Un país desmantelado y triste, o ésa es la impresión que nos ha dejado el contacto con sus amables gentes (Andrada, Domnita, Vera y su hija Simona,…) Contraste bestial entre la grandiosidad de fachada de Bucarest, en especial de la Piata Unirii y el resto del país, rural en el mejor de los casos, industrial decadente en otros muchos. Probablemente su destino para los próximos años será el desembarco de industrias deslocalizadas del resto de Europa en busca de mano de obra barata.
Aunque se van renovando los trenes con las nuevas unidades más asépticas, todavía son mayoría los viejos trenes de asientos de escai, con vagones a los que, más que subir, hay que trepar; y los revisores de gorra a los que hay que enseñar el ya olvidado billete de cartón.
Pero es un país amable, con una naturaleza muy salvaje aún: los montes Bucegi y Apuseni, el Moldoveanu, las regiones de Margiminea Sibiului o Maramures,…
Y mucha historia: el castillo de Drácula en Bran y Sighisoara, su ciudad natal, la ciudadela de Rasnov, las iglesias fortificadas, las aldeas sajonas, los monasterios de Bucovina, Transilvania, las ciudades como Brasov o Sibiu,…
En el grupo, Marta y yo mismo, el habitual.