I. He rozado, sólo unos días antes, algunas de las tierras anegadas por las inundaciones. Si hay por aquí alguien directa o indirectamente afectado por las inundaciones, por si sirve de algo, mi solidaridad. Si hay algo que se pueda hacer que esté en nuestras manos...
II. No traigo fotos. Estoy bastante negado para ese arte, y me pongo nervioso si tengo que parar cada vez que encuentro un "encuadre" interesante.
III. Sí que tengo tiempo para darle a las cervezas y al coco, así que os traslado algunas reflexiones por si las encontráis de interés. Si no es así, pasadlas por alto y disculpad por la pérdida de tiempo.
El viaje en bici supone una constante sucesión de altibajos. No hablo de las cuestas. Una y otra vez, como en la vida misma, golpes de suerte y sorpresas agradables se suceden alternando con imprevistos negativos. Y viceversa. Lo bueno, que los primeros siempre acaban imponiéndose. Calan más hondo y perduran en la memoria más que los segundos. Dos ejemplos:
Está uno maldiciéndose por las erróneas decisiones que le han hecho medio perderse, tragarse kilómetros superfluos y perder algunas horas, valorando incluso la conveniencia de hacerse con el antipático GPS para la próxima, cuando enfrenta la pronunciada subida que corona en la plaza de un pueblo perdido ¡ En fiestas! Mientras va subiendo piñones y estirando el cuello para localizar la taberna oye, y ve, al final de la cuesta, a la modesta banda local que ensaya mientras espera a la Virgen para la procesión que la acompañará en su Gran Día. Uno de los músicos ve cómo me voy acercando penosamente y, sin dejar de tocar, se aparta e invita a sus compañeros a abrir un pasillo para que culmine la ascensión entre músicas, aplausos y rechiflas… Yo creo que ni el mismo Contador sintió esa explosión de alegría cuando le recibieron en su pueblo después de ganar el Tour. El buen humor me duró varios días. A veces hay que perderse para encontrar Shangri-La...
Y dos: localizo un albergue municipal en un pueblo. Hay sitio de sobra, y unas cuantas personas alojadas. Una de ellas me redirige a la policía municipal para gestionar el alojamiento. Sin apenas levantar la cabeza, el policía me comunica que el albergue no es para “transeúntes” por lo que, lamentándolo mucho, no puedo alojarme. Replico y contraargumento, pero no hay manera. Efectivamente, tengo que reconocer que yo también soy un “transeúnte”,también estoy de paso, de tránsito… Despliego todos mis encantos a ver si empatizamos… Intento dar pena… Nada. Soy “transeúnte” ¿ o no ? Ante la negativa, escupo un cortante “Muchas gracias. Muy amable” y vuelvo a "transitar". En un bar, 12 kmtrs. mas adelante, paro a tomarme una cerveza a ver si se me va pasando la mala leche pero cuando reemprendo la marcha olvido la cartera con la documentación, mi amada tarjeta, y cien boniatos que acabo de sacar de la pared. Me doy cuenta de ello cuando voy a pagar otra cerveza otros 12 kmtrs. mas tarde. Intento llamar al bar, pero mi compañía no tiene cobertura. Un lugareño me presta su móvil, pero es imposible la comunicación. Me tiro de los pelos: se hace tarde y todo era subida. Un todoterreno de la Guardia Civil se detiene a la puertas del bar: “Buenas ¿Ha perdido usted algo?” Uno, formado sentimental y políticamente en el tardofranquismo, siempre ha procurado mantener distancias (muy largas, y muy , muy frías ) con la benemérita, pero esta vez por poco me tiro al cuello del número que me ofrecía mi cartera.
Dos funcionarios, dos servidores públicos, entregados más o menos a lo mismo, y dos actitudes opuestas. Una miserable, otra abierta y servicial. Al munipa ya lo tengo olvidado, con los guardias tuve luego una pequeña conversación. Hablamos de recortes de sueldos y de pensiones rácanas… de armas y delincuentes… en fin, de sus cosas. Salvo necesidad burocrática o gestión oficial jamás había hablado con ningún picoleto de nada.
El viaje, como la vida, es una feria. En el carrusel a veces te toca el caballo reluciente, otras el artefacto mareante. Y como en la noria, las subidas y las bajadas se suceden sin cesar. Hay que aprovechar cuando se está arriba. Respirar el aire puro, contemplar la feria desde la distancia y soñar mientras se admira el horizonte