Salí de Huelva dirección a la Sierra de Aracena y Picos de Aroche, sin tener muy claro donde acabaría el viaje, o si duraría dos días o diez. No pensaba que la suerte me fuera a durar mucho.
Ignorante de mis fuerzas, y sin que se me ocurriera pensar en lo que la lluvia habría hecho en los caminos me aventuré a recorrerlos. Pero en esta vida todo tiene un tope. Avancé con las ruedas clavadas en el mortero antiguo de arena, con agua que me hacia rodar con el pie fuera de la cala debilitándome y haciéndome consciente de que para disfrutar en estas circunstancias sería mejor seguir los caminos asfaltados que tanto temor me dan en España.
Mi primera noche la hice en un cortijo abandonado cerca de Campofrío, en la puerta de la sierra de Aracena y Picos de Aroche. Un manantial me abasteció de un agua muy necesaria después del duro día de ruta.