pasar la noche bajo la muralla del castillo de Trujillo, aún en España, llegamos a Setubal por la tarde. Ningún problema para aparcar la furgoneta en el parking del ferry que cruza hasta Troia y la  frecuencia de los barcos es de cada media hora durante el día. Las bicis no pagan, y el billete cuesta 3,5 euros por persona. Es un paseo encantador de una media horita, lo justo para echarme una siesta con la cabeza sobre las piernas de Juan (siempre acogedoras). Iniciamos la toma de contacto. La carretera es estrecha, y hay mucho flujo de vehículos hacia las playas. Nos habían avisado de que en Portugal la conducción no es especialmente prudente, y no lo es. Jamás pusieron un intermitente para adelantarnos, pero tampoco tuvimos problemas.

El camino es suave, casi todo el rato llano, con ascensos y descensos muy ligeros. Enseguida empezamos a ver a nuestra derecha caminos hacia las playas vírgenes. Nuestra intención era buscar una playa tranquila para poner la tienda y dormir (Campismo Salvaje, lo llaman los portugueses). Desde la carretera a las playas que encontrábamos el acceso era difícil en bici. Son caminos de arena, entre las primeras dunas que veíamos en el camino, de al menos un kilómetro hasta llegar a ellas. Seguimos avanzando y en aproximadamente una hora de bici llegamos a la playa de Comporta. Es un pueblo muy pequeño, con un inmenso arrozal, y varios restaurantes que ofrecen, claro, riquísimo arroz. Hay bastantes turistas, muchos vienen del súper resort con campo de golf de Troia. Desde Comporta hay un camino asfaltado hasta la playa, y decidimos cogerlo. Pero la playa no es todo lo virgen que esperábamos. Un par de chiringuitos playeros con caipiriña, mojitos y música.

Confiamos en que los turisitas se marcharan al atardecer y plantamos nuestra tienda a pocos metros de los bares. Dio comienzo el espectacular atardecer en el Atlántico. Ver ponerse el sol amarillo en el mar es un acontecimiento, pero ocurrió algo que dio la vuelta al paraíso. Sobre las siete de la tarde, la nube de mosquitos más organizada que he visto en mi vida inició su ataque, y nosotros éramos su diana. Jamás me habían picado tantos mosquitos a la vez. Hicimos lo único posible en una circunstancia así, sobrellevarlo como pudimos. Toalla, pareo y forro polar para cubrir las partes del cuerpo mientras observábamos atónitos cómo el resto del mundo aún bailaba en los chiringuitos llevando el ritmo mientras se da manotazos para espantar mosquitos.

Quizá peor que los mosquitos fue que los turistas y la música no se fueron nunca. La música duró hasta el amanecer. Conseguimos dormir a pesar de todo y, cuando salió el sol, y con el New York New York de Frank Sinatra, terminó la fiesta. En ese mismo instante de paz, un ruido atronador, como si Moby Dick saliera del océano, se dirigió hacia nuestra tienda. Me asomé para ver qué ocurría y vi una enorme máquina, llena de luces, que no parecía tener intención de cambiar de rumbo. Tuve que pestañear varias veces para darme cuenta de que era una de esas máquinas que limpian y alisan la arena de la playa, y al conductor no parecía hacerle gracia nuestra pequeña tienda, así que pasó a apenas un metro de mi almohada. Superado el susto, aún pudimos descansar un rato más. 

 pedaleando contra el viento

 Creo que es más interesante elegir cualquiera de las playas del camino, menos la de Comporta, aunque haya que cruzar dos kilómetros de arena con la bici a cuestas.

 

Segunda etapa: DE COMPORTA A MELIDES. 50 KM aprox.

Continuamos por la misma carretera, de segundo orden, con bastante tráfico. De nuevo el recorrido es bastante llano. Vamos todo el rato con un paisaje de dunas a nuestro lado y el clima es muy suave. Algunas nubes tapan el sol y nos permiten disfrutar muchísimo del recorrido en bici. Llegamos con facilidad a Melides y buscamos agua. Encontramos casi un oasis. En Melides hay una fuente que sale de un arroyo y, antes de llegar, encontramos un precioso restaurante con una libélula gigante en la terraza. Parada para un par de Sagres (incondicionales de esta cerveza), arroz, frango, patatas fritas… Imprescindible una siesta.De la fuente cae una pequeña cascada en la que nos bañamos. Magnífico refresco para la piel y el alma.

La playa está bastante lejos del pueblo, a unos 10 km aproximadamente.

Llegamos a la playa, que también tiene bar, pero esta vez  todo es tranquilo. El bar cierra pronto y nos quedamos solos con el dibujo de la Vía Láctea. Como regalo, en estos días el planeta cruza las Pléyades, así que desde esta noche, y hasta el final del viaje, vemos tantas estrellas fugaces que jugamos a que podemos comérnoslas. El océano ruge. Yo no sabía que rugía tanto. Antes del anochecer, nos damos nuestro primer baño en el frío, frío Atlántico.

Tercera etapa: DE MELIDES A SINES. 40 km. aprox.

No hay otra manera. Para llegar a Sines, desde Melides, hay que coger un tramo de autopista. En un mapa que nos habían dado en la zona aparece un camino, que cruza la laguna de Santo Vicente, pero no es un camino para bicis. Así que llegamos a la rotonda, respiramos hondo e iniciamos la ruta por la AP-8. Lo cierto es que hay espacio para las bicis, y realmente no nos sentimos inseguros.

Entramos en Sines por un carril bici y salimos de él para llegar al casco antiguo del pueblo. Sines es enorme, un ciudad industrial, pero el casco viejo es acogedor y conserva sus calles empedradas, casas azules y blancas; tabernas donde charlar, la luz amarilla  y tenue en las calles de noche, y un precioso castillo cuyas muralla, que parecen de turrón, dan cobijo a los adolescentes cuando oscurece. Esta vez decidimos dormir en una pequeña pensión de puertas de madera, tapizadas con telas de flores. Le hacen un hueco a nuestras bicis y paseamos en una noche fresca y amable

Cuarta etapa. DE SINES A MILFONTES y ALMOGRAVE. 52 km. aprox.

Desde el puerto de Sines sale la carretera que nos lleva a Porto Covo. El camino está lleno de puestos de deliciosa fruta, y hacemos una parada inevitable para unas croquetas de bacalao. La carretera sigue siendo de tramos sencillos, pero muy transitada, y aún se pone peor la que nos lleva a Porto Covo. Cruzamos pinares y huele a pino con el calor de agosto. Desde Porto Covo, continuamos por la carretera que va más cercana a la costa hasta llegar a Milfontes.

En Milfontes desemboca un río caudaloso y hay para elegir entre playas de mar o playas de río. Es una curiosa bahía, con una góndola que lleva turistas para recorrerla, y con numerosas playas entre las dunas. Están llenas de turistas.

Hoy toca comer sardinas. Deliciosas sardinas a la brasa, y ensalada de pulpo. En las calles, llenas de tiendas, viven los Espantajos, muñecos adornados, de tamaño humano, que decoran y cuelgan de las calles. Descansamos en la playa, cobijados del sol de agosto por la tienda de campaña. Juan, duerme como un bebé.

Cuando ya no hace tanto calor, continuamos hacia Almograve, a unos 15 km. de Milfontes. Almograve es muchísimo más agradable, y una parada perfecta para una ración de caracoles. Yo me quedo con su playa como la favorita de este viaje. Aquí no hay turistas, es un pueblo tranquilo si obvias el ruido de una carpintería artesa que corta maderas, las casas están muy cuidadas, pintadas de azul y amarillo. Tomamos el camino que lleva a la playa y al puerto de pescadores. Y el paisaje es fascinante. La playa descansa al pie del acantilado y, sobre él, preciosas dunas naranjas. Plantamos la tienda al pie de una duna, con el acantilado como balcón.

 

Quinta etapa: DE ALMOGRAVE A BEJAO Y ODEICEIXE 45 km. aprox.

Pedaleamos por una estrecha carretera de interior dirección a Zamujeira do Mar. Pasamos campos de calabazas y cultivos de plantas ornamentales rojas. La carretera es llana y esta vez poco transitada. Vamos muy cerca del mar y en menos de una hora llegamos a Zambujeira do Mar. Hemos llegado a la costa rocosa de Portugal, ya no se ven dunas, y el camino transcurre sobre los acantilados de roca negra. Desde Zambujeira sale un camino que va por la costa, tiene un par de ascensos complicados, los primeros que encontramos en el viaje, pero el camino está perfecto para las bicis y las alforjas. Cruzamos la primera playa, que ofrece ¡masajes tailandeses! y

quiosco de bebidas. Como la playa de Carvahal, que hemos dejado en el camino, es preciosas entre los acantilados.

De Carvalhal a Brejao hay otra subidita importante, y termina en un minizoo con búfalos, llamas, avestruces y un reno tímido.

Paramos en Brejao. Fresquísima Sagre. “Le debemos al gobierno portugués esta excelente política del frío para las cervezas”, dice Juan. No falta el riquísimo pan portugués y, esta vez, un pedazo de atún fresco que nos deja KO. Hay que echar la siesta entre unos matorrales del camino.

La llegada a Odeiceixe nos detiene. Aparece la primera subida que cuesta trabajo solo mirar. Decidimos dormir y afrontarla por la mañana. Odeceixe está lleno de alojamientos, hay wifi gratis junto a la oficina de correos, y tiene las calles adornadas con flores de papel (en esos días celebraban en Portugal la fiesta de las flores de papel).

La playa de Odeiceixe está a unos 5 km. del pueblo y hay una buena subida, pero tiene un precioso bar sobre la playa, con refrescantes zumos de naranja naturales. Decidimos acceder al mar por el camino que va junto al río. Es un camino muy agradable entre pinos. El río desemboca con numerosos meandros en el mar y parece dibujado por un niño. Llegamos al final del camino y, para acceder a la playa hay que cruzar el río, pero se puede cruzar a pie. En la playa vemos las primeras escuelas de surf, ya no desaparecerán hasta el final del viaje.

Decidimos acampar en el lado del río, y la noche es generosa en estrellas fugaces. No hay luna, y se agradece (a veces incluso las más bellas estorban). Despertamos a las 9.00h y tras un excelente desayuno cogemos fuerza para el ascenso. En poco más de una hora llegamos a Aljezur.

 

Sexta etapa. DE ALJEZUR A CARRAPATEIRA. 45 Km aprox.

El camino ya es algo más complicado, son permanentes ascensos y descensos, pero bastante llevaderos. Hemos salido de la comarca de El Alentejo y entrado en El Algarve, y se nota que este último está de moda. En Aljezur, en el cruce a los pies del pueblo, sin ni siquiera subir al castillo, para todo tipo de turistas. Tiempo para una coca cola y continuamos ruta.

La playa de Carrapateira es un Portugal distinto al que habíamos visto hasta aquí. La playa es inmensa, los acantilados igualmente fascinantes, pero el agua está llena de surfistas. Hay varias playas a elegir en Carrapateira, nosotros elegimos la playa del Amado. Está a unos tres o cuatro kilómetros del pueblo. El parking está  repleto, hay numerosas caravanas y todo tipo de vehículos adaptados para pasar la noche allí. Esta vez, no vamos a estar solos. Como en las otras playas, hay buenos accesos desde los acantilados hasta la arena. Dejamos las bicis arriba, y trasladamos bártulos para buscar un lugar resguardado donde montar la tienda. El viento es fuerte, y ya será así de fuerte por toda la costa. Para los centenares de surfistas, una gozada.

 

Septima etapa:  DE CARRAPATEIRA A SAGRES, CABO DE SAN VICENTE, VILA DO OBISPO y LAGOS. 72 km. aprox.

Es la etapa más difícil del recorrido, pero posiblemente la más disfrutona. Son permanentes subidas y bajadas, y el viento es realmente fuerte. Llegar hasta el Cabo de San Vicente es realmente una pelea contra el viento, con esa sensación extraña de tener que pedalear duro incluso cuando el terreno desciende. Juan me protege algo del viento, y pedaleo a su rebufo. Es bellísimo el paisaje. La costa rocosa parece recortada con un cúter, la tierra es rojiza y el Atlántico oscuro. Son espléndidos acantilados que, a veces, dejan hueco para una playa a la que se puede acceder si te animas a bajar un buen número de escaleras.

El Faro de San Vicente es un nido de turistas, hay mercadillo en el que venden jerséis de lana, que no son mala idea, porque el fuerte viento hace que, a pesar del sol de agosto, haga frío. Unos churros con azúcar y regresamos a Sagres. Es un pueblo costero, turístico, pero encontramos unos acantilados solo para nosotros, inventamos que en el horizonte se ve España, y empezamos a despedirnos del océano.

Regresamos a Vila do Obispo, son unos 15 km. desde Sagres, por el camino por el que hemos venido. Vila do Obispo está en el cruce de la carretera que nos llevará a Lagos, que es el fin de nuestra ruta.

Afortunadamente, hasta Lagos el viento es a favor. La carretera con subidas y bajadas, pero no especialmente complicadas.

Lagos, una ciudad costera turística. La cruza un bonito canal, y está llena de todo tipo de ofertas para ver delfines, cuevas, snorkell… lo que uno pida.

Tratamos de regresar en tren, pero, para ir hasta Setubal habría que coger tres trenes. Uno de ellos el famoso tren del Algarve, que lo recorre por el Sur. En este tren sí permiten llevar bicis, pero en los otros dos no a no ser que las lleves embaladas. Así que decidimos volver en autobús. En el bus también hay que embalar las bicicletas, aunque es un poco teatro. Nos piden que compremos algunos plásticos en la tienda de los chinos y las rodeemos con cinta adhesiva. Así lo hacemos. Nuestro equipaje, extendido en el andén del bus, parece una mudanza.

El autobús tarda cinco horas de Lagos a Setubal. Nos queda tiempo para recorrer Setubal, que merece la pena. Ya con la furgoneta, encontramos una entrada a la playa para poder dormir. Vemos los ferris que cruzan del puerto hasta Troia.

Nos faltó una cosa por hacer: ir al circo. En el camino vi varios anuncios de “El auténtico hombre bala, propulsado a 40 km por hora”, esas cosas que aún existen en Portugal. Ojalá no cambie más.

 

A no ser que se indique lo contrario, los contenidos están bajo licencia de Creative Commons.

Estamos alojados con eCliente, que además de ser muy buenos en lo que hacen, son buena gente. La tecnología detrás de Rodadas

Rodadas está en la red desde mayo de 2005.

Aviso legal | Política de cookies