Por supuesto había bicicletas antes que coches de motor. Ambos inventos han ido evolucionando juntos y está claro que el coche, al igual que los otros medios de transporte motorizados, ha cambiado por completo nuestra forma de vivir. Las viviendas, las ciudades, los centros comerciales y de ocio y las vías de comunicación se diseñan siempre pensando en coches, camiones, trenes o aviones, no en las personas a las que supuestamente sirven. Las personas nos vemos reducidas a estrechas aceras, parques diminutos (escasos sucedáneos de lo que debería ser nuestro medio natural) y, modernamente, sendas verdes y carriles-bici "de consolación". Si te metes en un nudo de autovías de acceso a una gran urbe o en una zona industrial, constatas hasta qué punto hemos acabado por ser insignificantes ante tanto "progreso".
Supuestamente el progreso es para nuestro beneficio. Nos ofrece productos, servicios, comodidades a las que no estamos dispuestos a renunciar. Probablemente interesa que creamos que no podemos renunciar a ellas, incluso puede ser cierto que no podemos hacerlo, al menos si hemos de llevar el modo de "vida" para el que desde pequeñitos hemos sido adiestrados.
Todo tiene su precio, lo difícil es saber cual es el precio que podemos realmente pagar a cambio de tanta facilidad ¿pagamos con el tiempo limitado de nuestra única e irrepetible vida?
Para comprarme un coche y mantenerlo yo tengo que gastarme, digamos la cuarta parte de mi sueldo. Eso significa que dedico al coche dos horas diarias de mi jornada, de mi única e irrepetible vida. Diréis que la jornada no me la iban a reducir por prescindir del coche. Cierto, la cosa está montada de manera que estemos "entretenidos" al menos un tercio de nuestras vidas en "producir", independientemente del interés personal que tengamos en hacerlo o de los beneficios que saquemos de tanta actividad. Para hacernos creer que merece la pena el sacrificio, nos enseñan por la tele una enorme cantidad de bienes de consumo y nos programan para que deseemos poseerlos aunque la mayoría nos resulten prácticamente inútiles.
Pero lo que no podemos comprar es el tiempo, ni la felicidad ¿Realmente disfrutaré más de mi vida si el fin de semana hago turismo mil kilómetros con mi coche? ¿Y si en vez de eso hiciera cien con mi bicicleta y aprovechara ese tiempo para ver, sentir, pensar, aprender... vivir?
El problema no es sólo el coche, es nuestro modelo de vida. En realidad todos estamos al servicio de la insostenible maquinaria económica que exige siempre más y más. Hemos acabado dependiendo de ella para todo, desde obtener comida (que no sabemos de dónde viene ni qué es realmente), hasta entretenernos con vivencias ficticias para rellenar artificialmente el hueco de nuestras vidas vacías. Ahora pagaremos el precio de nuestra debilidad con nuestra salud y la del planeta, hipotencando el futuro de nuestros descendientes y el del resto de las especies con las que lo compartimos.
¿Pero de verdad que es posible para el común de la Humanidad vivir de otra manera? ¿Quién estaría dispuesto a pagar el precio?