Pues yo tengo unas cuantas anécdotas, porque, al parecer, los animales me ven pedaleando por el monte y se conjuran contra mí para hacérmela por la noche, pero os contaré dos que me hicieron pasar un momento de apuro.
La primera, me ocurrió mientras disfrutaba de una ruta de pocas horas entre la Almería y un pueblo llamado Enix. En la radio escuchaba "Carrusel Deportivo" mientras subía y subía. Tras rodear un pequeño cerro coronado por un cortijo en ruinas, encaraba un terreno más suave...
De repente, sentí el suelo tembló tras la bici y, alertado, dirigí la vista atrás... Me quedé petrificado. Frente a mi, y con cara de poco amigos, estaba una cabra montesa.
Unas cuantas más cruzaron rápidamente el camino y comenzaron a descender por un barranco, pero aquélla seguía quieta, observándome a menos de metro y medio.
Yo ya veía lo que iba a suceder: Me toparía, yo volaría hasta el barranco y me despeñaría por éste.
La cabra dio un paso hacia adelante. "Ya viene", pensé, pero ésta se limitó a dar la vuelta y comenzar el descenso. Yo me quedé en mitad del camino con el corazón en la garganta. Una vez vi al grupo de animales subiendo una montaña próxima, continué la ruta rezando por no encontrármelas en la bajada.
La otra me sucedió durante mi ruta por las Alpujarras.
Tras un largo día, establecí mi campamento para la noche en un pequeño claro entre árboles, no muy lejos del camino que debía retomar a la mañana siguiente.
Monté mi tienda de campaña, cubrí la bicicleta con su lona y, tras cenar, me acurruqué dentro de mi saco de dormir. El sueño me venció pronto, ayudado por una temperatura suave y agradable.
En mitad de la noche, un sonido metálico hizo que me levantara como un resorte, pero quedé en silencio para ver si el ruido se reproducía. Fuera había algo rondando la tienda. De repente, el sonido de una bolsa de plástico y, de nuevo, aquél ruido metálico, seguramente una lata... Entonces caí en la cuenta que, con el cansancio y las prisas, había olvidado colgar la bolsa de basura de alguna rama para que no la destrozada ningún animal.
Fuera, los ruidos aumentaron de volumen. Aquél bicho se había envalentonado y se había acercado un poco más a la tienda. Yo estaba "acongojado". ¿Qué animal sería? ¿Un jabalí furioso y sediento de sangre? ¿Un lobo solitario en busca de algo que llevarse a la boca? ¿En Yeti de Sierra Nevada? Linterna en mano, abrí la cremallera de la tienda lo justo para poder ver qué había ahí fuera, acechándome... Era un zorro, que, al ver la luz, salió disparado montaña abajo. Resoplando de rabia, salí, recogí el desastre en que se había convertido la bolsa de los desperdicios y volví al interior de la tienda, no sin antes colgar la bolsa en una rama.
Un rato después, volví a escuchar aquél tintineo metálico. Cabreado por no poder descansar, y suponiendo que el zorro había vuelto a las andadas, salí como una tormenta de la tienda clamando contra el animal... para encontrarme de bruces con un tejón.
Pensé que saldría huyendo ladera abajo como su predecesor, pero éste no se alegró de verme, porque comenzó a emitir unos sonidos nada amigables, por lo que, para más seguridad, volví a la tienda y me quedé sentado en el centro de ésta escuchando los resoplidos de aquél animal. De vez en cuando, echaba una ojeada para observarlo, pues no todo el mundo puede decir que han visto un tejón.
La verdad que es un animal bien hermoso, con ese pelo grisáceo salpicado de negro y blanco. Sus movimientos me recordaban vagamente a los de un oso.
Después saciarse (lamiendo una lata de atún) y de registrar el terreno en vano, lo vi encaminarse ladera abajo.